La Tierra Charrúa
tíCuis JÍ Iberio de JVerrera
LA
TJierra
Cha.
rrua
«Contra lo imposible nadie es fuerte. Lus
partidos existen y es preciso aceptarlos.
Seamos prácticos y aprovechemos en edu-
carlos el tiempo que perderíamos en la pre-
tensión de suprimirlos.»
Juan Carlos Gómez.
MONTEVIDEO
1901
Algunas ideas de concordia deshojadas
SOBRE LA TUMBA DE MI PADRE
EN EL TERCER ANIVERSARIO DE SU MUERTE.
i.o de Diciembre de 1901.
La Tierra Charrúa
La Patria y los Partidos
Empiezo estas páginas sin saber á ciencia cierta
cuánta será su extensión. Quien escribe una obra de
tesis, libra una batalla y las batallas se sabe cuando
tienen principio nunca cuando terminarán. Solo pue-
do afirmar que el propósito perseguido en estas
lineas posée todos los prestigios de los más nobles
afanes. Desgraciadamente no podré completar ese
lote de méritos morales intrínsecos con el caudal de
un estilo ático y seductor; pero las ideas buenas,
como el palo de sándalo, despiden por sí solas tan
exquisitos perfumes que, para triunfar, basta á me-
nudo con emitirlas claras. Aquí quedan cristalizadas
las mias sobre muchos puntos escabrosos y oscuros
de la historia de la República, llena de quebradas y
llena de cumbres.
8
LA TIERRA CHARRÚA
Apoyado en el báculo de una constante sinceridad
descenderé, á las unas, escalaré, las otras, á fin de in-
ventariar en forma de síntesis las glorias y los erro-
res que nos atan al pasado, á ese pasado que señala
el cimiento grande de la patria y que palpita á nues-
tras espaldas con latidos de entraña. Abordo esta
tarea difícil, sin soberbia, también sin vacilaciones,
pero abrigando la convicción profunda de que mis
lectores tradicionalistas, blancos ó colorados, en-
contrarán ancho paño para la crítica en estos párra-
fos nacidos al calor de una pasión justa. A Lava-
lleja, á Rivera, á Oribe, á Suárez, á Berro y á otros
muchos ilustres ciudadanos se los viene disputando,
desde muy atrás, al culto nacional, que los reclama
como figuras propias, el culto defectuoso y fragmen-
tario de los bandos políticos. Y ésto no puede razo-
nablemente continuar así, porque la sana lógica no
permite perduren tales aberraciones y porque algún
día hemos de abandonar comunes y singulares pre-
juicios.
Lo que ayer fuera explicable en el sentido de lus
fanatismos históricos, hoy ya no tiene justificación
decorosa. ¿Quién no sintió en otrora crispaciones
sectarias, arranques de ardoroso entusiasmo, impul-
sos de idolatría, rábia y encono, para los unos, cari-
ño, amor frenético, para los otros ?
La casi totalidad de los orientales que integra-
ron las anteriores generaciones, rindieron ese tributo
de intensa fuerza nerviosa ai espíritu de los tiempos
LA TIERRA CHARRÚA
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recios en que vivieron; y al hacerlo así, abonaron
una vez más esta verdad de hierro que gobierna al
mundo: en el desenvolvimiento de las sociedades,
ningún hombre, por alta que sea la alcurnia de su
génio, puede sustraerse á las exigencias despiadadas
del medio en que actúa y de su época. Antaño la
virtud tuvo dos altares contradictorios en esta tierra
de fama caballeresca. Si gruesa parte de los nativos
clavó sus predilecciones en un rumbo esa circuns-
tancia banal bastó para que otra importante fracción
buscara epopeyas en otro sentido. Ahí están sazona-
dos los frutos de tales desinteligencias ofreciéndonos
un espectáculo desalentador para el patriotismo. Los
laureles inmarcesibles de Ituzaingó, del Rincón, de la
Agraciada y de Guayabos crecen pálidos, no agobian
con su follaje glorioso la memoria de los padres de
la nacionalidad, porque el exclusivismo blanco y el
exclusivismo colorado se empeñan en adjudicarse
como cosa propia lo que á todos pertenece. ¿Cabe
mayor insensatez cuando un deber imperioso nos
manda constituir tribunal ámplio, de fallo definitivo
á ese respecto, por cuanto el destino quiere que ha-
gamos de una vez posteridad? ¿Debemos consentir
que la conciencia popular, según sea su matiz pri-
mitivo, siga creyendo, disparatadamente, que el ge-
neral don Fructuoso Rivera fué un ladrón vulgar y
que el general don Manuel Oribe fué asesino de pro-
fesión ? ¿ Debemos consentir que se continúe enve-
nenando el alma de las multitudes, por tribunos ig-
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LA TIERRA CHARRÚA
norantes y procaces, que dejan hondo surco de som-
bras en el pensamiento de las masas partidarias, que
apenas amanece, con el ruido de sus perjudiciales
é irreverentes anatemas? ¿Debemos dar puerta fran-
ca á tales desvarios en el temor de ser descalifi-
cados por quienes creen tener talento, porque insul-
tan y ganan así aplausos de las turbas, tan amantes
de los placeres fuertes? No; á semejantes propa
gandas, preñadas de rencor, de utilitarismo y de tor-
peza, hay que oponer el dique de propagandas viriles,
ungidas con imparcialidad y tolerancia. A eso ve-
nimos.
Aquella campaña, que castiga en carne viva los an-
tecedentes de la raza nuestra, ha tenido inesperado
apoyo en escritores de vigorosa mentalidad que mo-
vidos por ímpetus de sana investigación hundieron
firmes el bisturí en las más erguidas famas del pa-
sado. De esas jornadas, meritorias por la inmensa
labor que representan, ellos solo trajeron insignifi-
cantes despojos: allá, á la retaguardia, clavados en
la calvicie de la montaña, junto á la emancipación,
entre banderas y victorias y derrotas, quedan incon-
movibles, dos, tres, cuatro nombres, señalando, va-
quéanos del patriotismo, el rumbo de la gran albo-
rada. En vez de extinguir pasiones esos ataques im-
placables ellos las han enardecido. A fuerza de repe-
tirle á un individuo que su padre tuvo en vida éste
y aquel defecto, por autorizada que sea la amistad
que dicta ese comentario y por mucha que sea Ja
LA TIERRA CHARRÚA
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verdad que él encierra, se concluye por desatar una
tormenta. Será cierto todo el reproche que se pro-
nuncia, pero ni la ciencia, ni el afecto personal, ni el
santo amor á la verdad desnuda conceden á nadie el
derecho de deprimir en nuestra presencia á quien
nos di<5 la sangre que corre por nuestras venas; y,
en semejantes circunstancias, el corazón hace bien
de gritar instintos y se comprende que los espíritus
más suaves salten de quicio.
Pues, dilatando los términos, el caso de esos ex-
tremos acalorados se explica perfectamente cuando
se flagela con látigo de siete colas á los fundadores
de la independencia oriental, que son en resumen
de cuentas nuestros padres, apuntando sus desvíos
y mirando sus inherentes defectos al través de len-
tes que multiplican cien veces las imágenes, como los
del microscopio que permiten ver enormes sobre la
plancha los pelos más imperceptibles de cualquier
pulgón.
Realmente se practica el lujo de la miseria estu-
diando á nuestros patricios con este criterio draco-
niano, que tal vez alcanzaría á molestar dentro de su
hermosa túnica austera al mismo Aristides. Por fe-
cunda que haya sido en varones esclarecidos esta
tierra y por muy bizarros que hayan sido aquéllos,
resulta evidente que en un lienzo de tamaño diminuto
no cabe el bosquejo de abundantes grandezas. Chicos
en el tiempo, chicos en tamaño y chicos en las histo-
ria — en cuanto á compás material de vida llevada, —
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LA TIERRA CHARRÚA
¿ estamos en condiciones de arrojar al osario, por in-
servibles, reputaciones rutilantes, aceptadas aún fuera
de fronteras, á causa de que sus dueños tienen defec-
tuoso un pie ó inclinada hacia un lado la cabeza? ¿Qué
más torcido y defectuoso que el ambiente que les sirve
de marco? Si para medir géneros y pesar objetos, cosas
tangibles y perfectamente determinadas en la acepción
física, se ocurre á bases convencionales como el metro
y como el kilo; si aun dentro del campo matemático
produce algún desórden el afán de la exactitud abso-
luta y existen fracciones de divisibilidad hasta lo infi-
nito y siempre fuera de caza, ¿cómo es posible perseguir
con éxito en los campos de la historia, el más aleato-
rio de los conocimientos humanos, una fórmula com-
pleta, irreprochable de integridad en todos los ins-
tantes y en todas las situaciones?
Pero, más todavía : ¿acaso coinciden los criterios,
aún los más selectos, en su ideal de la perfección po-
lítica, militar ó cívica?
Tomemos á Jesús, la figura más excelsa que regis-
tran los anales del mundo. Con seguridad es éste el
hombre á cuyo respecto existen menos divergencias
en la opinión de todos los habitantes del globo; y sin
embargo, para unos, él fué vehículo de la grandeza
de Dios, para otros, su pura filosofía, que veinte
siglos después de derramada aun enciende luces de
redención, es patrimonio exclusivo de los mortales;
hay quienes retocan sus incomparables parábolas; al-
gunos le fijan antecesores asiáticos de más mérito.
LA TIERRA CHARRÚA
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Practicando una ley de contraste, coloquemos fren-
te al Maestro de frente luminosa y cabellera de niño,
que fundó su reino con la fuerza de dulces palabras,
á ese atleta que se llamó Napoleón, hosco y huraño,
que parió su poderío de leyenda á puñetazos dejando
pequeños á Cesar y á Alejandro.
Víctor Hugo lo llama el leñador de la Europa,
mientras Thiers escribe su historia colosal con el
entusiasmo de un enamorado. Si estudiáis al grande
bajo la faz democrática, en él aparece el tirano más
odioso de los tiempos modernos; si lo estudiáis como
pensadores, su figura atrae y espanta á la vez como
los insondables precipicios, marea y ahoga como esas
montañas tan altas que hacen su alfombra de las
nubes; si lo estudiáis como gobernante, quien lo llama
sabio, quien, déspota, quien, libertador; si lo encaráis
como político, la fugacidad de sus creaciones geniales
dirá mejor que nada si cabe controversia sobre la so-
lidez y acierto de su obra de estadista.
Bajando el vuelo del comentario, todos sabemos
que contado es el país de la América del Sur que
comparte las preferencias patrióticas de su vecino.
La misma gloria imperecedera de Bolivar y de San
Martín, que no admite tercería excluyente, que se
impone como la luz solar, presta pie á cismas apasio-
nados entre los más ilustres escritores del Nuevo
Mundo. Notorio es que si al primero se le ha tachado
de traidor y hasta de verdugo imputándole la carnice-
ría de ochocientos prisioneros españoles y la entrega
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LA TIERRA CHARRÚA
del ilustre precursor Miranda al enemigo, al segundo
se le ha tildado de ladrón de los dineros públicos pe-
ruanos, de inepto, de borracho, reprochándosele el
asesinato judicial, por instrumento de Monteagudo,
de los hermanos Carrera.
I Y ellos, ciertos ó inciertos esos cargos concretos,
dieron á la causa de los libres el recuerdo heroico y
sin crepúsculo de Maipú y de Junín! Pues autores
de la talla de Mitre, Vicuña, Mackenna, Larraza-
bal, Pruvonena, están lejos de coincidir en el estudio
de aquellas personalidades inmensas.
En todas partes y con mayor intensidad aún en
nuestro país que ha sido el bajel más azotado de este
continente, es necesario decretar una ley de perdón y
de tolerancia para los errores de los tiempos clásicos.
Todos los momentos sombríos del general Rivera,
todos sus atropellos aliados á todos sus pecados, no
alcanzan á empalidecer, ante el juicio oriental, el
prestigio de sus victorias y de sus derrotas en aras de
la libertad. Esa misiña libertad está afianzada en nues-
tra tierra, en mucha parte, gracias á los esfuerzos del
general Oribe ? cuyo renombre no morirá á pesar de
sus torpezas, de sus pecados, de sus complicidades con
la tiranía.
Antes de entrar decididamente al fondo del asunto
y con motivo de los juicios sangrientos que provoca
entre nosotros la publicación que suele hacerse de
algunos de esos documentos comprometedores para
la consecuencia de nuestros patricios, conviene recor-
LA TIERRA CHARRÚA
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dar que, así criticados, ninguno de los próceres de Sud
América salva de la guillotina, por cuanto seguramen-
te el ejemplo de Washington no tiene segundo.
Cerraremos estas reflexiones con brevísimas remi-
niscencias, que llegan tentadoras á los puntos de la
pluma, y á fin de ir preparando el ambiente humano
con que, á vuelo de pájaro, hemos de juzgar á los prin-
cipales hombres de nuestro país.
La guerra por la independencia adquirió caracteres
espantosos, no igualados jamás en el sud, en el nor-
te del continente.
Decretada la ley de represalias allí, oficialmente
se practicó la venganza de ojo por ojo y diente por
diente siendo asunto común entre los guerrilleros de
ambos bandos el remitirse cajones que contenían ore-
jas, cabellos y extremidades de prisioneros sacrifica-
dos. A propósito, es de oportunidad recordar el enca-
bezamiento de una célebre proclama del Libertador,
que empieza así: « Españoles y Canarios: Contad con
la muerte aún siendo inocentes. Americanos: Contad
con la vida aún siendo culpables. »
¡Qué tiempos! Pues bien, habiendo vivido en esos
mismos tiempos y en condiciones de inferior calidad,
á Artigas, que no dejó rastro de esa literatura de san-
gre y á quien, según relata un autor chileno, encontró
el general José Miguel Carrera « despachando su go-
bierno dentro de una carreta y rodeado de enjambres
de gauchos salvajes », seje imputa, como un horro-
roso crimen, el fusilamiento militar de Perrogurria,
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LA TIERRA CHARRÚA
pintándolo á aquél, mismo escritores orientales, como
un malvado, tan cobarde que no supo cavarse una
fosa en su país!
Ese Carrera, de trágica y ruidosísima actuación,
fué el enemigo más furioso de San Martín y de don
Bernardo O'Higgins en sus empresas trascenden-
tales. El y sus hermanos, conspiraron hasta su
muerte contra el nuevo orden de cosas; José Mi-
guel, en su loca ambición, llegó á aliarse con los
indios argentinos del sur, estimulándolos á saquear
el pueblo del Salto, empresa en la que tuvo par-
ticipación personal. Pues bién, apesar de todo, tan-
tos son los méritos positivos de los Carrera, en
otro sentido, que ellos merecidamente figuran en
el número de los próceres chilenos.
¿No fué ese afortunadísimo general Carlos María
de Alvear, que reproduce en el Rio de la Plata el
tipo de Alcibiades, quién, después de arrebatar al
benemérito general Rondeau, — gracias á un favori-
tismo irritante, — los laureles de rendir á Montevi-
deo, faltó de la manera más nefanda á la capitu-
lación firmada, haciendo la burla más inicua del
bravo Vigodet?
¿No fué él quién despojó á la ciudad hermana de
Buenos Aires de sus dineros y de sus elementos
de defensa, con brutal escarnio de sus pacíficos ha-
bitantes?
Y el Director don Gervasio de Posadas, ¿n o pus o
á precio la cabeza de Artigas, culpable de ser aman-
LA TIERRA CHARRÚA
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te de su terruño. y de no ceder á las iusolentes im-
posiciones porteñas, como si se tratara de un bandido
sjn ley,— mediante un decreto monstruoso; y el mismo
no remitid cautivas al campamentQ . del Jefe de los
Orientales, en calidad de ofrenda propiciatoria, á me-
dia docena de jefes enemigos del caudillo, que este
supo devolver intactos, acreditando que no era lo que
se le suponía?
Juan Lavalle, el ra;ís gallardo de los soldados ar-
gentinos; el mártir de la causa unitaria; Juan Lavalle,
el bendecido paladín de las reivindicaciones justicie-
ras, ¿acaso no fué el mismo que hizo fusilar por su
órden y ofuscado por ciegos furores de partido, al go-
bernador legítimo y capitán general de su provincia
coronel don Manuel Dorrego?
Notorio es que aquel error posee tremendo relieve ;
sin embargo, la historia ha perdonado por que debía
perdonar y al presente la estatua del héroe se alza en
una de las principales plazas de Buenos Aires.
El general Justo José de Urquiza recién en la
edad madura dejó de amamantar sus ambiciones en
el pecho de la tiranía. Victorioso en la batalla de
Vences contra los correntinos acaudillados por Ma-
dariaga, las lanzas de sus entrerrianos trabajaron ese
día sin descanso. ¡Fué larga la tarea de matar! En
India 'Muerta, según sus mismas comunicaciones, sólo
se dió cuartel á la tropa. A Urquiza nada lo enfurecía
más que el hecho de interponer oficios generosos para
salvar á un prisionero. Así, con ese sistema de terror.
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LA. TIERRA. CHARRÚA
pacificó é hizo prácticas las garantías individuales en
la turbulenta provincia de su mando. Ese era el gene-
¡ ral Urqniza antes de 1851.
; Conquistado entonces, mediante hábiles maniobras
¡ diplomáticas, á él se concede la jefatura del ejército
, aliado y al conjuro colérico del lugar-teniente de Juan
Manuel de Rozas se levanta en el horizonte sud ameri-
cano el sol esplendoroso de Caseros y recupera la
^libertad, tan largo tiempo olvidada, el pueblo de Ma-
yo. Más aún; enseguida es Urquiza quién inicia la
reorganización nacional; quién convoca á la Asamblea
Constituyente; quién prepara una hermosísima flo-
rescencia intelectual para su país con la fundación del
colegio famoso del Uruguay; y quién pone cimiento
á la moralización de una sociabilidad políticamente
desmoralizada.
Se dirá que tenemos presente en esta personalidad
el caso de una vida en dos actos de desarrollo con-
tradictorio. En efecto, así resulta y la posteridad, que
se integra con la sabiduría quinta esenciada de las
generaciones, ha recogido el segundo acto bajo cuyos
pliegues de luz desaparece el primero; y al Urquiza
instrumento, sanguinario, despótico, ha preferido el
Urquiza redentor, iluminado, grande. Indudablemen -
te, pues, que estamos en presencia de un prócer.
Hace muchos lustros, don Dalmacio Yelez Sars-
field, que era un verdadero talento, calificó duramente
en frase lapidaria y muy conocida, á don Manuel
Belgrano.
LA TIERRA CHARRÚA
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El coronel Dorrego, su compañero de armas, llegó
á hacer mofa de él al punto de que las crónicas de la
época cuentan escenas bochornosas de irrespetuosi-
dad al mismo producidas en las filas del ejército del
Alto Perú .
Lo cierto es que acumulando antecedentes se ad-
quiere la convicción de que Belgrano poseía mayores
condiciones para desempeñarse como secretario del
Consulado que para ceñir la espada. Virtuosísimo va-
ron su nombre brilla con destellos suaves y puros en el
cielo de la emancipación; pero sin deslumbrar. Pues,
á su memoria e l insigne general Mit r e ha ded icado
dos gruesos volúmenes, llenos de bondad patriótica.
Así, por ejemplo, aquella invasión al territorio para-
guayo, que tantos bienes prometiera y que tantas
adversidades engendró, aparece vestida con atributos
de poema. Fué ese un redondo desastre para los
libres y sin embargo se hace aparecer á Belgrano
prisionero venciendo en su misma derrota y prepa-
rando la insurrección del vecino. Plausibles roman-
ticismos nacionales.
Pero la gloriosa revolución francesa, la que rom-
piendo el yugo de brutales privilegios y gabelas ha
redimido á las sociedades modernas, ¿no aparece á
la distancia bautizando sus reformas en las aguas
malditas de un Jordán alimentado con la san ore de
o
millares de inocentes?
Cuando en fechas memorables sube á los escena-
rios teatrales el drama tegido con su argumento, aun
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LA. TIERRA CHARRÚA
en la ficción y alejados en el tiempo por más de un
centenar de años, se subleva el espíritu en presencia
de las infamias de los miserables que acuchillaban á
mujeres y á niños en nombre de la libertad. La figu-
ra del zapatero Simón produce náuseas; Marat espan-
ta y su muerte merecida, por mano de una valerosa
mujer, casi inclina á creer en la Providencia; Dan-
tón abruma con sus crímenes; Robespierre inspira te-
rror con su sombría é incansable guillotina; Camilo
Desmoulins es un neurótico; Saint Just destila sangre.
Pues esas figuras apocalípticas, esos verdugos que
abrieron á golpes de hacha las entrañas de una nacio-
nalidad nutrida, son los padres de los derechos polí-
ticos y civiles de que hoy gozamos. Por encima de
todo y sobre todo ellos fundaron la igualdad humana.
Peco de insistente en estas reflexiones elementales
porque en nuestro país, donde tanto priman las pasio-
nes fuertes y los sectarismos atávicos, es necesario
hacer cartilla para la difusión de ideas morigeradas.
Siempre recordaré la influencia enorme que tuvo
en la formación de mi criterio la lectura de Los Pri-
meros Principios, especialmente de sus capítulos ini-
ciales. Rememoro que en uno de ellos el gran Spencer
demuestra, poniendo en juego su magnífica lógica sa-
jona, que en el fondo de todas las causas malas existe
algo bueno y, vice versa, que todas las causas buenas
tienen algún sedimento malo y falso. ¡Utilísimas ver-
dades que tomadas en consideración para apreciar los
sucesos y los hombres, euseñan á ser humanos y tran-
LA TIERRA CHARRÚA
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quilos frente á los más aplaudidos triunfos y tolerantes
frente á las mayores ofuscaciones !
Toda nuestra vida emancipada se resiente de esa
ausencia de equidad en los juicios; de esa acritud fu-
nesta que tanto censuramos. Pero lo más alarmante
del mal está en que la perversa enfermedad de los
fanatismos avanza contagiando los más sagrados gan-
glios de nuestra sociedad que tan exquisitos cuidados
requiere hoy que recién se perfila para no crecer
defectuosa.
Mientras el dislate crítico se hace oír hiriente en
las asambleas políticas, por quienes pretenden sentar
fama de inteligentes dando coces, no existe causa ma-
yor para alarmarse, aunque nunca se lamentarán bas-
tante, por lo que relajan, semejantes atentados de len-
guaje. Escuchar anatemas fulminantes contra nuestros
antecesores lanzados por tribunos anónimos que im-
fieren á su partido el perjuicio inmenso de convertir
á sus muchedumbres en plebe ; tener noticia de des-
ahogos blasfemos; saber que á Lavalleja se le escu-
pen babas; que á los Treinta y Tres se les deprime y
moteja de argentinos por algún maniático, todas esas
afirmaciones sacrilegas hacen sonreír á fuerza de re-
sultar disparatadas y odiosas. Pero lo realmente gra-
ve es que se quiera infiltrar en el espíritu de la infan-
cia, impresionable como la cera y crédula como la
misma virtud, doctrinas de influencia tan desqui-
ciadora.
Sin flor no hay fruto y los niños son las flores que
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LA TIERRA CHARRÚA
hacen eterna la primavera entre los hombres, que
garanten su supervivencia después de muertos, que
fundan el poderío de las naciones y apresuran su
desenvolvimiento y su triunfo definitivo. Con un
ejército de niños Bismark ganó la campaña de 1870
forjando ese formidable imperio alemán de hoy. El
inflexible canciller, que tan amante fuera del dere-
cho de la fuerza, confió á las escuelas la tarea patrió-
tica de hacer corazones y caracteres y tuvo en los
maestros, por encima de Molke, sus mejores genera-
les. Las casas donde se enseña á leer, á escribir y á
sumar son templos y al interior de los templos nunca
debe llegar el éco de las disputas callejeras. A la
escuela pública, que todos sostenemos con nuestro
dinero, van las criaturas á beber enseñanzas purísi-
mas, á cantar el himno patrio, que condensa en estro-
fas de oro la grandeza del pueblo oriental, á pene-
trarse de las glorias de nuestra raza, á ilustrar su
espíritu con ideas generosas y amplias que destacan
luego hermosísimas y ya fecundas en los tiernos bal-
buceos del hogar, engendrando las santas curiosidades
de la inocencia.
Esa es la vanguardia y en sus filas vá escondido el
porvenir. En consecuencia, lo que á los gobiernos
interesa, cuando el Estado comprende su misión tras-
cendental, consiste en amasar orgánicamente y de
acuerdo á un plan sábio esa.pléyade de ciudadanos en
miniatura, á fin de que ellos cumplan en su día los
destinos soberbios y de superior localismo que se per-
LA TIERRA CHARRÚA
23
siguen. Allí está el secreto de sucesivos triunfos. Pues
para que éstos sean ménos problemáticos se impone
prepararlos con acierto y larga tenacidad.
Disciplinar los afectos colectivos; romper, como
con arado, la tierra virgen de los corazones infantiles
siempre en idéntico sentido, para orientar idénticas
las predilecciones cívicas ; despertar ardiente en los
pequeños el amor del terruño ; convencerlos, de con-
formidad con la respuesta famosa, de que primero y
sobre todo deben anhelar ser hijos del país donde
nacieron, que es el mejor de todos, el más glorioso, el
más legendario en sus epopeyas : ¡ hé ahí la grande, la
santa tarea!
Conversando una vez con el almirante Scheley nos
decía este noble marino que en los Estados Unidos
es tan constante la preocupación de aumentar la inten-
sidad del sentimiento nacional que á los niños se les
obliga á usar en el ojal banderitas con los colores de
la Unión.
Estos detalles se aprovechan en una nacionalidad
ya constituida, ya firmemente orientada como los as-
tros que navegan por el cielo. ¿ Qué diremos nosotros ?
Mas nosotros, á juzgar por lo que las apariencias de-
nuncian, no pensamos así. En las escuelas uruguayas
echa raíces y encuentra terreno diabólicamente fértil
el manzanillo de los odios históricos. Artigas reúne,
¡ gracias á Dios ! todos los amores, pero de ahí para
adelante desastre completo ! Para algunos maestros,
el general Rivera fué un bribón, para otros Oribe un
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LA TIERRA CHARRÚA.
réprobo y Lavalleja muy inferior al primero citado
en su actuación libertadora. Fuera de debate que en
la casi totalidad de los casos, la figura heróica de don
Manuel Oribe, así como las de Berro, Giró, Leandro
Gómez, Aguirre y demás, resultan empequeñecidas y
despreciadas. Tan mortal veneno, suministrado por
gotas durante lustros y lustros, dirigido á los cerebros
juveniles sin descanso, ha concluido por comprometer
en sus fundamentos el colorido de la historia nacio-
nal. El alumno que quiera salir laureado en los exá-
menes cuando se le interrogue sobre el pasado de la
tierra de todos debe acordarse sólo de algunos y
'agotar el elogio en su beneficio. ¡Niños que ya á los
diez años tienen partido y, lo que es gravísimo, partido
de rencores! El maestro que anheló adelantar, por
muchos años tuvo necesidad de profesar opiniones
extremas, simpáticas á los que mandaban. El editor
de libros históricos, por excelente que fuera la factura
de éstos, ha requerido arrancar capítulos á los aconte-
cimientos, como se arrancan pedazos de entrañas á las
reses muertas, para salir victorioso de la censura ! Ese
lote de exclusiones, perniciosas en alto grado, lo ha
propiciado el gobierno, por treinta y cinco años, de un
sólo partido. ¿Qué imparcialidad resiste á ese espeso
aluvión ?
Movidos por levantados impulsos nosotros quere-
mos protestar resueltos contra esa criminal enseñan-
za de fracción que nos está brindando ya generacio-
nes estrechas, rendidas á la pasión de bando antes
LA TIERRA CHARRÚA
25
que al culto idolátrico, sano y fuerte del país. De esas
generaciones enfermas ha salido el proyecto de erigir
una estatua á Artigas con suscriciones exclusivamen-
te coloradas y de descalificar al gran Lavalleja por
que cuando el sitio de nueve años estuvo afuera!
Recuérdese que ya nos separa una frontera de tum-
bas de los tiempos heroicos y que ya salta á la vista
inicuo, escandaloso, este cisma que nos divide en la
apreciación de hechos enterrados en la memoria bajo
el hielo de medio siglo.
¿Llevaremos nuestra insensatez hasta el punto de
no entendernos sobre algo que á todos nos honra y en
homenaje al trapo colorado y al trapo blanco? ¿Hijos
renegados, insistimos en sacrificar el rico patrimonio
de las leyendas nacionales á pasiones mil veces más
delincuentes hoy porque hoy son artificiales y nada
viril las atenúa?
Hace mucho tiempo que ha debido hablarse claro
en esta materia á fin de apartar al criterio público,
con una propaganda sencilla y desinteresada, de las
temibles rompientes áque la conducen en la actuali-
dad la mentira y la difamación aplicadas á la crónica
de nuestras desgracias y de nuestras venturas. Dis-
parate mayúsculo se comete al afirmar que la tradi-
ción de la libertad y del honor pertenece en exclu-
sivo á éste ó á aquel partido. Blancos y colorados,
han sido actores en sucesos épicos, unas veces, depri-
mentes, otras, turnándose en el error y en la pureza.
Mucho bien hará la repetición de esta verdad cruda y
26
LA TIERRA CHARRÚA
tan repudiada, por los que sólo alentamos el fanatismo
de los principios. La complicidad inmerecida en elo-
gios y vulgares diatribas, resulta incómoda para quie-
nes sueñan para su país con una era de positivas
prosperidades y de verdadera concordia.
En el afán ansioso de acreditar prácticamente que
no partimos migas con los buitres tradicionales y que
repugna al concepto regular que tenemos formado de
lo que debe ser el partidismo bien profesado en la
actualidad, la labor lúgubre de quienes escarban las
tumbas de nuestros grandes hombres para robarles
sus laureles, nos hemos apurado á borronear carillas
de comentario político penetrando con propósito firme
en la selva enmarañada de las cosas viejas.
Absurdo fuera pretender dilucidar puntos enojosos
y de sí extensos en cuatro rasgos de pluma y con cua-
tro conocimientos pobres. Nada de eso. En síntesis
y bosquejando personalidades selectas y eminentes
recorreremos el pasado de la tierra nuestra sin de-
tenernos en pequeñeces: un simple lunar no com-
promete la belleza del conjunto. Empezamos, pues,
este balance rápido de algunos hombres y de algu-
nos sucesos.
27
LA TIERRA CHARRÚA
Artigas y Lavalleja
Artigas es la gran arteria del organismo nacio-
nal. No queremos incurrir en redundancia compro-
metiendo á la vez el propósito breve y filosófico
que perseguimos, reproduciendo aquí la biografía
tormentosa del gran caudillo. Solo interesa repetir
que su figura gallarda llena un inmenso escenario
y que su brazo fuerte fundó la libertad de la tierra
charrúa.
La más extraordinaria característica del general
Artigas la encontramos en su significación local. No
solo en el concepto territorial eramos nosotros parte
integrante y sometida del virrey nato de Buenos Aires.
El mayor esplendor de su metrópoli, el hecho de estar
allí radicada la autoridad superior de estas Colonias,
con todos sus recursos y atractivos, era causa de que
allí se dirigiera normalmente el espíritu de las demás
ciudades en demanda de orientación y de luces. Es
cierto que Montevideo tuvo siempre entidad propia,
como lo acreditan de manera soberbia los aconteci-
mientos tumultuosos de 1808 , pero la fuerza del cen-
tralismo, que sería más tarde base de la causa unita-
ria, era entonces evidente.
Cuando sonó la hora de la virilidad y una ráfaga
preñada de tormentas barrió el cielo de las Pampas,
no hubo, como consecuencia de aquella incipiente dis-
28
LA TIEBRA CHARRÚA
ciplina social, manifestaciones de inmediata discordia.
En el primer instante el calor de la victoria alcanzada
disimuló todo asomo de divergencia y la revolución
de Mayo solo contó adeptos unidos. Con el Paraguay
irreductible sobre una frontera, con el aguerrido ejér-
cito del Alto Perú invasor, por la otra, y teniendo á
la vanguardia, erguida sobre Ja costa del Río de la
Plata, á la ciudad de Montevideo, desafiante dentro
de su cinturón de cañones y de altiveces hispanas, no
había tiempo material para dedicarse al cultivo de
grandes discordias. La patria estaba en sério peligro
y ante todo era necesario salvarla. Y así fué; esa
conjunción desesperada de fuerzas hizo prodigios y
afianzó la libertad común.
En este primer periodo de los acontecimientos
los que luego serían orientales aparecen obedientes
al impulso de la cabeza. El grito de Asencio fué
una repercusión memorable de propósitos coaligados
y, en ese entendido, Artigas pasó á figurar con el
grado de coronel en las tropas enviadas por la capi-
tal del sur contra los españoles de Yigodet.
Pero el gérmen federal estaba en la atmósfera y
pronto se encarnó con creciente firmeza. En efecto,
tan absurda fué la cándida ilusión de España que
consideró posible mantener eternamente bajo el yugo
de su dominación ignorante á posesiones riquísi-
mas, que integran la quinta parte del globo, como
el empeño altanero de ciertos partidos, en los días de
la independencia, que pretendieron atar al destino de
LA TIERRA CHARRÚA
29
una ciudad y de un organismo bien determinado y
definido por la propia naturaleza, á otras ciudades y
á otros organismos de autonomía ya decretada. Tal vez
la idea federal, difundida en forma muchas veces
equivocada, al punto de que su resultado inmediato
fuera á menudo la anarquía, perjudicó en ciertos
momentos históricos el desarrollo de los aconteci-
mientos en beneficio del enemigo común ; pero lo
indudable es que en aquellas doctrinas y resistencia,
estaba el fermento de la verdadera libertad de los
pueblos. La negación enceguecida de esa evidencia
trajo las más lamentables reacciones y preparó domi-
naciones sombrías.
En el seno mismo de Buenos Aires hervían esas
tendencias encontradas que habían de dividir en
dos bandos formidables y de posteridad tan san-
grienta á los más ilustres soldados y pensadores de
la gran revolución. Don José Artigas, que respondía
á las exigencias rebeldes del medio singular en que se
agitaba, no vaciló en elegir camino y así lo vemos
optar por el rompimiento con el poder central en
perjuicio de sus más elementales conveniencias par-
ticulares.
Abrazando los sucesos en conjunto diremos: que
en virtud de esas opiniones adelantadas él empuñó
atrevido la bandera federal que ya en ese entonces
representaba la independencia y el triunfo de salva-
doras instituciones políticas. Pagando tributo á ese
modo de pensar, calurosamente estimulado por el
30
LA. TIERRA CHARRÚA
insigne patriota don Miguel Barreiro, él se aparta
de las líneas sitiadoras, en la apariencia en mérito
de simples diferencias con el general porteño, pero
en el fondo, á causa de radicales y serios desacuer-
dos; acreditándolo mejor así, él emprende su retirada
al norte dando al mundo el espectáculo de un pueblo
qué por imposición expontánea se destierra antes de
ceder á pretensiones ilegales de predominio. Mas
tarde, siempre consecuente, él que ha abonado la
rectitud de su pensamiento cívico rechazando las
propuestas acariciadoras de los sitiados, quiebra se-
veramente las ambiciones argentinas y después,
cuando ese centralismo vencido é impotente por sí
desata sobre nuestros padres el castigo endemoniado
de la invasión portuguesa, cae para levantarse en-
vuelto en la bandera gloriosísima del Catalán, de
Corumbé y de Tacuarembó. Ese es Artigas y esa es
su mayor grandeza.
En épocas difíciles y oscuras, cuando todo era des-
orden y caos; en días crudos, cuando estas sociedades
crugían en sus cimientos bajo el flagelo de marejadas
oceánicas, el caudillo del Uruguay, desamparado, po-
bre, sin armas, sin poseer siquiera el acicate que brin-
dan las deleitosas recompensas materiales, pero con-
ciente de su prof ética misión política, fué inquebran-
table en su afán y, aún en la derrota, clavó con garra
de águila la bandera de la independencia en las
cumbres del futuro.
Discutir á Artigas es lo mismo que discutir la na-
LA. TIERRA CHARRÚA
31
cionalidad, y negarle sus espléndidos atributos histó-
ricos vale tanto como negar nuestro derecho á la vida
y á la autonomía. A sentar esta absoluta no nos indu-
ce el capricho de una pasión.
El fatalismo de los acontecimientos señaló á Arti-
gas para ser el ejecutor de grandiosos designios liber-
tadores y nuestros anales dicen, con la elocuencia de
fechas y de acciones memorables, que el héroe supo
corresponder á las exigencias airadas de su época.
Para algunos, el Jefe de los Orientales precipitó los
sucesos empeñándose en un esfuerzo plausible y sano
pero temerario: todavía su país carecía de elementos
constitutivos suficientes y de carácter para poner tér-
mino á su minoría de edad con el recio empuje de la
independencia. Para otros, él f ué el intérprete incons-
ciente de una aspiración general, á base de granito,
que engendró largos desórdenes y trajo como resul-
tado de sus imprudencias la peligrosa calamidad de la
intervención lusitana: mucha luz hermanada á muchas
sombras y, por corolario, el latigazo de la conquista
por una raza enemiga. Quienes, y esta es la inmensa
mayoría, proclaman digno al paladín de la alabada
obra cuya solidez y justa razón de ser se acredita con
nuestras prosperidades presentes: al través de los
tiempos y de tantas catástrofes el ideal bendito ha
acentuado su colorido sin sacrificio, sin adulteración,
sin desdoro de la viril envergadura artiguista. Esta
última acepción la ha hecho ya suya la juventud nati-
32
LA TIERRA CHARRÚA
va y será confirmada en el libro y en el mármol por
las generaciones venideras.
Probando que nuestra autonomía proviene de cir-
cunstancias fortuitas, reconocidas en un día de gene-
rosa humorada por nuestros vecinos, tan malhumorados
siempre, se acreditaría la veracidad de los dos prime-
ros asertos que calurosamente repudiamos.
Nuestra original configuración geográfica proclama
emancipación por nuestras fronteras, definidas en
mucha parte como tales antes de ser ellas confirmadas
por la legalidad de la victoria: el molde estaba pronto
cuando todavía el metal hirviente que había de lle-
narlo se fundía. El Uruguay, el Plata y un océano,
abrazando sus aguas alrededor de una tierra ferací-
sima, á la que prestan costas magníficas y puertos tan
favorecidos que parecen dibujados por una mano
sabia, especialmente interesada en beneficiarnos, dic-
taron con autoritarismo inflexible una sentencia re-
dentora usando el mismo gesto jactancioso de los
Andes erguidos inaccesibles entre las Pampas y el
Mar Pacífico, haciendo la guardia á los destinos de
una nueva y vigorosa nación. De Suiza, exclamó Na-
poleón en ocasión notoria: «La naturaleza os ha
hecho para que fueseis un estado federal. Ningún
hombre razonable trata jamás de conquistar la natu-
raleza. »
¡Y cuidado que era tímido el orador para quebrar
su cerviz á las más altas montañas ! De nuestra línea
septentrional nada afirmamos. Ella estuvo donde hoy
LA TIERRA CHARRtJA
33
no está, y si sabemos aprovechar las situaciones, ya
que sus antecedentes la presentan elástica y camina-
dora hacia el sur, puede que el porvenir la reconduzca
á sus primitivas posiciones soj^Efi p! río Tbmn.y, que
son las naturales.
El diverso temperamento local presta matiz es-
pecial á nuestra idiosincracia. Los charrúas que
extendían su dominación fuerte sobre una faja de
más de sesenta leguas de largo, paralela á la ribera
del Río déla Plata, daban el más extremo acento al
espíritu belicoso de las innumerables tribus guerreras
acordonadas en su mayor cantidad sobre el Uruguay.
No es necesario remontar el pensamiento al sacrificio
novelesco de Juan Díaz de Solís para concederlo así.
Sabido es que una de las más graves preocupaciones
de los primeros días de la organización nacional f ué el
problema de reducir á los pocos aborígenes que aun
sobrevivían. El arrojado Bernabé Rivera pagó con su
vida la imprudencia de querer concluir á ponchazos
con una raza bravia que murió valerosa, acorralada
por la civilización y aplastada por el número. Agre-
gúese á este factor rudo el refuerzo de otros antece-
dentes interesantes y poco tardaremos en encontrar-
nos frente al tipo bien caracterizado de una sociabi-
lidad propia.
Las crónicas de las épocas en que todavía se re-
zaba en los nativos hogares por Nuestro Señor Fer-
nando VII, cuentan que el mayor refinamiento y más
exquisita cortesía de los hijos de Buenos Aires sobre
i
34
LA TIERRA CHARRÚA
los habitantes de Montevideo era debido á que aque-
lla fué fundada por gentes de mejor alcurnia y de
distinta procedencia étnica. Dentro de la apasionada
rivalidad que asoma por encima de afirmación tan
soberbia, es indudable que todo en ella no resulta
mentira. Tal vez fué la de don Pedro de Mendoza,
fundador de la metrópoli inmediata, la expedición
más espléndida que surcó nuestras aguas. Integrada
por pei’sonas en su gran mayoría de blasones, hasta
un hermano de leche de Santa Teresa de Jesús —
lo que en esos tiempos mucho valía — figuraba en el
número de los exploradores. Precisamente esa misma
composición noble fué causa de lamentable fracaso
de un poderoso intento conquistador. Si bien la an -,
tigua versión de que los buenos aires aspirados por
Sancho García, al poner pie en tierra, dieron nombre
feliz á la ciudad que allí se d elineó, ha sido destruida
por posteriores y más concienzudas investigaciones,
todo prueba que, más que nada, el capricho del acaso
y lo mucho de la necesidad y del cansancio decreta-
ron la fundación de la capital maravillosa^ del pre-
sente en el paraje aproximado en que está ubicada.
Ningún propósito firme de ulteriores resonancias in-
clinó en aquel sentido al primer Adelantado. Por lo
demás, Andalucía y Castilla habían concurrido en
primera línea á preparar el cuerpo expedicionario.
En cambio, Montevideo, menos aristocrático, tuvo
su mejor y más importante plantel de pobladores en
los inmigrantes canarios traídos por Alzaibar. Todas
LA TIERRA CHARRÚA
35
gentes de honestos antecedentes y hechas para tra-
bajos penosos. Elementos metropolitanos de otro
relieve, laboriosos, sin vacilaciones para agachar la
espalda en lucha con la tierra, callados, casi ásperos,
contribuyeron á dar diferente rumbo á nuestro tem-
peramento.
Por otra parte, en contrapunto á Buenos Aires,
la fundación de la capital oriental respondió á exigen-
cias militares imperiosas. A fuerza de sabido casi
huelga repetirlo.
El apremio de poner coto á los audaces avances
portugueses por mar, simultáneos de idénticas tenta-
tivas terrestres, obligó á las autoridades españolas
á ocupar militarmente nuestra preciosa bahía, ya de-
nunciada por la inteligente codicia de aquellos. Así
nació Montevideo al pié de su Cerro y encajado en
las arideces de una península peñascosa castigada
en sus flancos por olas y por vientos salinos. No fué
un impulso de vanidad sinó el deber estratégico y
el apuro de una defensiva los que decretaron su
nacimiento. Testimonio de un sólido poderío, labrado
sobre la frente de las rocas costaneras, lo incierto y
cruel de su futuro estaba allí escrito. Creada en una
hora de conflictos, ella, como los hijos engendrados
en momentos de congoja, había de caracterizarse por
sus fiebres, por sus bizarrías y por sus romances.
No menos austero fué el origen de la Colonia del
Sacramento, nacida mucho antes. La misma ambición
lusitana había arrojado el reto de una terrible provo-
36
LA TIERRA CHARRÚA
cación batiendo sus cimientos á la vista de Buenos
Aires. Planes de absorción, famosamente combatidos
por cancillerías y milicias, tenían apoyo en aquellas
murallas de granito.
Maldonado tuvo ubicación á la vanguardia, tam-
bién en avanzada guerrera y en calidad de recia atalaya.
Por otra parte, Paysandú surgió en los días extra-
ños de la guerra guaranítica, como punto hábil para
servir de eje álas columnas expedicionarias; y la se-
rie de fuertes, tirados por el extremo del territorio,
cordón fronterizo lleno de púas, evidencian que en
nuestro país todos los pueblos fundados durante la
conquista tuvieron antecedentes de exigencias ofen-
sivas y defensivas.
Completemos este cuadro militar recordando las
campañas de reivindicación sostenida alrededor de la
Colonia, que alcanzaron trascendencia europea; las
invasiones de los mamelucos — ¡ por todas partes la
amenaza portuguesa ! — que obligaban á los pobla-
dores á estar en perpétuo pie de guerra para elu-
dir la esclavitud y evitar el despojo de sus hacien-
das; las visitas de piratas y de merodeadores en el
sur, que también aguzaban el instinto bravio; y las
graves convulsiones de los indios guaraníes muy
particularmente, que á tantas sangrientas represio-
nes condujeron, y dígase si del fondo de semejantes
sucesos pudo jamás surgir un tipo local que no retra-
tara en su temperamento el extraordinario espíritu
belicoso de una raza que se formó en el culto de las
armas y en la práctica emocionante de la guerra.
LA. TIERRA CHARRtjA
37
Con seguridad posée composición parecida el pro-
ducto propio de las comarcas circunvecinas, pero
ninguno mas neto y vigoroso que el brotado en nues-
tras campañas. Ese mismo contrabando que asumió
en aquella época vasta amplitud, en mérito á vitales
apuros económicos, y cuyo estudio minucioso tanto
interesa por las proyecciones decisivas que tuvo, se
manifestó de manera singular en el lado izquierdo
del Plata. Nuestras costas, cómodas y de gran ex-
tensión, imponían el tráfico prohibido por ellas y en
esa virtud nuestro país, al sur, fué centro de impor-
tantísimas especulaciones fomentadas por el comer-
cio de Buenos Aires. Las penas gravísimas aplica-
cadas por las leyes españolas á los culpables de
introducción por su cuenta de efectos y artículos va-
rios, en cambio de cueros y grasas, obligaban á las
personas interesadas en esas empresas á toda clase
de aventuras y de peligros. Pues á esa escuela de
movilidad constante, de inquietudes, de alternativas
y de arriesgadas astucias, algo debieron de su varo-
nil idiosincracia los criollos de esta tierra.
Cuando las invasiones inglesas, primera oportuni-
dad presentada para exhibir bríos propios, los he-
róicos voluntarios de Liniers, organizados exclusiva-
mente en esta banda por el enérgico Ruíz Huidobro,
acreditaron el buen temple de su acero. A precio de
hazañas se adquirió para nuestro Montevideo el título
de Muy Fiel y Reconquistadora; y además, el derecho
concedido de poner en su escudo banderas británicas
38
LA TIERRA CHARRÚA
abatidas demuestra á las claras que la madre patria,
desde el primer momento, discernió á los nuestros el
honor de la jornada.
Esos preliminares pujantes tienen relieve más de-
cidido del que puede atribuirse á un simple instinto
egoista: ellos perfilan un carácter cuyas singulares
ardentías no desmiente feliz ó desgraciadamente lá
crónica de los sinsabores corridos en persecución de
un ideal institucional siempre esquivo.
El gaucho oriental fué el resultado gráfico de aque-
lla coordinación de corrientes diversas y de antagó-
nicas costumbres refundidas.
Porque, e xcepción hecha de los pobladores de Co-
rrientes, de Entre Ríos y del sur de la provincia de
Río Grande, nuestros criollos de la época inmediata-
mente anterior al período revolucionario, eran muy
distintos de las demás razas, diré así, diseminadas
por estas regiones inconmensurables del sur.
En alguna parte el brillante criterio histórico de
Buckle tendría ventajosa sanción si fuera aplicado á
este caso de manera sesuda y minuciosa. El_ medio
nuestro, con sus especiales atractivos naturales; un
clima reparador y hermoso, sin alternativas de cruel
brusquedad; un suelo de inacabables encantos topo-
gráficos, que combina sus caprichos en un continuado
consorcio de valles y de alturas, y, como consecuen-
cia de ésto, una red de aguas fluviales dispuesta con
prodigioso acierto y abundancia de venas, y luego,
florestas exuberantes, campos eternamente floreci-
LA TIERRA CHARRÚA
39
dos, ganados de famoso engorde y yeguarizos que no
conocen el cansancio; todos esos elementos aliados
debieron de actuar con eficacia en sentido fuerte al
través de cien años largos de elaboración.
A tal marco correspondía una tela de altanerías y
de audacias. Y asífué. La musculatura física de nues-
tros padres tuvo resistencias de hierro. La doma de
potros, los viriles entretenimientos rurales, las mar-
caciones de novilladas serranas, á campo limpio, en
ninguna otra parte se hicieron con mayor lujo de
osadía que en el fondo de nuestras comarcas.
El empuje de los brazos orientales lo escribieron
las nativas lanzas con memorables bravuras de van-
guardia en todas las batallas libradas por la libertad
local y vecina.
En cuanto á nuestra musculatura sentimental, todo
queda dicho sobre las infinitas fierezas de los criollos
recordando que todas las lomas y todas las llanadas
del país han sido escenario de peleas sostenidas con
rábia patriótica.
Cada tierra según sea mayor ó menor su fecundi-
dad, y en esto igual á todas las madres, genera y nu -
tre energías más ó ménos robustas. Del seno de las
Pampas, aridas, sin una arruga, solo abundantes en
monotonía, con sus pastos tísicos, quemadas por el
sol y barridas por vientos huracanados que alzan al
cielo, para oscurecerlo, nubes asfixiantes de polvo; de
esa inmensa chatura debió surgir y surgió, para com-
pletarla, una entidad mediocre, desprovista de bríos,
40
LA. TIERRA. CHARRÚA
sin gallardías, agena á los ímpetus déla aventura y
dócil para el despotismo. En ratificación de este
aserto transcribo el siguiente comentario hecho por
el general Virasoro, en presencia del general César
Díaz, poco antes de Caseros y con motivo de encon-
trar en todas partes idéntico espíritu de fidelidad al
opresor : « Es increíble, decía, que un país tan mal tra-
tado por la tiranía de este bárbaro, se halle reunido
en masa para sostenerlo. ¿Creerá usted que no he
encontrado aquí de quién tomar noticia alguna? He
interrogado más de media hora á un hombre viejo, el
único que he encontrado en estas inmediacion es, y á
ninguna de mis preguntas ha querido satisfacer. El
dueño de esta estancia, hombre de buen sentid o y ca -
paz de apreciar debidamente la situación de las cosa s,
ha pasado también una hora de conversación conmi-
go, sin ser más franco que el paisano. » ( 1 )
Pero mejor que nada acredita esa blandura prima
el buen suceso de la insoportable tiranía de Rozas, en-
carnada durante veinte años, con tenacidades de cán-
cer, en el pecho de una nacionalidad. Juan Francisco
Quiroga, Estanislao López, Ibarra, el Fraile Aldao,
¿qué fueron si nó señores feudales de provincias me-
diterráneas y dueños, hasta que la casualidad inte-
rrumpió su dominación brutal, de la voluntad y de las
ideas de inmensas masas de pueblo?
j Del seno de las plataformas [montañosas que for-
(I) La Dictadura do Rosas por Mariano A. Pelliza (pág. 450.)
LA TIERRA CHARRÚA
41
man nudo en las proximidades centrales del conti-
nente; de entre las cumbres de mole gigantesca, hosti-
les al intercambio y á las comunicaciones que facilitan
el acceso de influencias civilizadas; con sus cambios de
temperatura torturadores, aliados el polo y los trópi-
cos ; sin mar, en reino absoluto de soledades y de
aislamiento, debió brotar y brotó, porque los extremos
se tocan, un producto manso, dulce, de pocos pruri-
tos ofensivos, de cualidades sedentarias y huérfano
de aficiones bullangueras. Así están cortados los ha-
bitantes del Alto y Bajo Perú. Sin sentirlo, sin expe-
rimentar alivios en las callosidades que labrara el
yugo sobre su cuello, ellos pasaron de la esclavitud
colonial á la independencia. Bolívar y San Martín tu-
vieron que llevarles la libertad cuyos beneficios igno-
raban.
Finalmente, del seno de territorios que armonizan
en su aspecto la línea recta con la línea curva; que
reúnen en un matiz suave los más distanciados colo-
res de la paleta; sobriamente pródigos ; que huyen de
la exageración en todas sus cualidades; que no tienen
altísimas montañas, pero que poseen graciosas serra-
nías ; sin grandes llanos pero con declives y retazos
de planicie á cada trecho ; próximos á la costa, que
trae resonancias de prosperidad; que ofrecen mucho
de sí, siempre que se sepa aprovecharlos, debió des-
bordar y desbordó un preparado robusto y rebelde á
las sumisiones del brazo y de la mente. Su caracterís-
tica la señalan pasiones turbulentas, amor entrañable
42
LA. TIERRA CHARRÚA
al terruño y á sus fueros indómitos y, como conse-
cuencia, un poder enojoso de susceptibilidad. Ahí es-
tán abonándolo, por un lado y con un sello propio,
esos araucanos de costumbres sencillas cantados por
Ercilla, que tantos orgullos conquistadores quebraron
en sus legendarias resistencias contra el invasor, — bien
heredados por sus descendientes; y, por otro, nues-
tros charrúas de bizarra fama; y haciendo cimiento de
ellos el criollo oriental, guapo, generoso y paladín
esforzado de dos cariños soberbios y fanáticos como
él los entiende : su patria y su partido.
En consecuencia, el tipo nacional estaba bien boce-
tado en nuestra tierra cuando por una de esas comu-
nes ironías del acaso la ambición napoleónica plan-
teó decididamente el problema de la independa ame-
ricana al volcar su irruyente absolutismo sobre el
suelo de la metrópoli. El general Artigas tuvo la saga-
cidad de así entenderlo y de aprovecharlo en la rea-
lización de sus deslumbradores ensueños.
Sobrada autoridad tenía para ello. Sien un rumbo,
su sangre patricia, enriquecida y limpia de toda man-
cha, venía de los primeros pobladores de Montevideo,
en otro sentido su interesantísima actuación indivi-
dual lo ligaba al nervio de las masas campesinas.
Como hacendado de importancia, él adquirió el só-
lido prestigio que daban entonces la vaquía en los
trabajos rurales unida á una aplomada serenidad en
el peligro. Como Jefe de la Partida Tranquilizadora,
creada por iniciativa de los elementos conservadores
43
LA TIERRA CHARRtJA
de mayor caudal, paga por ellos y colocada expresa-
mente bajo sus órdenes, puso base de inextinguible
memoria á su reputación de soldado. Como superior
á la vez que amigo celoso de sus subalternos, amol-
dando los difíciles deberes del cargo represivo con
las exigencias humanas de cada caso, labró su influen-
cia trascendental en el alma de multitudes apasiona-
das y viriles.
Sobre el apoyo triple de esas fuerzas clavó luego su
acatada autoridad de gran caudillo. El día en que
los vientos trajeron ecos de cosas extrañas y rodó po r
el lomo de las cuchillas un rumor ronco anunciando el
advenimiento de un nuevo régimen político, el capi-
tán de blandengues puso antes que todo el oído sobre
el corazón de sus soldados, de sus amigos y de sus
compatriotas, y al sentirlo latir precipitado, movido
por palpitaciones redentoras, comprendió que el por-
venir se aproximaba á pasos rápidos y, consciente de
su misión, disimulando ansiedades... esperó. — El
astro de mayo estaba ya en el horizonte y los criollos
se inclinaban instintivamente hacia él, atraídos por su
esplendor, con la misma curiosidad sabia y vivifi-
cante de las plantas que extienden siempre sus ramas
buscando la luz del sol.
La oportunidad se presenta muy pronto y sirvien-
do de intérprete á los definidos sentimientos locales
el futuro libertador cruza el río para empezar la se-
gunda faz de su carrera con un acto de humildad que
en el fondo lo violentaba : prestar acatamiento á las
44
LA TIERRA CHARRÚA
autoridades revolucionarias porteñas empeñadas en
la tarea de convertir á togados en generales.
Artigas no tenía confianza en la solidez de solda-
dura tan artificial. El elemento universitario de la ciu-
dad miraba con desden imprudente á los elementos
ganaderos y productores del interior, en la certeza
probablemente de que era correspondido, pero sin
sospechar, á buen seguro, que las muchedumbres
andariegas, menospreciadas entonces, serían las lla-
madas á consolidar el triunfo sin necesidad de ocu-
rrir á descabelladas cataplasmas monárquicas.
En plazo muy breve el tiempo dió razón á las amar-
gas presunciones del Libertador que recien entonces,
agotados los medios legítimos de concordia, se decide
á exhibir al desnudo el grandioso afán cristalizado ya
en su pensamiento de soldado indomable.
Es cuando se intenta aplastar arbitrariamente las
energías de su pueblo, coartándole el derecho de ele-
gir sus autoridades, repudiando á sus diputados y
reproduciendo los desmanes de la conquista en la
acción militar sobre el territorio, que Artigas tira los
dados y desenvuelve la acariciada audacia.
En ese momento decisivo y fuerte resalta gigan-
tesca su figura de luchador y se impone el altruismo
de su conducta. La sumisión al poder central impor-
taba tranquilidad, holgura, honores fáciles y con
seguridad excepcionales. La lidia con el mismo ofre-
cía la promesa de todo género de calamidades y de
infortunios, tan hondos como puede decretarlos una
orfandad absoluta de recursos.
LA 1 IERRA CHARRÚA
45
La historia nos dice si esa perspectiva adquirió ó
no contornos de cruda realidad. Pero esta última ac-
titud era. la exigida por el espíritu de sus contempo-
ráneos y el caudillo, sintiéndose capaz de cumplir su
misión redentora, se lanzó resuelto á la corriente.
La empresa era árdua, nadie mejor que él lo sabía,
pero naturaleza de estirpe superior encontró halagos y
nuevos acicates en las probabilidades adversas de la
aventura. Al adoptar aquella tan heroica resolución
de protesta, Artigas ganó amplio derecho á la inmor-
talidad é hizo de su nombre una leyenda y de los pos-
teriores episodios de su agitada vida los grandes es-
labones de la infancia nacional. ¡ Bendita sea una y
mil veces su memoria que vivirá en el recuerdo tanto
como el culto de los más sagrados ideales !
Las célebres instrucciones trasmitidas por escrito
á los representantes orientales al Congreso General
Constituyente, instalado en la ciudad de Buenos Ai-
res, tallan en marmol el prestigio de nuestra Revo-
lución.
Nunca las ideas federales tendrán detalle más elo-
cuente. Allí están netamente exhibidas las aspiracio-
nes enérgicas y patrióticas de nuestros antepasados.
El hecho de que Artigas aceptara la dependencia con-
federada, es decir, una fórmula restringida de sobe-
ranía, en nada reduce su estatura de atleta. Ese aca-
tamiento á las necesidades prácticas de la época
demuestra que no fué un propósito anárquico el que
lo indujo á sublevarse contra el centralismo sino el
46
LA. TIERRA CHARRÚA
deber sentido y razonable de salvar el decoro y los
fueros de sus paisanos. Con el correr de los años la
República Argentina, para organizarse, había de ce-
der á las solicitudes equitativas, repudiadas en 1813
con el mismo asco con que se aparta la vista de una
escena bochornosa, consagrando en la muerte el
triunfo del Libertador.
Colocada la lucha en situación desigual adquirió
carácter abrumador, heróico, cuando la oligarquía
porteña descolgó por nuestra retaguardia el peso in-
sostenible de la invasión portuguesa.
Mayúscula zoncera sería dirigir críticas acerbas al
Imperio por haber procedido ilegalmente á la ocupa-
ción militar de este territorio, cuando es asunto pro-
bado hasta la evidencia que el Brasil, de si encelado
por muy explicables anhelos de poder io, obedeció á
las nefandas sugestiones de los directoriales.
Ellos son los culpables de aquella gran felonía
cuya sombra aumenta á medida que se disipan las ca-
lumnias acumuladas «por el odio sobre el nombre es-
clarecido del Libertador. El despecho condujo á los
políticos argentinos á extremos siniestros que tanto
se llorarían. Más tarde, muchos años después, ellos,
convencidos del gravísimo error cometido, ayudaron
eficazmente á la empresa de los Treinta y Tres y se
retractaron de su obra combatiendo arrepentidos en
Ituzaingó contra el brasilero y por la libertad de una
raza que ellos, llamando al portugués, esclavizaran.
LA TIERRA CHARRÚA
47
Desaparecido para siempre de su teatro el Jefe de
los Orientales, después de sus imponentes desastres,
el vencedor limó, hasta trabajar en carne viva, las
garras de la insurrección. Pero una vez que asentó
bien su dominio hizo lo indecible por insinuarse en
el ánimo de los nativos para comprar así sus simpa-
tías y adhesión. El barón de la Laguna, hábil general
pero que resultó más hábil como diplomático, puso
toda su energía al servicio de esta política, mansa
y disolvente de las rebeliones, al estilo de aquella des-
envuelta victoriosamente por el Cónsul Flaminio en
la Grecia reducida por las armas romanas. Algo, mu-
cho, desfibró aquella tarea del talento, acentuada por
el propio general Lecor, en sentido social, mediante
su entroncamiento por matrimonio con una ilustre
familia de patriotas. Explican las deserciones enton-
ces producidas, muy valiosas pero aisladas y, como
veremos, transitorias, el cansancio provocado por
una guerra de exterminio y el fenómeno natural de
aplastamientos repadores que subsigue á toda activi-
dad exagerada del músculo.
Pero, á pesar de engaños, de cortesías y de casti-
gos, el sentimiento de la libertad se conservó completo
y virgen en las campañas, protejido por el escudo de
las pasiones colectivas. Jamás se apagaría — ¡ y vaya
si es verdad! — el ideal de la independencia porque él
estaba disuelto en las aguas de nuestros ríos y clavado
en la tierra con la firmeza con que se hunden en ella
las raíces de los árboles más corpulentos.
48
LA TIERBA CHARRÚA
Condensaremos en breves párrafos el comentario
de sn encarnación épica, al conjuro del gran Lavalleja,
cuando hablemos de este otro oriental benemérito. Mas
el testimonio de ese retoñamiento venturoso, casi diez
años después de sufrido el desastre total, acredita,
con fuerza superior á todos los documentos y suspica-
cias acumuladas, que el afán autonómico del general
Artigas no fué producto de una soberbia individual,
pero sí simple reflejo de las aspiraciones impacientes
de un pueblo viril, noble y capaz de fundar y sostener
su soberanía. Admitamos, para combatirlo, un argu-
mento emitido y falso que se defiende manifestando
que el Libertador, al resolver airadamente el problema
de la libertad de su tierra, retardó el cumplimiento de
espléndidos destinos lanzándonos en brazos de la
guerra civil en perjuicio de la causa común.
¡ La cauba común ! ¿Quiénes, sinó los hombres de
estado porteños, la abocaron á peligros irreparables
propiciando esa invasión lusitana de 1816 que duran-
te lustros sembró de este lado del Río de la Plata
un idioma distinto, costumbres y tradiciones exóti-
cas, contradictorias con nuestro pasado, que to-
davía ofrecen rastro indeleble en los departamentos
situados al norte de nuestro Río Negro ?
Y en el supuesto de que hubiéramos seguido for-
mando parte integrante de las Provincias Unidas
hasta que llegados á un remanso cómodo se produ-
jera la oportunidad redentora, ¿ acaso habríamos me-
jorado de porvenir? La suerte de las demás provin-
LA TIERRA CHARRÚA
49
cias argentinas, atadas servilmente al dominio auto-
ritario y despreciativo de la capital, la habríamos
compartido. En coro con todas ellas Rozas fuera
aclamado tirano otorgándosele el derecho estupendo
de disponer á capricho de nuestras muchedumbres,
inocentes de sus atentados, y confiando, á su mano
de déspota el manejo inconsulto de las Relaciones
Exteriores, la clausura de nuestros ríos, de nuestros
corazones libres, etc., etc.
— ¡Que la independencia de este suelo fué prema-
tura y como tal nos regaló escenas lúgubres de cons-
tante fratricidio !
Encarados así los grandes acontecimientos séa-
mos más realistas que el rey y afirmemos, á nuestra
vez, que ninguna circunscripción de Sud- América
estaba preparada para gozar de los inestimables bene-
ficios de la libertad cuando el destino colocó á ésta
en su ruta.
¿Es que alguna otra provincia nos aventajaba ea
madurez política? Absurdo, suponerlo así. Tomado
en conjunto, ¿dígase si un mundo novísimo, mal
poblado, puesto materialmente bajo llave por la estu-
pidez de la madre patria, que apenas se animaba á
mirarlo al través del ojo de una cerradura en el temor
de perderlo, regido por leyes económicas sangrien-
tas, al que le estaba prohibido comerciar, sin empre-
sas, ni industria alguna, sin contactos con el extran-
jero, cuyo acceso estaba vedado, dígase si ese mundo
50
LA TIERRA CHARRÚA
podía encontrarse en 18 LO en condiciones de vivir
sin trastorno por cuenta propia?
El mayor génio político y militar del continente
exclamaba una vez, abatido por los desencantos : « Me
ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien
que hemos adquirido á costa de todos los demás. » Y
posteriormente, en carta conocida al general San Mar-
tín, cuyos destellos no desmienten la alta procedencia,
insistía Bolívar: « Ni nosotros, ni la generación que
nos suceda, veremos el brillo de la República que esta-
mos fundando. Yo considero la América en crisálida:
habrá una metamórfosis en la existencia física de sus
habitantes; en fin, habrá una nueva casta de todas las
razas que producirá la homogeneidad del pueblo. »
¡Claro! ¿Qué herencia de luces podía haber de-
jado el inaudito atraso español en la América entera,
cuando el virrey Abascal decía en un bando : « que
los americanos eran hombres destinados por la natu-
raleza á vegetar sólo en la oscuridad y abatimiento » ;
cuando con motivo de haber solicitado la ciudad
de Mérida permiso para fundar una universidad, la
administración fiscal declaraba: « que no era conve-
niente propagar la instrucción en la América española
en donde los habitantes parecían destinados por la
naturaleza á trabajar en las minas » ; cuando se casti-
gaba severamente la introducción de libros elemen-
tales, se prohibía el cultivo de la vid y no se permitía
el tejido de paños ?
No ; apreciando de tal manera el huracán de princi-
LA TIERRA CHARRÚA
51
pios del siglo pasado, todavía estaríamos discutiendo
las conveniencias de la emancipación.
La libertad es demasiado preciosa para someterla
al freno de las tarifas.
Por lo demás, esas disensiones internas que se nos
reprochan han sido el forzoso aprendizaje de todas
las naciones hermanas. Estados Unidos, ejemplar, que
nos exhibe aquella espantosa guerra de partido, lla-
mada de Secesión, no consigue escapar á la ruda crítica.
Con independencia ó sin ella el pasaje de la edad
adolescente á la edad viril debía ser fatalmente acom-
pañado de profundas agitaciones, denunciadoras del
cambio de sangre y de tendencias.
¿Artigas fué fundador ó precursor de la libertad
del pueblo oriental: la luz misma ó simplemente
signo de la alborada, como esa estrella peregrina, la
última de la noche, que aparece en el fondo del cie-
lo pregonando las claridades del nuevo día? A esa
pregunta, que ya no tiene razón de ser porque ya la
personalidad del heroe ha sido desagraviada por los
primeros escritores de la República, debemos contes-
tar, sin indecisiones, que el general Artigas no usur-
pa en la realidad el título glorioso de Libertador que
para él ha tejido, después de más de cincuenta años,
el consenso unánime de sus descendientes.
Es precursor el que sin acertar con la solución
verdadera de un problema, sin ofrecer el esfuerzo
final que despeja totalmente la dificultad, acumula
elementos de esclarecimiento capaces de conducir,
52
LA TIERRA CHARRÚA
complementados, al fin perseguido. Es precursor
quien rompe la tierra y aun abre el surco sin arrojar
en su seno la semilla cuyo desarrollo busca; quien si
tiene pensamiento no lo acompaña de la acción, que
hace triunfar, y si tiene acción no posée aptitudes
suficientes para imprimirle el rumbo certero que le
corresponde.
Es precursor de un invento mecánico el obrero que
se anticipa concibiendo una maquinaria ó creando un
aparato análogo que servirá luego de base para ensa-
yos y perfeccionamientos definitivos; es precursor,
como el trueno lo es de la tormenta, el tribuno que
enardece con su palabra de convencido el corazón de
las multitudes y que las educa y disciplina para que
mañana una voluntad superior- api oveche lo obrado
y las conduzca al palenque; es precursor de los liber-
tadores el apóstol que engendra y difunde el dogma
sacrosanto, el mártir que con su sacrificio prepara la
sublime empresa, el pensador que se duerme y que
despierta soñando siempre con el ideal de la patria.
Pero funda el hombre que abona con la sanción
del brazo el anhelo acariciado por el cerebro en
horas de un insomnio perpetuo; funda quien dice :
ambiciono clavar la bandera allí, en aquella cumbre»
y decretando la victoria con su palabra emprende la
marcha, vadea torrentes, cruza selvas, evita ó afronta
peligros, para vencerlos, y llega hasta donde quiso
llegar y triunfa, aunque sea por un instante: quién
venga después de él y haga lo mismo que hizo él solo
la tierra charrúa
53
obtendrá los honores de una ratificación; funda, em-
presas industriales el espíritu fuerte que dueño de
una iniciativa la calca en la practica, consigue adhe-
siones y acaba por imponer su esfuerzo ; funda sis-
temas científicos el sábio que crea una fórmula pro-
pia y luego la demuestra sobre la pizarra; funda, en
fin, una nacionalidad el ciudadano que un día sintió
en su alma el mordedor de las grandes aspiraciones,
quiso lanzar de su terruño al advenedizo que lo opri-
mía, y al siguiente inflingió derrotas y logró victo-
rias en nombre de esa noble divisa, consiguiendo al
fin ceñirla sobre la frente temblorosa de una patria.
Los precursores de Cristo fueron los profetas, di-
vulgadores de la buena nueva; Yoltaire fué el precur-
sor de la revolución francesa; los Comuneros del
Paraguay, Tupac Amarú, las víctimas de Cocha-
bamba y de La Paz, se adelantaron en tres, dos, ó
una etapa á la revolución sud-americana.
A pesar del posterior eclipse de la monarquía exó-
tica de Maximiliano, Iturbide es el fundador de la in-
dependencia de Méjico; de la de todo un continente
lo son Bolivar y San Martín, á pesar de sus infortu-
nios y desaciertos; en Chile nadie sostiene que Martí-
nez de Rozas, un audaz propagandista y revolucionario
no sea el fundador de la libertad nacional ; Bolivia tie-
ne en Sucre al padre de su emancipación ; Artigas fué
el fundador neto de la independencia oriental.
Se recuerda, para destruir tal aserto, que nuestro
indomable antepasado sólo pudo dar vida efímera á
54
LA TIERRA CHARRÚA
sus afanes, pues la dominación portuguesa pronto
puso término á los beneficios adquiridos.
Mas tal argumento sólo alcanza á probar que el
recio ideal tuvo graves alternativas antes de cuajar
definitivamente. Él no posee otro valor de convicción.
El hecho incontrovertible es que utilizando los
cimientos y las paredes angulares creadas por el in-
signe caudillo — tal vez reduciéndolos — se levantó
por sus prosecutores el edificio de la independen-
cia nacional. Ninguna idea nueva, ningún concepto
fundamental, ninguna enmienda agregaron al pri-
mitivo plan redentor los herederos del heroe que
al dormir su último sueño en el fondo de las selvas
paraguayas pudo pronunciar iluminado y respecto á
su obra inextinguible la misma frase pronunciada en
1809 por un ciudadano paceño, culpable de amar
mucho á la libertad, en circunstancias en que lo lle-
vaban al patíbulo: « La hoguera que he encendido
no se apagará jamás. »
La patria de los orientales se ha concluido de or-
ganizar bajo los auspicios de la vigorosa política pla-
neada por quien la forjó sobre el yunque imperfecto
de su época, entre júbilos y entre desesperaciones.
Y con esto no está dicho todo. Artigas quería y
obtuvo más jurisdicción territorial de la que hoy
abrazan nuestras fronteras. Imponiendo esta certi-
dumbre, que conviene refrescar, en el espíritu impre-
sionable de las generaciones que llegan, para que
mucho la mediten, ahí está la ciudad de abolengo, la
LA TIERRA CHARRÚA
55
soberbia Córdoba, ofreciéndole una espada en testi-
monio de homenaje y acatamiento con la expresiva
dedicatoria: « Córdoba al general José Artigas, Pro-
tector de los pueblos libres » ; ahí está el gobernador
de esa misma provincia escribiendo textualmente al
Director Alvarez Thomas, cuando el derrocamiento
de Alvear: « Hacía tiempo, Excmo. Señor, que la cau-
sa de los pueblos — que sólo habían prestado su fé,.
su confianza y sus sacrificios á la causa general de la
América, — defraudada en todos los puntos constitu-
yentes del pacto y unión general en que se habían
concentrado todas nuestras miras, había venido á ser
el aparato que ocultaba el yugo que sentíamos gravi-
tar sobre nosotros ; y este pueblo, á quien no podía
esconderse su desgracia, gemía como ese en el estado
más lamentable, cua?ido los gritos de sn dolor inte-
resaron las fuerzas del generoso y valiente Jefe de
los orientales, bajo de cuya sombra, respirando el
aire libre de nuestra reposición no faltaba á nuestra
felicidad otra cosa que ver á ese pueblo ( Buenos Ai-
res ) generoso y grande, libre del peso que le oprimía.
Este pueblo, siguiendo las huellas que han dirigido á
Y. E. y ayudado especialmente del ejército de la Ban-
da Oriental.,..» (1); ahí están Entre Ríos y Co-
rrientes aceptando complacidas su formidable pre-
ponderancia; ahí están sus atrevidos avances sobre
Rio Grande. Artigas llena tanto el escenario histó-
(1) Francisco Bauzá. Historia d .0 la Dominación Española ©n ©1 UruíruaY
Tomo III pá-ina 537. 0 J *
56
LA TIERRA CHARRÚA
rico que su memoria, como los astros, desprende
torrentes de luz y esa luz ilumina el pasado y el
porvenir de la patria. Cuando la estatura de una per-
sonalidad abraza un arco de meridiano de esa ampli-
tud es del caso callar reproches miniaturescos y con-
fesar que se está en presencia de una gran montaña.
En 1815 ya el gobierno porteño, en vida suya, hizo
públicos sus desagravios al general Artigas, procla-
mado «ilustre y benemérito jefe»; (1) ¡Y esos eran sus
enemigos! ¿Será posible que á los ochenta y seis
años de distancia, nosotros encontremos gusto en vul-
nerar el nombre del héroe, cuyo recuerdo debe tener
prestigios de reliquia para los que todo le debemos?
¿Será posible que se discuta su actuación, cuando
su génio de luchador moviendo la caña del timón
nos hizo surgir de las tinieblas coloniales y cuando se
impone afianzar á todo trance el culto fanático y
esplendoroso de la patria en estos tiempos de impe-
rialismo y de disolución?
No. La más unánime gratitud impera ya y el
nombre del Libertador tiene erigido un templo en
cada escuela pública y una devoción en cada pensa-
miento que florece en esta sagrada tierra de bendicio-
nes. Y así será por los siglos de los siglos.
Pero lo lamentable — y á la crítica reiterada de
tales desaciertos vá dirigida esta publicación, —es
que los distintos partidos quieran atribuirse en patri-
(1) Gazeta de B. A. de Mayo de 1815V
LA TIERRA CHARRÚA
57
monio el derecho de honrar al primero de nuestros
ciudadanos. La juventud del partido colorado, que
se dice liberal y generosa en sus tendencias, ha pre-
tendido, por dos veces, implantar tan maligno proce-
dimiento iniciando reuniones exclusivas á fin de hon-
rar á Artigas con dineros exclusivos, es decir, colora-
dos! ¡Enorme aberración!
Afortunadamente el adelanto de nuestra razón
pública ha hecho abortar semejante iniquidad y son
estos los momentos en que por iniciativa del gobierno
de la nación, que contribuye con cuarenta mil pesos
oro, se inicia una suscrición popular, extendida á
toda la República, para levantar la estátua del héroe
decretada hace ya tres lustros.
Que ella se eleve cuanto antes en el punto más
alto de esta ciudad invicta rindiendo justicia á las no-
blezas de nuestra historia encarnadas en el más gran-
de y en el más infortunado de los hijos de este suelo.
Artigas y Lavalleja constituyen los dos grandes
focos de la emancipación nacional. Ellos fundaron
nuestra libertad; pero la gloria de aquel supera deci-
didamente á la de este. Artigas creó y Lavalleja con-
firmó; aquél hizo el bosquejo audaz y perdurable de
una nacionalidad arrancada, palpitante como una pre-
sa, de las garras opresoras, y éste dió las pinceladas
definitivas á la obra; uno tuvo la suerte, ó la desgra-
cia, de morir sin que su afán de guerrero y de pensa-
58
LA TIERRA CHARRÚA
dor estuviera cristalizado y otro tuvo la desgracia,
seguramente, de caer en la jornada, en días de congo-
jas institucionales, cuando lo sombrío de las circuns-
tancias inclinaba á repetir con Bolivar, que los
hombres que fundaron la independencia sud- ameri-
cana habían arado en el mar; aquél, fué no sólo el
porta-estandarte de las aspiraciones nativas pero
también el heraldo en regiones inmensas y sometidas á
su prestigio del verdadero concepto político del por-
venir en el Río de la Plata; este ganó para su nombre
la más alta fama porque supo encauzar en determina--
do momento las energías santas del localismo; mien-
tras la posteridad apellida á uno con el título inmor-
tal de Jefe de los Treinta y Tres extrema el diapasón
legendario designando al otro Protector de los pue-
blos libres, divisa democrática más ancha y más conti-
nental que esa otra soberana de Jefe de los Orienta-
les; Artigas tuvo la dicha providencial de escapar á
los anatemas y reproches de los blancos y de los
colorados, Lavalleja, menos afortunado, en vida fué
víctima y muerto también de las crueles injusticias
de partido. El uno, fué brazo y cerebro al punto de
que sus descendientes no sabemos que admirar más
si la tenacidad incansable de las campañas que siguió
ó el empuje genial de sus concepciones organizadoras;
el otro, de mente candorosa y llana, pero dotado de
una bravura temeraria, escribió su renombre entre
centellas, buscando impávido la victoria en el mismo
testuz de los peligros, cual si supiera que para su sa-
LA TIERRA CHARRÚA
59
ble no había melladura posible mientras cortara ca-
denas. Artigas y Lavalleja son indiscutidos ya en su
grandeza; pero á uno se le disputa, por mandato de
nécios fanatismos, la preponderancia épica y al
otro no.
La hazaña de los Treinta y Tres es un poema de
bronce. Escuchando su relato el espíritu se eleva á
regiones iluminadas y el corazón se estremece, bajo
el imperio de rábias y de ternuras patrióticas, vencido
por el peso de la pasión. ¿Acaso la América ofrece
enlos anales de su redención otro ejemplo de tan seña-
lado heroísmo; acaso tiene igual romancesco aquella
escena arrebatadora desarrollada en las playas de la
Agraciada en una fecha desde entonces rutilante ?
La nacionalidad fundada por Artigas vivía bajo el
yugo desde 1820. La fatalidad no se detiene cuando
empieza á dar golpes y así pudieron acreditarlo los
patriotas orientales en su resistencia desesperada á
la dominación portuguesa: ésta fué al fin un hecho
consumado. Tanto era el silencio que nuestro des-
tino libre parecía quebrado para siempre. Mien-
tras Lavalleja, prisionero en la Isla das Cabras, pa-
gaba caras sus rebeldías, Oribe, desencantado, des-
aparecía del teatro de los sucesos y Rivera transaba
con el enemigo definitivamente victorioso, rendido á
esa evidencia adversa. Cinco años ingratos corrieron
así. Parecía que el soberbio extranjero hubiera sem-
brado sal sobre los cimientos de la patria ¡ era tanta
la tranquilidad general ! Y, sin embargo, la protesta
60
LA TIERRA CHARRÚA
hirviente se aproximaba á pasos decididos como esas
tormentas sin vanguardia de truenos y de relámpagos
que llegan y se desploman en instantes. Vanos fueron
los empeños del opresor para consolidar su domina-
ción. Frente al sometimiento de jefes reputados,
de Cabildos y de algunas personas caracterizadas,
estaba erguido en la desgracia el espíritu local ado-
bando su fibra récia con sueños llenos de agitación
y de encono. Ya lo hemos visto; el alma del país
estaba hecha, gracias al triunfo de múltiples factores
coaligados, y solo insensatos y desertores podrían
desconocer la eficiencia de aquella realidad. Ni un
momento pensaron los criollos en aceptar como esta-
ble la situación híbrida creada por el éxito de la
intervención portuguesa. Pero, ¿ qué puede el derecho
desprovisto de escudo, cuando para imponer su pres-
tigio se requiere luchar? En casos de semejante
impotencia no resta otro temperamento hábil, para
quienes rechazan la retirada, que el avance delirante,
con desafío airado del torrente y de las montañas. Y
en tales situaciones loco es el que templa su criterio
apoyándose en la sensatez, y cuerdo es el que, devoto
de la casualidad y del sacrificio, busca inspiraciones
en el seno mismo de las olas, que matan ó que salvan,
que casi siempre matan. Juan Antonio Lavalleja al
abordar su colosal empresa sentó plaza entre los
últimos.
Si él hubiera hecho cálculo de probabilidades y
pesado las circunstancias del momento nosotros tal
LA TIERRA CHARRÚA
61
vez habríamos olvidado su nombre porque entonces
la jornada santa no figuraría en nuestros anales.
Precisamente esa extraordinaria desproporción en-
tre el afán perseguido y los medios aplicados al fin
señala su relieve más sugestivo.
Los tiempos corrientes no son propicios para la
recordación honorífica; mucho menos tratándose de
una sociabilidad todavía ágria y dividida, porque to-
davía está á medio cuajar, pero cuando el huracán
tradicionalista amaine, como amainará, y los espíritus
aprendan á imantarse en fuentes de justicia y la
política bastarda del presente, esmaltada de exabrup-
tos y de prevenciones ciegas, adquiera perfiles menos
groseros; es decir, cuando medie más tiempo y más
contraste entre ellos y nosotros, porque los mejores
cuadros piden mucha perspectiva, entonces el elogio
de los Treinta y Tres, que recien empieza, poseerá
el carácter de un culto necesario y útil, abundante
en singulares enseñanzas.
Por eso, porque estorban la hermosa concentra-
ción de simpatías que el amor al terruño manda
fomentar, es que desde ya se hacen acreedores á
dura crítica los propagandistas de fracción que arran-
can enceguecidos girones de gloria á nuestros más
ilustres muertos, tan delincuentes en esa criminal
tarea como los ladrones que se especializan en la
violación y en el saqueo de las tumbas.
Sarandí fué una victoria netamente oriental como
su hermana menor la victoria de Las Piedras. Esas
62
LA TIERRA CHARRÚA
dos batallas guardan nuestras fronteras, pues fueron
idénticas y decisivas en sus ulterioridades. Con la
una compró Artigas el apoyo porteño y con la otra
ganó Lavalleja la alianza argentina.
En Sarandí alcanza su cúspide la grandeza del Jefe
de los Treinta y Tres. Suyo fué el éxito, suyo el
modo de conquistarlo y suya la memorable divisa del
ataque. En efecto, aquella arrasadora carga de la ca*
ballería patriota denuncia el procedimiento guerrero,
breve é indomable del caudillo, á quien también per-
tenece la frase de: ¡carabina á la espalda, sableen
mano!, que bautiza aquella aurora.
Pero, más aún ; ese fiero encuentro tuvo el mérito,
único, sin rival en días posteriores, de asociar en el
mismo instante y bajo la misma voz de mando á los
que ya eran jefes de partido. Lavalleja, Oribe, Rivera,
cada cual con su prestigio propio y típico, estuvieron
aliados, hermanados en el campo de Sarandí, como
jamás volverían á estarlo en vida, como indudable-
mente aún no lo están en el corazón de sus mal
agradecidos descendientes.
Buenos Aires, que no podía mirar indiferente la
suerte de los orientales, cuya odisea inclinaba al
asombro, vió en el combate recién ganado la luz de
una nueva era. Quienes con tanta bizarría supieran
vencer no merecían el infortunio y abandonarlos á
su destino, en lo más crudo de la lid, cuando el calor
de la bofetada recibida multiplicaba las fuerzas del
Imperio, hubiera sido inhumano y muestra de alta
LA TIERRA CHARRÚA
63
imprevisión. La Argentina estaba hastiada de la
temible vecindad portuguesa, erguida rio por medio,
amenazadora y antipática. Así recogía los frutos
envenenados de la perversa política seguida por
Pueyrredon en su porfiado anhelo .de aplastar al Pro-
tector de los pueblos libres. A decir verdad, ese re-
sultado se alcanzó con el diabólico expediente puesto
en práctica; pero, como ocurre en la generalidad
de los casos con los remedios demasiado enérgicos,
el efecto producido excedió los límites deseados, y
el dominio de Artigas, de cepa igual al porteño y en
el fondo, aunque no pareciera, con tendencias coor-
dinadas de libertad territorial, fuá sustituido por el
dominio portugués, heredero directo de las tropelías
mamelucas y enemigo jurado de la independencia
y de la raza nuestra, como que era monárquico y
centenario en su contrapunto con los pobladores de
las regiones del Plata.
De manera, pues, que las simpatías platónicas de
los primeros días adquirieron cuerpo serio cuando la
proeza del doce de Octubre dió una importancia ines-
perada á la empresa libertadora. Aceptado en el de-
sarrollo de los acontecimientos ese motor temible que
se llama la muchedumbre, desde luego queda decre-
tado el conflicto y muy pronto la brisa se convierte
en aquilón y furiosas marejadas azotan la playa. Tal
espectáculo lo presenció la capital argentina, sin que
el gobierno tomara las medidas necesarias para evi-
tarlo. Solo faltaba declarar una guerra oficialmente
64
LA. TIERRA CHARRÚA
exigida por la pasión popular. Así se hizo al fin y en
la tarde bendita del 20 de Febrero de 1827 el pabe-
llón de los libres puso en derrota al pabellón de los
esclavos.
Ituzaingó también ofrece el ejemplo de un esfuerzo
anterior aumentado y correjido en sus lineamientos.
Nos referimos á la significativa batalla del Cerrito,
librada dieciseis años atrás. Es cierto que el nombre
del enemigo era distinto, pero en esencia, en ambos
casos se lidiaba contra la usurpación y el tutelaje.
Aquí, el general fué Alvear, allá, Rondeau ; aquí, el
pleito era con la metrópoli, es decir, con la madre de
todos, allá, se discutía á balazos con un opresor adve-
nedizo, sin razón y siu ley para oprimir ; pero los dos
grandes episodios apuntan la fortuna repetida de la
alianza de dos fuerzas vecinas, á la vez que destacan
acentuados los rasgos de nuestra nacionalidad.
Las crónicas militares cuentan, con frases fulgu-
rantes, cómo se desempeñaron los orientales en Itu-
zaingó. Es que vengaban, haciendo lujo de entusias-
mos frenéticos, los desastres del lustro adverso, las
horas amargas de Corumbé, del Catalán y de Tacua-
rembó. Tal vez el espíritu de Artigas movía el brazo
de aquellos valientes que eran en ese día instrumen-
tos de superiores é inmutables designios. El pasado
glorioso resurgía inextinguible de sus cenizas. A La-
valleja le cupo lote de rudo trabajo en Ituzaingó.
Pero tan poco se hizo esperar él para desempeñar su
papel principal en el drama que se asegura tuvo la
LA TIEBFA CHARRÚA
65
envidiable guapeza de querer desposarse con la muerte
antes de la hora acordada comprometiendo así el
orden armónico de la pelea.
Aquel importantísimo triunfo alcanzado sobre el
Imperio decretó el término de su dominación en el sue-
lo invadido. Aún continuarían durante un año más mo-
viéndoselos ejércitos beligerantes’ en el afán de inflin-
girse una decisiva derrota, pero el curso de los sucesos
era ya obligado y en 1828 se firmaron los prelimina-
res de paz. El general Lavalleja había sustituido á
Alvear en el comando superior de las fuerzas am-
pliando asi los contornos de su personalidad militar.
Espíritus ofuscados y estrechos, que aprecian el enca-
denamiento de los sucesos con la rigidez de quien
plantea una ecuación, han pretendido reducir el qui-
late patriótico de Lavalleja y de sus beneméritos
compañeros tomando en cuenta la circunstancia de
que ellos al invadir lo hicieron bajo los auspicios del
gobierno de Buenos Aires y reconociéndose depen-
dientes del mismo en la primera proclama que lanzaron .
Malo es dejarse seducir por tan engañadoras apa-
riencias y solucionar con tan singular ligereza un
punto esencialmente complejo de nuestra historia.
Encauzando de tal modo la crítica sólo resta aere-
O
gar, para ser lógicos, que la memorable asamblea
congregada en la Florida, la misma que nos declaró
« libres del Rey de Portugal^del Emperador del Bra-
sil y de cualquier otro del Universo » y que luego,
acatando dolorosas necesidades, hizo acto de adhe-
5
G6
LA TIERRA CHARRÚA
sión á la Argentina es culpable ante la posteridad
de lesa traición á los ideales de emancipación.
Y también fulminar á los próceres de Mayo de
1810 negándoles mérito libertador por cuanto ellos
en sus documentos insistían en su fidelidad á la Pe-
nínsula. Hasta 1816 se mantuvo en pie ese conven-
cionalismo ridículo y todos sabemos los graves peli-
gros que corrió la declaratoria de la independencia
argeutina antes de ser anunciada al mundo por aquel
famoso é indeciso Congreso de Tucumán, puesto
radicalmente en el camino de la república gracias á.
la energía apostólica de Fray Justo Santa María de
Oro.
Nada más disparatado que semejante tésis.
Dilatando el plano visual é insistiendo en ese cri-
terio torcido también Italia debe execrar á Cavoar
y demás insignes patriotas que arrojaron sobre su
país el alud de la invasión francesa en el interés
de vencer al soberbio austriaco para fundar luego la
unidad nacional.
En nuestro caso absurdo fuera olvidar el desastroso
fin de la resistencia artiguista, quebrada y deshecha
debido á su mendicante orfandad de recursos. Sin el
apoyo del gobierno argentino nada vigoroso era dable
intentar contra un poder extraño, fuerte y porfiado.
Deber de noble franqueza es reconocer que sin la
ayuda material del vecino la hazaña de los Treinta y
Tres, Sarandí, el Rincón hubieran alcanzado solo la
notoriedad trágica de los esfuerzos legendarios sin
LA TIERRA CHARRÚA
67
llegar á fundar un orden de cosas estable. La poten-
cia de Portugal era entonces de ley y solo los insen-
satos pueden pensar en inutilizar á una res enfureci-
da tomándola arrojadamente por las astas.
¿Qué objeto práctico hubiera tenido el arranque
temerario del 19 de Abril, á contar los patriotas
solo con sus propios elementos, exiguos é imper-
fectos? Realmente que no valiera la pena encen-
der la guerra y conjurar sobre los campos natales
todas las inclemencias al solo fin de producir en
estas regiones un capítulo de hechos incomparables,
dignos de Homero. Lavalleja reveló un alto tino
político, á menudo olvidado después, aceptando las
cosas como se presentaban y rindiendo las altanerías
heredadas ante las imposiciones inevitables de la
realidad. Esos sacrificios, hijos de la desesperación,
que llaman á los ojos lágrimas de coraje, sirven para
realzar al través de los tiempos la santidad y el mé-
rito del esfuerzo.
El cilicio, la desgracia, tormentos y eclipses recla-
man las grandes causas para conquistar trincheras.
Precisamente por eso son grandes. Los éxitos fáciles,
sin sobresaltos, sin amarguras, sin adversidades
caracterizan á las vulgares empresas.
Pero los mismos hechos, eslabonados con mages-
tuosa sabiduría, hacen la mejor defensa de la incorpo-
ción á las Provincias Unidas y constatan cuanto tuvo
ella de artificial y de transitoria.
Ni los entusiasmos del triunfo pudieron afirmar la
68
LA TIEBRA CHARRÚA
sutura decretada. En seguida de Ituzaingó Alvear y
Lavalleja se indisponen y con ellos los jefes del ejér-
cito, alistados en bandos distintos, oriental, uno,
argentino, otro. ¿ Respondía á simples divergencias
de campamento este cisma ? De ningdn modo; era el
fermento no agotado de las viejas aspiraciones arti-
guistas, soberbias y autonómicas, el que trabajaba
enconos bajo espumas y placideces de concordia.
Ya estaba en la sangre el instinto de la indepen-,
dencia y locura fuera suponer que con documentos
forzados se iba á interrumpirlo. ¿ A qué entóneos lan-
zarse á la lucha si solo se trataba de cambiar la librea ?
Y á no haber comprendido en toda su robusta ener-
gía el ideal de libertad absoluta que palpitaba en el
fondo de la reacción nativa, ¿ es creíble que la Argen-
tina, tan codiciosa siempre de este territorio, renun-
ciara espontáneamente á una propiedad espontánea-
mente transferida?
Rivadavia acabó por rendirse á esa realidad conso-
lidada por, don Manuel Dorrego. Quince años de
lucha y de protesta incansable; quince años de fiero
batallar por la autonomía esterilizan Jos efectos
de las más pomposas actas de incorporación. ¿Qué
puede esta elocuencia contra aquella elocuencia?
El concepto de nuestra nacionalidad se iba abrien-
do camino aún en el seno de la opinión diplomática
brasilera, notoriamente sagaz y hábil. Con el correr
de los días y ya afianzada la independencia nacional
proclamaban sus ventajas los primeros hombres de
LA TIERRA CHARRÚA
G9
estado del Imperio. Así, el señor Paulino José Soares
de Souza, visconde del Uruguay, decía en el Senado
durante la sesión del 20 de Setiembre de 1853 : « La
ocupación hecha en 1817 no fué un remedio ni lo po-
dría ser hoy en iguales circunstancias. La incorpora-
ción no lo fué tampoco, no lo podría ser hoy, sería
peor que el mal, sería contraria á nuestros intereses,
aun que no lo fuese á tratados solemnes. » Y agrega-
ba el marqués de Paraná : « ¿ no queréis la gloria de
Brasil? ¿no queréis la importancia externa del Bra-
sil?; pues hay gloria é importancia para el Brasil en
impedir la disolución del Estado Oriental, en salvar
y fortalecer la pacificación y la nacionalidad de ese
Estado. » A su vez y por la misma época exclamaba
don Andrés Lamas desde Rio Janeiro : « No conozco
un solo estadista brasilero que no rechace con horror
la idea de la incorporación del Estado Oriental al Im-
rio del Brasil. Todos ellos comprenden bien la im-
posibilidad de refundir dos nacionalidades tan dis-
tintas. Todos ellos comprenden las dificultades in-
ternas y las dificultades externas que traería la in-
corporación. Todos ellos han leído bien, han medi-
tado bien en las páginas históricas que cierra la
Convención de 1828. Todos ellos han llegado á una
mejor comprensión de los verdaderos intereses de su
país. Todos ellos saben que es un interés brasilero
la conservación del Estado Oriental como estado
intermedio. »
70
LA TIERRA CHARRÚA
¿Acaso los cruzados de 1825 ignoraban la fuerza
arraigada de su ideal libertador ?
Para nosotros nunca fué tan grande Lavalleja
como cuando, estrujándose el corazón y quemándo-
se la lengua, proclamó nuestra calidad de provincia
argentina .
Dicho eso por él formado junto á Artigas, fiel á
las tradiciones viriles del libertador y animado á la
distancia de idénticos propósitos redentores adquiere
el perfume delicado de las más grandes y arrebata-
doras abnegaciones.
Pero ¿qué lógica justifica que se extrémela censura
con Lavalleja y demás ilustres contemporáneos cuan-
do si ellos renunciaron alguna vez á sus ideales fué
solo en la apariencia y movidos por el anhelo santo
de darnos libertad, mientras se glorifica sin tasa y sin
excepción á caudillos también ilustres pero protago-
nistas en dilatados sucesos posteriores empezando
por Oribe y Rivera y acabando por Flores que traje-
ron sobre nuestros campos el azote de las interven-
ciones extranjeras, después de fundada nuestra liber-
tad, á pretexto, es cierto, de salvarla pero en esencia
para comprometerla ?
Seamos, pues, más humanos con estos y con aque-
llos atletas.
Al jurársela Constitución de la República la figura
descollante del general Lavalleja llenaba el escenario.
Sucesor de Rondeau en el gobierno provisorio á él
debió corresponder la primera presidencia como pre-
LA TIERRA CHARRÚA
71
mió á su gallarda aventura redentora de 1825 y dadas
sus beneméritas condiciones personales. Pero, por lo
común, la política no parte buenas migas con la jus-
ticia: el voto legislativo fué adverso al primero de
nuestros héroes después de Artigas. De cualquier
manera que se le mire se trataba de un hecho consu-
mado y si bien se explica que los desórdenes y des-
quicios del nuevo gobernante suscitaran severas críti-
cas y legitimaran la reacción es lamentable que el jefe
de los Treinta y Tres iniciara el período de las luchas
intestinas.
La segunda presidencia debió pertenecerle; pero
Rivera y Oribe ya estaban imponentes sobre el tapete
y la alianza de sus elementos dió el triunfo al último
citado.
Esta repetida adversidad tal vez fué sábia al apar-
tar al heroe del choque despiadado de las pasiones.
Durante la Guerra Grande Lavalleja permanece afue-
ra y esta circunstancia como así también sus afini-
dades con don Manuel Oribe y sus decididas prefe-
rencias federales han fundado la certidumbre de que
él estaba afiliado al partido blanco. Con mucha pro-
babilidad no vá errada esa presunción tanto más
cuanto que un abismo de enconos irreconciliables lo
separaba del general Rivera siendo de aquella divisa
todos sus amigos y oficiales preferidos.
Más para la posteridad, que solo se preocupa de
inventariar el capital libertador de Lavalleja, nada
significan los frutos ruines, ya sean ácidos, ya sean
72
LA TIERRA CHARRÚA
dulces, de semejantes indagaciones de interés frac-
cionario y fósil. La gloria inmortal del bravo oficial
de Artigas, del jefe de los Treinta y Tres, del vence-
dor de Sarandí, del general de Ituzaingó, en una pa-
labra, del hombre superior que redimió á la patria é
hizo viable el ensueño gigantesco del Libertador, no
es blanca ni es colorada y pertenece por igual á los
hijos todos de esta tierra. Los méritos de Lavalleja
son tan relevantes en el concepto nacional que nin-
gún bando tiene personería para reclamarlos en he-
rencia y sus errores pesan tan poco frente á aquel
lote abrumador que ellos pasan desapercibidos como
las resacas del océano en la cresta de sus olas. Nece-
dad suprema la de llamar blanco al general Lavalleja
porque en cierto momento de su vida él haya perte-
necido á ese partido cuando la fama solo recoge los
servicios de la época legendaria y solo por ellos rinde
al héroe los honores de la inmortalidad. En todo
caso y si se quiere sostener algún absurdo desdóblese
la personalidad de Lavalleja y póngase al capitán de
la patria aquí y al hombre de bando allá, antes de
fundir en un mismo crisol esas dos encarnaciones que
la imparcialidad no liga bien. Los nombres de Arti-
gas y Lavalleja llenan la bóveda de nuestro cielo.
En vez de bajarlos de la altura para honrarlos al ni-
vel de nuestras pobres pasiones subamos hasta ellos
para glorificarlos al nivel de su inmarcesible grandeza.
Un dato. Al jefe de los Treinta y Tres aun no se
le ha erigido una sola estátua en todo el territorio
de la República.
LA TIERRA CHARRÚA
73
Oribe, Rivera y la Defensa
Estampamos el anterior epígrafe casi nerviosos.
En presencia de los jefes natos de los dos grandes
partidos tradicionales, tan calumniados unas veces
y tan acreedores á severa censura otras, el espíritu
más desprevenido de rencores necesita abstraerse y
recapacitar á fin de herir el asunto en forma séria y
discreta. La personalidad de Manuel Oribe como la
de Fructuoso Rivera ofrece un lado de luces y un
lado de sombras, ambos perfectamente caracterizados.
Esto es precisamente lo que hasta la fecha no han
querido reconocer los adoradores de uno ó de otro de
esos héroes. En el afán de denigrar al primero se le
ha sindicado como instrumento de los más atroces y
sanguinarios atentados vistiendo con blandones la
memoria del Cerrito, especie de matadero que ali-
mentaba arroyos de sangre, trágico camposanto en
donde vagan espectros y voces vengadoras que toda-
vía, después de cincuenta años, sorprenden el oído del
caminante en la soledad de las noches serenas. Per-
siguiendo el mismo propósito rebajante con respecto
al segundo se recuerda que él fué dilapilador de di-
neros públicos y condecorado por el Imperio con el
título maldito de barón de Taenarimbó tejiéndose
alrededor de esas circunstancias desfavorables un
proceso durísimo y brutal como si se tratara de un
vendido y de un gran estafador. Y viee-versa, el
74
LA TIERRA CHARRÚA
empeño de extremar el elogio de cualquiera de ellos
conduce á glorificaciones no menos vituperables y de
rasgos torpes, generalizados por la ignorancia histó-
rica corriente. Así por ejemplo, no ha faltado quien
sosten ga desde las columnas de la prensa que la hora
más infeliz de don Manuel Oribe ha sido su momento
de mayor lucimiento y que, en consecuencia, el ejér-
cito acampado bajo b andera extranjera f rente á Mon-
tevideo^ en 1843 era el deposi tario de los verdade-
ros ideales de libertad. Del mismo modo, algunos
alaban como acto meritorio el sometimiento decidi-
do y aceptando honores inusitados de don Fructuoso
Rivera al portugués y su reprobable alzamiento con-
tra las instituciones en 1838 obedeciendo á intereses
personales y poco legítimos. Todo esto resulta ini-
cuo y tiene además el grave inconveniente de que
arraigado á fuerza de repetido concluye por adulte-
rar hechos de significación trascendental á la vez que
por pervertir de manera indigna el criterio de los jó-
venes más dispuestos aquí que en otras partes á de-
jarse llevar por el torrente. Esta manera de produ-
cirse ha creado una secta, diré así, compuesta por fa-
náticos y por quienes sirven de este modo sus vulga-
res conveniencias personales, que son la mayoría,
secta insultadora y procaz que ya ha alcanzado algu-
nos triunfos oficiales proscribiendo de los libros esco-
lares la memoria bizarra de Manuel Oribe y menos-
cabando en letras de molde la severa investidura pa-
LA. TIERRA CHARRÚA
75
triótica del general Lavalleja por sospecharle afini-
dades políticas con aquel !
Antes de entrar resueltamente en materia quere-
mos definir algunas ideas útiles y fundamentales. No-
sotros distinguimos entre caudillos y pretorianos. Los
primeros tienen una sólida representación. Ellos
empezaron por merecer bien de la patria en los días
sombríos que precedieron á la independencia sirvién-
dola con generosidades magníficas sin exigirle jamás
una recompensa pecuniaria. Su mérito fué positivo
entonces. Moldeada por brazos hercúleos apareció
condensada la perseguida visión. Ellos poseyeron el
instinto profético del porvenir y superaron en sagaci-
dad á encumbrados políticos y hombres de estado al
resistir tenaces á toda combinación bastarda cuando
no exótica. Ellos salvaron con su audacia y su reso-
lución incansable los ideales supremos de la revolu-
ción americana. Cuando de las capitales partían écos
de derrota y el desmayo cundía y se creaban fórmu-
las aleatorias y desfallecientes de acomodo ellos, sos-
teniendo que no era posible cambiar caballos en la
mitad del río, firmes bajo su escudo libertador afron-
taron la tormenta y la posteridad ya ha dicho que
estuvieron en lo justo. Trayendo sobre la frente tan
sólido patrimonio de glorias ellos escollan cuando se
entra de lleno al ejercicio de las instituciones republi-
canas que fundaron en países todavía tiernos para
vestir ese delicado ropage. Lustros y lustros de vida
azarosa, de campamento y de febril agitación muscu-
76
LA TIERRA CHARRÚA
lar no prestan ciertamente antecedente ventajoso á
ensayos de ejercicio democrático. El hábito de desen-
vainar á diario las espadas no pudo quebrarse sobre
tablas que no se detienen viejos vicios de idiosincra*
cia á una voz de mando como ocurre con las carcas
de caballería en las grandes revistas. Entonces pasó
lo que estaba en el orden fatal de las cosas. La esca-
sez de hombres dirigentes y el peligroso prestigio de
los atributos guerreros prepararon naturalmente el
advenimiento de los primeros soldados de las campa-
ñas santas á las más elevadas posiciones civiles. Aho-
ra bien, colocados ellos á tanta altura en un medio
desconocido y cuajado de sorpresas y de novedades
hasta para los más expertos, ¿podían cumplir sin co-
meter graves errores la misión extraña que se les
asignaba? Absurdo fuera el afirmarlo así. Si á seten-
ta años de distancia de la jura de la constitución los
orientales todavía soñamos con el sufragio libre y si
en la actualidad la perspectiva de una lucha electoral
provoca aterradores vaticinios — exagerados, es cierto
— ¿cómo creer que al día siguiente de cerrado el dra-
ma de la independencia habría el aplomo y la sabidu-
ría bastante para gobernar bien? Sin elementos, con
poca civilización yen plena indisciplina social, ¿era
posible salvar obstáculos ? Recuérdese que los revo-
lucionarios de este continente se distinguen en espe-
cial de los revolucionarios norte-americanos en su
muy distinta educación política. Allá era tan avan-
zado el grado de la cultura general que por una cues-
LA. TIEBRA CHARBITA
77
tión en apariencia trivial— un ínfimo aumento de
impuestos — se produjo el alzamiento y se renegó de
la metrópoli. La comuna y sobre todo las admirables
condiciones prácticas para el gobierno, propias de los
sajones, perfeccionadas en la tierra nueva, prepararon
una maquinaria institucional sencilla y al alcance de
todos que puesta en actividad todavía pasma al mun-
do entero con sus maravillosos resultados. Un princi-
pismo sano, conciente y vulgarizado fué el eje de todo.
En cambio aquí sucesos inesperados interrumpie-
ron en su profundo sueño á las colonias que recien
entonces pensaron en la alborada. Todo lo combinó
la fuerza avasalladora del destino. Contagiada de
una fiebre ardiente, pero poco entendida en su esen-
cia y de contornos vagos al principio, la América en
masa rompió cadenas y en brevísimo lapso de tiempo
un concierto de nuevas naciones invitaba al asom-
bro. La pasión, una pasión noble y fascinadora, pre-
sidió á ese alumbramiento.
Entonces fueron las angustias. Como faltaba el
primer escalón, el preliminar de una infancia cultiva-
da, no pudo operarse sobre ese cimiento de granito
que se llama pueblo y las tiernas nacionalidades goza-
ron, nuevas cajas de Pandora, del privilegio de todas
las catástrofes quedando perdida allá en el fondo un
tánico bien: la libertad. A ellas pudo aplicarse en ese
periodo de su existencia el comentario que arrancó á
Mme.de Staél el estado social de los polacos: «Están
78
LA TIERRA CHARRÚA
sazonados para la independencia nacional pero todavía
ellos son demasiado jóvenes para la libertad política.»
El influjo de algunos hombres eminentes mal po-
día regularizar la marcha de acontecimientos dictados
por fatalidades hereditarias; y asi vemos á la corrien-
te turbia y mal encauzada arrebatando lógicamente
á los más ilustres hijos de la revolución para arro-
jarlos luego á la costa como restos de un naufragio.
En ese juego evidente de fuerzas sociológicas encon-
tramos el argumento más decisivo para ser profunda-
mente misericordiosos con nuestros grandes hombres
inválidos en posteriores lides políticas.
Una voluntad más fuerte que la voluntad de los
individuos, la voluntad del medio, torció sin lástima
el rumbo de los sucesos y aquí estamos todavía re-
sintiéndonos de esas obligadas turbulencias!
Si el determinismo se acepta como algo inconcuso
en los campos de la filosofía y si la ciencia criminal
moderna presta decisiva atención á los motivos que
actuaron sobre el delincuente llegando hasta á decre-
tar absoluciones cuando sorprende impulsos exter-
nos ó internos tales que desarman el brazo castigador
de la justicia, ¿cómo desconocer semejantes circuns-
tancias en la crítica histórica, que es ya una ciencia,
y que precisamente tiene su trama en el eslabona-
miento de motivos?
La posteridad no puede medir con una misma vara
de mansedumbres ó de severidades á los sugetos que
ante ella desfilan. Quien comparece delante de ese
LA TIERRA CHARRÚA
79
tribunal trae á las espaldas un complicado equipage de
acciones buenas, regulares y malas y para ordenar
todo eso que responde á una ley y que integra un mo-
saico se requiere no perder un solo detalle y calificar
el carácter y la entidad de cada situación.
Si; el determinismo es la gran llave que abre los
más intrincados misterios morales. Una vez esclare-
cidos los motivos que empujaron á un hecho feliz ó á
una solución desgraciada recien se está en actitud de
ensalzar ó de deprimir.
Pues bien, mirados en conjunto nuestros caudillos,
á pesar de sus evidentes pecados, ¿ puede decirse que
un afán culpable de rapiña, de crimen, de traición,
ó de negocio los lanzó alguna vez y por momentos
á la mala senda ? Jamás. Fue la cólera, fueron sus
escasos alcances, las singulares situaciones de la
época, el enceguecimiento de la ignorancia, la pa-
sión desatada, los factores que empalidecieron su
conducta. Nada de infamia calculada. Y ese punto
de partida honrado es el que salva su prestigio ante
el fallo de la historia. Por eso es que nunca vaci-
laremos en titular padres de la patria á Fructuoso
Rivera, á Manuel Oribe y á otros pocos orientales
de vigoroso perfil clásico. Esos, como Artigas, como
Lavalleja, han sido caudillos en el concepto más di-
latado de la palabra.
Pero es muy otra la apreciación que nos merece el
pretorianismo debiendo desde ya agregar que enten-
demos por tal al producto irregular, vicioso y servil
80
LA TIERRA CHARRÚA
surgido á la sombra de las administraciones desorde-
nadas. Pertenecen á ese sistema de compadrazgos
todas las hechuras de lo^ mandones; quienes jamás
estuvieron en pugna con los gobiernos y ostentan in-
solentes una gerarquía obtenida de favor. Han sido
sus representantes genuinos esos hijos de la campaña,
caprichosamente levantados por las preferencias loca-
les, que se dicen poseedores de largo prestigio y que
en el fondo nunca han probado su valor en verdade-
ras acciones de guerra y sí su altanería quebrallona
tolerada y aplaudida en horaenage á los servicios
importantes prestados á la autoridad. ¿Y cuáles fue-
ron esos servicios ? Reclutar gente, como quien reúne
el ganado y quieras que no quieras, cuando algún mo-
vimiento popular ha puesto en aprietos á los gobier-
nos corrompidos; aprovechar esas ocasiones de segura
impunidad para cometer toda clase de atentados ro-
bando descaradamente las haciendas agenas á pretex-
to de que pertenecen á un enemigo político; vivir de
las arcas nacionales en todo tiempo y en la paz dedi-
carse á la elaboración de inscripciones fraudulentas y
de atropellos políticos que fructificarán el día de las
elecciones en beneficio del opresor.
Los representantes del pretorianismo ofrecen mul-
tiplicados los defectos de los caudillos sin tener en
su favor, como estos, virtudes y hazañas capaces por
si solas de vindicar á la más castigada de las reputa-
cienes. En efecto ellos, llegados tarde á la fuerte
brega, ni siquiera tomaron parte en su desenlace.
la tiebra charrúa
81
Surgieron en el período de cristalización institucio-
nal, sin gloria, sin mayor gastfe de corage, sin honor,
guareciéndose bajo la fama de los soldados liberta-
dores en la misma condición parásita de las enreda-
deras que se desarrollan y avanzan abrazadas al
tronco de los grandes árboles. Sindicados por su te-
mible indisciplina, sin el freno de escrúpulos morales,
ellos repudian la legalidad por incómoda y consul-
tando anhelos rapaces y autoritarios se lanzan á las
más siniestras aventuras teniendo solo en vista afa-
nes de bastardo predominio. Ellos no luchan ni se
matan por la patria, ¡qué digo! por amor á un par-
tido. Pero siempre con la invocación tradicional, que
no se les cae de los labios, explotan dolorosas disi-
dencias sociales persiguiendo fines inconfesables y
raquíticos.
Esa es la diferencia. Los caudillos incurrieron en
graves errores movidos por pasiones de fuego senti-
das con el alma. Los representantes del pretorianis-
mo fueron culpables de mil actitudes bochornosas
dictadas por el cálculo y planteadas con frió intento.
De ahi que la historia imparcial absuelva á aquellos,
los glorifique, mientras ella funda la condena de
estos.
Claro está que todos los hombres de armas llevar
y de prestigio colecticio en la época de nuestra orga-
nización no merecen ser así descalificados. Algunas
distinguidas figuras desfilan en ese agitado periodo y
la prueba de que ellas tenían valor positivo está en el
82
LA TIERRA CHARRÚA
hecho de que en más de una oportunidad arrastraron
tras de sí millares de energías hermanadas por un
ideal de purificación. Bajo el calificativo de pretoria-
nos cabe toda la escoria, todas las mediocridades,
todas las indignas creaciones del poder. No así, cier-
tamente, los soldados cultos ó incultos, paisanos ó de
extracción pueblera, que en circunstancias dadas su-
pieron escuchar las angustias generales para inter-
pretarlas en los campos de batalla y de la guerra
civil, heraldos allí del honor, de la libertad y de los
agravios ciudadanos.
Nunca hemos pensado hacer la biografía de los
personages nacionales motivo de este capítulo. Ni
siquiera intentaremos ofrecer en síntesis un reflejo de
su accidentada vida. Y la razón no puede ser más
concluyente. Con respecto á los blasones de cada
cual en los tiempos de la patria vieja, cuando recien se
formaban fronteras, ya el criterio selecto está hecho:
los extravíos procaces del criterio vulgarísimo no
merecen que les dediquemos espacio, pues tampoco
sirven las razones para romper ciertos prejuicios hijos
de la estupidez. Por lo demás, la ignorancia tan cra-
sa no tiene personería en las lides intelectuales.
Nuestro propósito se reduce á encarar así, en conjun-
to, sucesos culminantes en que intervinieron, mejor
dicho, que crearon Oribe y Rivera, para deducir lue-
go y sin pretensiones su colorido histórico.
Don Manuel Oribe era una personalidad concluida
cuando entró á ocupar la segunda presidencia de la
LA TIERRA CHARRÚA
83
República. Dueño de una esmerada educación, valien-
te, veterano en el sacrificio, ligado por origen á lo
mejor de su país, sereno, firme, pundonoroso, de un
ardiente patriotismo, los acontecimientos conjurándose
en su favor lo llamaban á ocupar puesto preferido en-
tre los ciudadanos de la América. En Ituzaingó adqui-
rió renombre fantástico realizando una proeza de per-
files griegos y ya antes había probado lo robusto de su
desinteresada abnegación brindando sin esfuerzo á
Juan Antonio Lavalleja la jefatura envidiada de una
aventura homérica que él concibiera; todo en homena-
ge á la superior graduación. De una honestidad per-
sonal positiva, sério, reservado, resuelto, él estaba he-
cho para el mando y para afrontar conflictos, como los
árboles aislados pero de fibra endurecida que suelen
verse coronando nuestros cerros en actitud desafiante,
ansiosos de medir sus fuerzas con las fuerzas del hu-
racan. PeroJ ajaiama rigidez de su conducta lo hacía
más in dicado para d irigir ejércitos que asuntos políti-
■oospíobre todo en un p e n oflolleli vol^
maba — porque era muy anormal — tino sumo y con-
cesiones dolorosas á pasiones ilegítimas. Así vemos
que el carácter inflexible y ejemplar de su administra-
ción presta ocasión á su derrocamiento. Honrosa se-
veridad. í\ o vamos á entrar en el detalle de minuciosas
investigaciones que molestarían aquí. — Lo indudable
es que un buen día el general Rivera, Comandante
General de Campaña, se niega á rendir cuenta de la
inversión de gruesas sumas de dineros públicos que
84
LA TIERRA CHARRÚA
había solicitado y recibido para objetos del servicio,
y que este lamentable acto de indisciplina social y
militar provocó una merecidísima represión de parte
del gobernante desobedecido. Rivera no quiso saber
de nada que fuese un sometimiento á la autoridad
constitucional, justamente censora, dijo «que el go-
bierno se le había sublevado » y ahí tenemos el ori-
gen de posteriores gangrenas.
Como útil esclarecimiento insertamos enseguida
una carta dirigida por el presidente Oribe al general
Rivera, que evidencia los esfuerzos moralizadores del
gobierno:
« Sr. Brigadier D. Fructuoso Rivera. — Montevi-
deo, Setiembre 26 de 1836.- -Estimado señor general:
— Repetidas y apremiantes reclamaciones de las ofi-
cinas fiscales me ponen en el caso de pedir á Ud. se
sirva compeler al Comisario de la Comandancia Ge-
neral de Armas de Campaña á que rinda las cuentas
correspondientes á los años 1834 y 35. Esto se ha-
ce urgente é interesa no solo á la buena contabilidad
de la República sino al propio crédito de Ud. como
persona altamente colocada en la administración na-
cional.
Creo tal omisión hasta hoy efecto de las dificulta-
des inherentes á toda administración en campaña y
por lo mismo me intereso en que Ud. active la remi-
sión de esas cuentas cuya demora indefinida es in-
compatible con el absoluto acatamiento que el go-
bierno rinde á la ley ante la cual comparece con
LA TIERRA CHARRÚA
85
repetición á dar cuenta de sus actos mas insignifi-
cantes.
Deseo, pues, que salga de esa molestia con la bre-
vedad posible y que ordene á su atento S. S. y amigo
— Manuel Oribe. >
¡Hermoso documento histórico!
Un distinguido historiador argentino, don Mariano
A. Pelliza, aprecia de la siguiente manera aquel sona-
do alzamiento: « La revolución de Rivera no tenía
programa ni motivo alguno que la justificase. Al
entregar á Oribe la presidencia fué nombrado coman-
dante general de campaña y en vista de las arbitrarie-
dades con que desempeñaba el puesto, gastando sin
autorización y manteniendo militarizada la frontera
sin orden del gobierno, por decreto de 19 de Febrero
de 1836 se suprimió la comandancia, lo que equiva-
lía á la destitución del comandante general. Rivera
volvió á Montevideo donde muy prónto lo rodeó la
oposición compuesta de orientales desafectos á Oribe
y argentinos emigrados enemigos de Rozas. Compe-
lido á rendir cuentas de su administración en 1836 se
notaron abusos que ascendían á más de dos millones
de pesos de que no había comprobantes y si los había
eran falsificados. Rivera no se preocupó de los cargos
que le formulaban y azuzado por sus partidarios y la
prensa de oposición, abandonó la capital para hacerle
la guerra á Oribe». (1) Este comentario tiene el méri-
to de ser imparcial pues pertenece á un extrangero y, lo
(1) M. A. Pelliza, La Dictadura de Roxas Pag. 124.
86
LA TIERRA CHARRÚA
que resalta más elocuente, á un flagelador de Rozas.
Como se trata de un punto importantísimo, dadas
sus ulterioridades, conviene presentarlo completo sin
omitir sus contactos con el exterior para explicarnos
luego, sin esfuerzo, la actitud trascendental de los
protagonistas en aquel suceso.
El general Oribe había sido llevado á la presiden-
cia por el voto unánime de la Asamblea en la cual
tenían asiento los amigos más caracterizados de su
antecesor. Cuando asumió el mando el estado de la
administración pública era deplorable. Todo estaba
por hacerse. Don Juan María Perez, su Ministro de
Hacienda, ciudadano integérrimo y de especiales con-
diciones para el puesto, decía al Cuerpo Legislativo
en su informe de 1835: «Los cofres del Erario Na-
cional se encuentran totalmente exhaustos, las rentas
y arbitrios que debían abastecerlos de caudales han
sido consumidas de antemano ; el crédito se ha extin-
guido.»
Estas palabras valen para la historia lo que pesan
por cnanto fueron estampadas en un documento sin
carácter político mucho antes de producirse la revo-
lución riverista. Argumentando con números tene-
mos que el 15 de Febrero de 1835, es decir, quince
días antes del ascenso de Oribe al poder, la deuda
pública alcanzaba á $ 2.081.000 habiendo importado
la renta general en 1834 $ 769.766.
Pues bien, esta angustiosa situación económica
fué victoriosamente afrontada por el nuevo presiden-
LA TIERRA CHARRÚA
87
te quien, mediante sábias resoluciones, consiguió au-
mentar de manera extraordinaria los recursos de la
nación.
En el primer año de su gobierno Oribe hace subir
la renta á $ 812.050 que llega en 1837 á la suma,
enorme en proporción, de $ 1.075.819. De este total
se dedujeron $ 183.000 destinados á la amortización
de la deuda heredada.
La faz financiera del gobierno de don Manuel
Oribe era irreprochable, nadie lo discute, y por ende
está muy por encima de la faz financiera del gobierno
anterior al suyo.
Políticamente tampoco admitía reparo aquella si-
tuación. Uno de los primeros actos de Oribe fué le-
vantar el decreto de Abril de 1834 por el cual se
confiscaban sus bienes al general Lavalleja, así como
promulgar una ley de socorro y de amnistía á los
proscritos.
Por otra parte, él dictó el decreto de fundación de
la Universidad; él fundó la Junta de Higiene Pública
del Estado, que hoy se llama Consejo de Higiene; él
reglamentó la denuncia de tierras públicas, que daba
pie á inveterados abusos; él organizó el servicio de
pensiones militares; él abordó con brillante éxito el
problema de la deuda pública existente, amortizándola
en parte y mandando cubrir con pólizas el resto; él
estableció la división judicial; él redujo el número
crecidísimo de jefes y oficiales creando leyes de retiro
y de atinada reforma, á la cual se ampararon muchos
88
LA. TIERRA CHARRÚA
servidores; él dictó la ley organizando los Consulados
así como la referente á las funciones de los Tribu-
nales Eclesiásticos; por decreto de 22 de Febrero de
1836 él reglamentó la enseñanza científica del Es-
tado; él reanudó las relaciones comerciales con Es-
paña, rotas desde la guerra de la independencia; él
reglamentó el servicio de correos, dándole contactos
con el exterior; él completó la sub-división territorial
y abolió el fuero personal en las causas civiles y cri-
minales; él promulgó leyes sobre herencias, sobre li-
bertad de esclavos, sobre estado civil, sobre guias de
ganado, sobre impuestos, sobre contrabando, sobre
Instrucción Pública.
¿Podía cxijirse labor más lucida en aquella época?
Nosotros creemos que ese radicalismo purificador fué
la sentencia de muerte de aquel gobierno sobresa-
liente. Ya hemos visto y estamos viendo que en
nuestro país las administraciones de rigurosa probi-
dad no son, ciertamente, las más populares.
Ni siquiera el argumento apasionado y antojadizo
de persecuciones arbitrarias existió para alzarse en
armas contra el gobierno. Tan es así que ni el mismo
general Rivera lo busca para justificar su actitud.
En esencia, salta á la vista que en un balance de
gastos, correctamente pedido y de tendencias morali-
zadoras, hizo estribo el espíritu desordenado de un
caudillo para rebelarse. No puede pedirse un pre-
texto más baladí y menos plausible. Sin embargo,
corrientes fanatismos de secta desconocen esta evi-
LA TIERRA CHARRÚA
89
dencia que ya no admite controversia en los campos
de nuestra historia. Es lamentable que en el día jó-
venes escritores se hagan solidarios de semejantes
adulteraciones.
Pero mucha mayor gravedad revistió la’revolución
riverista por sus resonancias internacionales que por
el grado de su colorido ilegítimo.
Don Manuel Oribe durante su gobierno tuvo el
acierto de no intervenir en los asuntos de nuestra ve-
cindad. Despótico ó nó el dominio de don Juan Ma-
nuel de Rozas apreciarlo así y proceder en con se-
cuencia correspondía á sus compatriotas, nunca á un
Estado independiente y respetado en su integridad
que había encontrado el origen de todas sus desgra-
cias internas precisamente en las agenas disidencias.
Profesando con firmeza esas ideas Oribe hizo lo po-
sible por apartar de su camino todo escollo que pu-
diera comprometer sus relaciones de buena vecindad.
Por la frontera terrestre el asunto no ofrecía difi-
cultades— el peligro brasilero apenas asomaba de
nuevo, — pero no así por el lado de Buenos Aires.
Rozas representaba un sistema robusto y triunfal,
fundado en grandes odios y asediado por enemigos
implacables y de talla superior. Arrojados estos de su
país, mediante sangrientas persecuciones, buscaron
hospitalidad activa en la república vecina. Mas aún;
ellos pretendieron obtener el apoyo material del go-
bierno de la época en sus planes de guerra contra el
adversario que ya exhibía sus poderosas garras de
90
LA TIERRA CHARRÚA
tirano. La repulsa con que se contestó á tales solici-
tudes trajo la enemistad jurada de los emigrados al
gobierno de Oribe y su maliciosa aproximación al
general Rivera cuyas ambiciones tuvieron buen cui-
dado de estimular. Levantado este en armas contó
entre sus mejores adalides á esos mismos expatriados
que dirigidos por el insigne Juan Lavalle lo acompa-
ñaron en las alternativas de su aventura revolucio-
naria.
Así se explica el decreto gubernativo de 5 de
Agosto de 1836 por el cual se ponía fuera de la ley á
Lavalle. Con estas alianzas al extranjero se ofrecía
ejemplo funesto á las ambiciones y se ensayaba la po-
lítica equivocada que repetida en 1864-65 tan tre-
mendas calamidades originó.
Pero no fué éste el único argumento de conducta
que vino á preparar la identificación de los partidos
orientales con los partidos argentinos. El criterio ex-
tremo de Rozas, en lo que se refería al servicio militar
exigido de los súbditos franceses, y los serios sucesos
que dieron pie á la retirada del vice cónsul de Francia
en j Buenos Aires, señor Aimé Roger, motivaron la
interrupción de relaciones diplomáticas con esta po-
tencia, siendo su resultado inmediato el bloqueo de
todo el litoral perteneciente á la República Argentina
por la escuadra francesa del Atlántico del Sur bajo
las órdenes del almirante Leblanc.
Invitado á colaborar desde su esfera en esta empre-
sa guerrera del extrangero, que le brindaba su alianza,
LA TIERRA CHARRtJA
91
el presidente Oribe se rehusó terminantemente á
aceptar ingerencias en sucesos extraños á los intereses
verdaderos de su país. Resalta aún más la correcta
energía de su actitud recordando que ya por entonces
— Mayo de 1838 — la sublevación del general Rivera
se había impuesto en gran parte de la campaña y que
el apoyo de la Francia, poderoso y decidido, inclina-
ría el triunfo á favor de quien lo aceptara. « Leblanc
había pretendido la alianza con Oribe. Este presi-
dente no quiso infringir las leyes del derecho inter-
nacional declarándose enemigo de la República Ar-
gentina, que agravio ninguno nos había inferido, y el
desairado almirante de ultramar produjo la catástrofe,
despechado por la recta conducta de Oribe, que no
aceptó el triunfo de su causa al vil precio de la vio-
lación de la neutralidad, en cuyo principio cumplido
descansan la armonía, estabilidad y concierto de las
naciones civilizadas; y el gobierno progresista del
año 38, cayó envuelto por ruda intervención monár-
quica, pero envuelto, como Artigas, en la bandera de
su patria y en el puro estandarte que simboliza la
causa americana. » (1)
Claro está que los emigrados argentinos, en el afán
explicable de crear dificultades de todo género á Ro-
zas, dirigieron sus esfuerzos á sellar, como se hizo, la
alianza del general Rivera con los franceses; y tam-
bién poco cuesta penetrarse de que éste, en su afán
explicable de crear dificultades de todo género al pre-
(1 Luis Santiago Botana. Rasgos de Administraciones Nacionales pág. 15
93
LA TIERRA CHARRÚA
sidente Oribe, aceptara complacido una ayuda tan fe-
cunda y oportuna. A estas singulares combinaciones
conducen las pasiones políticas cuando pierden el fre-
no moderador de la razón. Dice el historiador Pelliza:
« La Francia debía mantenerse firme y su alianza con
la revolución oriental victoriosa proporcionaría al se-
ñor Roger los medios de vengarse de Rozas castigan-
do su olvido de las prácticas internacionales. »
Prosigue el mismo: « La situación del presidente
Oribe se hacía por momentos insostenible. Después
de varias tentativas de pacificación y viendo que Ri-
vera aumentaba sus elementos con el apoyo de la
escuadra francesa, renunció el mando el 26 de Octu-
bre de 1838. Desde esa fecha la situación de [la Re-
pública Oriental quedó completamente entregada á la
influencia del general Rivera quien asumió la presi-
dencia de hecho, protegido por la Francia . » (1)
Hemos preferido transcribir estos párrafos de un
autor extranjero, que dicen más en su sobriedad que
todos nuestros comentarios, á fin de constatar de ma-
nera insospechable las afinidades materiales de los
triunfadores con los extraños. Hasta el día del desas-
tre institucional don Manuel Oribe sostuvo brillante-
mente la bandera del derecho y su caída, abrazado á
la legalidad, ofrece un alto ejemplo de pureza demo-
crática que más adelante y bajo presiones bastardas
semejantes repetirían don Juan Francisco Giró, don
[1] M. A. Pelliza. La Dictadura de Rozas . [pág. 134.]
LA TIERRA CHARRÚA
93
Atanasio Cruz Aguirre, en cierto modo, y el doctor
José E. Ellauri.
Ese fue el momento mas grande del general Oribe.
Lástima inmensa que el escozor de la injusta derrota
sufrida lo lanzára luego á la senda de errores tan
graves como los que acababa de combatir.
Antes de penetrar en la apreciación de ese nuevo
periodo de sus actividades queremos repetir que pro-
ceden muy mal y escriben libros históricos envenados
quienes niegan su verdadero carácter á los sucesos
que venimos de bosquejar ; quienes mas tarde bati-
rán palmas en favor de la intervención brasilera
de 1865. (1) ¡ Qué pobres son los ideales alimentados
por el fanatismo! ¡Qué mal ocupan su tiempo los auto-
res nuevosque penetran en el pasado cuchillo en mano!
Oribe hizo renuncia del mando ante el Cuerpo Le-
jislativo, en documento memorable, á mediados de
Octubre de 1838, apenas cuatro meses antes de cum-
plir su ejercicio presidencial. Esa renuncia interpues-
ta y aceptada en debida forma cierra la puerta á
toda justificación legal de su posterior conducta. Si
el mandatario derrocado pensó volver por sus fueros
agredidos estuvo de sobra aquella actitud, en esencia
espontánea, que hacía caducar legítimamente su de-
recho. Si otra fué su iutención debió suprimir tal
estorbo de su camino. De cualquier modo que se la
aprecie lo más ventajoso ante el concepto histórico
(1) Cárlos Oneto Yiana. El Pacto de la Unión pág. 16.
José Luciano Martínez. Vida Militar de los generales Enrique y Gregorio
Castro pág. 29.
94
LA TIERRA CHARRÚA.
hubiera sido no resignar el poder en beneficio del
atentado prepotente y 'caer envuelto en la bandera de
las instituciones. Esa era la mejor de las revanchas !
Pero la cólera es pési ma consejera y O ri be, zahu-
m'a'do con las glorias puras de su desgracia, cruzó el rio
ya mal inspirado. Por lo demás, en Buenos Aires con-
cluiría de perder la cabeza. Allí estaba en el pleno
goce de sus poderosos recursos don Juan Manuel de
Rozas cuya situación política entonces ofrecía apa-
riencias alarmantes. En guerra con la Francia, en
guerra con alguna provincia poco dócil y con la pers-
pectiva de guerra al frente, encarnada en la persona-
lidad de Juan La valle, lo urgente era conjurar esos
conflictos diferentes que coaligados con tino serían
incontrastables. A la nación bloqueadora se le opuso
la gestión diplomática, pero al jefe unitario era nece-
sario oponerle un hombre capaz por sus aptitudes
militares de sostener la causa de la tiranía. Oribe,
movido por justos despechos, estaba ahí y Ro z as, ex -
plotando sus indignaciones, supo utilizarlo en bene-
Ificid propio.
Hemos dicho con todo cálculo: la causa d e la tira-
nía y no hemos mentido. La dominación de Rozas
ofrece un ejemplo de las consecuencias sombrías á
que conducen los errores, aún los errores sinceros y
patrióticos de los partidarios exajerados. Como lo ha
dicho acertadamente el general Mansilla en su libro
sobre el déspota rioplatense : « Un mal gobierno no
es un caso fortuito , ni se concibe un opresor solitario
LA TIERRA CHARRÚA
95
en la sociedad, cualquiera que sea el estado embriona-
rio de su organización, como se puede ver un árbol
secular aislado en el desierto pampeano sin fin. » (1)
A Rozas lo trajeron al poder las impaciencias prin-
cipistas de sus adversarios, herederos de todas las so-
berbias directoriales y reácios, en su infinito orgullo,
á las enseñanzas repetidas de la experiencia. Porque
Rozas no escaló el mando de improvisó, por virtud de
una escaramuza afortunada. Quien estudie la historia
argentina lo ve surgir con lentitud pero con fir-
meza, sujeto al proceso que rige el desarrollo de las
fuerzas organizadas. Hijo de importante familia, ma-
yordomo, consumado ginete, caudillo en crecimiento,
jefe de escuadrón, auxiliar eficacísimo con sus seis-
cientos colorados del gobernador don Martin Rodrí-
guez contra Dorrego, vengador enseguida de este, á esa
altura de su carrera la cumbre viene á él con la misma
rapidez con que él vá hacia ella. Así redondeado el
prestigio solo bastaba aplicarlo abiertamente á su fin
para triunfar sin duda alguna « porque una ten-
dencia inconciente arrastraba al populacho hacia
las banderas de Rozas.» (2) Las constituciones del
19 y del 26, el platonismo político de Rivadavia y
de otros ciudadanos ilustres no había encontrado
medio fecundo y la mejor prueba de ello la ofrece
el extraordinario éxito de las tendencias federales,
torpes, vagas en su concepto definitivo pero — en
íl] Lucio V. Mansilla. Rozas.
[2] M. A. Pelliza. La Dictadura de Rozas, [pág. 21]
96
LA TIERBA CHARRÚA
eso unánimes — aliadas en su apasionada hostilidad
á Buenos Aires que, como castigo á sus exclusivismos
aristocráticos, vendría á ser juguete sangriento de uno
de sus propios hijos. La vieja política unitaria desde
1811 á 1861, desde Artigas hasta Urquiza, había de
crear dificultades hasta tanto no se apeára del afán ab-
sorbente que la caracterizara durante cincuenta años de
inauditas turbulencias. A propósito, refiere un escru-
puloso autor que el 13 de Diciembre de 1839, aniver-
sario del fusilamiento de Dorrego, exclamaba Lavalle
en el seno del ejército paseándose agitado delante de
sus oficiales del Estado Mayor: « ¡Ah! señores, yo he
sido el que abrió la puerta á Rozas para su despotismo
y arbitrariedades sin ejemplo. Los hombres de casaca
negra, ellos, ellos, con sus luces y su experiencia me
precipitaron en ese camino haciéndome entrever que
la anarquía que devoraba á la gran República, presa
del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego.
Más tarde, cuando varió mi fortuna, se encogieron de
hombros . . . Pero ellos al engañarme se engañaban
también, porque no era así. Dorrego solo explotó en
su beneficio el mal que estaba arraigado en el país,
como se ha visto después. » ( 1 ) Profunda verdad.
Ya hemos visto que el estado político de la América,
atrasado y embrionario, no guardaba armonía con las
instituciones avanzadísimas que le decretaron sus
asambleas constituyentes. Cuando la misma Europa,
en pleno esplendor civilizado, no había admitido de-
[1] A. J. Carranza, El general Lavalle ante la justicia postuma.
LA TIERBA CHARRÚA
97
cididaraente el imperio de las nuevas ideas, como lo
prueba con elocuencia el carácter absolutista de la
Santa Alianza, poderosa asociación de reyes repre-
siva del liberalismo, se quería para las nacionalidades
de este continente una fórmula perfecta y entonces
atrevida de gobierno. El sistema republicano, tan se-
ductor al espíritu de los hombres libres por el encanto
de sus dogmas igualitarios requiere para fructificar
en debida forma un medio ambiente adecuado á sus
delicadas exigencias, de lo contrario, sus ventajas se
tornan en perjuicios y á la sombra de groseras adul-
teraciones se labran las mayores calamidades públi-
cas. Como los más sencillos y sorprendentes mecanis-
mos de relojería, que dejan de funcionar al menor
golpe rudo, el sistema republicano de gobierno pierde
su eficacia y fallan las leyes de alta sabiduría que
rigen su ejercicio cuando no encaja holgadamente en
la sociedad que lo adopta.
Un ejemplo vigoroso de semejante fracaso lo ofrece
Sud América á raíz de su organización. Es cierto que
las muchedumbres continentales, dirigidas por tribu-
nos de robusto pensamiento, sirvieron con singular
energía al ideal redentor como es cierto que ellas
alcanzaban los prestigios del dogma proclamado pro-
testando reiteradas veces contra tentativas exóticas
de gobierno. Se puede afirmar á su respecto que ellas
salvaron la causa de la libertad con sus ruidosísimas
resistencias. Pero de abrazar con entusiasmo un cre-
do á la práctica correcta y fecunda del mismo medía
7
98
LA. TIERRA CHARRÚA
enorme distancia. Para crear la república solo se ne-
cesitó de mucho valor, de mucha audacia, de mucho
patriotismo y como estas virtudes crecían lozanas en
el corazón de los nativos, pronto pudo acariciarse en
la realidad el afán perseguido; pero para hacer efecti-
vo el imperio de sus instituciones se requería mucha
cultura, mucha disciplina, mucha capacidad cívica y
estos elementos indispensables no abundaban, no
existían, al producirse la emancipación. Por eso más
sangre hemos derramado en la tarea pacífica de la
organización que en el empeño belicoso de conquistar
nuestra independencia. Los federales de 1820, ¿po-
seían acaso el plan minucioso y completo de sus doc-
trinas y los unitarios de la misma época tenían bien
marcado su derrotero ó ambos bandos eran dos fuer-
zas hijas de la pasión, dirigidas por fanatismos em-
píricos á cual más equivocado ? Se trataba de dos
tendencias con gran fondo de verdad pero mal presen-
tadas. En efecto, una hizo del localismo más acérrimo
su bandera y otra encontró la suya proclamando la
anarquía y la disolución. Las dos traían el gérmen del
desastre y las dos tienen la responsabilidad de la
guerra civil. Después de mucho batallar en lo que
refiere á la tierra argentina, la más ensangrentada por
estas diferencias, á Urquiza y Mitre cabe la gloria de
haberse dado cuenta de lo pernicioso de tales extre-
mos.
Pues bien, si al declararse la independencia todo
estaba por hacerse y si como lo expone con atrayente
la tierra charríja
99
sinceridad el general Mansilla : « la América del Sur
era entonces una impostura republicana», ¿cómo
creer posible una adaptación irreprochable y juiciosa
al nuevo régimen de libertad cuando recien se salía
del dominio de una metrópoli que sólo sabía esclavi-
zar á sus colonias? A los ciegos que recuperan la vis-
ta mediante una operación se les arranca al mundo de
las tinieblas con prudencia, aumentando lentamente
la intensidad de la luz á fin de no lastimar en sus órga-
nos á un sentido muy delicado que recien despierta.
¿Algo semejante no reclaman las sociedades que evo-
lucionan? De lo contrario el pasage de un estado de
aplastadora tutela al gobierno del pueblo por el pue-
blo expone al naufragio.
Nos hemos detenido en estas apreciaciones gene-
rales con el fin de sostener enseguida que Rozas, con
todos sus crímenes y atentados, fué un fruto natural
de torcidos acontecimientos, fruto recogido en mayor
ó menor escala en los restantes, países de este conti-
nente, con excepción de Chile, que tanto ha valido
siempre como nacionalidad equilibrada, y del Brasil
que siguió durmiendo el caduco sueño colonial bajo
los auspicios del Imperio. El exceso unitario trajo el
exceso federal que fatalmente, por la ley de las reac-
ciones, debía terminar con el entronizamiento de un
déspota. Así fué y recién cuando el terror disciplinó
las energías y mares de sangre borraron el pasado
pudo resurgir la libertad definitivamente orientada.
Así, pues, nosotros miramos la época de Rozas
100
LA TIERRA CHARRÚA
como una obligada consecuencia de épocas ante-
riores de temeraria imprudencia institucional, de la
misma manera que cuando el terreno está predis-
puesto á la enfermedad se busca la causa de una tu-
berculosis en el resfrio, en el desarreglo personal que
le dió antecedente. La dominación de Rozas no fué
decretada por el capricho aislado de un hombre que,
á no contar con sólido apoyo, no hubiera perpetuado
su dictadura durante veinte años. Ella señala más
bien el vuelco de una sociedad anarquizada que can-
sada de debatirse en la impotencia buscó descanso-
en los brazos de la tiranía. Síntomas de esa decaden-
cia cívica lo ofrecen las más encopetadas damas de
Buenos Aires arrastrando el carruaje que con-
ducía el retrato del déspota; la religión colocando ese
mismo retrato en el altar, junto á sus divinidades; los
primeros guerreros dé la independencia haciéndose
solidarios del sistema y también la literatura fanática
y servil de aquel tiempo oprobioso.
Reanudando, fué un gra n error del ex- presidente
Oribe asociarse á la situación sombría presidida por
Rozas y comprometer sus positivas glorias convir-
tiéndose en instrumento de aquel tirano. No intenta-
mos desconocer esa evidencia. Pero para darle su
verdadero carácter conviene recordar que entonces
no podía existir la claridad de perspectivas morales
que hoy nos habilita á emitir opinión acertada sobre
aquel suceso. La alianza de Oribe y Rozas la habían
ido tegiendo las circunstancias, ella fué preparada
LA TIERRA CHARRÚA
101
por un conjunto de factores favorables á la autoridad
presidencial y su coronamiento sin<5 justificable se
explica en mérito á los extremos de solidaridad á que
conduce una aproximación repetida.
Por otra parte, nuestro país aún estaba bajo la tu-
tela política de sus poderosos vecinos. Incorporado
en distintos períodos á cada uno de ellos si sus fron-
teras geográficas habían sido bien deslindadas no
sucedía lo mismo con las fronteras de su vida política.
Después de 1830 las potencias limitrofes siguieron
ejerciendo sobre nuestra democracia el mismo influjo
espiritual, á veces decisivo, dibujado en 1810 y coro-
nado y cerrado — ¡ por fin ! — con la entrada del ejér-
cito brasilero á nuestra capital en 1865. Y si por el
lado norte la estabilidad monárquica ahogaba toda
vinculación partidaria, sin embargo de que conocidas
son las afinidades que tuvo el general Rivera con los
f arrapos, otra cosa muy distinta ocurría por el lado
argentino. Los partidos orientales y los partidos de
aquella nación se habían venido identificando desde
mucho antes de la tiranía de manera que Rozas sólo
necesitó acentuar en su provecho ese movimiento de
fraternidad.
Agreguemos que la influencia de la política rocista
en nuestro país era enorme, siendo, por desgracia,
muy difícil escapar á ella. Se trataba de un astro y de
un satélite recien emancipado. Oribe, inclinado á la
revancha,— ahí estriba su gran error— debía fatalmente
102
LA TIERBA CHARRÚA
caer en el círculo prepotente del dictador que ya no
lo abandonaría.
Pero á este respecto interesa disipar una pomposa
afirmación corriente que presenta al triunfador, al
general Rivera, en abierto pique con Rozas, obediente
en esto aquel á sus tendencias libertadoras y de alto
patriotismo. Es la referida una de las tantas mistifi-
caciones amonedadas por las vulgares pasiones de
partido que concienzudos esclarecimientos históricos
han destruido ya. Aunque suene mal á muchos oidos
la verdad de las verdades es que el general Rivera
hizo todo lo posible por disputarle al general Oribe
la alianza con el tirano de Buenos Aires, como lo
probaremos enseguida con testimonios irrefutables^
llegando en el calor de ese propósito á sacrificar
á su aliado de la víspera y amigo el general don
Juan Lavalle.
Espiguemos al efecto en autores extranjeros que
escriben sin pasión sobre nuestras cosas y que si al-
guna poseen ha de ser unitaria porque es el cuño que
llevan sus libros.
Habla primero el señor Angel Justiniano Carranza
en su alabada obra La Revolución del Sur de 1839;
después comentaremos : « El presidente Rivera que
hasta entonces se había limitado á dejar sentir su
desagrado llamó en la tarde del l.° de Julio al inten-
dente general de policía, don Luis Lamas, y le or-
denó que hiciera disolver las fuerzas argentinas expe-
dicionarias, recogiendo el armamento y las monturas.
LA TIERRA CHARRÚA
103
é impidiera por todos los medios á su alcance saliese
Lavalle de la ciudad ; poniendo la ejecución de esa
orden y su reserva bajo la mas severa responsabilidad
del intendente quien las comunicó.
« Contrariaba profundamente á Lamas como orien-
tal y como correligionario político que su ilustre
amigo saliese de Montevideo con las apariencias de
prófugo, según lo pintaba poco después la prensa
ministerial. » ( 1 )
Fué en estas circunstancias tan comprometidas que
don Andrés Lamas, entonces muy joven, resolvió des-
obedecer abiertamente las órdenes del gobernante.
Al efecto, empezó por poner en conocimiento de los
revolucionarios argentinos las hostilidades que contra
ellos se preparaban apurando de este modo su inva-
sión que de lo contrario corría riesgo inminente. Pero
yendo el doctor Lamas aún más lejos en sus combi-
naciones no sólo hizo posible la realización del em-
peño guerrero de los unitarios sino que también le
dió carácter oficial. El general Lavalle se dirigió al
muelle en plena tarde, acompañado de un selecto gru-
po de oficiales. El trayecto hasta el embarcadero lo
recorrió en manifestación por las calles más centrales
agarrado del brazo con el señor Lamas quien así acre-
ditaba su entereza y la sagacidad de su espíritu. Vea-
mos cuál fué la impresión que produjo en el general
Rivera la noticia de esta actitud. Continúa Carranza :
[1] A. J. Carranza. La revolución del Sur de 1839; pags. 32 y 35.
104
LA TIERRA CHARRtJA
« Este ( Rivera ) que había sido enterado de lo acae-
cido, por su edecán, el coronel Luís Perichón, quien
encontró y saludó á Lavalle, no lo consideró así en el
primer momento, y reclamando de los representantes
de Francia el desembarco del general y de los expedi-
cionarios, ordenó á los buques orientales capturasen
los transportes mercantes, mandó encausar á Lamas
y por último que se suspendiera y sumariase al ayu-
dante de la Capitanía del Puerto. Según se ha sabido
después, Rivera estaba en tratos de paz con Rozas,
por medio de los agentes diplomáticos ingleses. Exhi-
bimos más adelante, agrega, los comprobantes de esa
tentativa oscura y grave, felizmente frustrada, porque
el dictador de Buenos Aires no pudo persuadirse que
la salida de Lavalle de Montevideo se verificase en
esa forma, á la luz del día, sin la connivencia de Ri-
vera, de cuya doblés desconfiaba; y determinó ya, sin
vacilar, vadease el Uruguay el ejército que se remon-
taba en Entre Ríos á las órdenes del general don
Pascual Echagüe. » (1)
El historiador Pelliza confirma lo anterior en los
términos siguientes : « Rozas que veía sus vacilacio-
nes (las de Rivera) lo hizo tocar secretamente por el
ministro inglés Mendeville, insinuándole la conve-
niencia de hacer la paz con Buenos Aires. Rivera
tragó el anzuelo y los sucesos de Corrientes vinieron
á mostrarle que se habían reído de él, porque cuando
(1) A. J. Carranza. La Revolución del Sur de 1839. (pág. 38.)
LA TIERRA CHARRÚA
105
quiso formalizar la negociación con Rozas, éste le
contestó : que en su carácter de defensor de la sa-
grada causa americana, no podía tratar con traidores.
Esperanzado en la paz que lo dejaría dueño de la si-
tuación oriental, no sólo comprometió Rivera el éxito
del levantamiento de Corrientes, sino que hostilizó al
general Lavalle creándole dificultades en su proyecto
de expedicionar contra Rozas. » ( 1 )
La actitud personalísima de Lamas fué la que de-
cidió la situación, de manera, pues, que á este insigne
diplomático cupo el honor de romper con Rozas como
muchos años después dividiría con otro insigne esta-
dista, don Manuel Herrera y Obes, el honor de abrir
la fosa de su inicua dominación. Lavalle, en carta
dirigida á su amigo don Andrés Lamas desde la
isla de Martín García, momentos antes de invadir, le
decía : « Yo nada espero del general Rivera sinó hosti-
lidades; está poseído de una rabia frenética, no tanto
contra la empresa cuanto contra mi. Pronto llorará su
ceguedad. Su propia conciencia será mi vengadora.
Si yo triunfo de Rozas, su nombre será el objeto de
execración de todos los pueblos argentinos, y si nó,
el cargará con la ignominia de mi muerte. Jamás he
hecho un pronóstico con mas confianza. En cuanto
á mi Yd. me vé en un camino único, el de la patria,
y aunque todo el universo se conjurase yo iría á
[1] M. A. Pelliza. La dictadura de Rozas . (p&g. 150.)
106
LA TIERRA CHARRÚA
morir allí, porque así me lo mandan mi deber y mis
compañeros.» (1)
Si las otras transcripciones no fueran suficientes
bastaría esta última para acreditar que Rivera hizo lo
posible por cruzar los planes libertadores del jefe uni-
tario y que si no tuvo éxito en tales propósitos se de-
bió á causas extrañas á su criterio, á causas opuestas
á su voluntad expresa. El documento antecedente,
emanado de Lavalle, posée todo el sentido carácter
de un testamento político y es bien claro en el deslin-
de de responsabilidades. Los graves reproches que
en él se formulan no tienen levante.
Solo resta ratificar la acusación dirigida á Rivera
de que al tiempo de estas deslealtades estaba en tratos
amistosos con Rozas. El historiador Carranza trae al
efecto una série importantísima, por lo que esclare-
cen, de cartas privadas suscritas por los dos interesa-
dos en la negociación. Puede imaginarse la eficacia
probatoria definitiva que tienen, después de medio
siglo largo, esos escritos de índole particular y por lo
mismo sinceros en sus párrafos llenos de preciosa
espontaneidad. A fin de no extendernos demasiado
solo elegiremos dos de esas epístolas. Dice así la pri-
mera:
« Buenos Aires, Agosto 16 de 1839. — Señor Gene-
ral don Pascual Echagüe. — Mi querido amigo : Tengo
el gusto de avisarle el recibo de sus apreciables 1.®
de Julio y 3 del corriente.
[1] M. A. Pelliza. La Dictadura de Eoxas ) pag. 156.
LA TIERRA CHARRÚA
107
El pardejón salvaje unitario Rivera, en su deses-
perada situación «me mandó ofrecer la paz » ofre-
ciendo entregar al salvaje Lavalle y á los demás sal-
vajes unitarios emigrados, al gobierno argentino; pu-
blicar una amnistía reconociendo en sus empleos al
Sr. Presidente Oribe y á los demás orientales de su
partido legal ; declarándose en contra de las preten-
siones francesas, haciendo causa común con esta Re-
pública, en defensa de su libertad; y, por último, todo
lo que yo considerase necesario con tal de darnos la
mano; quedando él de Presidente en el Estado Orien-
tal reconocido por el gobierno argentino ....
Juan Manuel de Rozas. » (1)
La segunda carta referida está destinada á la be-
nemérita dama doña Bernardina Fragoso de Rivera,
esposa del general, que la suscribe, y fechada en el
Durazno á 26 de Mayo de 1839. Copiamos su párrafo
pertinente: «Mas, primero que todo es un asunto de
suma importancia que tengo entre manos con el mis-
mo Buenos Aires. El asunto se trata por medio de los
agentes ingleses.
Todo esto es de suma reserva; más te lo comunico
confiado en que no lo harás trascendental á nadie. No
está distante el que hagamos la paz con Rozas. » (2 )
Nada más se precisa para afirmar opiniones en este
asunto. Al detenernos en el comentario de aquellos
sucesos no ha sido ciertamente nuestro objeto acumu-
(1) A. J. Carranza. La revolución del Sur de 1831. (Pág. 2b5).
[2] Cárranza. La revolución del Sur de 1839 [Pág. 43].
108
LA TIERRA CHARRÚA
lar condenaciones sobre el nombre del general Rive-
ra, pero sí poner de manifiesto la ignorancia ó la pa-
sión que acreditan á diario quienes colocan á don Ma-
nuel Oribe al nivel de los más infames traidores por-
que él tuvo tratos con Rozas. Somos los primeros en
censurar tan torpe acercamiento mas á la vez nos fas-
tidia que se pretenda rodearlo de caracteres únicos,
denotativos de una distinta pasta moral, cuando Ri-
vera, á quien se presenta en aquel entonces como
salvador de la libertad platense, imploró la alianza
del tirano y pasó, para obtenerla, por conocidas hu-
millaciones.
Rozas, para atraerse eficazmente á Oribe, empezó
por darle el trato de Presidente legal de la República
Orienta], título que á esa altura importaba una evi-
dente usurpación. El agraciado no supo resistir á
semejantes halagos ni á las distinciones especiales
de que era objeto y que creyó de su deber retribuir
incorporándose al orden de cosas dominante.
Lanzado en ese camino de las complacencias, Oribe
que era, por lo demás, de tempei’Smento récio y auto-
ritario, llevó demasiado lejos su adhesión; tan lejos
que muy pronto lo encontraremos consolidando al
poder rosista con las armas en la mano.
Cuando Lavalle llega victorioso hasta el pueblo
de Merlo, distante siete leguas de Buenos Aires, des-
pués de haber doblado al general Angel Pacheco que
se oponía á su paso, y Rozas llegó á considerarse
perdido, fué Manuel Oribe quien disipó aquel in-
LA TIERRA CHARRÚA
109
menso peligro deteniendo los avances del caudillo
unitario.
Enseguida, entusiasmado con la empresa que le
ofrece además los placeres de una revancha, inicia
la persecución del jefe enemigo al través de las pro-
vincias, sin desmayar, sin descanso, sin apearse del
caballo por días enteros, pegado, como la sombra al
cuerpo, á la retaguardia adversaria. En las batallas
del Quebracho Herrado y Famaillá quedó rota la
cerviz unitaria. Después de una campaña, brillante
bajo la faz militar pero ingrata bajo la faz del dere-
cho, el general Oribe consigue arrojar dispersos á la
frontera boliviana los últimos restos del ejército liber-
tador. El insigne Juan Lavalle había caído en la
hermosa contienda, como él tal vez lo quiso. L.a muer-
te del gobernador Avellaneda de Tucumán fué un
crimen dejado impune, en el mejor de los casos, por
Oribe, que nadie puede justificar.
El papel culminante que jugó el referido, á pesar
de ser extrangero, en esta campaña decisiva, acredita
la confianza que se tenía en sus talentos militares,
confianza que bajo ese aspecto él supo confirmar.
Apartado de la línea recta y ya en su decadencia
histórica, mal rodeado, mal dirigido y peor aconsejado,
don Manuel Oribe, prestando talvez acatamiento á
secretas nostalgias nativas, ponía su sueño favorito en
la reconquista del poder presidencial que antes renun-
ciara solemnemente. Mucha, muchísima culpa en se-
mejantes extravíos adjudicará mañana el fallo de la
110
LA. TIERRA CHARRÚA
posteridad á los hombres civiles de robusta inteligen-
cia que acompañaban al caudillo expatriado y que en
vez de corregir sus impulsos irregulares los fomentaron
conduciéndolo á cometer lamentables errores.
Oribe vencedor y pacificador de la República Ar-
gentina gozaba á la sazón de un justo prestigio militar
en el concepto del partido federal. En consecuencia,
no s© puso dificultades á su deseo manifestado de
invadir el territorio oriental en pié de guerra, á fin de
vengar agravios agenos y agravios propios ya pres-
critos. Pero antes debía Oribe batirse con Rivera
quien le presentó batalla en los campos del Arroyo
Grande sufriendo una derrota total.
Este desastre dejaba libre la entrada á la patria
que ardía en el desquicio. El general Oribe lo enten-
dió así y el 16 de Febrero de 1848 acampó en el Ce-
rrito, frente á la ciudad de Montevideo que acababa
de ser atrincherada bajo la dirección estratégica del
general Paz.
Allí se mantendría durante nueve años.
' "Antes de proseguir en esta rememoración rápida,
que solo nos permite tocar algunas cumbres, vamos
á ocuparnos en especial del general Rivera.
Desde luego, procede manifestar que los dos pró-
ceres nombrados poseen rasgos propios singulares.
Oribe fué más soldado que caudillo, Rivera más cau-
dillo que soldado ; aquel estudió el arte de la guerra
en los libros, adquiriendo sólidos conocimientos teóri-
cos 5 este aprendió á pelear leyendo en ese libro sabio
LA TIERRA CHARRÚA
111
de la naturaleza, que tan pocos entienden, adquiriendo
habilidades para el oficio alrededor de los fogones
gauchos; el primero, como que era general de escuela,
sabía obedecer y exigió, á su tiempo, ser obedecido
con idéntica latitud ; el segundo, como que era gene-
ral de montoneras, nunca pidió á sus subalternos dis-
ciplina por cuanto él nunca aceptó ese freno, inso-
portable para quien sólo respetaba su capricho; Ori-
be, de acuerdo con su temperamento militar, dió al
país un gobierno regular, ordenado y puro; Rivera,
pagando tributo á sus tendencias desquiciadas, des-
pilfarrado por costumbre, hizo un gobierno que refleja
fielmente sus condiciones personales; aquél, correcto,
altruista, severo, no discute á Lavalleja el mando su-
perior que méritos acumulados le disciernen, porque
goza de más alta gerarquía, y acepta gustoso servir de
cimiento á la gloria de quien será mañana su rival ;
éste, audaz, temerario, ambicioso, no acepta jefaturas
superiores á la suya, acampa por sus respetos, y así,
procediendo por cuenta propia, obtiene espléndidas
victorias y ayuda á fundar la patria; Oribe por exce-
so de consecuencia, por no aparecer traidor, lleva
hasta el extremo su adhesión á Rozas, mientras Ri-
vera, que no conocía aquella cualidad, á nadie hizo
el sacrificio de sus instintos ni con nadie se creyó ja-
más obligado; el uno era grave, abstraído, conciso,
mientras el otro en el bullicio, en la broma, en la ex-
pansión encontraba su ambiente. Oribe fué uniforme
en el desarrollo de su vida; Rivera tuvo muchas ñor-
112
LA TIEBRA CHARRÚA
mas de conducta ; Oribe, inexorable, atropelló de fren-
te los mayores obstáculos para vencerlos como se
vence á una fortaleza, por asalto; Rivera, menos te-
naz y más hábil, prefirió quebrar las dificultades
echando manos de medios discutibles é indiscretos;
Oribe señala una energía, Rivera define un capricho.
Pero ambos, á la vez, tienen muchos puntos de
contacto. Como los astros que cruzan sus órbitas,
ellos en algunos instantes se tocan, casi se confunden,
para alejarse luego millares de leguas en sus actitudes,
prisionero cada cual de su propia trayectoria. Los
dos fueron valientes, los dos acometieron acciones
heróicas, los dos prestaron homenaje á grandes erro-
res y poseyeron varoniles virtudes ; los dos creax-on
la patria de los orientales ayudados por dos patricios
aún más ilustres que ellos.
Volvemos á repetirlo: todas las infidencias y todos
los atentados de Rivera huyen despavoridos ante
grandeza épica de los hechos extraordinarios que se
llaman Guayabos, Rincón, campaña de Misiones. De
Oribe podemos decir que todos sus atropellos y todas
sus aberraciones quedan extinguidos con la gloria de
la Agraciada, del Cerro y de Ituzaingó, como desapa-
recen del cielo las nubes más rebeldes disipadas por
la acción vivificante de los primeros rayos solares.
Sin embargo, pocos hombres caracterizados han
recibido tantas andanadas hostiles como estos dos
patricios. En contra de Oribe se agotó el índice de los
más crudos epítetos. Comparado á Nerón, tildado de
LA TIERRA CHARRÚA
113
verdugo, de tirano, de sanguinario, de miserable, de
bárbaro, de monstruo, de asesino, de instrumento, de
traidor, él conoció en vida el vinagre de todos los in-
sultos.
Rivera no ha sido más feliz. El odio y la pasión
hicieron de él un miserable, un cobarde, un ladrón, un
vendido, un desertor, un infiel, un déspota, un servil,
un infame, un traidor. Esas saetas envenenadas las
recibió en pleno pecho.
Conocida es la opinión que á su respecto tenían el
general Paz, Juan Carlos Gómez, don José María
Muñoz, don Andrés Lamas, don Benito Chain, sus co-
rreligionarios. En el seno de la Asamblea de Notables
manifestó César Díaz qu e «el general Rivera siempre
había sido un traidor é infame parricida » ; y en carta
dirigida al doctor Lamas dice del mismo ¿ogJ^Lyiiml
Herrera jr Obes: «¡Q,ué hombre! y ésto es lo que en i
nuestro país encabezó un partido poderoso y ha man-j
tenido y mantiene á la República en agitación tanj
funesta!»
En contraposición á estos ataques las crónicas de
antaño nos traen el éco de himnos honoríficos y de
hiperbólicos títulos otorgados á aquellos guerreros por
el servilismo y por las pasiones de partido.
Tn justo medio veritas en ésta como en todas las
diferencias extremadas. La actuación de esos ilustres
ciudadanos tuvo visibles alternativas, horas acertadas
y momentos desgraciados. Tomados aisladamente
unos ú otros de tales antecedentes se llega á escri-
8
114
LA TIERBA CHARRÚA
bir elogios y censuras ácres, todos y todas á base de
mentira.
El ambiente, las exigencias locales, el carácter pro-
pio de cada época así como la presión de circunstan-
cias accidentales, á veces ignoradas, que el historiador
no puede despreciar, determinan un veredicto lleno
de equilibrio moral y de justiciera nobleza. En pre-
sencia de las causas atenuantes y agravantes que ro-
dean á toda unidad humana de relieve, se impone
aplicar la ley de las compensaciones dejando siempre,
un ancho margen de benevolencia postuma que me-
recen siempre los que fueron.
Ya es tiempo de que ese criterio de equidad se
aplique á nuestros antepasados. Ya es tiempo de que
Rivera y Oribe duerman su último sueño hermanados
en la apoteósis. Por eso urge que aparezca el escritor,
profundo y sabio, capaz de investigar con espíritu le-
vantado los archivos, las publicaciones y las bibliote-
cas nacionales y de verter el fruto de sus estudios
retrospectivos en capítulos morigerados y fecundos.
Hasta tanto así suceda continuarán perjudicando tor-
pes mistificaciones de fracción y nuestros jóvenes
seguirán fulminando ó endiosando á aquellos pro-
ceres, según sean ellos blancos ó colorados. ¿Hasta
cuando persistirán estas procesiones tradición alistas
al pasado muerto que revisten el carácter lúgubre de
un dos de Noviembre?
Para dejar ya á un lado al general Rivera pasamos
á considerar enseguida su ingerencia en los asuntos
LA. TIERRA CBTARRÍJA
115
de la plaza de Montevideo, que tantas condenacio-
nes le ha valido de sus contemporáneos afiliados á los
partidos unitario y conservador. Después de la bata-
lla de Arroyo Grande, que diera desoyendo las indi-
caciones útiles del gobernador Ferré y del general
Paz, Rivera pasó de nuevo el río Uruguay en la más
completa dispersión. Al llegar á Montevideo supo
que las tareas del gobierno estaban confiadas, en pri-
mera línea, á varios extranjeros, ocupando el general
Pacheco y Obes, porteño," el Ministerio de la Guerra.
Esta incrustación de elementos extraños, que en el
fondo eran sus enemigos por cuanto representaban
las más acentuadas tendencias unitarias, disgustó so-
bremanera al general y estuvo á punto de compro-
meter la buena armonía de la defensa. Este profundo
cisma se disimuló mediante la inmediata salida á cam-
paña del experto caudillo que esta vez, como siempre,
obraría inconsultamente por cuenta propia.
La tremenda derrota de India Muerta, inflingida
por Urquiza, fué el castigo que tuvo ésta soberbia
guerrera. Internado en el Imperio regresa á Monte-
video por mar y desde abordo y con la eficacísima
colaboración de su esposa, realizó un movimiento
revolucionario afortunado que lé vuelve al poder.
De nuevo busca el general Rivera en la campaña
escenario para sus actividades y algún tiempo des-
pués, en 1847, como jefe de la guarnición de la ciu-
dad de Maldonado, inicia negociocianes de arreglo
con los sitiadores, sin autorización de su gobierno.
116
LA. TIERRA CHARRÚA
En presencia de esta conducta el gobierno de la
Defensa, de acuerdo con la Asamblea de Notables,
resolvió su destierro al Brasil.
Según el historiador Pelliza, Rivera «habíase arre-
glado casi con Oribe para alejarse del país en cambio
de veinte mil pesos fuertes que recibiría en el acto y
además la promesa de designársele una mensualidad
por el gobierno del Miguelete si su conducta ulterior
lo hiciera acreedor á tal merced. » (1)
Ilumina definitivamente ese punto histórico el mis-
mo texto del decreto de destitución y extrañamiento
que lleva la fecha de Octubre 3 de 1847 y que em-
pieza así: « Teniendo presente que el señor Brigadier
general don Fructuoso Rivera está en comunicación
con el enemigo que asedia al pueblo de Maldonado y
ha abierto negociaciones siu autorización de ninguna
especie y de un carácter alarmante por el tenor de
su comunicación confidencial á S. E. el Sr. Presiden-
te, se ve que el objeto del enemigo no es otro que ob-
tener la entrega de aquel punto y su guarnición, ha-
ciendo para conseguirlo proposiciones de interés per-
sonal para el citado general » etc.
No entraremos á calificar esta actitud del general
Rivera bajo la faz disciplinaria, que tal vez no tendría
atenuaciones, sino bajo su fisonomía política. En 1847
todos los orientales estaban hartos de la guerra.
En un principio los partidos nuestros se habían
identificado íntimamente con los partidos argentinos
(1) M. A. Pelliza. La Dictadura de Roxas, pág. 378.
LA TIERRA CHARRÚA
117
y si bien es cierto que estas afinidades no se rom-
pieron, luego resulta evidente que ellas estaban bas-
tante relajadas en ambos lados. El general Rivera,
en el campo sitiado, fué cabeza de la robusta tenden-
cia local, mientras entre los sitiadores de una y otra
nacionalidad se operaba idéntico distanciamiento. Y
así tenía que suceder. Ni Montevideo, convertido en
una Rochela del unitarismo, soportaría siempre su
pesado yugo militar, ni Oribe aceptaba con el entu-
siasmo de la primera época su rol de general dele-
gado. Ese tan explicable aflojamiento de las volun-
tades decretó las aproximaciones promisoras. Sabido
es que el entonces coronel Venancio Flo r es en más
de una oportunidad y bajo palabra de honor penetró
al campamento del general Oiibe celebrando con
éste entrevistas amistosas muy significativas. A me-
dia noche, acompañado por el comandante Artaga-
veytia, volvía el referido á la línea enemiga. Encau-
sado en ésta corriente de opiniones, que más tarde
resultaría irresistible, el general Rivera no titubeó en
ponerse al habla con los sitiadores. Oribe, que ya ha-
bía evidenciado sus buenas disposiciones para llegar
á un arreglo aceptando las bases pacificadoras de los
ministros Gore y Gros que Rozas se apresuró á recha-
zar, no puso obstáculos á las manifestaciones del cau-
dillo. Tan adelantadas estaban las tentativas cuando
el gobierno de Montevideo entró en conocimiento de
las mismas que para cortar toda perspectiva de aco-
modo se procedió con la severidad relatada contra el
inquieto Rivera.
118
LA TIERRA CHARRtJA
Porque el criterio ultra unitario dominante en la
capital no consentía nada que no resolviera la caída
de Rozas, como si nuestros intereses dependieran de
aquella situación. Pero el tirano de Buenos Aires, se
dice, estaba acampado en el Cerrito por cuanto el
general Oribe era su hechura. Incierto; la mejor
prueba de que este aceptaba una fórmula transaccio-
nal para obtener la paz, la encontramos en sus dis-
tintos esfuerzos para cerrar la guerra. Indudablemen-
te refleja honor sobre nuestra cancillería el hecho de
que ella haya creado por sí y realizado el plan victo-
rioso de la triple alianza dirigida contra el déspota,
pero nadie ignora el precio doloroso que para los
uruguayos tuvo aquella empresa. Tan doloroso que
todavía nos preguntamos qué fué mas caro si el mal
mismo ó el remedio ideado para extinguirlo.
¿Iban, pues, errados quienes soñaban con un arreglo
en familia de las viejas diferencias caseras? Había
en el Cerrito muchos ciudadanos distinguidos, como
los había en la Plaza, que no se rehusaban á una tran-
sacción decorosa. Respondiendo en mucha parte á esas
aspiraciones latentes y en alguna á su temperamento
levantisco fué que el general Rivera abrió negociacio-
nes directas y personales con el general Oribe. Algu-
nos años más tarde los mismos hombres que lo fulmi-
naran por esa tentativa pacificadora ocurrirían á un
sistema muy semejante para poner término á la gue-
rra. No otra cusa dice aquello de: «No hay vencidos
ni vencedores » .
LA TIERRA CHARRÚA
119
La significación política de Rivera, que tal vez to-
cara su meridiano el día de Cagancha, decrece rápi-
damente durante los años largos del sitio y pasa á la
categoría de un recuerdo durante su destierro en el
Brasil. Designado en 1855 para integrar el triunvira-
to, en compañía de Lavallejay Flores, emprende via-
je á la patria. La muerte, que ya lo acecha, tal vez en
homenaje á sus grandes méritos suspende el cumpli-
miento de sus fatales designios hasta tanto el caudi-
llo pisa tierra oriental, quizá para hacer dulce su últi-
mo sueño. Apenas cruza la frontera cae enfermo,
yendo á morir en el fondo de un rancho miserable
sobre la costa del arroyo Conventos. Sus restos des-
cansan á la fecha en la catedral de Montevideo, dis-
frutando justos honores de panteón, bajo la salva-
guardia de las pasiones coloradas enfurecidas que
desde hace muchos años buscan en la sepultura del
general Rivera escudo para encubrir sus iniquidades.
Lástima grande que el capítulo de esas idolatrías
adulteradas, menos respetable de lo que puede supo-
nerse, obligue á los espíritus moderados á silenciar su
elogio patriótico y sereno del prócer.
Víctor Hugo, con su modo genial de expresión, ca-
racteriza de la manera siguiente á los partidarios
ultra: « Se está tan en pró que se está en contra. »
Verdad inconcusa que alcanza á nuestros tradiciona-
listas fanáticos. Tanto se exagera el aplauso, tanto
se miente, tantos errores se niegan, que las lauda-
torias se vuelven contra el favorecido, con la misma
120
LA TIERRA CHARRÚA
naturalidad con que un elástico demasiado estirado
concluye por romperse castigando cruelmente la ma-
no del imprevisor. Flaco servicio prestan al general
Rivera quienes intentan torcer las leyes de la crítica
y conquistar para su ídolo el fallo de la historia, por
la fuerza, como si los medios coercitivos valieran en
semejantes asuntos! Así, pretendiendo hacer de un
pecador un varón santo que jamás pagó tributo á las
miserias humanas, se abre las puertas á la novela y
ya sabemos que nadie crée en el fondo real de estas
aunque él muy á menudo exista. Muy otro es el pro-
cedimiento exigido para llegar á un comentario exac-
to. Un balance juicioso, donde tengan cabida holgada
los extravíos y los aciertos, las impopularidades y la
gloria, las acusaciones y los elogios, permite obtener
el saldo precioso y definitivo sobre cada personalidad*
Ese saldo, á pesar de todo y también gracias á todo
dá derecho á Oribe y á Rivera á ser eternos en
nuestra memoria. A los que le condenan inexorables
por el despilfarro de dineros públicos, sin perjuicio
de otras consideraciones atendibles, puede contestar
el primero, desde la inmortalidad, haciendo suya la
frase de Escipion el Africano, dirigida al Senado que
estimulado por el odio lo interrogaba sobre el destino
de algunos fondos romanos: «No daré cuenta de cua-
tro millones de sestercios cuando he hecho entrar en
el tesoro cuatrocientos millones » . Por su parte el
segundo, cuando se le descalifica por sus vinculacio-
nes con Rozas, no vacila en la inmortalidad porque
LA TIERRA CHARRÚA
121
su vida tuvo muchos momentos de oro y á su respecto
cabe usar la enérgica respuesta de Escévola, inducido
á renegar de Mario: «Nunca declararé enemigo de
Roma al que la ha librado de los cimbrios » .
Que siga cayendo nieve sobre las tumbas del pa-
sado hasta tanto sepamos aprovechar mejor los orien-
tales las enseñanzas del patriotismo.
Hablemos de la Defensa de Montevideo en sí.
Es el citado un bello episodio de nuestras disiden-
cias. Desde el momento en que hemos declarado sin
reatos que ninguna razón de legalidad extricta asistía
al general Oribe en su invasión y que ésta se hizo
bajo los auspicios extranjeros, con grueso núcleo de
tropas de la Confederación Argentina, es lógico que
consideremos más legítima y más encuadrada dentro
de la ley á la causa política que se anidaba dentro de
los muros de nuestra capital. Por lo demás, el her-
moso conjunto intelectual que florecía en Montevideo,
agitándose ora en la prensa, ora en la tribuna, ora en
la diplomacia, ora en la cátedra, presta un amable co-
lorido á las actividades fragmentarias de adentro que
no pudo alcanzar en aquel preciso momento la causa
estacionada en el Cerrito y sometida á un severo ré-
gimen militar, á pesar de contar ella con patricios
tales como Giró, Berro, Aguirre, Antuña, Acevedo
y otros.
El fallo de la historia no será seguramente favora-
ble á la irrupción guerrera de 1843 , hecha en nombre
de una legalidad desvanecida, pero el tiempo ha de
122
LA TIERRA CHARRÚA
caracterizar de un modo distinto al corriente mu-
chos sucesos posteriores ligados á aquel error. Es
justo recordar que la ingerencia odiosa del extran-
gero también lució descarada en el campo de los si-
tiados. Las intervenciones, cuya prolongación indefi-
nida concreta uno de los más inteligentes triunfos de
los políticos de la Defensa, señalan la intromisión
absorbente de las potencias europeas en nuestros ne-
gocios. Sus buques sostuvieron el bloqueo, su dinero, •
obtenido en abundancia, solucionó el problema finan-
ciero, sus súbditos constituyeron el núcleo de la guar-
nición.
Y no fué, en general, un impulso expontáneo y de-
sinteresado el que prestó origen á las legiones extran-
jeras. Ellas fueron creadas por el gobierno de la épo-
ca que por decreto de 16 de Febrero de 1843 impuso
á todos los habitantes de la ciudad el servicio militar
y que, aún así escaso de elementos, se apresuró á con-
tratar mercenarios. En una de sus hermosas cartas
fechada en 1848, el doctor Herrera y Obes le mani-
fiesta al doctor Lamas que: «las familias de la le-
gión de Thiebaut, solamente, exigen como 3000 pata-
cones mensuales de aumento en raciones para este
mes. ¡Cuánto exigirá el que viene!» Por otra parte,
mediante contrato en forma, con afectación por años
de las rentas de aduana, se obtuvieron fondos del
exterior. El representante de Francia, Mr. Devoize,
entregaba mensualmente al gobierno cuarenta mil
pesos y conocidas son las inmensas angustias porque
LA TIERRA CHARRÚA
123
pasaron los jefes de la resistencia cuando ese subsidio
se suprimió. Por supuesto que no intentamos estable-
cer paralelo estricto entre la alianza con Rozas, que
era la negación de la libertad, y la alianza con las na-
ciones europeas, heraldos predilectos de la libertad.
Pero, de cualquier modo, en principio se desnaturali-
zaba la defensiva con esa demanda mendicante de la
intervención. El argumento aducido en favor de los
sitiadores por los panegiristas de la causa invasora,
que afirman que don Juan Manuel de Rozas encarna-
ba el espíritu americano frente á los avances, peligro-
sos y comprometedores de nuestra autonomía, de las
naciones europeas, no. pasa de ser en esencia un gro-
sero artificio. Empecemos por observar que el motivo
de las intervenciones lo dió el déspota argentino; de
él vino el desafio airado antes de que la respuesta
armada de los extraños justificara en la apariencia
el título pomposo que para sí creó de «heroico de-
fensor de la sagrada causa americana» .
Por otra parte, la lealtad impone confesar que si
Rozas era porta-estandarte efectivo de los ideales
democráticos, solo restaba renunciar á las preciosas
regalías de una libertad representada de manera tan
sombría.
La defensa de Montevideo ofrece un ejemplo alec-
cionador de lo que vale la perseverancia aliada al
talento. Un puñado de hombres llenos de energía
pudo improvisar una última y porfiada resistencia.
¡Cuántos desalientos y cuantas timideces hubo que
124
LA TIEBRA CHARRÚA
vencer! En otra de sus notables cartasal doctor Andrés
Lamas así le pinta el doctor Herrera y Obes el estado
de la Plaza: «Nadie piensa ir sino á Buenos Aires <5
cualquier otra parte. Disminuye, por consiguiente, la
población, disminuyen los capitales, disminuye el tra-
bajo, disminuyen las rentas y aumenta la pobreza y
los gastos del gobierno. Protesto á Ud. que á tener
menos corazón que el que tenemos ya era cosa de
haber dado al diablo con esto. ¡Y podremos mante-
nernos cuatro meses y vendrá de Europa lo que por
aquí nadie espera! ¡Qué época me ha tocado, mi
amigo ! » Datos elocuentes que realzan á la distancia
la perspectiva del conjunto.
La defensa fué memorable; probableme nte ex ar,
géram^TosT que la titulanTíeroica. Heroicas son las
hazañas y ellas solo pueden ser breves; tienen algo
del vértigo y mucho del rayo. Dificil mente se concibe
un suceso legendario que abrace un espacio de tiempo
de nueve años consecutivos. La resistencia tuvo cier-
tos momentos estoicos pues, por lo demás, el sitio re-
vistió acentuados caracteres platónicos.
Es de notar que los sitiados poco se preocupaban
de las hostilidades del enemigo que siempre fueron
débiles y muy intermitentes. En su larga correspon-
dencia diplomática, que desborda sana expontaneidad
y que condensa en forma invalorable la crónica del
sitio, don Manuel Herrera y Obes de todo parece
preocuparse menos de señalar actos belicosos en el
enemigo. Intensas amarguras revela en sus cartas,
LA TIERRA OHARRÍJA
125
pero jamás dedica párrafos á la condición militar del
adversario que naturalmente debiera preocuparlo en
primer término. Fuera de una que otra manifestación
guerrera, que dieran motivo para lucir su bravura al
doctor José María Muñoz y para caer noblemente á
Marcelino Sosa, los años del asedio se deslizaron
monótonos y pacíficos, sin ofrecer el accidente de una
sorpresa sangrienta. Y se explica sin mayor esfuerzo
que fuera así. La situación precaria de los sitiados
apenas les permitía sostenerse ; de manera, pues, que
estando ellos á la simple defensiva nada cuesta expli-
carse que se concretaran á esperar el ataque. Con
respecto á los sitiadores, ¿qué ventaja decisiva, en
cuanto á arraigo material, podía proporcionarles la
posesión de una ciudad si ellos eran señores y due-
ños absolutos del terreno, ya dominado? Induda-
blemente la rendición de Montevideo valía un triunfo
y bien merecía una misa, pero asaltarlo á sangre y
fuego en condiciones problemáticas de éxito pagaba
la pena de ser meditado antes de hacerse.
El general Oribe pudo en un principio con sus ca-
torce míTsOldados apoderarse de~ia-~-~eapital, á pesar
de los esfuerzos estratégicos del insigne general Paz
que en plena orfandad de elementos nunca hubiera
alcanzado á realizar un milagro. Después, una vez
organizada la resistencia, el asunto cambió de fisono-
mía. Sin embargo, siempre se estuvo en aptitud de
intentar, con muchas probabilidades, un formidable
empuje. Don Manuel Oribe era un soldado de ante-
126
LA TIERRA CHARRÚA
cedentes temerarios, lo acompañaban en la empresa
famosos capitanes de la Independencia y por lo tan-
to no seria lógico atribuir al temor un sedentarismo
guerrero prolongado por años y años.
Talvez no quiso producir un abundante derrama-
miento de sangre selecta y que no le era extraña, sin
seguridades de triunfo, cuando sus aspiraciones de
revancha estaban casi totalmente consumadas. Si
consideramos tal el infortunio del general Rivera las
batallas de Arroyo Grande y de India Muerta com-
pensan con su peso victorioso los desastres institucio-
nales de otras épocas amargas. Si buscamos en dis-
tinto sentido la huella de la revancha ella pronto
aparece honda y firme por el lado material. En efecto,
el gobierno del Miguelete tenía su asiento positivo
sobre todo el territorio del país, con excepción de una
que otra plaza fuerte; mientras que el gobierno de la
Defensa, más aproximado á la legalidad, era una fic-
ción doctrinaria que moría con la última trinchera.
De manera, pues, que Oribe, sin estar sometido á las
imposiciones constitucionales, poco agradables á la
ambición de los hombres, pudo gobernar como quiso,
á capricho y sin término, estándose tranquilo en su
campamento del Cerrito. ¿Las mismas perspectivas
de tranquilidad y de firmeza ofrecía el gobierno legal
aún siendo triunfador? La suerte infausta de la admi-
nistración de don Juan Francisco Giró — que era de
tolerancia, — contesta con más acierto que nosotros.
Con el correr del tiempo se fueron cansando las
LA TIERBA CHARRÚA
127
mismas ambiciones, que con tanta dificultad llegan á
fatigarse, y los síntomas del resultado final surgieron
á la vista de los espíritus observadores con mucha
anticipación al epílogo. En nueve años hasta las pa-
siones amainan y hasta sufre transformaciones or-
gánicas el temperamento de los individuos más re-
sueltos. Don Manuel Oribe y sus consejeros no pudie-
ron escapar á esta ley de la vida. La luz empezaba á
hacerse en el horizonte de la patria.
No de otro modo se explica la actitud mansa y
desidiosa del sitiador ante los preparativos largos y
claramente amenazadores del general Urquiza, quien
le diera tiempo sobrado para ponerse en temible guar-
dia. Don Manuel Oribe poseía relevantes condicio-
nes de general y no puede atribuirse á ignorancia su
abandono. En el fondo de las cosas solo el amor pro-
pio y un sentimiento generoso de lealtad al tirano,
que fuera su amigo, lo mantenían en actitud hostil.
Pero aquellas mismas circunstancias de afección em-
pezaron á desvanecers ? con noticia de Rozas que ex-
perimentó la consiguiente alarma. Así se explica su
nota de ruptura de 24 de Agosto de 1851, inspirada
por acontecimientos muy anteriores, en la cual decla-
raba que « no merecería la confianza del gobierno de
la Confederación el general en jefe del ejército unido
de vanguardia, Presidente del Estado Oriental del
Uruguay brigadier don Manuel Oribe, por lo que los
jefes de las divisiones argentinas en operaciones en
la Repáblica Oriental procederán á nombrar en con-
128
LA TIERRA CHARRÚA
sejo el jefe que haya de dar cumplimiento á las ins-
trucciones de que es portador el edecán del gobierno
coronel don Pedro Ramos » . Hemos subrayado lo de
divisiones argentinas para acréditar que Rozas no
pretendía ejercer superitendencia sobre las tropas
orientales de su aliado.
Existen sobrados motivos para suponer que esta
nota no se hizo pública ñor cuanto nunca llegó á cum-
plirse lo ordenado en su contenido.
Los escasos documentos oficiales de aquel momen-
to supremo dejan transparentar en el general sitiador,
más que todo, el deseo de no aparecer defeccionando.
Ahí se exhibe otra vez la característica inflexible de
don Manuel Oribe. Soldado de temple, hombre de
una sola chapa, él se rehusaba á no cumplir hasta el
fin con el aliado. Este sentimiento exagerado de leal-
tad lo lleva á cometer lamentables errores que las pa-
siones de bando sabrían explotar. Y el afan tenaz de
ser consecuente lo mantuvo ligado á la suerte de la
tiranía hasta el último instante, cuando en el fondo
no eran tan ardientes ni tan sinceras sus afinidades.
Así se explica que ya en Septiembre 6 del 51 lanzara
una proclama en la que decia: «La gravedad de la
situación en que se halla el país en consecuencia de
los sucesos que han tenido lugar en estos últimos
tres meses y el deseo de evitar á mi patria el derra-
mamiento de sangre, me han decidido á adoptar la re-
solución de retirarme del país con las tropas argen-
tinas y orientales que quieran acompañarme cesando
la tierra charrúa
129
de este modo la causa ostensiva de la guerra y sus
consiguientes desastres.»
En distintos párrafos hemos censurado sin rodeos
la aproximación de Oribe al jefe de la Confederación
Argentina que concluyó por depararnos la calamidad
de las intervenciones que, europeas ó no, importaban
una humillación y una catástrofe ; pero á la vez repu-
diamos el comentario vulgar que pretende caracteri-
zar á aquél como un instrumento servil, mercenario y
sumiso
Ni los antecedentes varoniles del general Oribe,
ni su temperamento recio, ni la alta posición militar
que investía permiten afirmarlo así. Seguramente que
él tuvo imperdonables debilidades con Rozas, pero
ellas deben apreciarse como concesiones de aliado á
aliado, dictadas por el extravío. Aceptada la vincula-
ción y necesitando Rozas de Oribe para utilizar sus
condiciones de consumado general y Oribe de Rozas
para obtener recursos de guerra, el tiempo sólo podía
fortificar ese acercamiento. Pagando homenaje á la
referida reciprocidad Oribe comprometió su verda-
dera significación política embarcándose en desacier-
tos incalificables.
Continuamente oímos repetir que en Montevideo
se salvaron las libertades del Río de la Plata amena-
zadas por un ejército sanguinario, bárbaro y opresor.
No podemos pretender saber más que los que mucho
saben, pero acreditamos la sinceridad de nuestro pen-
9
130
LA TIERRA CHARRÚA
samiento manifestando que no compartimos en un
todo ese aserto.
Sería el caso de desesperar del arraigo de las sa-
nas doctrinas en estos países si admitiéramos que un
hecho anormal y fugaz como todos los caprichos de
los sucesos — la tiranía de Rozas — pudo amenazar la
estabilidad de nuestra estirpe libre.
Llegado el caso de obtener el triunfo no hubiera
sido precisamente Rozas el vencedor. Habría tocado
ese lote al general Oribe que se apoyaba sobre la ma-
sa de un partido político descollante y patriota, com-
puesto exclusivamente de orientales.
¿ Acaso no se hubiera colocado entonces ese parti-
do á la altura de su misión reparadora? Ahí está su
victoria electoral, inmediata á la paz de Octubre, acre-
ditando si había ó nó en el Oerrito patricios abnega-
dos. Fué, pues, la mansedumbre presidencial de don
Juan Francisco Giró, lleno de repugnancias cuando
se trataba de proceder con empuje, la causal de los
gravísimos y posteriores estallidos anárquicos.
No menos equivocado es decir que los sitiadores
integraban una jauría de elementos cimarrones, ena-
morados de un verdugo. Oribe era un soldado y lo
que es más un soldado de calidades distinguidisimas,
que se desempeñaba tan gallardamente en una bata-
lla como en sociedad de damas. Sus errores, enor-
mes ó pequeños, reducidos ó exagerados, deben enca-
rarse como los errores de una gran personalidad y es-
LA TIERRA CHARRÚA
131
tudiarse con el aplomo que se merecen los asuntos de
trascendencia.
Por lo demás, si á su alrededor flotaban muchas
entidades mediocres, nacidas al calor de los fogones
de campamento, también junto á él se movían muchos
hombres capaces y moderados que luego ilustrarían
en el gobierno y en las cámaras los anales de la Re-
pública.
Quienes tan crudamente se expresan olvidan que
el ejército del Cerrito fué el que dió más nutrido con-
tingente á las tropas expedicionarias que bajo bandera
oriental combatieron contra el déspota en Caseros.
Los batallones de Lasala y Maza, famosos por su bi-
zarría, bajo distinto comando prestaron decisivo con-
curso en aquella jornada. ¿No eran tan despreciables,
tan sanguinarios, tan monstruosos los elementos del
Cerrito, hechuras horrendas del infernal Oribe? ¿Por
qué la Plaza no los reemplazó con tropas educadas
dentro de sus muros en el culto estricto de la liber-
tad? Sencillamente porque no los tenía, porque la de-
fensa de Montevideo estaba en manos de soldados en
su mayoría contratados y extranjeros.
La historia aún no ha pronunciado su última pala-
bra sobre aquellos trágicos acontecimientos. Ella dirá
mañana, cuando ciertos antecedentes oscuros se es-
clarezcan yprime sobre las pasiones una virtuosa rec-
titud de criterio, si los orientales sirvieron su interés
ó si por el contrario lo perjudicaron colaborando en
primera línea en la empresa de derrocar al tirano de
132
LA TIERRA CHARRÚA
Palermo, haciendo tristísimos sacrificios territoriales.
Ella dirá si nuestros antepasados extremaron <5 no su
generosidad comprando la alianza brasilera con peda-
zos de tierra uruguaya y todo esto dirigido principal-
mente á obtener la liberación de un pueblo extraño:
del pueblo argentino. Ella dirá si no hubiera sido
más práctico y más venturoso para esta patria cerce-
nada arreglar sus diferencias de familia en familia,
como lo intentó el general Rivera y no lo rechazaba
el general Oribe. Ella dirá si en los nueve años del
sitio se sirvió adentro y afuera al interés argentino ó
al interés oriental. Ella, en fin, dictará fallo levantado
sobre los distintos episodios de la Guerra Grande,
tan oscurecidos á la fecha en cierto sentido á pesar
de lo mucho que se ha escrito á su respecto.
Por lo pronto debe recordarse que la labor diplomá-
tica de la Defensa se encarna en dos figuras ilustres
por su talento político: el doctor Manuel Herrera y
Obes y el doctor don Andrés Lamas.
Es el primero una de las más caracterizadas perso-
nalidades que ha producido el país, bastando la lectu-
ra de los documentos internacionales salidos de su
pluma para darse inmediata cuenta del superior cali-
bre de aquel espíritu indomable. Con todos sus extra-
víos — treinta años después lo encontramos sirviendo
afanoso á la tiranía de don Máximo Santos desde el
Ministerio de Relaciones Exteriores — el doctor He-
rrera y Obes destaca con rasgos eminentes entre sus
compatriotas.
LA TIERRA CHARRÚA
133
Es el segundo digno, por la profundidad de su espí-
ritu, del anterior. Enviado de ministro á Río Janeiro
por el gobierno de la Defensa él hace prodigios de
habilidad y apesar de tener en frente á la rumbosísima
cancillería argentina, encarnada en el general Tomás
Guido; apesar de representar en una corte, famosa
por sus característicos egoismos, á una entidad políti-
ca de arraigo material irrisorio, concluye por conquis-
tarse las simpatías del coloso del norte y por inclinar
la balanza. La alianza brasilera con Urquiza y la De-
fensa es obra exclusiva suya y del doctor Herrera y
Obes. Cuando entidades de tanta valía propia, inter-
vienen en negociado tan trascendental lo menos que
puede hacerse es detenerse en la fuerza del comenta-
rio retrospectivo.
¡Que surja de una vez el escritor de alto vuelo, de
alta erudición y de alta equidad, capáz de iluminar
ésta y tantas otras rutas de nuestra historia !
Una figura austera, que ya tenía relieve nacional
por los eminentes servicios prestados á la causa de la
independencia, destaca seductora dentro de Montevi-
deo. Referimos á don Joaquín Suárez. Este ciudadano
al morir dejó la huella de una virtud. Anciano ya lo
sorprendieron los azarosos acontecimientos de la Gue-
rra Grande, pero, colocándose á la altura de las cir-
cunstancias, él acepta el mando, que ya antes desempe-
ñara en calidad delegada, y prosigue con prestigio
veterano el desarrollo de los sucesos. Jamás fué eje
de violencias pudiéndose afirmar á su respecto que el
134
LA TIERRA CHARRÚA
atentado no figuró entre sus medios de acción. Ho-
nesto, puro, patriota y desinteresado don Joaquín
Suárez es un bajo relieve típico de épocas honorables,
que ya pasaron. El tiene derecho adquirido á ser se-
ñalado como un ejemplo de probidades, tanto más
meritorias cuanto que no las iluminó el talento, y poi;
eso su estatua no usurpa terreno en medio de una
plaza pública. Pero distingamos. Nosotros en Joaquín
Suárez alabamos una vida larga dedicada al bien de
los suyos. Principalmente nos seducen sus energías
batalladoras en los tiempos adversos, sus viriles vin-
culaciones con la causa de Artigas, su conducta regu-
lar en la presidencia, su tenacidad de todos los días
en el afán sagrado; sin perjuicio de incorporará esos
evidentes merecimientos los adquiridos cuando la
Defensa. Pero éstos en segundo término por cuanto
ellos están empañados por la pasión de partido, mien-
tras que aquéllos escapan á nuestras míseras contro-
versias. En consecuencia, rendimos justicia sincera al
oriental. Quienes decretaron la estátua de Suárez no
lo han entendido así, como pudo comprobarse al ser
ella descubierta. En el bronce que representa al pa-
tricio se ha querido consagrar una gloria roja. Indu-
dablemente este modo tan diminuto de juzgar á los
hombres restringe el homenaje póstumo por cuanto
denota intenciones hirientes y exclusivas. Síntomas
de la misma enfermedad.
Vamos á cerrar este capítulo. Los restos mortales
del general Manuel Oribe, oficial esforzado de la
LA TIERRA CHARRÚA
135
patria vieja, segundo jefe de los Treinta y Tres, capi-
tán del centro en Sarandí, héroe en Ituzaingó, austero
presidente de la República, co-fundador, en una pala-
bra, de nuestra nacionalidad, descansan en la Iglesia
principal de ese pueblo de la Unión que él creara.
Los fanatismos corrientes, que consideran malditas
las cenizas de ese caudillo, no han permitido que ellas
compartan con las del general Fructuoso Rivera los
favores de un legítimo homenaje oficial. Esas tenden-
cias morbosas no pueden durar, porque las anormali-
dades nunca adquieren carácter orgánico. Dia vendrá
en que las opiniones, más educadas en la moderación,
sabrán borrar distingos odiosos y exclusiones que no
tienen razón honrada de ser.
136
LA TIERRA CHARRÚA
Quinteros— Paysandú — La Florida
Cumpliendo una de las bases del tratado de paz de
1851 inmediatamente después de encarrilarse en for-:
ma institucional la situación del país se convocó á
elecciones generales. En aquella época irregular y de
ensayo no era dado esperar un desarrollo modelo del
proceso comicial, mucho más cuanto que lustros de
zozobra habían desorientado á las muchedumbres.
Sin embargo, el resultado correcto y auspicioso para
los hombres tranquilos que se obtuvo practicando el
sufragio probó, una vez más, á qué sorprendentes ex-
tremos de éxito puede llegarse cuando una sinceridad
verdadera inspira la conducta común. Y esa correc-
ción de procederes en ambos partidos no debe extra-
ñarse si se recuerda que la aspiración dominante en el
seno de todas las clases sociales era la de asegurar la
paz. Constituidas las Cámaras ellas eligieron presiden-
te de la República, en Marzo de 1852, á don Juan
Francisco Giró. Era el referido un ciudadano adornado
de hermosos dotes de carácter, que reunía las mismas
condiciones honorables del insigne Joaquín Suarez. In-
teligente, poseedor de una vasta experiencia de go-
bierno, modesto, tolerante y suave, su nombre no le-
vantaba resistencias, lo que no era poco decir tratán-
dose de un elemento definido de la causa del Cerrito.
Algunos escritores coinciden en desconocer al señor
Giró suficientes enterezas de carácter para desempe-
LA TIERRA CHARRÚA
137
ñar una presidencia surgida sobre escombros. A esa
debilidad de impulsos moralizadores atribuyen la pos-
terior y negra catástrofe. Yan más lejos aún; adelan-
tan que á haber vivido el general Eugenio Garzón,
desde la presidencia — que mereciera, — habría disi-
pado todas las sombras amontonadas en el horizonte.
Otros, cambiando solo personas, insisten en que el
doctor Herrera y Obes elevado á la primera posición
política de su país habría disuelto peligros poniendo
en juego su probada habilidad. Nos cuesta creerlo
así. Concluida la guerra, apagado el volcán, todavía
dominaban intensos calores en su cráter que, de cual-
quier manera, producirían sérios perjuicios. La mayo-
ría del Cuerpo Legislativo era favorable al partido
blanco y esta circunstancia natural y, sobre todo, per-
fectamente legítima, prestó motivos á graves impa-
ciencias y agitaciones del partido colorad*). ¿Qué vo-
luntad pudo haber enfrenado esas indisciplinas que
concluirían en la rebelión? Difícil encontrarla. El de-
lito del nuevo mandatario no consistió ni en sus blan-
duras, ni en sus concesiones, ni en sus tolerancias, él
tuvo origen en el hecho insoportable para el colora-
dismo — ya entónces avaro del Poder— de que las
cámaras, siendo en su mayoría blancas, hubieran lle-
vado á la altura á un correligionario, ejercitando al
proceder así un derecho incuestionable.
El señor Giró, bajo el influjo de ideas altruistas
que prueban el temple de su virtud cívica, se preocu-
pó desde el primer instante de aplacar las pasiones
138
LA TIERRA CHARRÚA
de bajo fondo y al efecto di<5 una primera prueba de
equidad haciéndose acompañar por un ministerio ma-
tizado.
Así el general Flores ocupa el Ministerio de la
Guerra, don Florentino Castellanos el de Gobierno y
Relaciones Exteriores, don Manuel J. Errasquín el
de Hacienda y la Jefatura del Estado Mayor el ge-
neral don Wenceslao Romero. Como se vé, el presti-
gio de la fuerza, que desgraciadamente es el más im-
portante de los prestigios en los gobiernos de Sud
América, lo prestaban hombres de estricta filiación
colorada. Conciente de su misión reparadora el señor
Giró aborda con entusiasmo las pesadas tareas de su
cargo. Es de imaginarse cuánto estorbaría los nobles
propósitos de reconstrucción perseguidos por él y sus
ministros, el estado ruinoso de la cosa pública. Sin
embargo, se abordó con fé la ardua tarea de promo-
ver adelantos y en tal concepto aquella presidencia
creó los pueblos de Constitución, Artigas, Treinta y
Tres, Santa Rosa y Cuareim ; afectó las tierras públi-
cas al servicio de amortización de la deuda general
del Estado ; mandó proceder á una mensura general
del territorio de la República ; ordenó la contabilidad
y reglamentación de las oficinas públicas; reglamentó
la policía marítima; entregó á las Juntas la dirección
de la caridad pública, hizo frente á los abrumadores
apremios financieros dejados en herencia por la de-
fensa como también á las impertinencias diplomáti-
cas del Imperio que se atribuía, en parte, peligrosos
LA TIERRA CHARRÍJA
139
derechos de tutor. Al amparo de esos esfuerzos, cla-
ramente exhibidos en todos los órdenes de la admi-
nistración, inicióse el renacimiento de energías hasta
entonces aletargadas, las rentas experimentaron un
notable aumento y el comercio, que ofrece un dato
de interés barométrico para apreciar la confianza que
inspiran los gobiernos, adquirió resaltantes vitali-
dades.
Los acontecimientos empezaban á esclarecerse gra-
cias á la noble sinceridad del gobierno, reconocida
por los elementos más considerados y dignos del país.
Pero hacían una excepción lamentable en esta alianza
de voluntades derechas los representantes del colora-
dismo ultra. Ellos habían impuesto su dictadura irres-
ponsable dentro de la Plaza durante muchos años y
ellos no consentirían fácilmente ser privados de los
fueros discresionales de que gozaran durante un pe-
ríodo de guerra, incompatible con el orden insti-
tucional.
Es cierto que faltaba motivo decoroso para conmo-
ver el orden público. Dentro de su agobiadora esca-
sez de recursos, sin elementos, sin perspectivas, el
gobierno había conseguido imponerse á la marejada,
á fuerza de habilidad.
Abona el afán levantado del presidente Giró la
convocatoria de la Guardia Nacional que vino á sus-
tituir casi totalmente al ejército de línea. Era la indi-
cada una tentativa demasiado generosa que rendiría
frutos bien caros. Movido por el noble propósito de
140
LA TIERRA CHARRÚA
apagar las pasiones iracundas, enardecidas hasta un
punto inaudito durante la Guerra Grande, el presi-
dente de la República inspiró un hermoso decreto, que
suscribieron con él don Manuel Herrera y Obes, don
Bernardo P. Berro y don Venancio Flores, en el que
se « prohibía á la prensa periódica traer á juicio los
actos y las opiniones referentes á la guerra que ter-
minó el 51 », y se apreciaba «toda transgresión al
respecto como una concitación al desorden y á la.
anarquía ». Verdaderas personalidades los firmantes
de ese documento, heraldo de concordia, tenían el de-
recho de dirigirse, en esa forma á los propagandistas
del ódio. La diversa filiación política de los mismos
le quita toda sombra atentatoria y destaca en el con-
cepto histórico la importancia de aquellas palabras
de incitación á la paz.
Bajo ese carácter superior debe apreciarse aquel
decreto, recibido con descargas de metralla por el
grupo de opositores, que no se conformaba con perder
el valioso elemento de propaganda destructora repre-
sentado por la agitación constante de viejos agravios
y rencores.
Hacer la crítica de aquella medida, á pretexto de
que se hería la libertad de la prensa, es tan exajerado
como censurar á un individuo que en legítima defensa
y en uso de su derecho á la vida hiere á quien lo
ataca. Se trataba de un procedimiento práctico auto-
rizado, impuesto por el desorden dominante, cuyo
defecto probablemente consistió en no ser él bastante
LA TIERRA CHARRÚA
141
eficaz, como lo probaron sucesos posteriores. Nada
mejor para inutilizar á los perversos y sediciosos que
arrancar de sus proclamas el tema maldito de los
choques fratricidas. Pero ¿qué razón es atendida
cuando las pasiones se desatan?
Sin darse cuenta del contraste irónico, los conspi-
radores eligieron para la revuelta el aniversario de la
Jura de la Constitución. El 18 de Julio de 1853,
estando la Guardia Nacional formada en la Plaza de
la Matriz en actitud tan noble y despreocupada que
llevaba las cartucheras vacías y ramos de flores, en
vez de bayonetas, en las puntas de los fusiles, el co-
ronel Pal leja, á la vista de las autoridades, lanzó sobre
ella su batallón de morenos, bautizando con sangre de
inocentes el triunfo de la ambición. Los gen erales César
Díaz y Melchor Pacheco y Obes fueron los instigado-
res principales de aquel ingrato suceso. Lo más se-
lecto déla juventud montevideana formaba en las fi-
las de la Guardia Nacional, acuchillada por tropas que
obraban bajo la seducción del pillaje. Este motín mi-
litar ofrece rasgos tan impuros como sus gemelos de
Enerode 1875yde Juliode 1898. A sus autores cabe la
triste suerte de haber iniciado, bajo laspeores condicio-
nes, la segunda série de nuestras catástrofes institu-
cionales. El motín de 1853 merece la más candente
reprobación de la historia, pues ninguna de esas ate-
nuantes que se llaman persecuciones injustas, latro-
cinios, desgobierno, despotismo, ódio, figura á favor
de sus co-ejecutores, que, por otra parte, tampoco
142
LA TIERRA CHARRÚA
presentan á su favor antecedentes de vulgaridad que
expliquen su conducta. He ahí uno de los grandes
errores del pasado sólo perdonable cuando la imagi-
nación, dando un enorme paso hacia atrás, evoca la
memoria apocalíptica de tiempos que fueron.
Triunfante la subversión, el mandatario desposeído,
salió fugitivo del país, emigrando á Buenos Aires. No
poco dice en su honor el hecho de que habiéndole
sido ofertado de inmediato por la intervención brasi-
lera, el auxilio poderoso, incontrastable, de un ejército
para reivindicar el poder infamemente arrebatado, él
se rehusara á aceptar ese recurso tentador, prefi-
riendo la derrota y el ostracismo, antes que la recon-
quista presidencial, al precio de una humillación por
el extranjero. Actitud tan virtuosa, culmina los pres-
tigios del digno presidente y dilata su nombre en la
posteridad. Oribe, que renunciara el mando, cometió
el extravío de pretender recuperarlo luego con el
apoyo extraño; Giró, vencido por la traición, que no
había legitimado el brutal atropello, tuvo cordura de
clarovidente y no quiso ni por sí, ni aliado al vecino,
intentar una revancha sobre el hermano desleal. Esta
diferencia de conducta en la desgracia inmerecida,
hace que la figura de don Manuel Oribe se achique
en el infortunio mientras crece la de don Juan Fran-
cisco Giró con lozanías envidiables.
Tan elevado ejemplo de equilibrio moral dicta una
enseñanza fecunda que alguno olvidó después.
La nueva situación, consecuente con su origen, de-
LA TIERRA CHARRÚA
143
bía imponerse por la fuerza. La historia ha recojido
como elocuente testimonio de los fanatismos parti-
distas de antaño, un decreto, suscrito por el general
César Díaz, poniendo fuera de la ley á don Bernardo
P. Berro que debería ser ejecutado donde se le en-
contrase. El delito de aquel ciudadano lo creaba su
enérgica resistencia personal al régimen improvisado,
en su carácter de Ministro de Gobierno, de la admi-
nistración constitucional derrocada, investido además
de las funciones anexas á la cartera de Guerra para
dar empuje á los elementos legales en el interior del
país.
Dice así aquella famosa resolución, en su parte dis-
positiva: « Art. l.° Por el presente decreto se autori-
za á las autoridades del gobierno provisorio para que
procedan á aprehender á Bernardo P. Berro, en cual-
quier parte de su jurisdicción en que se encuentre.
Art. 2.° Quedan igualmente facultadas las indica-
das autoridades para que, en el acto de ser aprehen-
dido el mencionado Bernardo P. Berro, sea pasado
por las armas sin más formalidad que la justificación
de la identidad de su persona, dando cuenta al Mi-
nisterio respectivo.
Comuniqúese, publíquese, etc. etc. — (Firmado)—
Cesar Díaz , Juan José Aguiar, Enrique Martínez,
José Zubillaga .»
¿Qué dirán á esto los fanáticos? Adviértase que la
autoridad que se atribuía el decreto de perseguir, era
el fruto de un nefando motín y que don Bernardo
144
LA TIERRA CHARRÚA
Berro merecía el dictado de rebelde por ser culpable
de no acatar un incalificable despojo. ¡Qué tiempos!
Mutilado más tarde, por favor singular de la muerte,
el triunvirato de los generales integrado por Rivera,
Lavalleja y Flores, este último asume el gobierno. Ino-
ficioso páralos fines que perseguimos sería detenernos
á apreciar las causas de su caída, impuesta por la re-
volución que encabezara el doctor José María Muñoz
así como las administraciones fugaces de don Luis
Lamas y de don Manuel Basilio Bustamante. La
consideración, aunque breve, del Pacto de la Unión,
suscrito el 11 de Noviembre de 1855 por los genera-
les Oribe y Flores, nos interesa especialmente por
cuanto aquel famoso acuerdo apunta el arranque de
un nuevo ensayo de política fraternal. Muy dignos
escritores han dedicado párrafos de dura crítica á esa
alianza de los dos militares más caracterizados de la
época, alianza que, aunque de apariencia personal, da-
das las grandes vinculaciones en la masa de las par-
tes signatarias, importó la aproximación patriótica y
formal del partido blanco y del partido colorado. Los
conservadores, es decir, la fracción exaltada y so-
berbia de la última de las agrupaciones citadas; la
misma que igualaba al unitarismo aquí, en sus lamen-
tables exageraciones y exclusivismos ; la misma de cu-
yas filas salieran los derrocadores del gobierno de Gi-
ró, y cuyas hostilidades sin cuartel al partido blan-
co no amenguaban en pasión, los conservadores,
apreciaron el acercamiento de los generales co-
la. tierra charrúa
145
mo un suceso indecoroso y bastardo. Los cronistas
de esa tendencia lian declarado funestísimos sus
resultados, incorporando entre ellos la tragedia
de Quinteros. Comprendemos ese lujo de severidad
en los políticos desafectos de la época á que nos re-
monta ésta indagación retrospectiva no así en quie -
nes están en aptitud de juzgar con absoluta calma de
espíritu acontecimientos enterrados bajo el polvo de
cincuenta y tantos años de olvido. Ea efecto, Oribe
y Flores al unirse condensando en un documento sus
ideas de futuro, dieron, por lo pronto, un venturoso
ejemplo de cordialidad cívica que realmente no inco-
modaba entonces, cuando el clarín de la revuelta ha-
cía oir sus más siniestros toques hasta en los confines
del país. Carecemos de autoridad erudita para opinar
en absoluto que el acercamiento de los dos grandes
caudillos fué propicio al bien público en sus ulteriori-
dades. Por lo demás, las pasiones de partido empa-
ñan aun tanto el ambiente que sabemos no se creería
en nuestra imparcialidad si insistiéramos con mucho
entusiasmo en el aplauso de sus resultancias naciona-
les. Pero se paga tributo á la verdad declarando que
Oribe y Flores estuvieron en lo cierto, que ellos in-
terpetraron en forma práctica las exigencias popula-
res aunando sus esfuerzos y sus elementos para con-
sagrar en una gran candidatura nacional á la presi-
dencia los anhelos dominantes de reconstrucción. ¿No
abonaban ellos, por lo menos, su desinterés del mo-
mento constatando que renunciaban de la manera más
10
146
LA TIERRA CHARRÚA
solemne á ocupar el mando? ¿No daban ellos forma
definitiva á una aspiración que estaba en la atmósfera
al decir, con noble franqueza, que convenía uniformar
la opinión pública acerca de la persona llamada á pre-
sidir los destinos de la nación desde el l.° de Marzo
del 56, poniendo así sello de realidad á los votos pla-
tónicos de los ciudadanos tranquilos ?
Para comprender todo el alcance de aquella actitud
levantada, conviene transcribir el programa suscrito
por los generales, que seguramente no roba espacio,
y condensado así en el texto original:
« l.° Trabajar por la extinción de los odios que ha-
yan dejado nuestras pasadas disensiones, sepultando
en perpetuo olvido los actos ejercidos bajo su funesta
influencia.
2. ° Observar con fidelidad la Constitución del
Estado.
3. ° Obedecer y respetar al gobierno que la nación
eligiere por medio de sus legítimos representantes.
4. ° Sostener la independencia é integridad de la
República, consagrando á su defensa hasta el último
momento de la existencia.
5. ° Trabajar por el fomento de la educación del
pueblo.
6. ° Sostener por medio de la prensa la causa de
las luces y de los principios, discutiendo las materias
de interés general, y propender á la marcha progresi-
va del espíritu público para radicar en el pueblo la
adhesión al orden y á las instituciones, á fin de extir-
LA TIERRA CHARRÚA
147
par por este medio el germen de la anarquía y el sis-
tema del caudillaje».
La parte de aquel importante documento antes
transcrita contiene declaraciones políticas notables
por el progreso inmenso que acreditan en las ideas
dominantes. Los jefes militares, actores principales
en tremendos acontecimientos recientes, levantaban
hermanados su voz para repudiar evocaciones maldi-
tas, agregando que era necesario proscribir los odios,
acatar al gobierno, sostener la independencia nacio-
nal, cumplir la Constitución del Estado y extender la
propaganda de los principios y de la educación del
pueblo.
Es cierto que el arraigo de alguna de semejantes
manifestaciones moría en el papel, pero, de cualquier
manera apuntaba una victoria el hecho de que los
hombres de sable entendieran ya por esos tiempos
rutinarios los anhelos de la opinión patriótica. Mu-
chos lustros han corrido y recién ahora empiezan á
ser realidad los conceptos programáticos vertidos en
un momento de sinceridad por los generales Oribe y
Flores.
La historia pronto dirá quienes consultaban mejor
con su conducta en aquel instante las conveniencias
del país, si los conservadores, herederos de. los intole-
rantes orgullos unitarios, fanáticos y rencorosos, au-
tores del motín de 1853 y empeñados en llevar al
gobierno á un hombre de lucha, capaz de sostener sus
afanes de círculo, ó si los caudillos tradicionales, dese-
148
LA TIERRA CHARRÚA
chados por inútiles por aquéllos, cuando eviden-
temente constituían dos focos poderosísimos, que
reconociendo su fuerza recíproca se acercaron para
aliarse en beneficio del país, prestándose á ser apoyo
eficaz de un presidente cuya candidatura fuera acep-
tada por sus amigos y ejemplarizando con un acto de'
tranquilizadora cordialidad. La idea perseguida por
los generales fué noble y debió rendir fecundos resul-
tados. Tal vez el despecho enconado de los conserva-
dores, que no tuvieron la abnegación de acatar su
derrota legislativa y que se lanzaron á la revolución
proclamando la idea anexionista, vino á esterilizar un
gran esfuerzo.
Dada la alta significación partidaria de los firman-
tes del pacto, era indiscutible que la candidatura pre-
sidencial prohijada por ellos tendría sérias, decisivas,
probabilidades de triunfo. Después de repetidas va-
cilaciones y de fluctuar entre don Francisco Agell, don
Juan Miguel Martínez, don Florentino Castellanos y
otros excelentes ciudadanos, los generales identifica-
ron simpatías en la personalidad de don Gabriel An-
tonio Pereira. A su frente levantó el partido conser-
vador la del general César Díaz, brillante soldado de
la causa republicana, escritor galano y de peso, ilus-
trado, inteligente, que ceñía sobre sus sienes los lau-
reles inmarcesibles de Caseros. Pero junto á este
capital de singulares méritos César Díaz poseía el in-
menso defecto, para 'ser un buen candidato, de pagar
fogoso tributo á las pasiones más intemperantes. En.
LA TIERRA CHARRÚA
149
su opinión jamás debía transarse en la realidad de los
hechos con los afiliados al partido blanco, pensando,
en contraposición con los insignes estadistas docto-
res Lamas y Herrera y Obes, que la fórmula pacifi-
cadora de « no hay vencidos ni vencedores » , no pa-
saba de ser una bonita metáfora. Porfiado en ese or-
den de ideas, empapadas en el exclusivismo unitario
no tuvo inconveniente en aportar su concurso al de-
rrocamiento de Giró, embarcándose en las contingen-
cias de un motín injustificado y nefando. Consecuen-
te con ese mismo criterio dictaba luego un decreto
poniendo fuera de la ley á don Bernardo P. Berro,
culpable de no sancionar aquella iniquidad.
Su nombre, pues, encarnaba las aspiraciones más
soberbias y excluy entes y su triunfo hubiera abocado
á la nación á gravísimas reacciones internas. El re-
presentaba un reto, una bandera de guerra, la resu-
rrección de agravios dantescos, y la época requería
un mandatario firme, pero tranquilo y ecuánime. ¿Al-
canzaban estas cualidades al candidato de los gene-
rales? A esa altura délos sucesos don Gabriel Anto-
nio Pereira era una de las encarnaciones más ilustres
del patriciado nacional. Valiente y entusiasta él había
servido desde sus primeros días á la causa de la inde-
pendencia, acompañando al general Artigas en sus
campañas libertadoras. En 1825 le cabe la gloria ciu-
dadana de suscribir la memorable declaratoria de la
Florida, y en 1829, como vice-presidente de la Asam-
blea General Constituyente y diputado por Canelo-
150
LA. TIERRA CHARRÚA.
nes, autoriza la Carta Fundamental de la República.
En 1839 llegó á ocupar, con carácter interino, la
primera magistratura figurando durante todo el Sitio
Grande entre los más leales y apasionados defensores,
de Montevideo. Por sus antecedentes, por su actua-
ción de combate en la primera fila y por sus manifes-
taciones explícitas pertenecía al Partido Colorado.
Poseedor de una cuantiosa fortuna, de edad madu-
ra, rebelde ya á los impulsos fanáticos de las fraccio-
nes, su nombre gozaba de prestigios generales que lo
presentaban como una solución feliz.
Los tiempos eran de tormenta. Tal vez el señor
Pereira lo comprendió así cuando escribía en los si-
guientes términos, con fecha 28 de Enero de 1856, al
general Oribe quién, en compañía del general Flores»
lo había visitado para hablarle de su candidatura:
« Después de haber meditado mucho sobre mi acepta-
ción al distinguido honor de ocupar el puesto de la
presidencia en las actuales críticas circunstancias que
atraviesa nuestro desgraciado país, he resuelto defini-
tivamente no aceptarlo, porque comprendo se nece-
sita un hombre más joven para afrontar con frente
serena y ánimo inconmovible, los desastres que han
ocasionado los trastornos políticos en nuestra desven-
turada patria. En mi larga carrera pública, sabes
bien que jamás he sido llamado á ocupar destinos
públicos, sino contra toda mi voluntad, y he accedido
solo porque creía que podría ser útil á la patria.
Hoy debo aspirar al descanso y al retiro, cuando por
LA TIERRA CHARRUA
151
mi edad y mi cansancio y fatigas, por tantas desgra-
cias porque hemos pasado, comprendo que poco sería
el contingente que podría ofrecer para la salvación de
la patria. Así es que te pido y te suplico que se fijen
en otra persona que reúna otras condiciones que las
mías para realizar esa obra, y me dejen gozar de mis
últimos años en el dulce hogar doméstico y entre mi
familia. »
En presencia de nuevas reiteraciones, escribía el
señor Pereira otra carta al general Flores, con fecha
29 de Enero, cuyo párrafo principal dice: « Para sal-
var al país — dados los elementos de desorden que lo
aniquilan y que lo arruinan — que no le dan tiempo de
respirar, y que lo agobian con continuas exacciones y
revueltas, se requiere una fuerza de voluntad en el
mandatario y una energía probada para tomar sobre
sí, las más enérgicas medidas que pongan dique á to-
dos los desórdenes que han labrado el infortunio de
la patria y que mantienen en continua zozobra á sus
habitantes. Por mi edad y mi cansancio — aunque ja-
más me negaría á hacer todo sacrificio por mi patria
— comprendo bien que no soy el hombre á propósito
para afrontar tan difíciles circunstancias: se necesita
más vigor que se encontrará en compatriotas más
jóvenes que deben en estos momentos de suprema
prueba para el país disponerse á ofrecer á la patria >
lo que sus padres les dieron en otros días, su fortuna,
sus sacrificios y su existencia. Así estoy firmemente
decidido á cooperar sólo particularmente á la salva-
152
LA TIERRA CHARRÚA
ción del país, dentro de la esfera de mis esfuerzos y
de mi voluntad, declinando el honor que se me hace
al presentar mi candidatura á la Presidencia de la
República. »
Quedaría mutilada nuestra exposición si no agre-
gáramos á las anteriores transcripciones el extracto
de las cartas dirigidas al señor Pereira por los gene-
rales, en el deseo de destruir sus propósitos de aisla-
miento.
Contestábale don Manuel Oribe con fecha 29 de
Enero : «Nadie mejor que tu persona para los difíci-
les momentos que atravesamos, y toda la esperanza
de la paz se espera de tu nombramiento. ¿ Qué será
de este desgraciado país si no aceptases la presiden-
cia? ¿Te has hecho cargo bien de todos los elementos
que están en pie de desorden y de desmoralización?
¿Quién podrá detenerlos mejor que tú, que siempre
has sido respetado por todos los partidos, por tu pa-
triotismo y probidad? Además, tu posición social
independiente, tu fortuna considerable, tus grandes
servicios á la patria, son cosas que no se encuentran
entre otros, que podrían ser útiles pero que no gozarían
de las mismas consideraciones que nos mereces. »
Contestábale don Venancio Flores con fecha 30 de
Enero: « He tenido el honor de recibir su carta de fe-
cha 29 del corriente. Por ella me informo que usted
declina el que presentemos y sostengamos su candida-
tura á la presidencia de la República. Son tan críti-
cos los actuales momentos porque atraviesa el país y
LA TIERRA CHARRÚA
153
se hacen tan necesarios los esfuerzos de todos sus
buenos hijos, para arrancarlo de esta deplorable si-
tuación, que se hace indispensable que haga Yd. este
nuevo sacrificio en pró de la patria, por quien usted
tanto hizo. Es preciso que haga Yd. este nuevo sa-
crificio, si, porque sólo el prestigio de su nombre,
de su acrisolado patriotismo y honradez reconocida,
son capaces de sacarnos de tan terrible cáos. Sólo
su presencia en el poder es lo único que puede
alcanzar ese fin y laudable objeto. Así es que ante la
patria y por ella y en su nombre, pido á usted que-
brante su voluntad y le preste este servicio, tal vez el
mayor y más grande y señalado que le haya prestado. »
Los párrafos anteriores acreditan elocuentemente
la resistencia del señor Pereira á aceptar el lanza-
miento de su candidatura. Al través de sus porfiadas
negativas se trasluce el concepto desfavorable que le
merecían las agitaciones anárquicas de los círculos.
Yencida la obstinación del candidato, éste suscribió
un programa de gobierno dirigido á sus conciudada-
nos. Es el mencionado un documento de vigoroso
tono que respira mucha sinceridad democrática. De-
cía en cierta parte: «En el presente caso — lo saben
hasta aquellos que presumen ignorarlo — no he dado
un paso, ni el más mínimo para optar á la presidencia
de la República. Mi candidatura ha sido iniciada por
algunas personas que antes tenía el derecho de consi-
derar más bien como adversarios que como amigos».
Agregaba luego : « En el franco y leal cumplimiento
154
LA TIERBA CHARRtJA
de la Constitución buscaré la fuerza y la sanción de
todos mis actos gubernativos. Colocado en esa posi-
ción si el hombre privado conservaba alguna simpatía
por tal ó cual partido, el jefe del Estado, padre de la
gran familia oriental, no tendría más colores que los
puros colores de la bandera de la patria. Bajo su som-
bra cabemos todos; esos colores simbolizan glorias y
recuerdos sin mancha y quizás el único vínculo que
podrá todavía unirnos. Mande quien mande, la mitad
del pueblo oriental no puede ni debe tener ni conser-
var en eterna tutela á la otra mitad.»
Y concluía: « Aceptaré entonces con fe y entereza
el cargo, y me parece que á pesar de todos los peligros
y eventualidades que pue den sobrevenir, sobrará ener-
gía en el corazón y altura en la mente para no des-
mayar ante la malquerencia, el desvío ó la injusticia
de los hombres, y voluntad firme para empuñar el
timón de la nave del Estado para sacarla ilesa al tra-
vés de las rocas y de la tormenta que amenaza des-
plomarse sobre nosotros. Para eso contaría en primer
lugar con que al fin la misericordia divina ha de lan-
zarnos una mirada de piedad. ¡Hemos sido tan des-
graciados !
Vencedor ó vencido habré cumplido siempre con
mis deberes á despecho de todos y de todo. »
Contrariando nuestro propósito de ser sobrios en
citas hemos incorporado á estas páginas esas de-
claraciones culminantes porque ellas nos ofrecen la
fe de bautismo de la situación presidencial creada
LA. TIERRA CHARRÚA
155
el l.° de Marzo de 1856. El documento referido
posee aspectos políticos notables, no siendo segura-
mente el menor el hecho de decirse en él que el
nuevo mandatario ocuparía el poder desligándose, sin
reticencias, de los partidos existentes y con repudia-
ción de esas innobles aparcerías de bando que tanto
han relajado hasta nuestros dias el carácter de los
gobiernos. Por lo demás, acusa las apreciaciones de
una melancolía cívica ese aserto de que nuevas catás-
trofes se vislumbran sobre los horizontes de la patria;
pero como si esa visión profética adquiriera contor-
nos de realidad, dice enseguida el candidato, que él
sabrá proceder con toda la energía exigida por el
bien público á fin de conservar la paz.
Ni don Gabriel Antonio Pereira buscó el mando
ni él se dispuso á ocuparlo con desconocimiento de
las circunstancias duras en que le tocaba desempe-
ñarse. Fatalmente empujado por los sucesos él llegó
á la primera magistratura, sin menoscabo de las for-
mas constitucionales, apoyado con toda energía por
el prestigio aliado de los dos caudillos y presentando
como diploma antecedentes envidiables y saneados.
Muy rico, de edad ya avanzada, sin aspiraciones atro-
pelladas, pues ya estaba habituado á los honores, sin
funestas vinculaciones atávicas, todo invitaba á supo-
ner que él sería un puente de plata tendido entre los
partidos extremos. ¡Oh fragilidad de las previsiones
humanas; nada de esto sucedería!
Apenas corrido un mes desde el día de su elección
156
LA TIERRA CHARRÚA
el señor Pereira, en carácter confidencial, dirigió una
nota á todos los Jefes Políticos, cuyo objeto era am-
pliar los rasgos políticos de su programa Les mani-
festaba allí que « no dejasen de calmar los ánimos y
predicar la paz, la templanza y la concordia; auné
usted á todos para arrancar á la República del antro
de miserias y desgracia en que yace y verla florecien-.
te y próspera. Trabaje usted también para hacer com-
prender á los ciudadanos el peligro inminente que
corre nuestro país si continuamos en el camino del
desorden y que unidos seremos fuertes y nos respeta-
rán, y que desunidos seremos el vil juguete de ambi-
ciones bastardas y víctimas de cualesquier acechanza.
Que reunidos los ciudadanos y formando en el único
y solo partido nacional que debe existir cuando la po-
lítica está en peligro y con el concurso que se le debe
podremos arrancar á la república de la funesta situa-
ción que la discordia le ha preparado, consiguiendo
salvarla de la humillación y de la ruina que sobre ella
pesa ».
Este loable afán de extirpación de las viejas divi-
siones era prematuro. El partido conservador, que no
estaba dispuesto á soportar su derrota parlamentaria,
se lanzó de lleno á la conspiración dando lugar sus
evidentes agitaciones subversivas al destierro del ge-
neral César Díaz. Como no pretendemos hacer el de-
talle crítico de la administración nacida del pacto de
los generales no ocuparemos espacio enunciando al
dedillo sus errores y sus méritos anteriores al suceso
LA TIERRA CHARRUA
157
sangriento de Quinteros. Esa investigación interesante
reclama las proporciones de un libro y fuerzas muy
superiores á las nuestras. En consecuencia, no co-
mentaremos la designación del ilustre constituyente
doctor José Ellauri para Ministro de Gobierno y Re-
laciones Exteriores de la nueva situación, ni la de
don Doroteo García para la cartera de Hacienda; ni
la creación del Consejo Consultivo compuesto por los
señores Manuel Herrera y Obes, Luís Lamas, Juan
Miguel Martínez, Francisco Solano de Antuña, Anto-
nio Rodríguez, Cándido Joanicó, Lorenzo Batlle, Ata-
nasio C. Aguirre, Francisco Agell, Tomás Villalba,
Jaime Estrázulas, y don Juan Francisco Giró; ni la
supresión de la Comandancia General de Armas en
perjuicio del general don Venancio Flores; ni los su-
cesos reprochables de que fué teatro el recinto de
la representación nacional con motivo de reincor-
porarse á las cámaras el diputado revolucionario
de otrora don Fernando Torres; ni las enérgicas
medidas de seguridad pública adoptadas; ni la pro-
paganda anexionista á la Confederación Argenti-
na; ni la propaganda desencadenada de algunos ór-
ganos de la prensa; ni el giro peligrosísimo tomado
por las pasiones de partido. Nuestra idea no ha sido
escribir historia. Sólo hemos querido calificar algunos
sucesos trascendentales dentro del marco incompleto
y semi-desconocido aún de cada época. Si al referirnos
á don Gabriel Antonio Pereira fuimos generosos en
las transcripciones obramos así simplemente para
158
LA TIERRA CHARRÚA
destruir de paso, con elementos insospechables de
prueba, ciertos testimonios de ofuscación tradicional
que por ahí corren. Son esas exaltaciones de bande-
ría las que pretenden reducir la talla política del
candidato del pacto quitándole calibre ciudadano; y
á esos extravíos es necesario contestar con las afirma-
ciones sanas y convincentes que presta la realidad.
No hay duda de que el sombrío acontecimiento de
Quinteros, como que fué la consecuencia violenta de
un cúmulo de circunstancias agregadas, exige, para
ser presentado en su verdadero concepto histórico,
el estudio minucioso de sus antecedentes políticos y
sociales. Aún en síntesis algo útil podría decirse al
respecto pero el justo temor de que los fanáticos de
nuestro pasado, tan grande y tan miserable á la vez,
lleguen á considerar parcial nuestro comentario, nos
aparta de esa ruta de esclarecimientos. En homenaje,
pues, á esos escrúpulos y mutilando las sabias leyes
de la crítica, por cuanto los acontecimientos, como
las piedras preciosas, modifican su apariencia según
sea su engarce, encararemos el asunto en la forma más
desventajosa para la atenuación. Estamos en presen-
cia del desnudo hecho de Quinteros. Señalemos ante
todo sus antecedentes guerreros. Cumpliendo segura-
mente la primera parte de un plan de levantamiento,
á fines de 185 7el coronel Brígido Silveira se alzó
en armas en el departamento de Minas y avanzó há-
ciaja capital. En el Colorado derrotó á un núcleo
reducido de fuerzas policiales salido de Montevideo,
LA TIERRA CHARRÚA
159
siendo muerto alli el jefe de las mismas ciudadano
don Luís Pedro de Herrera. Mientras tanto, el gene-
ral César Díaz, que tenía la jefatura militar del movi-
miento, desembarcaba audazmente junto con un gru-
po de compañeros, por el antiguo muelle de Lafone,
situado en la falda del Cerro. Esta operación se hizo
en pleno día habiéndose efectuado la travesía de$de
el puerto de Buenos Aires en la cañonera « Maipú » ,
buque de guerra argentino. Fusionadas las fuerzas
invasoras con los elementos reunidos por el coronel
Silveira se dirigieron resueltamente hácia Montevi-
deo. Tres veces fué asaltada la ciudad, defendida
por guardias nacionales, y tres veces fueron re-
chazados los revolucionarios que perdieron en el
último de esos esfuerzos al sargento mayor Fa-
rías. El fracaso de este atrevido afán puede atri-
buirse, entre otros motivos, al mal resultado que
tuvo una conjuración preparada dentro de las trin-
cheras por elementos extranjeros, adictos á los asal-
tantes, conjuración cuya existencia fué denunciada en
tiempo al gobierno. Sin embargo, durante los ataques
á la plaza pudo defeccionar el batallón de artillería
con su jefe, el mayor Manuel Freire. Fallado el golpe
sobre la capital, que era decisivo, los revolucionarios
se internaron en la campaña tomando rumbo al Norte.
Batidos con éxito en Cagancha, ellos continuaron su
retirada, á marchas forzadas, en el deseo explicable de
vadear el Río Negro, larguísima y caudalosa cinta de
agua que en todo tiempo ofrece difícil paso. Las fuer-
160
LA TIEBRA CHARRtJA
zas del gobierno estaban bajo el mando superior del
general don Anacleto Medina, soldado experto que
adivinando el plan de los invasores, ocupó la margen
izquierda del río antes citado. El 28 de Enero llega-
ban al Paso de Quinteros los revolucionarios, pero ya
era tarde : el general Medina, avisado por su jefe de
vanguardia don Dionisio Coronel, de la aproximación
del enemigo, había hecho ocupar el extremo norte del
mencionado paso por fuerzas á órdenes del coronel
Francisco Lasala, mientras escuadrones mandados por
los comandantes Gervasio Burgueño, Timoteo Apari-
cio, Bernardino Olid y Agustín Muñoz atacaban la
retaguardia adversaria arrollándola. Expone en su
parte el general gubernista que al « disponer un ata-
que simultáneo con dichas fuerzas, apareció en el paso
un parlamento de los rebeldes que lo mandó recibir
por el teniente coronel don Jeremías Olivera, segundo
Jefe del Estado Mayor, cuyo parlamento ofrecía el
sometimiento completo de los rebeldes y la rendición
de sus armas, lo que aceptó para evitar la efusión
de sangre. » El lúgubre desenlace de aquel su-
ceso de armas pone de relieve la poca sinceridad
del argumento enunciado, de que para evitar la efu-
sión de sangre se aceptó la rendición sin condicio-
nes. ¡Demasiada se derramó y bien estérilmente! El
hecho fué que cayeron prisioneros trescientos ochenta
y tantos revolucionarios, con todo su armamento, je-
fes y oficiales. El 2 de Febrero de 1858, fecha de
ingrata memoria en nuestros anales, se fusiló á los
LA TIERRA CHARRÚA
161
generales César Díaz y Manuel Freire, y á los corone-
les Francisco Tajes, Sacarelo, Pollo, Abella y á otros
bravos orientales. Persiguiendo propósitos errados
de ejemplarización con respecto á la tropa, tuvieron
idéntico fin uno sobre cada cinco soldados. No insis-
timos mayormente en la fidelidad de cifra de los
*
muertos por cuanto carecemos de datos para ser
precisos, temiendo, por otra parte, que se nos pueda
sospechar parciales. Lo indudable es, como lo han
acreditado sobrevivientes de aquel luctuoso suceso,
que en la hora del sacrificio hubo algunos espíritus
buenos que intercedieron con éxito en favor de de-
terminados adversarios. Entre ellos debemos recor-
dar al extinto general Burgueño.
El partido colorado sostuvo desde el primer mo-
mento que el general César Díaz y sus compañeros se
habían entregado en virtud de una capitulación cuyas
bases se fijaron por escrito; y que en ese docu-
mento se pactaba el respeto más absoluto á la vida
de los vencidos. En contrario de esta afirmación per-
sistente los actores en el drama declararon, también
desde el primer momento, que no medió capitulación
alguna y que los revolucionarios se rindieron á dis-
creción. A ese respecto vale la pena reproducir, sim-
plemente como pieza histórica de interés retrospecti-
vo, los siguientes párrafos de una declaración, am-
pliatoria de su parte, suscrita por el general Medina
el 8 de Febrero de 1858, seis días después de la in-
molación, que dice así:
íi
162
LA. TIERKA CHARRÚA
«V. E. que por mis despachos oficiales conoce
como yo mismo la falsedad de tan ingeniosas asercio-
nes, me ha de permitir que rectifique los hechos para
que publicada ésta nota en hoja suelta llegue á noti-
cia de todos: que después de derrotados completa-
mente los rebeldes por la vanguardia del ejército
constitucional quedaron reducidos en el Paso de
Quinteros con su infantería y tres escuadrones de
caballería, donde el grueso del ejército, que había to-
mado la retaguardia del enemigo, los embistió cir-
cunvalándolos para cargarlos; entonces fué cuando
tentaron la capitulación por primera y segunda vez;
que no quise oir, hasta que habiéndola propuesto por
tercera vez, les intimé que se rindiesen á discreción
y sin condiciones en término de media hora so pena
de ser inmediatamente acuchillados por el ejército.
Se rindieron efectivamente y considerándolos como
realmente eran, traidores tomados con las armas en
las manos, los puse á disposición del gobierno. Por lo
demás, ésto que está consignado en documentos ofi-
ciales, que han sido publicados, lo repito para todos
aquellos que desconociendo la justicia en las resolu-
ciones del gobierno, han querido á la vez poner en
duda la lealtad de mis procedimientos respecto á los
rebeldes César Díaz y otros que fueron ejecutados en
cumplimiento del decreto del i.° de Enero que los
declaró reos de ésta patria. Esto me parece suficien-
te, Excmo. señor, cuando el que habla tiene la con-
ciencia de ser creído, porque siempre debe tenerla,
LA TIERRA CHARRÍJA
163
el veterano que desde la Independencia sirve á su
patria, sin haber manchado jamás su larga carrera
por un acto de deslealtad. »
Bajo la faz señalada del asunto ni quitamos ni po-
nemos rey. De ningún modo queremos aparecer em-
peñados en sostener esta <5 aquella de las tésis extre-
mas. En abono de ambas se encontrarían con facilidad
argumentos atendibles que la historia enunciará ma-
ñana. No corresponde esa tarea de amortajar pasio-
nes á los que apenas aspiramos á ser cronistas breves
de cosas pasadas; á quienes, aunque nos resistamos á
ello, todavía vivimos bajo el dominio, por suerte cada
día mas liviano, de aquellas pasiones.
Por lo demás, no modifica mayormente los térmi-
nos de nuestro comentario, decidido y recto, el hecho
de que haya ó no existido capitulación el 2 de Fe-
brero de 1858. Con ella ó s,in ella Quinteros fué un
gran error, tal vez un crimen; como han sido grandes
errores, tal vez crímenes, el fusilamiento, sin juicio, de
los defensores de Paysandú; el fusilamiento, por orden
verbal, de los defensores de la Florida; el fusilamien-
to, por orden personal de Lavalle, del coronel Dorre-
go; el fusilamiento, como exigencia de un juicio infa-
me, de los hermanos Carrera; el fusilamiento, por
orden impartida poi Bolívar, de los ochocientos pri-
sioneros españoles; el fusilamiento, sin juicio, por los
unitarios mandados por el coronel Bartolomé Mitre,
del general Gerónimo Costa, coronel Ramón Bustos
y demás compañeros revolucionarios.
164
LA TIERRA CHARRÚA
Y no calificamos directamente de crímenes esta
série de hechos tremendos por cuanto la idea de cri-
men vulgar, alevoso, premeditado, con dificultad puede
encarnarse en los sucesos políticos, creados siempre
por grandes marejadas y por enloquecedoras ofusca-
ciones. ¿Qué hombre de estado, qué partido, qué
general al cometer sus más grandes desaciertos polí-
ticos, al producir hechos atentatorios y de sangre, que
en la vida ordinaria representan delitos comunes,
castigados sin atenuación por los códigos, no ha creído
responder á una inspiración elevada y patriótica? En
política, con muy raras excepciones, el que manda y
en el desempeño de su autoridad deja caer el peso de
la fuerza sobre los que estorban su gestión guberna-
tiva, por lo general cree interpretar los anhelos de la
masa y ser fiel ejecutor de las disposiciones de la ley.
Nunca echa de menos el que está arriba los inciensos
que marean, los aplausos y las adulaciones que embo-
rrachan. ¿Puede decirse que es un asesino vulgar
quien hiere dominado por los celos, enceguecido por
la cólera, sin conciencia de lo que hace su brazo?
Pues en las agitaciones políticas pasa algo parecido
aunque no en grado tan avanzado. En el terreno de
la pasión, nada hay más difícil para definir que la
frontera que separa á la equidad del atropello, á la
justicia del atentado, á lo bueno de lo malo. Si se
escucha al gobierno, los opositores son unos mi-
serables, anárquicos, hijos réprobos. Si se oye á los
opositores, el gobierno encarna un insoportable des-
LA TIERRA CHARRÚA
165
potismo, una ignominia, una burla grotesca de la
libertad. Es rarísimo el caso en que los grandes
desaciertos políticos no tienen origen en grandes
extravíos morales del instante. Y esta circunstan-
cia palpable, que encuentra su consagración leal
en cada página de la historia, no debe ser desa-
tendida por quienes tienen la dicha de apreciar los
acontecimientos más controvertidos sin descender de
las regiones severas del pensamiento, allí donde ha-
llan su clima los espíritus ecuánimes. Existen ejem-
plos excepcionales de constancia en el atentado bár-
baro, de séries de delitos, y entonces pierde razón
decorosa de ser la circunstancia atenuante. Así, las
iniquidades reiteradas de Rozas, que durante veinte
años y sin declinar en sus entusiasmos homicidas,
cercenó á cuchillo las conciencias argentinas, ofrecen
el caso de una aberración política llena de horrores-
Ahí aparece el crimen con caracteres orgánicos, ce-
bándose en padres y en hijos, en derechos y en insti-
tuciones, en la fortuna privada, en la fortuna pública,
en el honor de las familias, en el honor de la patria,
en el honor de la democracia que es la gran familia
humana. Rotos todos los frenos, mil veces cometida
la violación y mil veces anhelada, despreciadas todas
las dignidades de la colectividad, ¿quién se atreve á
lavar de manchas ese collar de infamias ?
Pero las crudezas críticas pierden su carácter ab-
soluto cuando se trata de errores, todo lo grave que
se quiera, pero que apuntan manifestaciones aisladas
166
LA TIERRA CHARRÚA
en un conjunto sano. El hecho de que ellos proven-
gan de una administración regular en sus lincamien-
tos generales, honesta, afanosa en su propósito moral,
y combatida, á pesar de eso, por oposiciones iracun-
das, presta coyuntura á las atenuaciones.
No encarando las cosas con esa calma bienhechora
é insistiendo en negar el grueso rubro que pertenece
á la fragilidad y á las miserias de los hombres, se
llega á derribar muchas, muchísimas cumbres adora-
das por la propia fantasía y en lo que se refiere á los
fastos continentales se concluye por convertir en
polvo á los primeros capitanes de la Independencia,
batiendo luego lodo con famas y con reconocidos
prestigios. Quien penetra en el pasado movido por
ímpetus inexorables acusa desconocer la calidad
esencialmente falible de los hombres. Examinando la
conducta de cada cual, sin mayor esfuerzo, acabará
por doblar las más altivas frentes y al final de la jor-
nada demoledora, cuando se disponga á celebrar su
victoria cosaca, la justicia, tocándole en el hombro, le
dirá: — ¿Y tú también, acaso no debes incluirte en el
número de los condenados? Los hombres no son im-
pecables. Por lo contrario, su más legítimo patrimo-
nio lo representa su derecho á pecar. Las purezas
irreprochables no son de este mundo. Dentro, pues,
del medio bastardo en que vivimos, es necesario ele-
gir lo menos malo y señalar las causas y los paliati-
vos de lo peor cuando ellos existen y son lógicos.
¿Cual de los más brillantes campeones de nuestra
LA TIERRA CHARRÚA
167
libertad no presenta enormes culpas? Bastaría tomar-
los con sacrificio de las leyes imponentes de la pie-
dad histórica para hacer de ellos hechuras bárbaras y
contradecir sus hazañas de poema con sus responsabi-
lidades de tragedia.
Para nosotros Quinteros sólo puede tener explica-
ción y encontrar algunas atenuantes. Nunca intentare-
mos exhibir el justificativo de algo que no lo tiene.
¿Cómo legitimar el derramamiento innoble de sangre,
que siempre ha sido y será estéril para el bien, cuando
injusto? ¿Cómo hablar de rebeldes y de la rigidez
del cometido militar, cuando todos eran los mismos y
cuando antes que el soldado victorioso estaba el her-
mano vencido? Quinteros, Paysandú, la Florida, tri-
logía de sangre, episodios ingratos, mucho olvido ne-
cesitáis para borrar la huella de tanto exceso!
Se ha sostenido que la ejecución del 2 de Febrero
de 1858 fué procedente y perfectamente legal por
cuanto el gobierno, con anterioridad, había puesto fue-
ra de la ley á los revolucionarios, según se desprende
del decreto que agregamos íntegro: «Montevideo,
Enero 1. de 1858. — Considerando que la paz pública
es una de las primeras necesidades del Estado y que
ella no se puede conservar sino teniendo por base el
respeto y obediencia á las autoridades constituidas;
que ese respeto y obediencia es un deber indispensa-
ble en todos los ciudadanos é imprescindible en los
jefes y oficiales de la República; que habiéndose alza-
do en abierta rebelión contra el gobierno, varios jefes
LA. TIERRA CHARRÚA
Í 68
capitaneados por los traidores Brígido Silveira, Fa-
rías y otros, el gobierno se encuentra en la indispen-
sable necesidad de castigar con todo el rigor de la ley
esa rebelión injustificable, á menos de abdicar los de-
beres y derechos que le competen por las leyes fun-
damentales del Estado, ha acordado y decreta: Artí-
culo l.° Declárase reos de lesa política á los traido-
res Brígido Silveira y demás jefes y oficiales que se
hayan prestado ó se prestaren á apoyar la rebelión
contra el gobierno. Art. 2.° Ordénese á las autorida-
des civiles y militares de la República que en caso de
ser aprehendidos procedan á juzgarlos con brevedad
y pronta aplicación de la ley. Comuniqúese, publíque-
se, etc. — Pereira. — Andrés Gómez. »
Pensamos que aquel argumento no adquiere carác-
ter decisivo ni aún con la constancia de que se había
impartido en debida forma una orden oficial rigurosa.
Por lo pronto, conviene observar que tratándose de
convulsiones políticas nunca se cumplen las leyes
represivas de alcance extremo, dictadas sólo para
estorbar la propagación de la causa combatida. Huelga
exponer el fundamento de esas tolerancias. En el
fondo de todas las revoluciones flota un ideal, un afán
generoso, alguna razón de justicia, y cuando en virtud
de cualquiera de esos acicates morales, aunque se Ies
exagere, un núcleo de ciudadanos se lanza á los cam-
pos sacrificándolo todo, no existe el derecho en el
triunfador de aplastar á los vencidos con el peso
extricto de la ley como si se tratara de ladrones y de
LA TIERRA CHARRÚA
169
matreros. Esto no se discute por lo sabido y por lo
sensato que es. Y en nacionalidades del espíritu fe-
briciente de las muestras, en donde todos hemos sido
revolucionarios, en donde el derecho, por lo general,
ha vivido divorciado del gobierno, se impone con más
fuerza la clemencia con los derrotados. ¿Quién no
ha conspirado en estos países anárquicos del Río
de la Plata? ¿Pues, habría sido admisible el fusi-
lamiento por mandato legal de los que, en cien oca-
siones, pudieron ser tomados prisioneros con las
armas en la mano ? Supongamos á Máximo Santos
tirando un decreto, semejante en su energía casti-
gadora al decreto que comentamos, en los preli-
minares de la cruzada de 1886. En ese concepto,
cuando mil seiscientos prisioneros cayeron en su
poder, 'él habría ejercitado un derecho legal convir-
tiendo en un inmenso patíbulo á los campos ya me-
lancólicos del Quebracho. ¿Bastara para justificar ese
hecho de sangre la enunciación de la severísima orden
emitida? Jamás. Por encima de la ley escrita está la
ley moral ; más alto que la legalidad de los documen-
tos, que es de cristal, está la legalidad de las concien-
cias, que es eterna. Agréguese á lo expuesto que los
vencidos en Quinteros componían un núcleo de nati-
vos figurando á su cabeza elementos descollantes que,
extraviados ó no, presentaban títulos envidiables para
ser respetados. Además, el decreto del l.° de Enero
mandaba que se juzgase á los prisioneros y esto no se
cumplió en Quinteros. El procedimiento seguido por
170
LA TIERRA CHARRÚA
los Consejos de Guerra para dictar sus fallos, aunque
sumario, exije ciertas formalidades conocidas. Allí
no hubo forma de juicio. El general Medina declara
en su parte que cumplió lo mandado por el decreto de
la referencia en cuanto al fusilamiento di los vencidos,
nada más.
Nosotros no consideramos que la actitud severa,
cruel, del gobierno, respondiera á odios de bando, fue-
ra el fruto de las intemperancias pasionales encendi-
das en años pasados y desatadas entonces por obra
de las circunstancias.
Tal vez algún colorido de ese acento ha prestado
al infausto suceso la barbarie de las muchedumbres
partidarias, pero es indudable que el gobierno al pro-
ceder como procedió lo hizo guardando consecuencia
á reiteradas manifestaciones anteriores. Precisamente
el señor Pereira, como si adivinara que el destino
colocaría tempestades en su ruta, expuso repetidas
veces en documentos que hemos comentado cual
era su modo de pensar con respecto á las pers-
pectivas de agitaciones internas. El carácter inflexi-
ble de sus opiniones se revela en todos los párrafos
de su programa que parece producto de agoreros por
la precisión moral de sus vaticinios. La última frase
de aquella pieza política condensa su espíritu robus-
to: «vencedor ó vencido habré cumplido siempre con
mis deberes á despecho de todos y de todo. » Dema-
siado lejos llevó el mandatario la interpretación prác-
tica de esas palabras ! Mas cerca hubiera estado, cier-
la tierra charrúa
171
tamente, de los deberes invocados ejercitando la
clemencia, que es en el gobierno la ley de las leyes,
en vez de preferir una fórmula inexorable y bárbara
de castigo.
Que eran pecadores los revolucionarios, se afirma.
Contestamos: ante todo, ya hemos recordado que
siempre será venial en los países libres de la tierra,
el delito cometido por los hombres de partido convic-
tos de conspirar contra el orden público. Y aun con-
cediendo que fueran grandes culpables los fusilados
en Quinteros, ¿ era legítimo extremar con ellós la re-
presión cuando el país acababa de salir de una época
infernal, cuando durante nueve años de guerra se ha-
bían estado cometiendo día á día pecados de lesa pa-
tria, siempre impunes? Por otra parte, en determina-
das situaciones de la vida ninguna venganza es más
cruel que el perdón. La generosidad como el ridículo
mata á las más airadas causas y á esa victoria sola,
la más espléndida, deben aspirar los gobiernos saga-
ces. Considerando los preliminares de la administra-
ción combatida así como las declaraciones escritas
del gobernante, que abundan en protestas enérgicas,
á menudo he pensado que la tragedia del 2 de Febre-
ro fué dictada por una pasión arraigada que muy bien
pudo ser la de conservar á todo trance la paz, costa-
ra lo que costara y cumpliendo así los postulados de
una voluntad férrea.
El país, que creyera entrar de lleno en sendas prós-
peras, había sido arrancado del riel institucional, gra~
172
LA TIERRA CHARRÚA
cias á una audacia militar, tal vez triunfante por la
tolerancia oficial. A este gravísimo descarrilamiento
siguieron tres años de caos singularizados por una
perpétua fiebre revolucionaria: el poder pasaba, como
moneda, de mano en mano. De estas largas tinieblas
fué apartada la nación por el pacto de los generales,
que hizo posible el advenimiento de un mandatario
ungido por el sufragio popular y superior en su de-
sempeño á las ambiciones reprobables de las fraccio-
nes. Ese mandatario fué el señor Pereira que ocupó
el mando en pleno período de efervescencias y bajo
la amenaza de una reacción desordenada. Eran los
mismos elementos vencedores en 1853, desapodera-
dos luego por una de las tantas alternativas políticas,
los que se lanzaban á la borrasca. Los que hicieron
la revolución á Giró conspiraban un lustro después
contra Pereira. Si aquel mereció censuras por su re-
signación ante el despojo arbitrario y si á su benig-
nidad se atribuyera el origen de los posteriores de-
sastres nacionales, este no estaba dispuesto á repetir
el ejemplo de la retirada noble, antes estéril. Tal vez
creyó con sinceridad el señor Pereira que él disiparía
las in certidumbres y peligros latentes de la situación
sellando con un acto de inusitada dureza el final de
una aventura revolucionaria dirijida contra su gobier-
no. Si así lo juzgó fué enorme su error.
Por lo expuesto, se alcanza el juicio definido que
tenemos formado sobre Quinteros. Nada nos inclina á
justificar aquel suceso de sangre que tantos explica-
LA TIERBA CHARRÚA
173
bles rencores encendiera. Sin embargo, no incurrimos
en las exageraciones de quienes, dominados por la
obcesión partidaria, presentan á aquella tragedia de
nuestro período de organización con caracteres de
aterradora ferocidad imputándola á un partido de
antaño que, matando al enemigo indefenso, dicen,
rindió homenaje á su tradición de sangre y de degüello.
Los que así se expresan infieren cruel injuria á nues-
tra raza, al suponerla madre de generaciones orgá-
nicamente asesinas, de generaciones entusiastas por
el atentado, hermanas de los chacales y primogénitas
del crimen. Afortunadamente es la mencionada una
tésis que á fuerza de ser torpe, resulta ridicula. El
hecho de que ella tenga á la fecha, aunque parezca
increíble, numerosos heraldos sólo revela que toda-
vía hay entre nosotros muchos explotadores de
ódios ya prescriptos y también muchos adversarios
de la ciencia histórica y de sus preciosas ense-
ñanzas. Responsable ó nó el partido blanco de la
ejecución de Quinteros repugna á nuestros sentimien-
tos levantados presentar á aquel grupo político vestido
con instintos de hiena, de la misma manera que nos
repugnaría lanzar semejante brulote sobre el partido
colorado achacando á frutos de una tendencia san-
guinaria los sombríos acontecimientos de Paysandú y
de la Florida. Estos y aquél han sido gravísimos
errores, accesibles á la atenuación y al olvido. Ellos
fueron consumados en momentos de terrible ofusca-
ción, por mandato de indómitas pasiones, y todo
174
LA. TIERRA CHARRÚA
inclina á creer que las primeras censuras para tales
masacres las encontró la justicia en el corazón contrito
de sus mismos y principales autores.
Más de uno debió la vida al esfuerzo generoso de
jefes gubernistas.
Véase lo que dice á ese respecto don Juan Manuel
de la Sierra, uno de los prisioneros, en un libro sobre
Quinteros, publicado en 1884, que destila la pasión
más iracunda: « Los blancos estuvieron amables y sal-
varon á varios. Daremos la relación: El coronel don
Dionisio Coronel, por simpatía particular, al mayor'
don Juan B. Hubó. El coronel Muñoz, por igual mo-
tivo, al mayor don Antonio Almada, el comandante
Carnes, al de igual clase don José Mora. El coronel
don Francisco Lasala á su sobrino el capitán don
Juan M. de la Sierra, ciudadano don Vicente Garzón
y al Sargento Mayor don Wenceslao Regules. El co-
mandante Simón Moyano al capitán don Gabriel T.
Ríos. El comandante don Pantaleón Pérez al ciudada-
no don Adolfo Cabrejo. El traidor Medina á los ciu-
dadanos don Luis Isaac de Tezanos y don Juan An-
tonio Vilas (a) Pittaluga. Los comandantes don Ber-
nardino Olid y don Gervasio Burgueño al mayor don
Luis Viera, capitán don Ciríaco Burgos, don Manuel
Pagóla, don Celestino Zamora, don Ezequiel Burgos,
don Pedro Zas, don Eusebio Latorre, don Antonio
Pedemonte, don Feliciano González y don Pedro Ve-
lazco; ayudante mayor don Miguel Antuña; tenientes
don Felipe Batista, don Clodomiro Lezama, don Agus-
LA TIERRA CHARRÚA
175
tín Chalá; y los ciudadanos don Mauricio Zavalla y
José Cándido Bustamante. El mayor don Ignacio Raíz
fué salvado por otro jefe cuyo nombre no recordamos.
Otro tanto nos sucede con los jefes que salvaron los
capitanes don Manuel L. Quijano, don Gregorio Gar-
cía, y tenientes don León Ortiz, don Manuel Alvara-
do, don Francisco Laenz, y demás oficiales subalter-
nos que figuran en las listas que en otro lugar pu-
blicamos.» (1)
Las listas á que refiere el señor de la Sierra dan
un total de trescientas ocho personas las que á estar
á su manifestación, insospechable en lo que ello pue-
da favorecer al gobierno de la época, fueron puestas
en libertad al llegar á la Villa de la Unión. ¡No todo
fué siniestro!
Por otra parte, es necesario remontarse á aquellas
épocas de espantosos desequilibrios sociales para en-
contrar el secreto de las grandes agonías republicanas
porque atravesaron las naciones de Sud América.
¿En cual de ellas no se sacrificó, no se inmoló al ven-
cido en nombre de la libertad? Sin acordarnos otra
vez del coronel Dorrego, hecho mártir, ahí está rio
por medio el ejemplo de otra tragedia gemela y casi
contemporánea de Quinteros. En 1856, estando la
provincia de Buenos Aires en manos de un gobierno
unitario, fué invadida por un grupo de distinguidos
elementos disidentes encabezados por los generales
[1] Por un testigo presencial f J. M. de la Sierra) La Revolución de 1857
y la Hecatombe de Quinteros , pág. 91 y 92.
176
LA. TIERRA CHARRÚA
Gerónimo Costa, José María Flores, y coroneles Bus-
tos y Perez. El gobernador don Pastor Obligado, que
era á pesar de eso un distinguidísimo ciudadano, did
órden de que se persiguiera sin cuartel á los revo-
lucionarios y con esas instrucciones salió á campaña
su ministro de la guerra, coronel don Bartolomé Mitre,
quien cumplió al pié de la letra lo mandado, como ló
acredita evidentemente su mismo parte, que en lo
pertinente dice así: « ¡Yiva Buenos Aires! A escape*
Ganando horas. Urgentísima. Villa de Lujan, l.° de
Febrero de 1856. Excmo. señor Gobernador del Es-
tado, doctor don Pastor Obligado :
La persecución ha durado por más de tres leguas ha-
biéndose ellos dispersado totalmente al extremo de
no quedar dos hombres reunidos. Entre sus muertos
se hallan el ex-coronel don Ramón Bustos; y entre
los prisioneros Gerónimo Costa (fué fusilado), un
comandante Wiffe ( fue fusilado), Benjamín Perez
(fué fusilado). Benitez fué perseguido dos leguas y
escapó en un parejero. Felicito á V. E. por este nue-
vo triunfo. Dios guarde á V. E. muchos años. — Bar-
tolomé Mitre . »
Completa ese documento este otro, también extrac-
tado: « Villa de Lujan, l.° de Febrero de 1856. Excmo»
señor Secretario en el Departamento de Guerra coro-
nel don Bartolomé Mitre
Alcanzado Benitez y su gente murieron todos
Dios guarde á V. E. muchos años. —
Coronel Eusebio Canesa. » Es el primer ciudadano
LÁ TIERRA CHARRÚA
177
¿le Sud América en la actualidad quien suscribe el
mas acusador de esos oficios que empieza con un ¡viva!
y que concluye con una felicitación por la victoria
obtenida, después de comunicar que han sido fusila-
dos los prisioneros, que eran gloriosos servidores de
la nación. Por su parte, el temerario Conesa dice to-
do en pocas palabras : « murieron todos. » Ya sabe-
mos lo que esa frase gráfica significa: ninguno fué
perdonado en la derrota. Pues nadie se acuerda de
remover estas memorias fratricidas que excitan al
odio y que ya no tienen objeto en las luchas avanza-
das de la democracia argentina. En nuestro pais, hace
diez años, hemos tenido en marco reducido otro dra-
ma político sin nombre.
Durante el gobierno ilustrado y civil del doctor Ju-
lio Herrera y Obes se consumó la perversa celada del
11 de Octubre y nadie ignora que al infortunado doc-
tor Pantaleón Pérez se le dió muerte en el fondo de
un cuartel, después de estar rendido y prisionero.
En antecedentes el gobierno de la época de las agi-
taciones subversivas de ciertos elementos avecinda-
dos en el pueblo de la Unión, pues dos jefes de cuer-
po invitados al efecto habían cumplido con su deber
militar denunciando aquellos trabajos, ordenó á estos
últimos que simularan apoyar á los ilusos que en
ellos confiaran, á fin de reconocer el carácter y al-
cance de la revolución en germen. Aunque ya á esa
altura y aceptando semejante conducta perdía terre-
no el honor de los jefes solicitados, ello poco hubiera
12
178
LA TIERRA CHARRÚA
importado á concluir el asunto con las referencias
legales ordinarias. Pero este sainete degeneró en
sangriento drama gracias á las inspiraciones inferna-
les del propio Presidente de la República, que movía
los hilos de la miserable maquinación, y media docena
de inocentes ciudadanos, víctimas de su credulidad,
encontraron la muerte como consecuencia delaini-:
cua farsa referida.
Insensatez mayúscula fuera alegar á diario en favor
del derecho con el recuerdo de aquella infamia.
Toda nuestra vida de ensayo institucional está plaga-
da de episodios sangrientos é innobles. Quienes han
tenido oportunidad de presenciar las espantosas es-
cenas de irrespetuosidad á los muertos que se des-
arrollan en un campo de batalla, quienes saben mejor
que nadie cuantas calamidades engendra la guerra
civil porque han palpado en la realidad sus horrores
— y eso que eran atemperados — pueden darse cuen-
ta de los sucesos trágicos que se han desarrollado en
nuestras comarcas durante cuarenta años de desastre
y de encarnizamiento pasional. Todos han interveni-
do en esos excesos fúnebres que pertenecen al pasa-
do como el eco á las tumbas. ¿A qué, pues, remover
tanta vergüenza? Haciendo nuestra la interrogación
cortante dirigida por don Domingo de Oro al primer
general Mansilla, decimos: « ¿para qué legarle más
inmundicia á la posteridad? »
Tanto más odiosa es la tarea de vivificar los agra-
vios del pasado y tanto más resaltante lo infundado
LA TIERRA CHABBtJA
179
de ese prurito, que lleva á identificar con la idiosin-
cracia criminal de un partido el desenlace reproba-
ble del 2 de Febrero, cuando se piensa que durante
aquella misma breve campaña cometieron los revolu-
cionarios injustificables excesos. P21 reloj que usamos
perteneció á Luis Pedro de Herrera, una víctima de
la revolución de 1857, y presenta en sus tapas huellas
indelebles del filo del puñal. El referido ciudadano,
llevando á sus órdenes algunos policianos de la capi-
tal, iba para el pueblo de Las Piedras en comisión
del gobierno. A la altura del Colorado fue sorprendi-
do por las fuerzas del coronel Silveira, muy superio-
res en número. En presencia del enemigo sus solda-
dos huyen quedando solo firmes el jefe de la partida
y su fiel asistente. Decir que se peleó allí sería tan
exagerado como sostener que dos hombres pueden
sostener la carga aplastadora de doscientos atacantes.
Pronto cayeron heridos de muerte los soldados que
habían sabido cumplir con su deber, siendo ferozmente
apuñaleados. A Herrera le cortaron las orejas y la nariz
aparte de otras heregías sin nombre. El gobierno
agredido, en conocimiento de tan ingrato suceso, tiró
un decreto donando terreno en el Cementerio Central
de Montevideo para sepultura del infortunado oficial
sacrificado. La veracidad del anterior relato es noto-
ria. Conociendo la exaltación de las opiniones polí-
ticas sustentadas por el bravo César Díaz no pueden
extrañar, por otra parte, los siguientes conceptos que
extractamos de una carta auténtica y ya publicada
180
LA. TIERRA CHARRÚA
que dirigió, cuando la cruzada, á don Tomás Gomen -
soro:
«... Actividad y energía, mi querido amigo. Es
preciso que el partido colorado, el partido de las tra-
diciones gloriosas de la República, se levante como
un solo hombre para gritar ¡ atrás ! á esa canalla que
prostituye los destinos públicos ; es preciso extirpar
esa raza maldita que más de una vez ha entregado el
país al extranjero, etc. Es preciso que corra sangre
porque ella es necesaria para sellar la revolución y
hasta es moral que no se demore el castigo de los
criminales. No haya lástima, no, con ellos, severidad,
amigo mío, y mano de fierro con esa canalla. Fusile
usted á todo el que no quiera plegarse á nuestras
ideas, á todo el que no quiera aceptar las gloriosas
tradiciones de la defensa; derribe usted de una vez
todos los obstáculos que se nos presenten. Yo acepto
la responsabilidad de todo. Para todo lo autorizo,
etc., etc. — César Díax. » ¡Disculpables intemperan-
cias de los tiempos terribles!
La revolución de 1857 obedecía á las inspiracio-
nes políticas del doctor Juan Carlos Gómez y sabido
es que este tribuno de tanto talento prohijaba la idea
de nuestra anexión á la República Argentina y que
este ensueño era compartido por los primeros pensa-
dores de la causa unitaria. En vísperas de partir pa-
ra Montevideo, en donde. fundaría el célebre «Nacio-
nal», se ofreció al doctor Gómez en la capital porte-
ña un banquete, esencialmente partidario, al cual con-
LA TIERRA CHARRÚA
181
currieron entidades extranjeras de primera fila. Lle-
gado el momento de los brindis todos los oradores
pronunciaron discursos de largo alcance internacio-
nal á cuyo través se dibuja el afán anexionista, que
importaba una blasfemia para los buenos orientales.
Terminó así su peroración el doctor Yelez Sarsfield:
«Que sea feliz en todos sus pasos; que alce á su an-
tigua patria de la postración y desgracia que sobre
ella pesa; que el cielo y los hombres le ayuden á ha-
cer de sus dos patrias una sola, como antes lo fueron;
que á él se deba la unión en una sola República del
Estado Oriental y de los Estado del Plata. » Excia-
ba el insigne Sarmiento: «Que Montevideo se resta-
blezca de los males del cuerpo y del alma que lo afli-
gen ; que recupere su libertad y su salud y el pueblo
volverá los ojos adonde tiene sus amigos, sus compa-
triotas de sangre, de raza, de idioma, y un día busca-
rán en los Estados Unidos del Plata remedio á todos
sus males. »
Contestó, entre otras cosas, el obsequiado: « El día
está cercano en que poniéndose de pié toda la Repú-
blica á la vez, aterre á los caudillos, á las explotacio-
nes, á las farsas que agitan el océano y enarbolando
con su brazo robusto la bandera de la nación, poda-
mos todos reunidos á su sombra, ciudadanos de una
poderosa República, brindar por el gran pueblo de los
Estados Unidos del Sud.»
Nosotros que abrigamos profunda fé en la consis-
tencia y grandeza de nuestros destinos ; que venera-
182
LA. TIERRA CHABRtJA
mos la tradición libertadora del heroico Artigas; que
creemos indestructible el cimiento de la nacionalidad
bizarra que aquel fundó, apreciamos equivocada, mal-
dita la propaganda cívica que resucitaba el ideal ne-
gro de la incorporación.
Al general Lavalleja se le ha censurado porque,
bajo la presión de circunstancias desesperadas, aceptó
el remedio transitorio de unir nuestra vida á la vida
argentina. Pues el doctor Juan Carlos Gómez abogó
por la anexión en tiempos de bonanza, cuando ya
óramos definitivamente libres, y presentándola como
una solución permanente. ¿Habrá quien sostenga que
no padeció error el ilustre escritor al prestigiar una
fórmula fusionista que nuestro pueblo, que tiene enti-
dad propia, jamás aceptará por estar ella reñida con
sus preferencias, con su historia y con sus altiveces
autonómicas ?
Tal vez la reprobación de esos planes liberticidas
contribuyó al incremento de la pasión ruda.
Después de Quinteros, á solicitud de los legisla-
dores señores Solsona y José G. Palomeque, la Asam-
blea, constituida de afiliados á los dos partidos en
número respetable, hubo de discernir á don Gabriel
Antouio Pereira el título de Gran Ciudadano bene-
mérito de la Patria, otorgándole el grado militar de
brigadier general, en mérito: «á que los gloriosos
sucesos de Callorda y de Quinteros, sobre la rebelión
importaban un verdadero y exclusivo triunfo de la
autoridad y de las instituciones de la República, que-
LA TIERRA CHARRÚA
183
dando así labrada la base inmutable del orden y de la
mejor garantía para la felicidad común. » Son éstas
palabras textuales del proyecto de ley debiendo ob-
servarse que sus dos proponentes estaban afiliados
entonces al partido colorado. ¡Singulares ofuscacio-
nes de criterio ! ¡La felicidad común, decían! Nunca
estuvo ella más comprometida que después de la
oscura inmolación ! La sangre generosa de los herma-
nos sacrificados el 2 de Febrero de 1858 costaría
muchas lágrimas y mucho duelo á la patria de todos.
A la sombra de aquel episodio, injustificable ante las
leyes morales, han nacido represalias de la peor estirpe.
Todavía se explota inicuamente el recuerdo de aquella
tragedia.
El partido vencedor en 1865 ha declarado márti-
res de la libertad de la patria á las víctimas del Paso
de Quinteros. Con más peso y más autoridad que nos-
otros alguien dirá mañana si es exacto ese pomposo ca-
lificativo. Las palmas del martirio pertenecen á los allí
caídos como pertenecen álos caídos en Paysandú, en la
Florida y en otros altares del dolor. Falta averiguar
si la libertad estaba proscrita del país en 1857, bajo
los auspicios de un gobierno constitucional, recto y
honrado, y si en ese supuesto ella venía envuelta en
los pliegues de una bandera rencorosa y anexionista.
Sea como fuere, que jamás se repitan escenas tan lú-
gubres; que cuanto antes el olvido y la piedad borren de
nuestro presente la huella amarga délos odios del pa-
sado ; y que la juventud del día, sin distinción de par-
184
LA TIERRA CHARRÚA
tidos, practique el culto de la verdad, sorda álas men-
tiras convencionales dictadas por la pasión, condenan-
do lealmente hechos sombríos como el que venimos
de apreciar!
Terminado el período constitucional del señor Pe-
reira el l.° de Marzo de 1860 la Asamblea General
eligió Presidente de la República á don Bernardo P.
Berro. Formado este ciudadano en la escuela del sa-
crificio más estricto podía presentar ya entonces una
sobresaliente foja de servicios. En defensa de la
autoridad constitucional de don Manuel Oribe había
tomado parte activa en las campañas seguidas por
éste en los años 36 y 37 contra el rebelde general
Rivera. Durante el Sitio Grande permanece en el
Cerrito, á la par de otros hombres de valía, salvando
su nombre de toda complicidad en atropellos. Elegido
senador, á raíz de la bendita paz de Octubre de 1852,
apreciando sus evidentes condiciones de estadista se
le designa para ocupar la presidencia de la Cámara
Alta. De allí lo arranca el llamado de don Juan Fran-
cisco Giró, quien le ofrece la cartera de Gobierno en
su bien nacida administración. Consumado el motín
del 18 de Julio don Bernardo Berro no cede en pre-
sencia del atentado triunfante y sale á campaña á
congregar tropas en favor de la causa legal. El pacto
de la Unión tuvo su aplauso de manera, pues, que no
fué de extrañar su exaltación á la primera magistra-
la tierra charrúa
185
tura dentro de la política decretada por los generales
en 1855. Ya antes de ocupar el mando supremo era
el señor Berro una personalidad culminante. Para
afirmarlo así nos remitimos, más que á sus antece-
dentes cívicos, en conjunto radiantes, á la noble sig-
nificación desús energías intelectuales.
Muy pocos conocen los notables documentos po-
líticos salidos de su pluma, pues la mayor parte de
ellos están aün en los archivos. Pero las piezas escri-
tas que han alcanzado publicidad permiten aqui-
latar las superiores cualidades de estadista que
distinguían á aquel gran ciudadano. Hombre de
pensamiento águila, como don Manuel Herrera y
Obes y don Andrés Lamas, el señor Berro desta-
ca con luces singularmente propias en aquel me-
dio crepuscular de nuestros ensayos institucionales;
pero aventajó á los luchadores citados en algo inva-
lorable para la posteridad : su conducta, recta y clara
como el ideal, consagró siempre las austeridades de
su propaganda que tuvo aristas preciosas. El título
intelectual más saliente de don Bernardo Berro lo
decreta el concepto exacto que se forjara de los par-
tidos tradicionales y de su porvenir en relación con el
porvenir de la patria que era su altar. Para él, ya en
1854, era axiomático que el bien de la República solo
podía alcanzarse mediante una -renovación de las di-
visas políticas hasta entonces en uso y poniendo en
práctica agitaciones colectivas denunciadoras de nue-
vas tendencias y de nuevos gérmenes democráticos.
186
LA TIERRA CHARRÚA
Como el asunto es de sí interesante y deseamos no
aparecer hiperbólicos en nuestros asertos vamos á
permitirnos insertar algunos párrafos de los escritos
del señor Berro, que condensan admirablemente las
ideas de la referencia.
En su «Exposición de ideas sobre los trabajos para
la reorganización del partido blanco,-» entre otras mu-
chas cosas buenas, decía lo siguiente, como Presidente
de la Junta Directiva elegida el día 20 de Febrero
de 1854 y que era integrada por los señores Francisco
Solano de Antuña, Eduardo Acevedo, Diego Lamas,
Luís de Herrera y el exponente :
« El partido Blanco y el partido Colorado no es-
tán separados por ideas, ni por clase ó condición.
Igual es su composición, é iguales también sus prin-
cipios políticos. Su división es toda personal ó corres-
ponde sólo á las personas de que se componen. No
pugnan por establecer doctrinas ó sistemas contrarios
sino para adquirir cierta posición para dominar ó pa-
ra evitar que otros la adquieran, para no ser domi-
nados. La cuestión es referente á hechos, á su diver-
sa apreciación. Proclaman los mismos principios y se
separan en su aplicación á esos hechos. Hay algo de
parecido en nuestros partidos, tales como los van po-
niendo los sucesos, á aquellos que destrozaron á las
antiguas repúblicas de Italia en los días de su deca-
dencia. Al último no se peleaba ya por nada que in-
teresase á la patria, sino á las familias coaligadas que
buscaban en el poder, ya la satisfacción de sus odios,
LA TIERRA CHARRÚA
187
de su vanidad <5 de su codicia, ya un medio de librar-
se de las vejaciones de sus antagonistas. Excluyén-
dose recíprocamente, y siendo la elevación del uno la
desgracia del otro, la lucha no podía menos de repro-
ducirse constantemente y ser la guerra civil el estado
nrrmal de la República.
Con semejantes partidos bien se vé que no puede
menos de caminarse á una ruina cierta; como sucedió
allí y como sucederá aquí si llegasen á perpetuarse.
Y no importa que uno de los combatientes esté
exento de culpa, que obre solamente por la necesidad
de la defensa propia; el resultado siempre será el
mismo: la división de la nación en dos partidos en-
carnizados combatiéndose sin cesar y como natural
consecuencia el desorden y la tiranía ; la sangre y la
desolación ; la ruina de todos modos. Y agregaba lue-
go: «El Partido Blanco nació ligado á un hecho, no á
una idea; tuvo un objeto especial: filé instituido para
sostener el gobierno constitucional de don Manuel
Oribe atacado por Rivera. Ese hecho terminó de todo
punto con la pacificación y el pacto de Octubre, y
con él terminó también la causa que produjo este par-
tido. Este debió, pues, cesar y cesó. » ( 1 )
Poseen incomparable belleza moral estos párrafos
que denotan un relieve de ideas altruistas tan valien-
te como raro en una época gobernada por la pasión y
por el agravio cruel. Los jóvenes colorados fanáticos
(1) Juan José de Herrera. — Anales del Partido Nacional. — Tomo II —Pá-
ginas 22 y 24.
188
LA TIEBBA CHABELA
del odio tradicional y los por fortuna ya escasos jó-
venes que diciéndose nacionalistas manchan con evo-
caciones inicuas las pureza del programa del Partido
Nacional, debieran aprender cordura empapando su
criterio, dominado por el extravío, en la lectura edu-
cadora de máximas tan avanzadas. ¡Hace cincuenta
años ya se repudiaba un pasado trágico que ahora,
por regresión atávica, pretenden restaurar algunos
espíritus ó mal dirijidos ó de aliento pobre!
Después de fundar la necesidad imperiosa de elegir
una fórmula más adelantada de agrupación, declaraba
el señor Berro á sus correligionarios : « Para el intento
de los blancos una bandera que represente el interés
nacional, que llame la acción de la nación y en-
vuelva también el interés blanco, sería la que conven-
dría adoptarse de preferencia. Creo que la bandera
de Octubre podría servir para eso. Ella declara
la necesidad y hace la prohibición de que no haya
vencedores ni vencidos; que ninguno de los partidos
tenga privilegio sobre el otro; que ninguno de ellos
quede glorificado y con toda la honra y el otro conde-
nado y con todo el deshonor. Ella prescribe el someti-
miento al orden constitucional y busca la unión de
todos y su igualdad bajo el dominio de la ley. Una
bandera de esa clase no podrá menos de halagar y
atraer á los hombres de paz y á cuantos son extraños
álos partidos; y además estaría constantemente enca-
minándose á la disolución de éstos y buscando el re-
greso al orden normal y á la estabilidad que lo acom-
LA TIERRA CHARRÚA
189
paña. ¡Cuánta fuerza moral adquiriría el partido que
alzase esa bandera! ¡Cuántas ventajas adquiriría so-
bre el contrario que le opusiese el estandarte de la
intolerancia, del exclusivismo y de la tiranía de par-
tido, causa eficacísima y reconocida de la perpetra-
ción del desorden ! » ( 1 )
¿Cómo resistir á la transcripción de tales párrafos
que exhiben tanta galanura de sentimientos y que
aliados á otros igualmente notables de selectos pen-
sadores de filiación colorada y de filiación blanca
integran un mosaico de alto patriotismo? ¿Cómo no
prestar ámplio espacio á opiniones que crean todo un
magnífico programa de principios y que demuestran
á la evidencia que el partido constitucional se vistió
con las plumas del grajo al adjudicarse la paternidad
de ideas de concordia, difundidas mucho antes, y arre-
batadas, sin confesarlo, al pasado para hacerlas fraca-
sar precisamente por apartarse de los rumbos firmes
diseñados por la clarovidencia de algunos de nuestros
mayores; precisamente por alentar la arrogancia de
repudiar con platónico radicalismo los viejos cultos,
viejos y deformes, pero valiosos é indispensables para
reconstruir con éxito seguro?
El carácter breve y sintético de esta obra no nos
permite engolfarnos en la apreciación de este asunto,
preñado de enseñanzas y de agradables sorpresas pa-
ra quienes pensamos que en la coparticipación en el
(1) Juan .losó de Herrera. —Anales del Partido Nacional. — Tomo II.
raninas ¿o y <¿ü.
190
LA TIERRA CHARRÍJA
gobierno de los partidos existentes, en el perfeccio-
namiento de los mismos y en la práctica resuelta de
la tolerancia y de la virtud común estriba el secreto
de nuestras prosperidades morales y materiales.
Don Bernardo Berro, ese presidente de idiosin-
cracia despótica que se pinta para buscar causa á una
revolución injustificable, condensó, al subir al mando,
en un documento jugoso, sus principios de gobierno.
Esa exposición fué invariablemente entregada para
su lectura á las personalidades que ocuparon los di-
ferentes ministerios, á fin de que ellas pudieran co-
nocer el modo de pensar del jefe de la nación y saber,
si él era adaptable á sus propias opiniones. Esa pieza
política, dada á conocer poco tiempo atrás, ( 1 ) me-
rece muy bien los más calurosos elogios de la crítica
imparcial. Probablemente ella y el trabajo político
dirijido en 1855 por don Andrés Lamas á sus com-
patriotas, son los documentos de mayor nervio y re-
veladores de más vasto talento de hombres de esta-
do, que se haya producido en este país. Por otra
parte, ningún presidente de la República, después de
Berro, ha dado á sus conciudadanos una prueba de
tanto respeto a la entidad de sus ministros y de tanta
certeza de rumbos. En el documento de la referencia
exponía el señor Berro, como puede verse, que su mi-
sión como primer magistrado respondía á tres fines :
l.° Consolidar el orden; 2.° Arreglar y moralizar la
(l) Juan José de Herrera . — Anales del Partido Nacional . — Tomo I. —
— Páginas G á 45.
LA TIERRA CHARRÚA
191
administración ; 3.° Hacer efectivo el régimen repu-
blicano. Estos tres objetos, decía, forman el círculo
de mi aspiración fundamental. « Reconociendo que la
actual administración está montada sobre el principio
de la probidad y del liberalismo en su más pura y ex-
trema significación, y que eso ha de constituir la base
y punto de arranque de sus procedimientos, tengo que
exigir prévio acuerdo sobre varios puntos; especial-
mente estos tres: l.° Ejercicio Electoral; 2.° Régimen
municipal; 3.° Cuestión Eclesiástica. » A cada uno de
estos tópicos cardinales dedica luego párrafos dig-
nos de los repúblicos norte -americanos, demasiado
extensos para ser trasladados íntegros pero que en
parte queremos reproducir para sentar uno de los
más bellos antecedentes de aquel gobierno ejem-
plar. Con respecto al primer punto dice el señor
Berro: «De todos modos es mala la intervención
del gobierno. Si la mayoría está con él es innece-
saria esa intervención y siempre se produce el mal
ya apuntado. Si está contra él, además de ese mal,
viene á resultar destruido por su base nuestro
sistema representativo, es decir, la minoría viene
á usurpar el derecho de la mayoría dando repre-
sentantes á la nación. ¿De qué servirá una legisla-
tura buena, si para obtenerla sería preciso hacer malo
al pueblo? Y la legislatura buena, y por lo mismo
aceptable y respetada que procede de un vicio, afir-
ma más éste haciéndolo llevadero y menos sensible. »
Continúa sobre el segundo tema: « La sávia que
192
LA TIERRA CHARRÚA
da vida, alimenta y hace desarrollar el régimen repu-
blicano no está arriba, en el gobierno; no desciende
de éste al pueblo; está abajo, en el pueblo; y sube de
aquí para arriba, al gobierno. El gobierno recibe y
elabora esa sávia que baja después á beneficiar la
sociedad. Es preciso que esté bien primero el pueblo,
para que abunde la sávia republicana y la comunique,
cual conviene, á los poderes que de él nacen. Es
preciso que el pueblo sea republicano, sepa serlo, no
pueda dejar de serlo, para que esos poderes marchen
republicanamente, para que ellos y todo se mueva
conforme á las condiciones esenciales de la vida re-
publicana. Esa es la necesidad vital. Y bien: el
pueblo no aprende esas cosas, como se aprenden
otras, con la agena enseñanza, las aprende por sí
mismo, practicándolas, como se aprende á andar, an-
dando. »
Aborda así el tercer tema: «El patronato es una
ley constitucional y el Poder Ejecutivo, por lo tanto,
está obligado, hasta con juramento, á reconocerlo y
defenderlo. Luego que el gobierno comprendió que
se iba en camino de anular el derecho y las regalías
del patronato, retiró el pase al breve de institución
del Vicario Apostólico. Ahora se exije la reposición
de éste en el gobierno de la iglesia oriental y fundán-
dose precisamente en la no existencia del patronato.
El Presidente no puede acceder á eso. La reposición
sólo podría tener lugar, en cuanto al ejercicio de las
funciones vicariales en el país, por un acto de patro-
LA TIERRA CHARRÚA
193
nato, por el libre y expontáneo consentimiento del
gobierno. »
¿ Verdad que, á pesar de haber corrido cuarenta
años, todavía poseen interés palpitante estas avanzadas
ideas expuestas con tanto esmero de fondo y senci-
llez de forma ?
Para presentar más acentuado el cuadro y á true-
que de molestar al lector, extractaremos algunos con-
ceptos del mismo programa de gobierno comentado
en lo que refiere á nuestras cuestiones políticas. El
señor Berro encontraba la solución de nuestro oscuro
problema internacional de entonces en el « aislamiento
político de la República, vale decir, no ligarse políti-
camente con nadie, salvo el caso de guerra, y enton-
ces para el objeto de esta y nada más. No ponerse ba-
jo la protección de ninguna nación sola. Aceptar lo
que proceda de la combinación de muchas ; y en este
concepto adherirse á la liga continental americana. >'
Así resolvía el problema interno: « Constituciona-
lismo en todo; espíritu liberal; promover la vida de-
mocrática; combatir la licencia y el despotismo como
lo más opuesto á eso ; sostener el principio de autori-
dad y el vigor de la ley como lo más favorable á todo
ello. Conservarse siempre fuera y encima de todos los
partidos y círculos. Servirse de sus hombres y darles
preferencia si fuere necesario consultando en ello tan
solo los intereses del país y los propósitos del go-
bierno en ese sentido. Estorbar por toda clase de me-
dios lícitos el enarbolamiento de las antiguas bande-
12
194
LA. TIERRA CHARRÚA
ras de partido, aunque sea necesario apoyarse en los
hombres que hayan pertenecido á alguno de ellos. »
Quedaría inconclusa nuestra tarea si antes de ce-
rrar estos expresivos extractos no dejáramos indicios
de la opinión sustentada por el señor Berro para ob-
tener el apaciguamiento de los partidos. Proponía él,
por escrito : « Quebrar la posición de ios emigrados
orientales en la República Argentina abriéndoles las
puertas para regresar sin excepción, declarando á los
que sean militares y no hayan perdido la nacionalidad
oriental, repuestos en sus grados desde que acaten al
gobierno y pidan su reincorporación al Estado Ma-
yor General, sin perjuicio del derecho que oportuna-
mente asista á los primeros para solicitar lo mismo
cuando hayan recuperado su nacionalidad, conforme á
la Constitución. Obligar por ese medical gobierno
argentino, y acreditando simultáneamente cerca de él
un agente, confidencial por ahora, á que asuma una
política clara y precisa respecto de nuestro país, re-
cabando si es posible garantías de que la paz no será
alterada, ya que la responsabilidad de todo cuanto
pudiesen intentar de allí los jefes orientales, hoy en
armas como argentinos, es toda del gobierno argen-
tino. »
Apréciese después de esta última lectura el acierto
político del señor Berro que, recién ascendido á la
presidencia, ya ponía el dedo en la llaga de nuestros
males internos. Su observación sobre la actitud falsa
del gobierno argentino, mucho antes de que estallara
LA TIERRA CHARRÚA
195
la revuelta florista, observación qué fué plenamente
confirmada en la realidad, acredita que mucho antes
de producirse los sucesos que dieron pretextos á la
invasión ya se columbraba en nuestro horizonte la
récia tormenta.
Las declaraciones que hemos insertado abonan el
sólido valimiento como estadista de don Bernardo
Berro y hacen la mejor defensa de su personalidad.
Quien sembró tan elevadas ideas políticas, quien hizo
un culto de la honradez de manos y de corazón y del
leal acatamiento á la ley, al extremo de ponerse más
de una vez en pugna con sus mismos correligionarios,
no puede jamás merecer los dictados vulgares que le
dispara la pasión de grupo, inconsulta y sin escudo en
este caso.
A la distancia, al través de ocho lustros que han
venido á limpiar de impurezas el juicio do las genera-
ciones, la memoria del presidente Berro destaca se-
ductora, erguida y sólida sobre nuestros horizontes
históricos. Aquel gran ciudadano poseyólas virtudes
patricias de don Joaquín Suárez completadas por un
verdadero y esclarecido talento político. Sin duda
alguna, él ha sido el primero de nuestros gobernantes
y aún de los más selectos apóstoles del dogma demo-
crático en este país. El día de la justicia ámplia y
gloriosa pronto llegará para él
Nacido en condiciones de la más extricta corrección
institucional el gobierno de 1860 , tuvo las mismas
auspiciosas perspectivas que se presentaron á la vista
196
LA TIERRA CHARRÚA
de don Juan Francisco Giró al ocupar la presidencia.
Los acontecimientos pronto acreditarían que nin-
guna barrera era capaz de detener el avance de las
pasiones fragmentarias, no por eso menos intensas en
su furia.
Ya hemos visto y comprobado que el gobernan-
te no se equivocaba en cuanto á las complicaciones
internacionales que ya entonces se urdían contra
nuestros intereses de nación libre. Sin embargo, abor-
dó con el mayor entusiasmo las tareas de su alta in-
vestidura trataudo de aprovechar el tiempo. En el
corto período de tranquilidad fecunda concedido al
país por la guerra civil, el nuevo gobierno organizó la
caja de contabilidad militar en los cuerpos del ejército;
reglamentó el usufructo de maderas en las islas na-
cionales, creando sobre el mismo un impuesto de dos
pesos por año, dedicado á fines de caridad; organizó
la presentación de cuentas contra la administración;
mandó levantar un mouumento á los Treinta y Tres;
elevó á categoría de ciudades á las villas de Salto y
Paysandú; dió fondos para el culto en los templos del
país; reglamentó la forma de pago de los derechos de
Aduana ; llevó á cabo la reforma militar aceptando el
modelo de instrucción para maniobras de infantería;
acuerda el pago á los Treinta y Tres de sus sueldos
íntegros; reglamenta el Registro Cívico; hace obliga-
torio el uso del sistema métrico decimal ; reglamenta
el pago de la deuda Franco- Inglesa; á ese mismo fin
y para cortar monstruosos abusos se declara que el
LA TIERRA CHARRÚA
197
Estado no se reconoce obligado á pagar los perjuicios
sufridos por particulares en sus bienes por casos for-
tuitos, tales como los de guerra externa <5 de rebelión;
se crea la Dirección General de Obras Públicas; se
llega á un acuerdo con el banquero Mauá para el pago
de su crédito que alcanzaba á | 3.200.000 ; se traspa-
san á las Juntas los derechos fiscales sobre terrenos
dentro del radio de la capital y sobre los permisos
concedidos para edificar; se dicta una disposición
oportuna para estorbar los contratos sobre negros
esclavos brasileños; se incorporan á la ciudad los
barrios nuevos de la Aguada y del Cordón ; se enca-
rece á los Jefes Políticos la buena elección de subal-
ternos y la consideración con los vecindarios; se
ratifica el tratado internacional para el arreglo de la
deuda A nglo- Francesa; se establece la gratuidad en
la expedición de permisos para el establecimiento de
casas de comercio; se completa la división judicial
del país; levanta la institución del Correo; créanse
los Tribunales de Apelaciones; dá en arriendo las
tierras públicas; se ordena rigurosamente una mayor
actividad de las oficinas públicas en el despacho ; se
reorganiza la Junta de Sanidad; se reforma el alum-
brado, con evidente beneficio público ; para fomen-
tar diversas corrientes de buena importación se
declaran libres de derechos aduaneros á muchos ar-
tículos de uso común; se reglamenta la exportación
de nuestros ganados y frutos por la frontera terrestre;
se dictan sábias disposiciones represivas del contra-
198
LA. TIERRA CHARRÚA
bando; se rebajan notablemente los derechos de
Aduana, dando ésto motivo á un vertiginoso aumento
de los negocios; pone el cimiento al desiderátum de
la descentralización administrativa facilitando rentas
propias álas Juntas; garante la propiedad semoviente
creando la documentación para las transacciones de
abasto; promulga la ley de presupuesto; reforma efi-
cazmente la institución de la Guardia Nacional; funda
el Asilo de Mendigos; dicta el primer reglamento de
la Beneficencia Pública; organiza el sistema de conta-
bilidad en las oficinas; establece el procedimiento
moralizador del llamado á propuestas obligatorio para
toda obra de carácter público; reglamenta el servicio
aduanero; y, finalmente, á pesar de las dificultades
producidas por la guerra civil, consigue hacer econo-
mías y amortizar en oro más de dos millones de pesos
de deuda pública. Hojeando rápidamente los diarios
de la época encontramos esa hermosa série de inno-
vaciones que, en su mayoría, fueron esterilizadas por
las agitaciones sobre vinientes. Ante la posteridad esa
enumeración de esfuerzos progresistas funda el más
envidiable de los blasones. Pero, malo ó bueno, de
todos modos, el gobierno de don Bernardo Berro, es-
taba condenado á caer. A este resultado concurrían
factores de distinta procedencia y de índole desigual.
En efecto, en el orden interno prometía graves des-
órdenes la actitud agresiva de muchos elementos del
partido colorado, reliados á un avenimiento cordial.
La masacre de Quinteros rendía ya sus primeros
LA TIERRA CHARRÚA
199
frutos de maldición, empezando por encender grandes
ódios y exhibiendo á un gobierno, inocente de toda
mancha, como heredero del inmenso error cometido
por el gobierno precedente. La administración que
comentamos á nadie persiguió, abónalo mejor así, la
reincorporación al ejército de los jefes y oficiales
dados de baja en época anterior; pero, el atentado del
2 de Febrero estaba muy fresco en el corazón de los
partidarios y de ahí al alzamiento armado sólo me-
diaba un paso.
Por otra parte, en el orden externo, la situación no
era más favorable. El Brasil monárquico y la Repú-
blica Argentina, que tuvo su Solferino en la batalla de
Pavón, se aprestaban á combatir, para aplastarla, á la
nacionalidad paraguaya, agarrándose á ese fin de un
pretexto cualquiera, que no tardaría en presentarse.
Para prestigiar esa acción guerrera así como para
robustecer el empuje se necesitaba la alianza del
Estado Oriental. Más adelante veremos al presidente
Berro resistiéndose sábiamente á lejitimar esa aven-
tura, ya bosquejada. En cambio, no sucedería lo mismo
en el casó de operarse un cambio en la composición
del gobierno. Fuera de ésto, debe recordarse, como
un antecedente, la amistad estrecha y bien nacida que
ligaba al general Flores con el general Mitre, á la
.sazón presidente de la República Argentina, enorme-
mente robustecida después del triunfo alcanzado
sobre Urquiza por las armas porteñas á las que perte-
neciera en calidad distinguida aquel militar oriental.
200
LA TIERRA CHARRÚA
En consecuencia, fueron tres circunstancias aliadas
las que trajeron el desastre: el interés internacional
de nuestros vecinos fronterizos, la pasión unitaria, y
el interés del col oradismo, rebelde entonces, — como
en 1853 y como en 1856 — á la disciplina política,
lejítimamente creada, y escudado esta vez por la
memoria bien explotada de la tragedia del Paso de
Quinteros.
Ningún otro móvil decretó la revuelta. A la admi-
nistración atacada no se le pudo recriminar por sus
desaciertos. Bajo la faz pública, ella ha vigorizado la -
tradición de nuestras integridades; bajo la faz política,
ella no se señala, por más que se suela decir lo contra-
rio, por la sombra de persecuciones odiosas; bajóla
faz del bienestar común, ella presidió positivos é in-
negables progresos; bajo la faz diplomática, el tiempo
ha hecho ya justicia al vuelo superior de sus concep-
ciones internacionales.
En Abril de 1863 invadió su país el general don
Venancio Flores, soldado de fibra y de corazón, que
poseía simpáticas condiciones campesinas. En su pri_
mera proclama habla de tiranía y de déspotas, pero
sin concretar el fundamento de esos cargos. Aquel
movimiento revolucionario ha pasado á la historia con
el nombre de Cruzada Libertadora. ¿Por qué liber-
tadora? Después de cuarenta años, estudiando con
frialdad los acontecimientos, no se encuentra base
lógica á aquel exagerado calificativo que no pasa de
ser una de las tantas pomposidades políticas creadas
por las pasiones de partido.
LA TIERRA CHARRÚA
201
Aquilata más aún la sin razón del movimiento el
hecho de que los revolucionarios inscribieran entre
sus motivos de reivindicación armada, la conducta
y perfectamente correcta seguida por el gobierno de
Berro con el jefe de la Iglesia Oriental que había
pretendido desconocer el imperio del Patronato.
Producida la invasión, el presidente se dirigió á las
Cámaras explicando las medidas extraordinarias
adoptadas para reprimirla. La minuta sancionada
por la Cámara de Senadores, de aprobación á los pro-
cederes del Poder Ejecutivo, contiene estas palabras:
« En medio de la situación tranquila y próspera que
gozaba la República, cuando el imperio de la Ley, la
garantía de todos los derechos y el crédito nacional,
reconquistados con sacrificios honrosos, de interés,
de penuria y de sangre, parecían asegurar un porve-
nir venturoso para la patria, la Asamblea Nacional ha
sido sorprendida por la injustificable invasión con
que don Venancio Flores amenaza la paz é institu-
ciones de su país, lo cual constituye una verdadera
traición á la patria. »
Hemos tomado este expresivo párrafo simplemente
á causa de estar suscrito el documento de que es
parte integrante por los senadores doctor Manuel He-
rrera y Obes y doctor Jaime Estrázulas. Nadie ignora
que el primero de los nombrados tenía adquiridos tí-
tulos brillantes de coloradismo, así como todos sabe-
mos que el último, desterrado justificadamente más
tarde, hizo publicaciones contradictorias con aquellos
202
LA. TIERRA CHARRÚA
conceptos tildando, entre otras muchas cosas, de dic-
tador al presidente Berro. Júzguese, pues, la impor-
tancia histórica de semejante agravio en presencia
prévia de aquellos elogios.
Las habilidades guerrilleras del general Flores, por
una parte, y, por otra, la torpeza de los generales del
gobierno, que no supieron proceder en el terreno con
acierto militar, permitieron tomar á la invasión un
vuelo nunca presumido.
No poco contribuyó á fundar esta situación preca-
ria la conducta anárquica seguida por algunos ele-
mentos políticos afiliados al partido blanco que,
defraudados en sus impaciencias de mando, se lanza-
ron, sin escrúpulos, á la más culpable de las oposi-
ciones. Sacrificándolo todo á su fin, ellos instaban á
los militares en campaña á desconocer la autoridad
del gobierno. El fruto más vigoroso lo tuvo esa pro-
paganda en la sublevación del coronel Olid quien
devolvió cerrada la nota por la cual se le mandaba
bajar á Montevideo. Aquella hostilidad criminal
dentro de la defensiva, que obligaba al gobierno á
prestar atención á dos enemigos, no podía prolongar-
se, tanto más cuanto que los señores Estrázulas y Ca-
ra via solos, condensaban el foco de la anarquía. Fué en
tales circunstancias que se decretó su destierro, me-
dida eficaz que ha dado pié á todo género de mistifi-
caciones y calumnias. El gobierno procedió atinada-
mente al alejar del país á ciudadanos demagogos y de
tendencias perturbadoras en momentos en que las
LA TIERBA CHARRÚA
203
calamidades se desplomaban aliadas sobre la Repú-
blica. Sin embargo, se ha querido ver en aquel suceso
un testimonio elocuente del despotismo de don Ber-
nardo Berro. Flagrante injusticia, bajo todos concep-
tos, pues si, por un lado, él fué necesario, por otro, la
paternidad de aquel acto de energía cívica no pertene-
ció al Presidente. Así tuvo ocasión de probarlo hasta
la evidencia, hace próximamente diez años, el doctor
Juan José de Herrera, ex-Ministro del referido man-
datario, desde las columnas del diario La Epoca.
Decía este entónces : « Muerto está aquel ciudadano
(Berro): por consecuencia, indefenso ante los ataques
que se le hacen. ¿No es deber de los que le sobrevi-
ven y que con él actuaron, el hacer algo por su desa-
gravio, bien que al hacerlo sea menester echar uno
sobre sus propios hombros una buena parte de las
responsabilidades contraídas y por las cuales se le
procesa? Aunque otras no mediaran esta circunstan-
cia me decide á la publicación que de Yd. solicito.
Va sin decir que ni busco, ni quiero, ni necesito abso-
luciones, como no las necesita la memoria del patrio-
ta acusado; pero, sí, necesito asumir, en minoración
de la de éste, la responsabilidad que me cabe por
actos que se llaman de delincuencia política, de que
no fué él solo, reo. »
Coronando una extensa exposición insertaba el
doctor Herrera dos cartas, inéditas hasta esa fecha y
de fuerza convincente incontrastable. Violentando
otra vez nuestro propósito breve, nos decidimos á
204
LA TIERRA CHARRÚA
prestar espacio aquí á los mencionados documentos
por ser ellos casi desconocidos y por hacerlo indis-
pensable así la importancia de la rectificación histórica
aludida. Dicen ellos: «Enero 25 de 1864. — Señor
Presidente: En opinión del Ministerio ha llegado el
caso de servir á la situación con uno de los sacrifi-
cios que V. E. y sus Ministros se impusieron al asu-
mir actitud decidida y firme con el fin de dominar las
malas pasiones y las intempestivas ambiciones que
amenazan, desde la capital, herir de muerte la causa
que defendemos al lado del país.
Asumir aquella actitud, quiso decir el no abdicar
la presidencia en manos del partido blanco, y sí, sal-
var á éste con la autoridad legal, — quiso decir apartar
todos los estorbos para que fuese pronto el triunfo
sobre la anarquía que acaudilla Flores, no permitiendo
que los estorbos esos pudieran, tolerados, hacer surgir
otro centro anárquico que, aunque con otra divisa,
fuese, en sus tendencias y en sus resultados, un po-
deroso auxilio de aquel mal caudillo. La resolución
del gobierno trae consigo la necesidad de sacrificios,
algunos dolorosos. Pero, dictados éstos por honda y
honrada convicción, aunque no sean ni en el presente
ni el futuro reconocidos como nacidos de sentimien-
tos patrióticos, ellos deben ser resueltos cuando en los
hombres del gobierno hay el temple que se requiere.
Y. E. conoce, mejor que sus Ministros, la situación
general; conoce sus peligros crecientes cada día. El
caudillejo Olid ha levantado sus armas contra la au-
LA TIERRA CHARRÚA
205
toridad de que dependía. Él constituye, en relación á
la autoridad, un elemento militar de anarquía, de la
misma fisonomía que el de Flores, á disposición del
centro anárquico que conspira insensatamente desde
la capital contra la presidencia, sin detenerse á pensar
que tal conspiración traería, más ó menos tarde, la
ruina de todos por el fraccionamiento seguido de la
derrota, de los elementos que sirven de base á la si-
tuación. Levantado en armas aquel caudillcjo, es de-
ber de previsión, aunque los sumarios que se están
levantado no nos hicieran las tristes revelaciones que
nos hacen, aislarlo, apartando de su contacto la direc-
ción de la fuerza que la lógica de sucesos próximos le
ha de dar á causa de la necesaria fraternidad y solida-
ridad que establece la perspectiva de combatir á un
enemigo común, que es en este caso, para Olid y al-
gunos otros, la Presidencia.
Concretadísimas están comprendidas en lo que digo
á Y. E. las ideas que hemos manifestado en acuerdo.
Nos parece oportuno proceder ya.
Y para que no dependa del Ministerio el que ya se
se proceda, adjunto la nómina de las personas que
deben ser alejadas de la República por algún corto
tiempo, el bastante para que, tranquilizado el país,
no obstante ellos, puedan volver á gozar, ya sin peli-
gro público, de todos los derechos del ciudadano, que
les habrá restituido el gobierno de su país, oponién-
dose éste, para conseguirlo, á la insensatez de ellos
mismos.
206
LA TIERRA CHARRÚA
De Y. E. con toda consideración y respeto . — Juan
José de Herrera. »
A epístola tan terminante contestaba de la manera
siguiente el señor Presidente de la República: « Se-
ñor Ministro Dr. Juan José de Herrera. Estimado
amigo: Era muv de temer que el camino en que ha-
bían entrado ciertos hombres, los llevaba á la pertur-
bación del orden; á la lucha material contra la auto-
toridad. Desgraciadamente ese temor se está reali-
zando. La insurrección ha tenido principio ya y hay
que reprimirla inmediatamente para que no tome
cuerpo y nos envuelva en una anarquía espantosa,
dando por resultado el triunfo de la rebelión.
El peligro es inmenso y no se puede, en efecto,
estar con los brazos cruzados en su presencia. La
salvación de la patria y de los principios que soste-
nemos están de por medio. Aborrezco la violencia»
y no hay para mi mayor sacrificio que el tener que
hacer daño á mis semejantes; pero soy esclavo del
deber y desde que él me impone ese sacrificio, aun-
que con la mayor amargura que es de presumir, me
resigno.
Accedo, pues, á lo que Yds. me proponen, con fir-
me conciencia, ahogando los afectos de amistad y de
consideración que me conmueven. Accedo, en la per-
suasión de que la separación del país, por corto tiem-
po, de esos señores incluidos en la lista, servirá pode-
rosamente para evitar el mal que tememos y que
sobre ellos vendría á caer también en definitiva. Pue-
LA TIERRA CHARRÚA
207
den darse ya las órdenes consiguientes para la apre-
hensión con la reserva y cuidado que importa á fin
de que se haga efectiva.
Su amigo affmo . — Bernardo P. Berro . — Enero 26
de 1864. »
¡Ni una palabra ágria, ni un insulto al adversario
en armas! Conviene recordarse, porque entraña un
expresivo síntoma de cordura, aquello de: « No ab-
dicar la presidencia en manos del partido blanco. »
¿Qué dirán á esto los tradicionalistas trasnoehados
del presente?
Reanudemos ahora nuestro interrumpido relato.
Había corrido un año y se estaba peor que al prin-
cipio. A mediados de 1864, varios miembros del
Cuerpo Diplomático, en calidad de mediadores y
después de diversas entrevistas celebradas durante
un armisticio, presentaron á la consideración del go-
bierno, las siguientes bases de pacificación, aceptadas
y firmadas por el general Flores: « l.° Todos los
orientales quedarán desde esta fecha en la plenitud
de sus derechos políticos y civiles, cualesquiera que
hayan sido sus opiniones anteriores.
« 2.° En consecuencia, el desarme de las fuerzas se
hará en el modo y forma que el Poder Ejecutivo
resuelva, acordando con el brigadier general don
Venancio Flores el modo de practicarla con las
fuerzas que estén bajo sus órdenes.
« 3.° Reconocimiento de los grados conferidos por
el brigadier general don Venancio Flores, durante el
208
LA TIERRA CHARBtJA
tiempo de la lucha, de aquellos que estuviesen en las
atribuciones del Poder Ejecutivo conferir y la pre-
sentación al Senado, por parte del Poder Ejecutivo
de la República, pidiendo autorización para reconocer
los que necesitasen este requisito por la Constitución
de la República.
«4.° Reconocimiento, como Deuda Nacional, de
todos los gastos hechos por las fuerzas del brigadier
general don Venancio Flores, hasta la suma de qui-
nientos mil pesos nacionales.
«5.° Las sumas recaudadas por órdenes emanadas.,
del brigadier general don Venancio Flores, proceden-
tes de contribución, patentes, ó de cualquier otro im-
puesto, se considerarán como ingresadas al Tesoro
Nacional. — Puntas del Rosario, Junio 18 de 1864. »
Esas bases de arreglo propuestas y oficialmente
aceptadas por el general revolucionario, hacen la
mejor defensa de la administración combatida. En
ellas sólo se exige la aceptación de medidas de órden
común, pero en ninguno de los incisos se habla, de la
calidad del gobierno, cuya tiranía y cuyo despotismo
sirvieran de bandera á la cruzada. Ninguna revolu-
ción ha transado en el país en condiciones más tri-
viales. Todas han solicitado y obtenido — como era
natural — seguridades de que en alguna parte los idea-
les sustentados serían tomados en cuenta. Siempre
se ha reclamado gobierno de coparticipación, libertad
de sufragio, tolerancia política y otros frutos fecundos,
encarnados con fuerza de anhelos en la conciencia
LA TIERRA CHARRÚA
209
nacional. El general Flores nada de eso pedía, lo que
prueba, una de dos: ó que sacrificaba expontaneam ente
los ideales que proclamara para lanzarse :í la guerra,
— algo ilógico— ó que aquellos carecían de funda-
mento sério, lo que se aproxima mucho más á lo pro-
bable. El presidente Aguirre aceptó por documento
oficial las anteriores bases en consideración á que :
« ante las consecuencias destructoras de la prolonga-
ción de la guerra y sus funestos efectos en el orden
social, no podía el gobierno considerar inaceptable el
medio para poner término á semejante situación, ca-
paz de ser aún agravada por complicaciones externas.»
Las exigencias documentadas del general Flores
invitaban á una inmediata aceptación que, como he-
mos dicho, no tardó en producirse. Pero allí no se
encerraba el todo de las pretensiones revolucionarias.
Había por medio una carta confidencial del gene-
ral Flores dirigida al señor presidente de la Repúbli-
ca que era reflejo fiel de las ideas dominantes entre
sus subalternos que las habían exteriorizado en la si-
guiente acta: «Los abajo firmados, jefes del ejército,
reunidos en este campo declaramos solemne é inde-
clinadamente que no aceptamos la paz sin que se
acuerden como bases indispensables para arribar al
arreglo pacífico, las siguientes, fuera de las que pue-
da acordar nuestro general en jefe:
« l.° Un Ministerio General cuyo nombramiento
recaerá en la persona del señor brigadier general don
Venancio Flores.
a
210
LA TIERRA CHARRÚA
« 2.° desarme total de todas las fuerzas beligerantes.
O 7
el que se hará simultáneamente y de común acuerdo
entre el señor general Flores y el gobierno de Mon-
tevideo.
En representación de los que suscribimos la pre-
sente acta y para acompañar al señor general Flores,
en sus deliberaciones con los señores Ministros nego-
ciadores de la paz, hemos convenido nombrar y nom-
bramos al señor general Caraballo y los señores coro-
neles Reyes, López, Rebollo y Acosta. » ( 1 )
Era absurdo suponer que el gobierno de la época,
por intenso que fuese su anhelo de llegar á la pacifi-
cación, iba á aceptar las bases de arreglo copiadas, es-
pecialmente la última. ¿Podía concebirse que la au-
toridad constituida pactara el desarme total de las
fuerzas legales entregándose por el hecho, atada de
pies y manos, á la causa rebelde? Ciertas transaccio-
nes son más vergonzantes y perjudiciales que una de-
rrota. Fuera de duda que la conciliación, bajo tan de-
presivos auspicios, hubiera importado algo semejante.
Decorosamente no pudo ser aceptada una fórmula de
acuerdo en tales condiciones. Preferible era seguir
combatiendo y así se declaró.
No estorba agregar, en calidad ampliatoria, que si
bien la mediación diplomática encarnada, por una
parte, en don Eduardo Thornton, ministro de Inglate-
rra, no presentaba dificultades en esa persona, cam-
biaba de índole y hasta ofrecía peligros en lo referente
(1) Antonio H. Conte .— La Cruzada Libertadora , pág. 431.
LA TIERRA CHARRÚA
211
al consejero José Antonio Saraiva y al doctor Rufino
de Elizalde, representantes respectivamente del Im-
perio del Brasil y de la República Argentina. Ambos
señores servían intereses extranjeros estrechamente
ligados con nuestra dolorosa política interna, de ma-
nera, pues, que ellos no debieron empeñai'se mayor-
mente en propiciar una fecunda aproximación de las
causas divergentes cuando era sabido que á sus can-
cillerías convenía muy mucho prestar apoyo al par-
tido en armas. Tan se apreciaba así que el gobierno
del señor Aguirre creyó sorprender en la mediación
síntomas de comprometedora parcialidad. ¿No es
lógico suponer que durante el armisticio de Monzón
se elaboró la alianza de los revolucionarios con las
potencias fronterizas, acordándose el precio que ella
tendría, — la guerra del Paraguay — y también el
anonadamiento del gobierno legítimo y puro existente
á la fecha en el Estado Oriental?
El gobierno de Aguirre, que autorizara las negocia-
ciones tirando decretos decisivos en tal sentido, no
podía de ningún modo repudiar términos de reconci-
liación que destacaban por su insignificancia. Fueron
si las bases secretas, señaladas en parte por el docu-
mento antecedente, las que hicieron fracasar las acti-
vidades pacificadoras. Reanudadas las operaciones
bélicas los revolucionarios atacaron á la Florida el
día 4 de Agosto de 1864. Mandaba su guarnición de
doscientas plazas, el teniente coronel don Jacinto Pá-
rraga, J efe P olítico y Comandante Militar del depar-
212
LA TIERRA CHARRÚA
tamento. Dirigía personalmente el asalto, que empezó
á las ocho de la mañana, el señor general Flores. A
las tres horas de combate y á pesar de la intrepidéz
opuesta por los defensores del gobierno, estaba que-
brado el nervio de la resistencia. Todo el ejército re-
volucionario pesaba aplastador sobre un puñado de
soldados leales que pagarían bien cara su temeridad.
A las dos de la tarde habían triunfado en absoluto
los atacantes, quedando en su poder ciento cincuenta
prisioneros. Estos eran acreedores, por su bravura, al
respeto de los vencedores ; sin embargo, fueron fusi-
lados siete de los oficiales de más alta graduación, á
saber: los comandantes Jacinto Párraga y Dámaso
Silva; capitanes José Boseh, Gregorio Ibarra, Manuel
Sotelo; alféreces Adolfo Castro y Juan Bautista Cas-
tillo. Este dato tiene insospechable exactitud pues es
tomado de la lista oficial que suscribió el general
Enrique Castro. En nota dirigida al general Diego
Lamas, Ministro de la Guerra del gobierno descono-
cido, manifestaba el general Flores: « Y todo lo que
ha influido sobre mi ánimo para efectuar esa ejecu-
ción de siete jefes y oficiales prisioneros, no ha podi-
do ser más que el silencio despreciativo con que se ha
mirado la indicación que tantas veces he hecho de ha-
cer menos cruel la guerra. » (1) Modo muy raro de
exhibir sentimientos de clemencia el de argumentar
con la matanza de prisioneros indefensos y rendidos!
La insensatez de la anterior declaración guarda simili-
[1] Antonio H. Conté. La Cruzada Libertadora pág. 460.
LA TIERRA CHARRÚA
213
tud con aquella otra del general Medina quien decía
que, para evitar el derramamiento de sangre, había
aceptado la entrega á discreción de los soldados de
Quinteros. Pecaríamos de ingenuidad si afirmáramos
que solo siete fueron las víctimas del 4 de Agosto.
Asegurado el triunfo, el furor partidario se desató
consumando sangrientos excesos que no hay para que
describir.
Lo acontecido en la Florida no tiene justificación
y sí provoca intensas reprobaciones. El mismo moti-
vo de índole pasional que nos condujo á repudiar la
tacha de traidores lanzada por decreto sobre los re-
volucionarios de 1857 y á condenar, en consecuencia,
acerbamente su fusilamiento, que revistió caracteres
de imperdonable severidad, ese motivo, gravitando
en este instante sobre nuestro espíritu, nos induce á
reproducir aquel reproche en preseucia de la tragedia
de la Florida. Adictos leales á la legalidad los venci-
dos en la defensa de este pueblo, dos veces famoso,
el comandante Párraga y sus compañeros no olvida-
ron el deber fuerte en las horas tremendas de la ca-
tástrofe. Abrazados á la bandera del honor y de las
instituciones ellos cayeron con las últimas trincheras,
cuando ya solo restaba convencerse de la derrota.
Ser heróicos fué su crimen. Por eso murieron.
Como todos los sucesos sombríos de nuestro pasado
el epílogo oscuro del 4 de Agosto presenta alguna
atenuación. En el asalto el general Flores perdió, en
lucha franca, al mayor de sus hijos. Esta circunstan-
214
LA TIERRA CHARRÚA
cia unida al fanatismo de las pasiones políticas, que
habían llegado á su grado de mayor intensidad, ex-
plica y amengua en algo esta flagrante violación de las
prácticas de la guerra regular. ¡ Escudo bien pequeño
para encubrir tan gran falta!
El suceso relatado y la toma de los pueblos de Du-
razno y Porongos dieron nuevo vigor á la revolución,
que adquirió bríos incontrastables con la alianza im-
perial. En capítulo separado apreciaremos ese acon-
tecimiento. Ya al mando de miles de soldados, mu-
chos orientales y muchos brasileros, puso el general
Flores formal sitio ála plaza de Paysandú. Concurría
eficazmente á su propósito, por agua, la escuadra del
extranjero. Mandaba las fuerzas legales, dentro de la
ciudad, el coronel don Leandro Gómez, soldado ague-
rrido, de carácter estóico y uruguayo hasta la médula
de los huesos. Desde 1836 venía sirviendo en ejérci-
tos veteranos. Apasionado por la memoria de Artigas
nunca supuso que el destino colocaría su nom-
bre, próximo al del gran patriota, en los fastos de
nuestra historia. En aquel asedio su figura adquiere
nuevos prestigios; y el 2 de Enero él compró, al precio
de su vida, la inmortalidad y derecho ámplio á la
admiración de las generaciones.
El sitio de Paysandú duró alrededor de un mes.
Ochocientos hombres resistieron todo ese tiempo á
un ejército de doce mil y al bombardeo sostenido de
la escuadra del almirante Tamandaré. No nos exten-
deremos en el detalle de la gran hazaña. Pero para
LA TIERRA CHARRÚA
215
caracterizar el nervio de la defensa es necesario re-
cordar que cuando faltaron los fulminantes se les
reemplazó con fósforos; que la guarnición fué diez-
mada; que muchas veces se rechazó con éxito el ata-
que desigual; que la bandera oriental flameó hasta el
último instante en el mas alto de Jos baluartes y que
Leandro Gómez y Lucas Piriz sonreían al peligro en
los primeros puestos de las avanzadas. Aquella de-
sesperación trájica frente á la fatalidad era imponente.
El fuego concentrado de muchos días y los cascos
de metralla habían desplomado casi todos los edi-
ficios. Paysandú era un cráter y en el seno de ese
cráter, debatiéndose indomables contra malditas ad-
versidades coaligaáas, estaban sus abnegados defen-
sores. La hermosa ciudad de la víspera sería el se-
pulcro de las instituciones. El 2 de Enero de 1865
señala el último día del sacrificio. Agotados todos los
recursos aconsejados por Ja temeridad y en momen-
tos en que Leandro Gómez se disponía á contestar
á una carta de los jefes sitiadores, pidiendo condicio-
nes para la entrega de la plaza, fué rodeado por tro-
pas brasileras á las que se entregó diciendo al oficial
que las mandaba: « Bien, señor oficial, me entrego
prisionero y solo pido garantías para los valientes que
me han acompañado en la defensa de la integridad
de la patria. Para mi no pido nada: quedo sujeto d
las leyes de la guerra. » (1) Ampliamente garantido
en su vida, así como también en la de todos sus com-
[1J Orlando Ribero.— Recuerdos de Payscmúú, pág. 93.
LA. TIERRA CHARRÚA
216
pañeros, se le condujo por la calle 18 de Julio y bajo
segura custodia con dirección al puerto. A medio
camino fué detenido por el comandante Francisco
Belen, quien, invocando órdenes del general Flores y
del coronel Gregorio Suárez, pidió su entrega. Como
se resistiera á ello el oficial brasilero, luego de dis-
cutir acaloradamente el punto, se preguntó al general
Gómez cual era su deseo, á lo que éste contestó:
« Prefiero ser prisionero de mis conciudadanos, antes
quede extranjeros. » (1) Entregado entonces con los
oficiales que lo acompañaban al siniestro Belen este
los llevó por la calle Comercio para detenerse en la
trinchera de la calle 8 de Octubre, inmediata á la
casa de la familia de Sacarello. Estos datos los he-
mos tomado de una obrita recien publicada — Recuer-
dos de Pai/scmdú, por Orlando Ribero — preciosa por
la nobleza y la imparcialidad con que está escrita
y por provenir de una persona de acentuada signifi-
cación social que figuró entre los defensores de la
plaza y que, en consecuencia, refiere lo que vió. En
lo que resta del triste relato dejamos en el uso de la
palabra á quien tiene sobrada autoridad para ilustrar-
nos al respecto: «Allí demoraron un largo rato, espe-
rando órdenes, según decía Belen. En este intérnalo
de tiempo se disgregaron algunos de los prisioneros,
sacados de aquel grupo por amigos que militaban en
las fuerzas contrarias, entre ellos el mayor Belisario
Estomba, quien, debido á ésto, salvó su vida, como
[1] Orlando Ribero . — Recuerdos de Paysandú , pág. 94.
LA. TIERRA CHARRtJA
211
igualmente los demás que tuvieron la suerte de encon-
trar quienes los sacasen de aquel grupo destinado á
ser sacrificado. »
En Paysandú, como en Quinteros, hubo algunos
espíritus piadosos que supieron interponer sus oficios
en favor del hermano vencido. ¡ No todo sería arra-
sado por el instinto cruel!
Prosigue el señor Ribero: «Al cabo apareció un
ayudante ó jefe, quien trasmitió ordenes en voz baja,
siguiendo después la marcha calle 8 de Octubre aba-
jo, hasta nuetra casa paterna situada en la misma,
esquina á Treinta y Tres. Llegados los prisioneros,
que habian quedado reducidos á cinco, á esta casa,
los instalaron en la caballeriza. Momentos después
vino otro jefe, el comandante García, sobrino del co-
ronel Suarez, y pidió al general Gómez que lo acompa-
ñase. Fué conducido al comedor donde se hallaba
reunido un titulado Consejo de Guerra. Después, por
referencia del coronel don Eustaquio Ramos, supe
que don Isaac de Tezanos se encontraba en ese gru-
po de ajusticiadores. De allí fué sacado momentos
después y llevado al huerto, donde fué fusilado con-
tra la pared de la casa que daba frente al oeste, al
costado izquierdo de la salida. »
Idéntica suerte tuvieron el comandante Eduviges
Acuña, el comandante Braga, y el capitán Federico
Fernández.
« Los cuatro cadáveres de los jefes fusilados, con-
tinúa, fueron sacados del huerto y puestos en fila en
218
LA TIERRA PHARRÓA
el patio de la casa. Nuestro padre entró á ella horas
después y se encontró con aquel espectáculo. Al ca-
dáver del géneral Gómez le habían cercenado la larga
pera que éste usaba. Volvió después con el propósito
de darles sepultura en la misma casa como lo había
hecho con su hijo Pedro en el corralón, al costado de
la Jefatura; pero ya no los encontró : los habían con-
ducido al cementerio arrojándolos al osario general,
confundidos con infinidad de otros hacinados. »
Ha merecido la pena prestar hospitalidad á estos
párrafos que abren ancho rumbo á la luz y que ratifi-
can definitivamente versiones, ya conocidas por otros
conductos. Si los representantes más ilustres de la
defensa sufrieron suerte tan aciaga puede imaginarse
cuantos excesos, cuantas infamias, cuantas víctimas
se propiciaron en día tan infausto para el honor na-
cional.
Narrado en síntesis el viril episodio, para que su
significación resplandezca, ¿hay acaso necesidad de
ponerle comentario? No; Paysandú es una fulgurante
estrella de nuestra historia y á las estrellas se las ve
siempre; sin que sea indispensable alzarse en punti-
llas. En cuanto á la culpa de los autores de los fusi-
lamientos referidos, ella es tremenda ante el fallo de
la posteridad. Pero las mismas observaciones apun-
tadas al condenar la masacre de Quinteros tienen
sitio oportuno al condenar la masacre de Paysandú.
Las pasiones, desatadas hasta el paroxismo des-
pués de dos años de lucha, el rencor fanático del
LA TIERRA CHARRÚA
219
momento, las incongruencias de la época, que era
dura, la práctica habitual del atentado, condujeron á
la consumación de tan grave error. Como sobre don
Gabriel Antonio Pereira, el 2 de Febrero de 1858,
sobre el general Venancio Flores, el 2 de Enero de
1865, se acumula la responsabilidad creada por el
sangriento suceso. El, como jefe superior de las fuer-
zas orientales, y mucho más después de la masacre de
la Florida, que había conmovido á la opinión sana
del país, debió impartir ordenes terminantes para ha-
cer efectivo el respeto á los prisioneros. No lo hizo y
muchas veces se habrá arrepentido luego. El drama
de Paysandú, como su gemelo el drama de Quinteros,
obedeció á inspiraciones superiores. Si en el segundo
caso citado es cosa sabida que la orden de ejecutarlo
partió del Presidente de la República, en lo que re-
fiere al primero todas las presunciones lógicas per-
miten suponer que el fusilamiento de Leandro Gó-
mez y de sus compañeros se hizo por mandato
directo del general Flores. A no mediar la autori-
zación expresa de éste, ¿acaso se hubieran atre-
vido dos jefes subalternos á proceder por su cuen-
ta en asunto de tanta responsabilidad? ¿No se
desprende de la versión moderada y correcta del
señor Ribero, que Belén pidió los rendidos invocando
los qombres de Flores y Suárez; que luego los detuvo
un largo rato esperando órdenes; según decía, para
someterlos, un a vez que éstas llegaron, á un pseudo
220
LA. TIERRA CHARRÚA
Consejo de Guerra y fusilarlos en seguida? Por lo
demás, ¿se simuló siquiera el castigo de Belén?
Es oportuno recordar que la muerte ya estaba pro-
metida á Leandro Gómez, desde hacía un mes, como lo
prueba acabadamente el documento que copiamos ín-
tegro en seguida : & El General en Jefe del Ejército
Libertador. — Cuartel General, frente á Pavsandú.
— Diciembre 3 de 1864. — El abajo firmado, general
en jefe del Ejército Libertador pone á Y. S. de plazo
para la entrega de la plaza con su guarnición y todos
los elementos de guerra que ella contiene, hasta pa-
sado mañana 5 del corriente, á la hora de salir el sol.
Efectuada la entrega de la plaza, los jefes y oficia-
les de esa guarnición obtendrán sus pasaportes para
el paraje que designen, pudiendo permanecer en el
seno de la República los que así lo soliciten. Vencido
el plazo fijado y procediéndose en seguida al ataque,
Y. S. pagará con su vida las consecuencias y desas-
tres que puedan ocasionarse. Para concluir, diré á
Y. S. que para evitar que las familias sufran algún
daño debe V. S. notificar á la población lo antedicho,
pudiendo disponer de todo el día de mañana las per-
sonas que quieran dejarla ciudad. — Dios guarde á
Y. S. muchos años. — Venancio Flores . »
Como es natural, teniendo presente lo ocurrido en
la Florida y cumpliendo su deber militar, Leandro
Gómez rechazó airado esta primera intimación como
también las sucesivas. No es de extrañar que enarde-
cido el general Flores por las dificultades del sitio y
LA TIERRA CHARRÚA
221
por los esfuerzos sobrehumanos que le costó la victo-
ria, ordenara, en el primer momento, se cumpliera la
severa advertencia. Tal vez, más tarde, él fué el pri-
mero en condenar aquella enorme injusticia.
La defensa de Paysandú es quizás el hecho más
glorioso que registran los anales de Sud- América.
Por encima de los antagonismos de partido ella re-
salta como una de las más sublimes inmolaciones en
aras de la libertad de la patria hollada por el extran-
jero. Aunque algunos oidos imperfectos se resientan
con el éeo de estas declaraciones ya es llegado el
tiempo de conceder á ellas el brillo de las veidades
inconcusas.
En Paysandú se humilló la dignidad de la patria y
también la dignidad de las instituciones; en Quinteros
se sacrificó la dignidad de las instituciones.
Paysandú es un suceso de la vida internacional de
nuestro pueblo; Quinteros señala una catástrofe de
nuestra vida interna. Aquí y allá soalzaron dos patí-
bulos; aquí y allá cayeron injustamente víctimas ilus-
tres ; aquí y allá se engendraron inmensas desgracias
y vergüenzas políticas.
Las opiniones más contradictorias deben aproxi-
marse en estas críticas, que no admiten controversia,
enalteciendo así nuestro carácter y fortificando nues-
tra conciencia colectiva, todavía vacilante.
Cerramos este capítulo con las mismas palabras
tranquilas usadas al terminar nuestro juicio sobre
Quinteros :
222
LA TIERRA CHARRÚA
— Sea como fuere, que jamás se repitan escenas tari
lúgubres; que cuanto antes el olvido y la piedad bo-
rren de nuestro presente la huella amarga de los. odios
del pasado; y que la juventud del día, sin distinción
de partidos, practique el culto de la verdad, sorda á
las mentiras convencionales dictadas por la pasión,
condenando lealmente hechos sombríos como el que
venimos de narrar!
LA TIERRA CHARRÚA
223
La intervención brasilera de 1865 y la guerra
del Paraguay
El afán de producir, de cualquier modo, la caída del
gobierno, condujo á dos extremos deplorables, señala-
dos por el epígrafe de estas líneas: la intervención
brasilera y la guerra del Paraguay. He ahí dos gran-
des y profundos errores que evidencian hasta dónde
conducen las pasiones políticas cuando ellas se sobre-
ponen á la razón. Va antes hemos dicho que el movi-
miento armado de 1863 no tuvo causa justificada, á
menos que se busque aquella en detalles, sin importan-
cia, de susceptibilidad partidaria. También algún co-
mentario hemos adelantado sobre cuál era la situación
del país y cuáles sus anhelos y sus perspectivas de
ventura cuando de nuevo conmovió la guerra civil
nuestras campañas. Después del año 1851, que seña-
la un luminoso punto de partida, en 1860 se intenta-
ba el tercer ensayo de regeneración pacífica. En 1853
el nefando motín del 18 de Julio puso término san-
griento á una administración pura y auspiciosa.
Tal vez en la benevolencia característica de don
Juan Francisco Giró y en su sinceridad de móviles y
de conducta tuvo origen aquel desahogo triunfante
de la soldadesca.
Vueltas las cosas á quicio y empezando otra vez
á laborar de nuevo, estalla la protesta frenética de
los despechados en sus ambiciones y se esteriliza
224
LA. TIERRA CHARRÚA
otro esfuerzo noble con el acto censurable de Quin-
teros. Tal vez en 1858 la exagerada rigidez de pro-
cedimiento de don Gabriel Antonio Pereira, que
creyó apagar perniciosas agitaciones con un instante
de severidad siniestra, dió motivo al mencionado fra-
caso.
En 1860 se aborda el tercer intento. Obrando con
mayor sabiduría se llevó al gobierno á un ciudadano
de condiciones sobresalientes de inteligencia, de mu-
cho carácter, pero además de mucha cordura y por
lo mismo capaz de afrontar sin pestañear y sin cólera
las más difíciles eventualidades. Quien abogara por
el olvido de los rencores de antaño, quien repudiaba
de la política militante las divisas ensangrentadas de
otrora, quien había querido abrir nuevos rumbos al
curso de las ideas y quien discernía tan sensata-
mente sobre los más intrincados problemas nacionales
era el indicado para tomar con sus fuertes manos la
caña del timón. El pueblo no padeció error al pen-
sar que estaba en presencia de su hombre. Elegido,
en condiciones de irreprochable legalidad, Berro em-
puñó las riendas del mando supremo para acreditar
bien pronto el vuelo de su pensamiento. Nada se le
podía imputar : ni pecaba ni dejaba pecar, al punto
de que, después de muchos lustros corridos, aún se
recuerda su período como una época de positivas fe-
licidades. Su lema en todos los órdenes de la gestión
pública fué una firme honradez. Pero el conflicto esta-
ba decretado y era premioso provocarlo cuanto antes.
LA TIERRA CHARRÚA
225 -
Así, pues, nada extraña la invasión de 1863 que des-
plegó una curiosa bandera de liberación partidaria
y eclesiástica. ¡El despotismo de don Bernardo
Berro (!) serviría de pretexto á la Cruzada. A pesar
de sus hábiles recursos de guerrillero y de la torpe-
za incalificable de los generales gubernistas; á pesar
de los éxitos de Vera y de Coquimbo, el general
Flores no conseguía el fin perseguido: si el gobierno
no lo vencía á él, él tampoco podía vencer al gobier-
no. No escapó á su vista que mientras estuviera en
vigencia su sistema de correrías, muv ingenioso, pero
de resultados muy deleznables, el propósito definitivo
permanecería intangible. Esc convencimiento, hábil-
mente explotado trajo, como consecuencia inmediata
y directa, la alianza con el Imperio del Brasil. Prue-
ba mejor que nada la importancia decisiva que ella
tuvo para la revolución, vacilante y sin cuerpo estable
hasta entonces, el hecho de que, enseguida de reali-
zada, el general Flores alcanzó la victoria. Fué el
ejército brasilero, fuerte de diez á doce mil hombres,
el que rindió á Paysandú, después de destruirlo con
sus potentes cañones; fué la escuadra brasilera la
que anuló á los pocos buques de guerra orienta-
les, dando así motivo á la hazaña romancesca del
Villa del Salto, incendiado por su comandante el
bravo Pedro Rivcro antes de entregarlo al enemi-
go; fueron dineros brasileros los que consuma-
ron la ingrata empresa. Presentando un contingen-
te tan poderoso, el triunfo era solo cuestión de días.
15
226
LA. TIERRA CHARRÚA.
El 20 de Febrero, por contraposición irónica á aquel
otro 20 de Febrero de 1827, las tropas imperiales,
confundidas con las tropas revolucionarias, — liberta-
doras, ¿no es? — ocupaban á Montevideo, último ba-
luarte esta vez, como en 1848, de la legalidad. Antes
de entrar al fondo de la crítica debe preguntarse
¿tuvo motivo justificado la intervención extranjera de
1865? No, y mil veces no. Así, rudamente, lo mani-
festamos porque se impone decirlo con fiereza cuan-
do el extravío de los partidos pretende glorificar
sucesos vergonzosos que señalan nuevas y lamentables
aberraciones del patriotismo oriental. La preven-
ción, el odio del Brasil monárquico á nuestra na-
cionalidad era asunto conocido. La herencia lusitana
estaba bien recogida y aumentada en manos de los
descendientes que, siempre astutos y utilitarios, su-
pieron hacer retoñar los incalculables beneficios de sus
negociaciones territoriales con España, suscribiendo
los para nosotros dolorosos tratados de 1851. Ellos
habían aprovechado entonces nuestras desgracias ! De
manera, pues, que el Brasil, bajo todos conceptos, —
por desemejanza de sistema de gobierno, por tenden-
cia y por antecedentes, — figuraba en el número de
nuestros más terribles y despiadados acreedores in-
ternacionáles. De consiguiente, después de zafarnos
de su pesada tutela, que poseía todos los atributos de
una dorada esclavitud, ¿era patriótico solicitarla de
nuevo abriendo una era de calamidades locales de la
peor especie? Ningún espíritu desprevenido y recto
LA TIERRA CHARRÚA
227
se inclinará á la afirmativa. Yamos todavía más lejos :
aún en el supuesto de que el gobierno de don Ber-
nardo Berro fuera culpable de grandes atentados in-
ternos, nada hubiera justificado jamás la alianza con el
poderoso vecino y porfiado enemigo tradicional. En
tésis general, las intervenciones extranjeras son des-
dorosas, son fatales para los Estados que en un mo-
mento-de anemia cerebral llegan á propiciarlas. Su
amparo tendrá siempre las bondades envenenadas de
la sombra del manzanillo. ¿Y si comentando la con-
ducta política de don Manuel Oribe hemos censurado
acerbamente su alianza á los argentinos en 1843, en
épocas de emancipación en cierto sentido prelimina-
res, cuando recién amanecíamos en el concierto de las
naciones, ¿cómo no ser tan severos, más severos, con
el general Flores que, veinte años después, comete
idéntico error y ocurre á idénticos expedientes ilegíti-
mos y oprobiosos de triunfo ?
Pero el reproche adquiere mayor acento al recor-
dar la irritante injusticia que presidió á la interven-
ción, tal vez la mas audaz, la más innoble que recuer-
dan las cancillerías de este continente. Al gobierno
de Rio Janeiro le convenía enormemente la caída de
la situación constitucional creada en el Uruguay en
1860. Concurrían á redondear ese interés la hábil
política exterior del presidente Berro, que después
apreciaremos, y sus conocidas vistas sobre la cues-
tión paraguaya, ya sobre el tapete. En esa virtud no
descansó en el empeño diabólico de entorpecerlo
228
LA TIERRA CHARRÚA
en su marcha regular. No poco hizo en tal sentido,
prestigiando y apoyando de manera oficiosa el mo-
vimiento encabezado por el general Flores, con
violación flageante de la neutralidad. Pero estas
incorrecciones no habían sido bastante eficaces, pues
el gobierno oriental, como se sintiera débil en sus ele-
mentos materiales y procediendo con verdadero buen
juicio, tuvo el tino de no hacer mayor ruido alrededor
de semejantes ofensas á su estabilidad. Notando el
Imperio que su actitud provocativa no era tomada en
cuenta y ansioso de llegar á una solución de fuerza,
aumentó sus desafíos. El caso era traer el choque
aprovechando la ocasión que hacía aún más calva la
complicidad placentera en el atentado del gobierno
argentino presidido por el general Mitre. A ese efecto
se presentó á la autoridad oriental una série de recla-
maciones, á cuál más fantástica, sobre daños y perjui-
cios inferidos á súbditos brasileros, en su mayoría
desconocidos ó de domicilio en los departamentos
fronterizos, aún á la fecha difíciles para la vigilan-
cia policial. Para exhibir en todo su lujo aquella
inicua gestión diplomática, monstruosa en sus pre-
tensiones, basta hacer presente que en 1864 se exigía
satisfacción por agravios reales ó fantásticos, ocasio-
nados á particulares á raíz de 1851, y aún á sujetos
que aparecían como reclamantes ante su legación y
que luego se comprobó irrecusablemente que habían
fallecido largo tiempo atrás. Desesperante situación la
de un gobierno así acosado por un coloso que hacía
LA TIERRA CHARRÚA
229
burla sangrienta de los principios internacionales más
rudimentarios en su deseo, que ya no disimulaba de
llegar á un rompimiento !
Aunque convencido de la perversidad del propósito
final, aun sabiendo que en aquellas terribles circuns-
tancias nada podrían las pruebas acumuladas de buena
vecindad, el gobierno oriental se preocupó de exhi-
bir en el terreno de las ideas la sinrazón de los insi-
diosos ataques que se le dirigían por un poder extraño.
Además de reducir á mínima expresión los recla-
mos interpuestos, después de muchos años de abando-
no, se contestó presentando á la Cancillería brasilera
una nómina mucho más abultada de ciudadanos orien-
tales perseguidos y agraviados en territorio imperial.
Pero todo era tiempo perdido: estaba escrito que la
administración regular uruguaya caería como preám-
bulo á la guerra á seguirse contra el desdichado Pa-
raguay ! El primer acto del drama iba á empezar. El
4 de Agosto de 1864 el consejero Saraiva — uno de los
estadistas más capaces del Imperio — acreditado en
misión diplomática especial cerca de ésta República,
presentó el famoso ultimátum con promesa de inva-
sión inmediata y de bombardeo en regla para el caso
de no ser atendidas sus incalificables pretensiones
«dentro del plazo improrrogable de seis dias.» En
aquellas horas de épicas angustias, el gobierno tuvo
suficiente entereza para desestimar las brutales impo-
siciones del Imperio en la forma textual siguiente:
« Devuélvase original por inaceptable, en la forma y
230
LA TIERRA CHARRÚA
en el fondo la nota conminatoria» La circunstancia
de haber ocupado entonces el doctor Juan José de
Herrera la cartera de Relaciones Exteriores nos quita
libertad para apreciar estos sucesos tan culminantes.
Veámos lo que dice á su respecto un cronista muy
apreciable: «El gobierno del señor Berro discutió
con altura la sin razón de una reclamación que lleva-
ba todas las proporciones de un ultimátum. El Mi-
nistro de Relaciones Exteriores Oriental, hizo más
que defender en el terreno de la diplomacia nuestro
derecho, evidenció al mundo americano lo que jamás
había visto y á todos los agentes diplomáticos resi-
dentes en la República probó que los puestos é indi-
viduos que se presentaban como víctimas de atrope-
llos de otras administraciones, no habían existido
jamás, que eran imaginarios, que en ninguna parro-
quia del universo existía su fé de bautismo; y moral-
mente corrido ante el Cuerpo Consular de la repúbli-
ca el representante del gabinete de San Cristóbal se
fué á Río á mandar al Plata « otra manifestación »
más aparente para darle un pretexto de legalidad á la
guerra, que venía, pues se quería que fuese nuestra
república un punto de apoyo en las operaciones
para abastecer las armadas y ejércitos de la futura
alianza contra el Paraguay». (1)
Vencido el término fatal señalado, el ejército bra-
silero cayó, como una avalancha, sobre nuestras
(1) Luis Santiago Botana — Rasgos de • Administraciones Nacionales —
Página 38.
LA TIEBRA CHA RB tí A
231
campañas que fueron entregadas al saqueo. Se trata-
ba de país conquistado. En 1865, como en 1816, todo
lo arrasó la ola irresistible venida del Norte; en
tiempos de Aguirre, como en tiempos de Artigas, la
nacionalidad estuvo á punto de perecer. Leandro Gó-
mez encarna entonces las fierezas autonómicas de los
descendientes de los charrúas, y, heredero del deliran-
te patriotismo del Libertador, renovó las gloriosas
epopeyas de la bandera tricolor. La musa incompa-
rable de Olegario Andrade ha engarzado la memoria
de su sacrificio inmortal en un torrente de magníficas
estrofas.
Como puede apreciarse, en el concepto oriental
nada justifica, nada atenúa la iniquidad de la inter-
vención imperial. Por el contrario, á medida que el
tiempo pasa resalta más odiosa la conducta seguida
por el Brasil con nuestro país, aprovechando la amar-
gura de nuestras dificultades internas.
Es indudable que al Estado Oriental, dada su posi-
ción en el continente y dada su pequeñez territorial
relativamente á sus vecinos, jamás puede convenirle
embarcarse en aventuras capaces de comprometer la
seguridad de sus espléndidos destinos. Es también
indudable que á la altura de adelanto político á que
hemos llegado, nada, ningún agravio, ninguna protes-
ta colectiva, por fundada que sea, tiene el derecho de
solicitar el apoyo del extranjero para imponerse. Bas-
taría golpear en las fronteras, buscando auxilios ofi-
ciales malditos, para convertir en criminal á la más
:232
LA TIERRA CHARRÚA
santa de las reivindicaciones. Por fin hemos aprendi-
do á profesar el culto impersonal y purísimo de la pa-
tria, por encima, muy por encima, de los cultos bas-
tardos de divisa. Pero si en lo que dice al presente
ya está hecha la conciencia pública sobre las inter-
venciones, es necesario hacer extensiva al pasado la
crítica de los mismos. Por supuesto que él debe ser
atemperado en homenaje á los tiempos y á las co-
rrientes desorientaciones del espíritu colectivo, tra-
bajando por toda clase de falsas inspiraciones y de
caries. Mas se impone hacer un dogma de estas doc-
trinas salvadoras y castigar, como viril enseñanza, las
violaciones que ellas han tenido en épocas rudas, do-
minadas por el furor de cien huracanes.
Adictos á ese criterio igualitario de equidad, he-
mos censurado en estas páginas las conmixtiones con
el extrangero que en distintos momentos de su exis-
tencia han aceptado los partidos orientales, el blan-
co, hoy, el colorado, mañana, dejando con esos actos
la huella de grandes vergüenzas y dolores nacionales.
¿Escapa la revolución del general Flores á esa
crítica severa? ¿No entraña la más lamentable y au-
daz de las aberraciones eso de llamar Cruzada Liber-
tadora á un movimiento reaccionario que obtuvo su
triunfo por gracia y merced del Brasil, que prestó al
efecto diez ó doce mil soldados monárquicos y que
bombardeó á Paysandú para aumentar el catálogo de
las nativas glorias?
Concedemos á la pasión política el derecho de in-
LA TIERRA CHARRÚA
233
quirir y de encontrar antecedente legítimo al esfuerzo
revolucionario de 1863, pues si todos pensáramos del
mismo modo no habría entre nosotros partidos de
ruta divergente en cierto sentido. Pero negamos á
esa misma pasión política la regalía de adulterar la
historia y de ofender la dignidad de la patria pres-
tando su aplauso á la alianza del general Flores con
el Emperador don Pedro II, dirigida contra el gobier-
no de su país, contra el hermauo. Por muchas vuel-
tas que se le dé ai asunto esta fusión, como la del
general Oribe con el gobierno argentino, debe levan-
tar críticas unánimes y aleccionadoras.
¿No se llega hasta á condenar las intervenciones
francesa é inglesa, propiciadas por el gobierno de la
Defensa, próximo seguramente á la legalidad y á los
verdaderos principios ?
Provoca estas reflexiones sinceras la lectura de
libros recientes de dos aventajados y buenos amigos
nuestros de filiación colorada. Uno de ellos, el tenien-
te de artillería José Luciano Martínez, escribe: « Se
acercaba, entretanto, el fin de la gloriosa revolución.
La actitud del gobierno blanco con el Brasil había
obligado á éste á tomar represalias (!) invadiendo la
República con sus ejércitos y movilizando su escua-
dra con el mismo objeto. Los que hablan de las inter-
venciones extranjeras se olvidan, en este punto, de
que aquel gobierno, á raíz del rompimiento con el
Brasil, gestionó oficialmente una alianza con el tirano
López del Paraguay, quien, después de protestar
234
LA TIERRA CHARRÚA
contra el Brasil, preparó su ejército y se dispuso á
tomar la ofensiva. La anarquía interna, las conse-
cuencias de una série de revoluciones y de desgobier-
nos, unidos á estos gravísimos conflictos internacio-
nales, ponían nuevamente en peligro la independencia
de la República, su existencia de nación. En tales
circunstancias no son seguramente los que produjeron
esa situación con sus torpezas y sus crímenes, los que
pueden hablar de amor á la libertad y á la indepen-
dencia del país: ese amor lo probó, en cambio, el ge-
neral Flores al unirse con el Brasil (!!!) para destruir
los restos del desgraciado gobierno que invocaba la
representación nacional, al restablecer la paz y la
concordia (!) en el interior y estrechar los vínculos fra-
ternales con aquel país y la argentina, obteniendo así
la mejor y eficaz garantía de la nacionalidad. (!!) » (1)
¿Puede darse algo más estupendo? ¿Qué extremos
y que errores políticos no alcanzan glorificación
midiéndolos con el metro de tan deplorable extravío?
Quedamos enterados: El general Flores abonó amor
á la independencia bombardeando á Paysandú con ca-
ñones brasileros!
Dice á su turno en un laborioso folleto, el bachiller
Carlos Oneto Viana: «Está por demás decir, que yo
acepto la cruzada del 63 con todos sus vicios y sus
defectos. Indiscutiblemente vino á operar en el país
una nueva faz política y social, que significa, bajo
José Luciano Martínez — Vida militar de los generales Enrique y Gregorio
Castro, pág. 190.
LA TIERRA CHARRÚA
235
todo concepto, un evidente progreso comparado al ré-
gimen anterior. Yo acepto también la alianza con los
brasileros en las condiciones y de la manera como se
produjo. (! ) Comprendo que no está perfectamente
justificada por su moralidad. Fué sin embargo, una
medida política de gran trascendencia, que si compro-
metió al país en aventuras peligrosas — que no aplau-
do y que pudo evitarlas — vino no obstante á asegu-
rar nuestra independencia (!!!) irremisiblemente per-
dida si se abandona al Imperio solo la lucha! » (1)
He aquí nuevas y singulares sorpresas de la crítica:
la intervención brasilera, brutal y deprimente, como
todas las fusiones de ese género ingrato, vino á « ase-
gurar nuestra independencia » ! ¿Es posible contestar
á doctrinas tan sacrilegas, cuando semejantes brumas
oscurecen el intelecto? De todos modcs, imaginamos
la respuesta. Con el gesto triunfador de quienes opo-
nen un argumento incontrastable nos dirían aquellos
estimados escritores: que así fué, que nuestra autono-
mía y nuestro decoro de pueblo libre se salvaron arran-
cando del poder al sanguinario partido blanco, á los
perversos autores de la hecatombe de Quinteros, á las
hechuras del degollador, del miserable Oribe, des-
honra y aberración de nuestra raza; que entre la ca-
lamidad que importaba este dominio político y la
calamida de la humillación por el extranjero no cabía
duda: ésto era preferible; que Paysandú cayó sin glo-
ria y que los blancos estaban aliados con López, con
[1] Carlos Oneto y Yiana— El Pacto de la Unión , pág. 127.
236
LA TIERRA CHARRÚA
un horrible tirano. El falso estribillo de siempre al
que es delito verdaderamente imperdonable que se si-
gan adhiriendo hombres jóvenes y de facultades distin-
guidas. Empecemos de una vez á mirar sin lentes en-
gañadores á ese pasado nuestro que posee vigor y vo-
lúmen de cordillera.
Por otra parte, se incurre en pecado de impenitente
candidez cuando se avanza que el Brasil al aceptar la
alianza con los revolucionarios de 1864 lo hizo guiada
por móviles altruistas y de sentimental nobleza. Eso
de crear entrañas á la política internacional, con fines
exclusivos de santificación partidaria, no necesita
análisis para resultar disparatado, fuera de que la
diplomacia imperial no en valde tenía fama conquis-
tada por sus astucias de mercader y por sus trampas
malabares. El Brasil hizo la alianza., primero, para des-
truir á un gobierno cuyas gestiones exteriores, auda-
ces y prácticas, le eran altamente desagradables y
después, para aumentar con un pueblo más el núme-
ro de verdugos del Paraguay, para encontrar en los
orientales — ¡Suizos en otrora de tantas jornadas! —
baqueanos en aquella combinada campaña, como lo
dijo muchos años atrás, pensando y escribiendo en
cruda prosa, el excelso poeta argentino Carlos Guido
Spano.
Agréguese á estos gruesos beneficios el que entra-
ñaba la reconquista de su perdida influencia en los
asuntos internos de la siempre codiciada ex-provincia
Cisplatina. Se sienta un absurdo soberano cuando se
LA TIERRA CHARRÚA
237
opina que el dominio espiritual del Imperio sobre
nuestro país no existió después de la alianza. Tal
acertó va contra todas las presunciones lógicas, más
aún, contra la misma verdad. ¡Como para quedar-
se atrás por corto de genio era el oficioso amigo!
Encaja bien á esta altura una frase gráfica del
doctor Andrés Lamas, ministro en Río Janeiro de la
nueva situación, quien concluía una nota así: «Repré-
sentant d’un pays dont on m’a si cruellement fait
sentir la faiblesse dans ma présent mission; repré-
sentant de’un gouvérnement que le Brésil considere
coni me sn créature . . . » Estas palabras, llenas de co-
lor, denuncian hartazgo de humillaciones. A peso de
oro cobró el Imperio su comisión. Después de utili-
zarnos todavía nos despreció.
En nota de 28 de Enero de 1865, manifestaba el
general Flores al ministro Silva Paranhos, ocupán-
dose de la alianza: «Ella existe desde ha mucho
tiempo en los sentimientos y en las conveniencias re-
cíprocas ; hoy existe también en los hechos, porque
el triunfo de Paysandú fué sellado con la gloriosa
sangre de los bravos de una y otra nacionalidad. »
Las conveniencias brasileras, ya lo creo, ni que hablar;
pero, ¿y las conveniencias orientales? ¿Cuales fueron
ellas? Concedido que el triunfo de la revolución sa-
tisfizo una conveniencia de bando, más no de la pa-
tria. Confesemos que si llevarnos de vanguardia á
asesinar á un pueblo viril y amigo nuestro, y si vol-
vernos á los tiempos de ia tutela del vocino, tan jus-
238
LA TIERRA CHARRÚA
tamente combatido por Artigas, significó una ventaja
nacional, nosotros padecemos enorme error al expre-
sarnos de esta manera. Antes de cerrar la aprecia-
ción rápida de este asunto es procedente declarar
que apesar de sus grandes errores de la época co-
mentada y á pesar de su intervención en acontecimien-
tos lúgubres, el general don Venancio Flores era un
tipo atrayente de caudillo y poseía sentimientos le-
vantados. Basta ver un retrato suyo para encontrar
inmediatamente en aquella fisonomía abierta y leal
rasgos enérgicos de bondad. El nunca mereció morir
victimado como lo fué por sus propios correligio-
narios.
La guerra del Paraguay señala la memoria del
crimen internacional más grande que se haya consu-
mado en la América del Sur.
¿No nos conmueve la historia del despedazamien-
to de Polonia, puesta en poste de crucifixión por tres
potencias europeas? Pues la Eepública Paraguaya,
que en 1865 fué mutilada en su acepción territorial y
autonómica, que padeció entonces lo indecible, que
perdió sangre, riquezas, y esperanzas, hasta casi mo-
rir, reproduce en el lienzo continental el espectáculo
de aquel bárbaro despojo. El drama paraguayo no es
otra cosa que la leyenda polaca de nosotros los sud-
americanos, pero acentuada en sus perfiles odiosos
con mayor número de estrofas de dolor y de ignomi-
LA TIERRA CHARRÚA
239
nia. Fueron pueblos hermanos, recien salidos de la
misma cuna, — excepto el Brasil — los que enclavaron
á la joven nacionalidad, cuando ni siquiera existía la
disculpa de impuestas expansiones en virtud de un
pletórico aumento de habitantes. La estadística ofre-
ce datos de horrorosa elocuencia sobre los resultados
de la guerra. Antes del choque el Paraguay poseía
una población próxima á un millón y medio; después
aquella no alcanzaba á cuatrocientas mil almas, en
su casi totalidad mujeres. Los hombres, culpables de
ardiente patriotismo, habían caído segados por la
metralla y por el cuchillo de los aliados como caen
las hojas de los árboles bajo el azote inclemente del
huracán. Por muchos años la falta de elementos mas-
culinos no permitió formar hogar á las valerosas
mujeres de la tierra hermana.
¿ Acaso la actitud desesperada de los boers á la
fecha, grandiosos en su desigual ofensiva, aventaja á
la actitud extraordinaria del pueblo paraguayo que
inmoló todo al afán santo de libertad?
El interés de disimular la iniquidad de 1865 ha
llevado á los escritores de estos países á presentar al
Paraguay, al tiempo de la alianza, en condiciones de
la más acabada barbarie y anarquía. Mucho se misti-
fica en ese sentido. En la época que tratamos el Pa-
raguay era una potencia de verdadera importancia.
No vamos á hacer un entusiasta elogio de la índole
excepcional de los gobiernos allí corrientes, revesti-
dos de apariencias dictatoriales y dinásticas, pero es
240
LA TIERRA CHARRÚA
indudable que ellos consultaban las exigencias espe-
ciales de una sociedad rudimentaria en cuanto á la
preparación y cultura de sus muchedumbres. Por lo
demás, empujaba las tendencias en aquel rumbo, con
fatal energía, la herencia sedentaria y disciplinada de
las Misiones jesuíticas. Y pensándolo bien, ¿ no era
más lógico, más adaptado al medio, ese expediente de
las dominaciones fuertes y dilatadas que el otro fa-
moso prohijado por los principales hombres de Mayo,
en momentos de desvarío, de favorecernos con el
ingerto de reyes exóticos y desacreditados? El doctor'
Francia, una personalidad de curiosísimo relieve, dió
á su país días de absoluta tranquilidad que si bien no
fueron propicios al progreso de las ideas prepararon
en cambio el desenvolvimiento de las riquezas locales
Antes de esta administración, ya la derrota campal
del general Belgrano, enviado en 1810 en misión re-
dentora al Paraguay, había cerrado el país, ya de sí
aislado, al contacto argentino. Don Carlos Antonio
López siguió la misma ruta política abierta por su
extraño antecesor.
En 1851, el Paraguay contesta con una negativa ála
invitación que se le dirige para colaborar en la cam-
paña contra Rozas, acreditando así una visión clara
de sus conveniencias vitales (1). El mariscal Francisco
Solano López ocupó el poder en circunstancias en
que los horizontes internacionales de su país, empe-
zaban á oscurecer. Aunque esencialmente autoritario
(1) Mariano A. Pelliza . — La Dictadura de Roxas. — Pág. 441.
LA TIERRA CHARRÚA
241
en sus procedimientos, era el mencionado un hombre
de exquisita cultura personal que había recibido
educación en Europa y que venía de frecuentar los
salones del Emperador Napoleón III. Atento á las
necesidades de su pueblo que — preciso es no olvi-
darlo — se agitaba en un medio semi-bárbaro, debido
á muy explicables circunstancias ambientes, el maris-
cal López se preocupó de dotarlo de numerosos ade-
lantos mereciendo muy especial atención los de índole
guerrera. El sabía que el choque con sus poderosos
vecinos era inevitable, dados ciertos antecedentes acu-
mulados, y en virtud de esa convicción no descansó
en su celo defensivo. No nos es posible, ni lo permiten
nuestras fuerzas, seguir en todas sus faces las preli-
minares del drama. Sólo constataremos que la Repú-
blica Argentina y el Brasil, Alarmados ante la poten-
cia bélica de la nación paraguaya, incrustada á man-
salva en sus fronteras, resolvieron llevarla á la guerra
para quebrarla. Ese es el fondo del asunto, aunque
las cancillerías y determinados sucesos presenten co-
mo ofensor al que luego fué agredido y abrumado.
En esa alianza entró el Estado Oriental. Mejor di-
cho, se le obligó á entrar, como una consecuencia de
la intervención brasilera en favor del general Flores
y de su partido político. Un contingente de 2.000
hombres marchó al país de los esteros para dejar tes-
timonio en el exterior, con lujo de bravuras, del valor
intrínseco para el sacrificio heróico de la raza nuestra.
Los paraguayos defendieron como leones el territo-
16
242
LA TIERRA CHARRÚA
rio de sus mayores. Tal vez exasperados por tan ruda
resistencia los aliados llevaron adelante la guerra en
condiciones terribles: la humanidad se desterró, por
enojosa, de los campos de batalla. De paso y estu-
diando un caso concreto conviene abonarlo así. Para
el efecto aprovecharemos un interesantísimo artículo
histórico de nuestro compatriota el señor Doroteo
Márquez Yaldez, ( L) de rectificación á datos evidente-
mente falsos sobre la pelea del Yatay que estampa en
su libro, Efemérides Uruguayas, don Orestes Araújo,
un profesor de instrucción pública que por su cuenta y
riesgo y en homenaje á estrechas pasiones de partido
se ha permitido adulterar, de la manera más torpey
nuestras tradiciones políticas. En el precitado estu-
dio prueba el señor Márquez Yaldez, en la forma más
irrefragable, que en el Yatay chocaron, bajo las órdenes
del brigadier general Flores, 9.500 aliados con 3.000
paraguayos mandados por el coronel Duarte. La
acción duró una hora, de once á doce de la ma-
ñana del día 17 de Agosto de 1865. Sin embargo,
1.700 cadáveres de los últimos quedaron sobre el
campo contra 250 muertos de los aliados. ¿ Es creí-
ble que esa desproporción se produjo sólo durante
la pelea? Sería absurdo suponerlo así: Yatay fué una
espantosa carnicería. A ese respecto escribía el ma-
riscal López al general Mitre: «la bárbara crueldad
con que han sido pasados á cuchillo los heridos del
combate del Yatay. . . no han sido bastantes á ha-
(1) Doreteo Márquez Yaldez —Rectificaciones históricas.
LA. TIERRA CHARRÚA
243
cerme cambiar la firme resolución de no acompañar á
Y. E. en crímenes tan bárbaros y atroces. >
Habla el coronel Centurión en sus Memorias:
« Los aliados, después de terminado el combate, man-
charon sus armas con atrocidades inauditas, que la
pluma se resiste á referir. » Exponía, finalmente, el
diario Evening Star, de Londres, de 24 de Diciembre
de 1865: « Yatay es un nombre que entraña un sen-
timiento de horror para todos los que vieron el campo
de batalla despaés del 17 de Agosto. Aquello era un
espectáculo horrible 1 — Mil cuatrocientos paraguayos
yacían en tierra sin recibir sepultura, y la mayor
parte de ellos apretándose con las manos las gargan-
tas que tenían degolladas!. . . ¿Cómo se pasó aque-
llo?. .. Es que fueron hechos prisioneros y después de
desarmarlos los degollaron, abandonándolos sobre el
campo de batalla, en tanto que los más jóvenes fueron
salvados para distribuirlos como esclavos ...»
La guerra concluyó con el anonadamiento de la
raza perseguida. ¡Claro está; cuando se cumplió al
pié de la letra la ley de exterminio alli también pudo
exclamarse siniestramente: «la paz reina en Varso-
via. > Si; la paz de los sepulcros, dominó en el esquil-
mado Paraguay!
¿ Obtuvo nuestra República algún beneficio coope-
rando á esa obra de maldición ? Absolutamente nin-
guno. Ante todo, veamos los argumentos forzados que
se han tegido para justificar nuestra complicidad en
aquella gran heregía internacional. López era un dés-
244
LA TIERRA CHARRÚA
pota, se dice, y había que libertar á su país de su fé-
rrea dominación. Fuera <5 no exacto el carácter odio-
so asignado al referido gobernante, merece recordarse
el tinte especial de la emancipación política del Pa-
raguay. El temperamento manso y tranquilo de sus
habitantes respondía á una idiosincracia esencial-
mente negligente y de tendencias sedentarias, fomen-
tadas en su tiempo por el arraigo de las doctrinas je-
suíticas. Un pueblo que pasara su infancia entregado
á ejercicios religiosos, abdicando su entidad y el ma-
nejo de sus más elementales intereses en manos de
una Orden, mal podía desempeñarse por su cuenta
cuando el contagio de santos ideales atravesó sus
fronteras y venció también allí á la autoridad ema-
nada de España. Extinguida una tutela, más que por
esfuerzo propio por imposición irresistible del mo-
mento histórico, era indispensable engendrar otra
igual al poder caduco, más opresora que aquella, pero
disfrazada con los atributos libertarios.
Y así el Paraguay, lanzado á la independencia an-
tes de tiempo y en condiciones peores que las provin-
cias próximas, cayó expontáneamente en los brazos
tiránicos de don Gaspar Rodríguez de Francia para
seguir durmiendo en plena ignorancia aún de las in-
quietudes fecundas de la adolescencia.
Los López no marcan un paso adelante en ese sen-
tido; pero la prueba de que su gobierno dictatorial
era aceptado sin resistencias por la inmensa masa de
sus compatriotas la encontramos en el cariño idolá-
LA TIERRA CHARRÚA 245
trico que éstos les profesaron. ¿Inconciencia, suges-
tión ó servilismo ? No podríamos precisarlo ; pero
ciertamente que la tarea de romper el engaño,
de borrar el sofisma, ó de destruir la coyunda no
podía pertenecer á los extraños. ¿Quién sostiene
tan peligrosa é inaceptable doctrina? Los países se
dan sus instituciones y crean sus fronteras y ponen
en ellas marcos divisorios para que nadie ignore que
hasta allí alcanzan los fueros de una soberanía y los
derechos de una pujanza. Dentro de esos límites
existe un organismo territorial independiente y son
los moradores de esa zona los únicos llamados á re-
solver las diferencias que entre ellos surjan, de la
manera que mejor les cuadre. Entendido que, en ca-
sos excepcionales, cuando las disputas caseras inco-
modan al vecino y hieren en forma positiva intereses
suyos sagrados, nace la facultad de repeler esos avan-
ces. A pesar de lo defectuoso de su gobierno este no
era el caso del mariscal López. Malo ó bueno para
los paraguayos — ellos adoran su memoria — no co-
rrespondía á las potencias inmediatas convencerlos de
lo primero, fuera de que, por otra parte, ellas, que pa-
saban ó habían pasado por idénticas peripecias ins-
titucionales, nada luminoso podían ofrecer como
ejemplo. ¿Los orientales, no acababan de aliarse con
los brasileros haciendo de Paysandú un Gólgota de
la democracia; esos mismos brasileros, no llevaban
acaso el estigma de esclavos; y los argentinos, no so-
portaron veinte años el cautiverio rozista, no venían
246
LA. TIERRA CHARRÚA
de matarse, con trágico encarnizamiento, peleando por
Urquiza y contra Urquiza?
Particularizando el asunto, ¿en qué molestaba, ni
aún indirectamente, á la República Oriental el despo-
tismo del mariscal López? Aun al presente el Para-
guay es para nosotros una tierra desconocida á la
cual solo nos vincula la leyenda sangrienta de una
catástrofe. El caso del tirano de Buenos Aires se
presenta muy distinto. A Juan Manuel de Rozas lo
repudiaban sus mismos connacionales, al punto de
que el clamor de una esperanza de liberación cruzó
las campañas argentinas cuando el capitán general de
Entre-Ríos recogió, para vengarlo, el agravio de dos
generaciones. Urquiza mismo pidió la alianza con el
extranjero, aplaudida con entusiasmo por la opinión
pública de su país. En cambio, Francisco Solano Ló-
pez era sostenido y acatado por su pueblo que probó
cuanto lo quería pereciendo en su defensa y pronun-
ciando al morir su nombre mágico. Los paraguayos
nunca pidieron la intervención armada para librarse
de su mando. Rozas, más que una amenaza era un
cuchillo suspendido sobre la cabeza del Uruguay ; su
prevención y su hostilidad nos pertenecía. López,
nunca se preocupó de ofendernos, por lo contrario,
existe constancia positiva de que nos profesaba pro-
funda y explicable simpatía.
De manera, pues, que causa extrañeza oir afirmar
á ciudadanos orientales que fué lógica nuestra inge-
rencia en la aventura.
LA TIERRA CHARRUA
247
En su citado libro, dice al efecto el señor José Lu-
ciano Martínez : « La voz de la justicia y del honor,
desconocidos por el déspota paraguayo, congregó bajo
una misma bandera á los tres Estados del Río de la
Plata, los cuales iban á protestar, con las armas en
la mano, contra la barbarie y el despotismo. » ( 1 ) El
escritor no incurre en omisión geográfica al incorpo-
rar el Brasil á los Estados del Plata. ¿ Acaso no lo era
en 1865, por gracia bendita de la intervención? ¿Aca-
so sus cañones no brillaban al sol en las calles de Mon-
tevideo? Prosigue el amable cronista: «Para resta-
blecer en el país hermano, sometido á una dominación
oprobiosa, la libertad y el derecho, más que por ven-
gar agravios, que también existían y clamaban ven-
ganza, se formó la Triple Alianza del Brasil, la Ar-
gentina y la República Oriental del Uruguay. »
Vengarnos nosotros: ¿y por qué? ¡Agravios! ¿Cuál
era más grande, el supuesto que nos dirigiera López
desde su guarida ó el real, inferido por nosotros á nos-
otros mismos, al aceptar el concurso brasilero para
exterminarnos fraternalmente?
¡ Qué lamentable es que las ofuscasiones de partido
lleven á nuestra juventud pensante á sostener tésis
políticas suicidas! Y si mañana se ensayan por nues-
tros colosales vecinos, en las carnes del aliado de
ayer, doctrinas de purificación interna, como las pul-
sadas para descuartizar al Paraguay: ¿qué diremos?
(I) José ] nciano Martínez. — Vida militar de los generales Envigue V Gre~
geno Castro.— Pégs. 192 y 193.
248
LA TIERRA CHARRÚA
La protesta correrá riesgo de helarse en lábios que
han aplaudido con entusiasmo la degollación de un
pueblo justificándola á título de tratarse de una raza
oprimida. El despotismo de López, se exclama. ¡ Cui-
dado con ese argumento que lleva muy lejos ! La prue-
ba al canto: ¿no fué el despotismo de Berro , (sic) el
que trajo la invasión brasilera? Pues el caso de tales
extravagancias de lenguaje podría repetirse y sería
insensato que la opinión nacional no se encontrará
condensada y fuerte para dirigir sus fulminaciones á
semejantes ensayos de bandolerismo.
También se han mentado, con acento acusador, las.
relaciones políticas de López con el gobierno de
Berro. Se aventura: ¿si éste se alié con aquel, por
qué no pudo aliarse á su vez el general Flores con- el
Emperador del Brasil? La respuesta á éste aserto nos
lleva á señalar una de las aristas más brillantes de la
administración nacida el año 1860: su gestión inter-
nacional. El afán de brevedad que preside á estas li-
neas no es tan imperioso que nos prohiba hilvanar
dos párrafos sobre éste punto de tanto interés retros-
pectivo.
Todavía está poco esclarecido el conocimiento de
la labor diplomática de la Cancillería Oriental duran-
te el período apuntado. Cuando se haga el estudio
concienzudo de la misma y se disipen ciertos prejui-
cios rancios, sin otra base que las pasiones de bando,
entonces será necesario reconocer que el presidente
Berro y los hombres de Estado que lo acompañaron
LA' TIERRA CHARRÚA
249
en su luminosa elaboración gubernativa, acreditaron
singular clarovidencia en el manejo de nuestros asun-
tos exteriores. En efecto, desde su independencia
nuestro país venía siendo juguete de las intrigas y
pérfidas combinaciones vecinales, que se colaban
audazmente por las fronteras en forma de interven-
ciones y de movimientos revolucionarios. Así se des-
lizaron los primeros treinta años de nuestra agitada
existencia. El Brasil y la Argentina ejercían un do-
minio letal sobre esta nacionalidad llena de fragili-
dades internas. La indicada tutela, además de ser
deprimente nada bueno prometía en lo futuro. Todos
los patricios de pensamiento viril lo apreciaban de
aquella manera. Si en un principio no poco se obtu-
vo conteniendo las voracidades terribles de los linde-
ros, más adelante, una vez cristalizada y por ende
bien definida la patria, era necesario hacer algo bueno
y de mayor eficacia en su beneficio. Al presidente
Berro cabe la honra de haberlo entendido así antes
que ningún otro gobernante. Como lo hemos visto al
extractar su programa, él conceptuaba que el verda-
dero provecho internacional de la República estaba
en mantenerse aislada y, en caso de no poder conti-
nuar en esa situación cómoda, en vincularse á muchas
otras potencias. Apartar nuestros destinos de la in-
fluencia brasilera, y de la influencia argentina, dema-
siado fraternal, fué el anhelo de aquel mandatario;
pero cuando relámpagos cruzan la frontera anuncian-
do graves conflagraciones, don Bernardo Berro fia-
250
LA TIERRA CHARRÚA
mea decididamente su magnífico ideal de política ex-
terna, sintetizado así : oponer al formidable poderío
argentino -brasilero otro poderío también formidable:
el de los pueblos pequeños y otras fracciones semi-
autonómicas del Sur. A este proyecto genial, que al-
gún día y en semejante <5 distinto rumbo deberá re-
producirse, respondió su aproximación diplomática al
Paraguay.
Nuestra legación de aquella época allí fué impor-
tantísima y hubo de rendir frutos de trascendencia-
continental á no surjir el desesperante estorbo de la
aventura revolucionaria de 1863. Esa coalición nues-
tra con el nervudo Paraguay, extendida en cierta for-
ma auspiciosa á la mesopotamia argentina, hubiera
creado en la práctica un grandioso equilibrio vecinal.
La certeza adquirida por las potencias fronterizas de
que el gobierno de 1860 iba en camino de emancipar
á nuestro organismo de su venenosa tutela, dándole
arraigo exterior fuerte y sesudo, las inclinó del todo
en favor de la revuelta florista, cuya prosperidad bé-
lica importaba la ruina de grandes ensueños de vita-
lidad. . .
La alianza buscada con el mariscal López no re-
vestía ningún carácter odioso. Ella no iba contra el
general Flores, ella se dirigía contra el Brasil, contra
el tradicional y común enemigo. Ese contrato de
mutua conveniencia tampoco importaba cercena-
miento de nuestra autonomía; por lo contrario, él iba
encaminado á fortalecerla. Tan natural como aparece
LA TIERRA CHARRÚA
251
que el Imperio al intervenir en nuestros asuntos bus-
caba absorbernos, resulta insensato suponer que
López intentase devorarnos. ¿A qué empeñarnos en
la demostración de esta verdad, cuando una simple
visual lanzada al mapa de América responde con
rotunda elocuencia geográfica ?
Por lo demás, la guerra llevada contra el Paraguay
tuvo un carácter netamente partidario, al punto de
que la divisa del contingente uruguayo consistía en
una cinta punzó. Los orientales fueron los suizos de
la jornada y en su desempeño guerrero recibieron
más desaires que distinciones de las potencias. Como
lo decimos. A ese efecto, y entre otros muchos ante-
cedentes, vale la pena recordar que cuando en 1867 se
hubo de firmar la paz, por iniciativa de Mr. J. Gould,
secretario de la embajada británica en Buenos Aires,
no se dió ingerencia, ni directa ni indirectamente, al
jefe superior oriental. Con motivo de esa tentativa
los generales expedicionarios Mitre y Marqués de
Caxías llegaron á prestar su aprobación á un proyecto
de convenio, que no se hizo carne por negativa del
mariscal López. Pues en esos importantísimos preli-
minares no se dió intervención de ningún género al
señor general Enrique Castro. Este evidente despre-
cio de parte de los aliados motivó una expresiva
carta del señor general Flores, que, para abonar lo
expuesto, copiamos en lo pertinente: « Sé de una
manera positiva que se está tratando de paz con
López y me ha llamado la atención el que Vd. nada
252
LA TIERRA CHARRÚA
me diga á ese respecto. Así es que supongo <5 que Yd.
me ha escrito y sus cartas se han extraviado, ó que
los generales Mitre y Caxías no han dado á usted
conocimiento de lo que se hace en el sentido de la
paz.
«Usted, mi querido general, es el jefe de la División
oriental, en el ejército aliado y, por consiguiente, de-
be tener participación, como representante ahi de la
República, en toda medida que se adopte, tanto ea el
orden militar como en negociaciones con el enemigo,
pues, que nada puede hacerse sino de acuerdo entre
los tres poderes aliados. Espero, pues, que usted me
diga lo que haya sobre este importante asunto, y que
para ello, si nada le hubieran aún comunicado los
generales Mitre y Caxías, los vea usted y les haga
sentir el deber en que usted está de exigir participa-
ción en este negocio, sobre el cual no puede prescin-
dirse del general oriental » . Anhelos tan plausibles
cuanto ilusorios, estos! El arrojado general Flores
tendría tiempo antes de cerrar los ojos, de conocer
los primeros desastres de su política exterior.
En 1868, siendo Presidente de la República, es-
cribía el caballeresco general Batlle: «Nuestro más
vehemente deseo es la pronta conclusión de esa eterna
guerra, que se creyó obra de pocos meses y dura ya tres
años sin que le veamos próximo término.» (1) En 1869,
el mismo don Lorenzo Batlle intentó empeñosamente
[1] José Luciano Martínez, Vida Militar de los generales Enrique y Gregorio
Castro, pág. 226.
LA TIERRA CHARRÚA
253
obtener el retorno de la División Oriental, pues no
había fondos para sostenerla, á pesar de su exigüidad
numérica. Como no tuviera éxito en tales gestiones
comunicaba el nuevo desaire sufrido al brigadier ge-
neral Castro: «La mayor recomendación que tenía
nuestro Ministro Plenipotenciario, don Adolfo Ro-
dríguez, fué la de recabar de los dos gobiernos alia-
dos el retiro de nuestra División. Desgraciadamente
ambos han hecho una resistencia decidida á nuestro
propósito, valiéndose para ello de las estipulaciones
del tratado de la Triple Alianza, en que se obligaron
las tres naciones á no desistir de la guerra hasta que
López fuese expulsado del Paraguay. En vane hemos
hecho valer la insignificancia de nuestra fuerza, pues
que dejaríamos allí el contingente paraguayo que
compone su mejor número. Se nos ha contestado que
nuestra sola bandera y su persona de usted, encabe-
zando un grupo de orientales, constituían un elemen-
to normal de inmensa importancia para el éxito de
las próximas operaciones. Todos nuestros esfuerzos
se han estrellado contra la oposición de aquellos po-
deres, que declaraban mirarían como rota la alianza
por nuestra parte y responsabilizada la nación orien-
tal por las consecuencias que aquel hecho produje-
se.» (1) ¿Puede darse una confesión más paladina de
impotencia, de rabia comprimida, de humillación y de
vergüenza? El contingente oriental, formado en su
1— Jopó Luciano Martínez Vida do los generales Enrique y Gregorio Castro #
pág. 254 .
254
LA TIERRA CHARRÚA
« mejor número » de paraguayos, era prisionero de
los aliados, representaba un papel decorativo invalo-
rable para ellos y amargo para nosotros.
Luego de referir á los apuros financieros, proseguía
el señor Presidente de la República: «En situación
tal y siendo cada vez más apurado el estado de nues-
tras rentas, hará usted bien en aceptar todos los au-
xilios que le ofrezcan los generales aliados, desde que
puedan aliviar las necesidades de nuestro ejército,
disminuyendo los giros que vienen á agobiarnos ....
No ha pasado la República, desde su origen por una
situación tan difícil, pues nadie acierta con las me-
didas que convenga adoptar. » ¡ Pobre decoro nacio-
nal! Los orientales concluirían por vestirse y por
municionarse, con autorización del propio gobierno,
recurriendo á los argentinos y á los brasileros. Hé
ahí una de las tantas delicias engendradas por la in-
tervención imperial.
¿A qué insistir? Concluyamos. La guerra del Pa-
raguay, para nosotros injustificada en el terreno de la
moral y de la ley, nos deparó verdaderas desgracias á
la vez de provocar la ruina de un pueblo amigo,
de un pueblo nobilísimo que todavía, después de
treinta años, no se ha repuesto del rudo golpe. Fui-
mos al Paraguay á perderlo todo y á no ganar nada,
como lo acreditaron brutalmente los hechos. Desde
entonces ha quedado roto el equilibrio político en el
Rio de la Plata; desde entonces nosotros, diminutos,
LA TIERRA CHARRÚA
255
estamos solos frente á potencias gigantes; desde en-
tonces falta un precioso platillo en la balanza.
Es innecesario agregar que el valor de los orienta-
les lució indomable durante los cinco años de cam-
paña. La hazaña de Enrique Pereda que rindió, en
medio de la metralla, honores militares al bravo León
de Palleja, muerto heróicamente al frente de su
batallón, ofrece el emblema, grabado sobre el ace-
ro de la posteridad, de aquella tremenda empresa de
matar á un pueblo de hermanos. ¿Pero de qué vale el
denuedo sólo cuando no lo acompaña el prestigio
mágico de la razón y de la justicia? Que en nuestros
anales de gran nación nunca se inscriban sucesos con
viñeta, tales como la guerra del Paraguay que seña-
la mucha pujanza y mucho aliento al servicio de un
gran error!
256
LA. TIERR1 CHARRÚA
Los nuevos horizontes
Vamos á cerrar estas páginas pues los últimos
veinte y cinco años de nuestra historia solo ofrecen
el espectáculo de inmensos desastres institucionales,
sin presentar siquiera el fanal de una luz perdida.
Con respecto á este período de hondas podredumbres
muy poco puede decirse. Epoca de fango y de igno-
rancia ella solo recuerda desgracias internas.
El desarrollo independiente de nuestro pueblo pre-
senta tres etapas. La primera, la de los caudillos, des-
de 1830 á 1875, se caracteriza por los récios antago-
nismos de' partido, por dramáticas divergencias, por
disputas, sostenidas á mano armada, que alcanzaron á
tener momentos realmente bellos. En 1875 nace la
segunda etapa, la de los pretorianos, que muere en
1897. Su origen y su fin lo apuntan dos movimientos
militares contradictorios. En efecto, la soldadesca
acampada el 15 de Enero infaustó en la Plaza de la
Matriz, puso en esa hora de maldición, que tantos
rios de sangre inocente costaría, la piedra funda-
mental de su dominio atentatorio ; pero esa otra fecha
esclarecida del 17 de Marzo de 1897 recuerda que
en la costa del arroyo Tres Arboles encontró su fosa,
de la cual jamás se levantará, el sistema tanto tiempo
triunfante sobre las ruinas de la patria. Quebrada la
soberbia de una clase opresora y ratificadas en el
gobierno las conquistas políticas obtenidas en rudo
LA. TIERRA CHARRÚA
257
batallar, la República ha entrado ya en el tercer
período de su edad, que puede titularse etapa cívica.
Cuat r o años hemos corrido en ella y ya el país se ha
dado cuenta de que alcanza nuevos tiempos y de que
los días de una felicidad positiva han llegado por fin.
Responde esta certidumbre al fenómeno importantí-
simo de adelanto que denuncian los ideales hoy flo-
tantes en nuestro ambiente. La patria se rejuvenece
y sus esperanzas de ventura se consolidan cuando los
anhelos trascendentales de libertad electoral, de
coparticipación en el manejo de la cosa pública y de
respeto á la integridad del erario, empiezan á obtener
un seductor arraigo. Estamos, pues, en presencia de
un quinto ó sexto ensayo de aproximación fecunda.
Pero ninguno tan ámplio y promisor como éste. To-
das las corrientes del sentimiento nacional, todos los
esfuerzos de sus hombres dirigentes, todas las nativas
honradeces se han coaligado para dar carácter defini-
tivo y perdurable á la virtud gubernativa que alborea.
En semejante empresa de bendición tiene sitio eficaz
de lucha la juventud de los dos partidos orientales,
que debe apartarse de los exclusivismos torpes y
concurrir al mejoramiento común predicando la
atenuación, el olvido para los agravios pasados, y la
alianza fraternal para las jornadas venideras. Es
indispensable convenir de una vez en que ni el dogma
santo de la democracia, ni la libertad, ni la virtud han
sido patrimonio único de partido determinado, como
17
258
LA TIERRA CHARRÚA
lo pretende, por regla general, el extravío de las pa-
siones corrientes.
Apena pensar que todavía ciertas propagandas po-
líticas buscan inspiración en las tumbas heladas de
nuestros grandes caudillos muertos, cuando á su res-
pecto ya corre prescripción, ya está prohibido el co-
mentario cruel é inexorable. Nuestra edad clásica
está cerrada y es hora de que, cediendo cada cual
algo en el calor de sus predilecciones retrospectivas,
llegue á unificarse el fallo histórico alrededor de ciar,
dadanos eminentes cuyo nombré está abrazado, como
la bandera á su ástil, á las tradiciones de la Repúbli-
ca, son parte de su mismo corazón. Al pasado, como
que es tal, hay que entregarlo definitivamente al libro
confiando en que los hombres de alto pensamiento, en
el silencio del gabinete, prévia exploración minuciosa
de archivos y memorias, sabrán extraer el saldo lim-
pio de nuestras glorias consulares rompiendo valero-
samente las idolatrías fraccionarias para exhibir su
caudal bueno, como arranca el lapidario la piedra pre-
ciosa devastando vulgares guijarros. Las fuentes de
la vida política están en la actualidad que no admite
debates retardatarios, que no puede detenerse un ins-
tante en su desarrollo vertiginoso para averiguar Ja
ascendencia tradición alista de los factores que apro-
vecha. Explicable que el prestigio irresistible de los
caudillos tuviera fuerza de imán en épocas dramáti-
cas que ellos llenaron con el éco de sus heroicidades y
de sus extravíos; explicable que aún á raíz de muer-
LA TIERRA CHARRÍJA
259
tos ellos, como el Cid, ganaran batallas partidarias
desde la tumba; pero resulta inaudito que al través de
medio siglo y en días febriles de integración social
se pretenda imponer á los acontecimientos la norma
anticuada é imperfecta que sirvió de pauta á nuestros
mayores para combatirse, en su afán de ganar la
victoria para sus divisas de trapo.
Sobre hechos notorios, sobre incidentes concretos
descansa la cuna del partido blanco y del partido co-
lorado ; pues bien, como hoy estamos en presencia de
hechos completamente distintos de aquellos y produ-
cidos en época de una muy superior civilización, es
natural, es impuesto, buscar en éstos últimos las gran-
des inspiraciones de conducta cívica.
Los nombres legendarios de Rivera y de Oribe han
servido de escudo á todo género de infamias y de
explotaciones, al punto de que se proclama la verdad
diciendo que ellos han causado más males muertos
que vivos. Esos soldados, á pesar de sus errores, cons-
tituyen, con media docena de valiosas reputaciones
civiles y militares, el cuadro de los grandes servido-
res de la patria. Empalidecida, aquí, eclipsada, allá,
palpitante siempre, su grandeza existe y crece como
los organismos vivos, victoriosa sobre el insulto, so-
bre la procacidad, sobre el desahogo de los pobres de
espíritu. Clavada lejos, en lontananza, hacia el rumbo
que señala el Bethleem de la nación, ninguna racha
podrá arrancarla de su asiento de piedra, ni habrá en
el desierto arenas bastantes para enterrar su mole
260
LA TIERRA CHARRÚA
que tiene aristas de Pirámide. Muerden en granito
los que pretenden arrancar de cuajo nuestras tradi-
ciones heróicas al empeñarse en romper famas caba-
llerescas, bien ó mal templadas, pero de hierro. Ya el
tiempo, que es más sabio que los hombres, ha arroja-
do su última palada de cal purificadora sobre los des-
pojos mortales de nuestros atletas.
Ha llegado pues la hora de enterrarlos en sitio sa-
grado, bajo la caricia dulce de la tierra por ellos mo-
delada en concierto de pasiones y de metralla. En
vez de encarnizarnos, como jauría de perros, con
quienes sostuvieron justas, recogidas por el poema,
en pro de la libertad y del derecho; en vez de herir
sin lástima á nuestros próceres negándoles atenua-
ciones, seamos duros, seamos implacables con los
que en épocas recientes han esquilmado á la patria,
robándole sus dineros, arrebatándole su dignidad,
y oscureciendo sus perspectivas al lanzarla á la
bancarrota y á la guerra civil. Esos no exhiben en su
defensa el argumento de un sacrificio, de un insom-
nio por el bien público. Su profesión ha sido el atro-
pello, llevado á sus más vituperables extremos. An-
taño, el exceso de ardor fundó el fanatismo ; en el día,
la ausencia calculada de todo entusiasmo, para estar
en aptitud menos comprometida, ha creado una in-
mensa familia de parásitos, de sujetos de goma, sin
conciencia, sin amor á nada, sin ideales, dominados
por una sola preocupación: traficar. En esas filas
bastardas anida toda la polilla que barrenó en otrora
LA TIERRA CHARRÚA
261
las mismas entrañas del roble, afrentando á dos ge-
neraciones con el espectáculo de orgías y de despil-
farres baltasarianos. Allí están los verdaderos peca-
dores, los padres de la usurpación, quienes cometie-
ren el sacrilegio de violar á sabiendas y por codicia
nuestra Constitución y las leyes. Para estos culpables,
que han delinquido con premeditación, con alevosía y
con ensañamiento, cuesta encontrar circunstancias
atenuantes. Como los falsos apóstoles, que explotan al
prójimo invocando el nombre de la religión, éstos
han consumado incalificables despojos escondiéndose
bajo el nombre de los grandes caudillos desaparecidos.
No poco han concurrido á sostener tales desdoros
los centros políticos militantes, en su afán de recla-
mar para sí el patrimonio de nuestras leyendas herói-
cas y de desconocer al adversario hasta el derecho de
sentir orgullo nativo al evocarlas. No puede, no debe
perdurar el cisma profundo de la opinión nacional
frente á Oribe y frente á Rivera, y para alcanzarlo así
es necesario que los partidos de la actualidad renun-
cien á la irrisoria pretensión de ser los dueños exclu-
sivos de unos ó de otros de nuestros principales
patricios. Q,ue sean de una vez entregados al fallo
concienzudo de los espíritus imparciales, de filiación
colorada y de filiación blanca, los hombres de catego-
ría eminente, interventores en la época de la inde-
pendencia y en las escenas dramáticas del sectarismo
clásico. Que claridades de tolerancia iluminen su co-
mentario despojándolo de las acritudes y de los endio-
262
LA. TIERRA CHARRÚA
samientos solicitados por la intransigencia ó por el
frenesí de los bandos divergentes. Que se proceda á
esa exploración con espíritu levantado y sano teniendo
firme en la memoria la sabiduría del precepto de Cris-
to en presencia de la mujer adúltera : < que el que de
vosotros se halle sin pecado tire contra ella primero
la piedra », y recordando también que juzgándola por
un capítulo ninguna obra es notable, que á los hom-;
bres debe mirárseles en conjunto como se mira el
cielo : hermanando sus abismos de sombras con sus
estrellas, y que no hay belleza física ni moral sin un
instante de eclipse y capaz de resistir triunfante al
severo análisis de la crítica.
A propósito, aquí tienen cabida las siguientes pa-
labras dél insigne pensador don Andrés Lamas: « En
el libro del pasado todos tenemos culpas y algunos
de nosotros grandes culpas. Si continuamos leyendo
en ese libro, no nos entenderemos jamás, estamos
irremisiblemente perdidos; perdidos nosotros, perdi-
dos nuestros hijos que de nosotros heredan esa heren-
cia de perdición. ¿ Cuál de nosotros no se ha extra-
viado del buen camino, no ha tenido días de delirio y
vértigo, cuál no ha pagado su tributo á esas malas
ideas bajo cuya atmósfera hemos nacido, hemos vivi-
do, hemos combatido ? ¿ Quién no tiene de qué arre-
pentirse ? Cerremos el libro del pasado; ese libro no
sirve sino para dividirnos. Sólo la posteridad podrá
fallar las causas que encierra. Para esas causas no
hay jueces entre nosotros: todos somos incompetentes
LA TIERRA CHARRÚA
263
porque todos somos apasionados » (1). Hace cuarenta
y cinco años eran lanzadas á la publicidad estas de-
claraciones.
Tan escaso ha sido nuestro adelanto en el dominio
de las ideas que aún hoy poseen platonismo teórico
los anhelos de concordia y de equidad corrientes en
1856. ¿No importa ello una aberración sin nombre?
¿Hasta cuando viviremos enseñando á nuestros niños
á balbucear homenages ó agravios á Rivera y á Oribe,
según sean sus padres de tal ó cual filiación política ?
¡ Cómo entristece descubrir semejantes extravíos del
criterio popular; cómo indignan los brulotes tirados,
con la grosería de escupitazos, á nuestros primeros
capitanes, por la ignorancia más crasa ó por la ambi-
ción ignominiosa consentida!
El lote de nuestros héroes no es posible abrirlo y
cerrarlo con los nombres de Artigas y de Lavalleja.
A éstos es indispensable, es sobre todo justo, agregar
otros prestigios meridianos que condensan hazañas,
sacrificios, errores, derrotas y victorias de leyenda.
Tampoco puede reducirse á Suárez y á Berro el núme-
rode nuestros patricios. Por lo menos, media docena
de ciudadanos distinguidísimos, colorados y blancos,
se asocian á ellos para alcanzar honores de apoteósis.
Mucho, muchísimo contribuirán á esta obra de ben-
dición los jóvenes orientales de la actualidad difun-
diendo en el seno de las muchedumbres nuestras, en
campos donde tan hondas raíces tiene echadas la
1 —Andrés Lamas á sus compatriotas, pág. 61.
264
LA TIERRA CHARRÚA
ignorancia — el peor de los males colectivos, — ideas
de cordura y desano patriotismo. La mejor manera
de quebrar prevenciones y de poner coto al ultraje
absurdo, consiste en abrir los espíritus á las caricias de
la razón, como se abre la tierra con el filo del arado pa-
raentregar la semilla á sus elaboraciones misteriosas y
fecundas. Aunque este momento histórico, lleno de
fiebres y perplegidades, no confirme lo que decimos,
es indudable que nuestras agrupaciones políticas mar-
chan á una radical modificación de contextura.
Ideas, ya dominantes, de sensatez han labrado el
convencimiento profundo de que el paralelismo de
los partidos debe estribar en algo más fundamental
que las divergencias de apreciación retrospectiva.
Todos estamos convencidos de que los ciudadanos
íntegros y bien intencionados no pueden admitir entre
sí barreras tan frágiles y anticuadas como las impues-
tas por los agravios de tiempos de nuestros Móntes-
eos y de nuestros Capuletos.
Si Oribe y Rivera, si Quinteros y Paysandú separan
á los blancos netos de los colorados netos, es obliga-
torio declarar injustificado tal distanciamiento, por lo
menos, en la acepción lógica.
Los partidos tradicionales, que surgieron á la vida
ligados « á un hecho, no á una idea, » como lo dijo ha-
ce medio siglo don Bernardo Berro, están obligados á
amoldarse á las exigencias adelantadas de la época
actual invirtiendo así los términos de aquel verídico
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aserto mediante su vinculación á ideas, no á hechos
por fulgurantes que ellos sean.
Para resolver los problemas económicos y sociales
del día poco nos interesa, más aún, poco nos importa,
saber si nuestros padres estuvieron en la verdad ó
en el error luchando por tal ó cual divisa en tal ó cual
año. Algo más adelantado que tales paparruchas es la
que exige la conciencia pública. Son principios, son
dogmas de una religión práctica, son mejoramientos
inmediatos, son situaciones moralizadoras, son liber-
tades, son derechos, son servicios eficaces los que la
nación solicita de sus cuerpos políticos, vinieren ellos
del campo que vinieren. ¿ Qué ligazón lógica cabe en-
tre la muerte injusta de César Díaz ó de Leandro Gó-
mez, entre Oribe ó Rivera, y esos trascendentales
asuntos del presente que se titulan organización del
régimen aduanero, sistema general de impuestos, fo-
mento sesudo de la inmigración, régimen monetario,
negocios internacionales con el Brasil y con la Ar-
gentina, protección á la agricultura, libertad del voto,
regeneración de la clase militar, etc. etc? Se dirá por
algún apasionado: más de lo que parece; uno de
los partidos viejos señala la escuela del honor, de la
pureza, del patriotismo real, mientras que el otro en-
carna el fanatismo, la apostasía, la sumisión incondi-
cional al extranjero. Estas absolutas disparatadas no
merecen respuesta tanta es la absurdidez que respi-
ran! ¿Hasta cuando pretenderán algunos espíritus
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LA TIERRA CHARRÚA
ofuscados hacer ángeles de los colorados y de los
blancos demonios, ó vice-versa?
Por todo lo expuesto es realmente sensible presen-
ciar el espectáculo pernicioso que ofrecen algunos
núcleos de partidarios, preocupados de resucitar ido-
latrías y amores cívicos de otras épocas. Los que así
proceden, con negación del porvenir, incurren en la
nécia zoncera de quienes creen que vuelven la vida á
cosas, afortunadamente muertas, despertando con in-
yecciones de actividad inteligente entusiasmos arti-
ficiales y fugaces por las costumbres camperas. El
tipo del gaucho no se levantará de su tum ba porque
él se fué para siempre, corrido por la ciudad y por el
telégrafo; y de la misma manera puede afirmarse que
el culto frenéti co y partidario de los caudillos de anta-
ño ha concluido y no volverá, á pesar de ridiculas
resurrecciones, por cuanto el progreso evidente de la
sociedad en que vivimos no permite que los persona-
lismos anticuados, rencorosos é imperfectos de años
pasados retoñen con éxito en este medio nuevo y re-
finado que pide otros altares, - --
La forma resuelta con que nos expresamos no nos
lleva á confundir nuestras ideas con las sustentadas
por el constitucionalismo.
Reconocer el carácter incompleto de nuestros par-
tidos, casi seculares, y repudiar de sus programas el
culto funesto de la tradición no importa conceder que
poseen la verdad quienes abogan por la extinción ful-
minante de las mencionadas colectividades. Ahí es-
LA TIERRA CHARRÚA
267
triba precisamente la diferencia que separa á los na-
cionalistas de los constitucionalistas. Aquellos dicen:
los partidos de origen personal existen; suprimirlos
en forma radical sería alcanzar el ideal, pero esto es
imposible, no está en manos de la voluntad del mo-
mento pues organismos que tienen base sólida y
multiplicada en la familia, en el ejército, en la admi-
nistración, en las muchedumbres, en el corazón y en
la historia no se arrancan á capricho como se quita
una verruga. En consecuencia, prosiguen, lo práctico,
lo útil, es aceptarlos con todos sus grandes defectos
y con todas sus grandes virtudes y preparar su re-
forma por la evolución, poniendo en su alma ideas
progresistas, llenando con vino nuevo los odres vie-
jos, limando sus crudezas despacio y con energía,
como desgasta y redondea silencioso el mar las
piedras más angulosas Estos mismos rumbos es-
tán señalados con robustez en el siguiente párra-
fo del talentoso Juan Carlos Gómez: « Si pudié-
ramos borrar con toda nuestra sangre la división
de los partidos y hacer que todos nuestros com-
patriotas tuviesen los mismos antecedentes y las
mismas opiniones, ella no subsistiría ciertamente
un solo momento más. Sin embargo, contra lo
imposible nadie es fuerte. Los partidos existen y
es preciso aceptarlos. Seamos prácticos, y aprove-
chemos en educarlos el tiempo que perderíamos en la
pretensión de suprimirlos. » Sensible que la exalta-
ción de su propaganda jacobina contra los blancos
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LA. TIERRA CHARRÚA
quitara fuerza á ese apotegma mejor interpretado ya
entonces en la realidad de las agitaciones democráticas
por el batallador estadista don Bernardo Berro que
dedicó á las « nuevas ideas » todo el vigor de su
intelectualidad disciplinada.
Exponen, por su lado, los constitucionalistas: los
partidos existentes son malos ; nada fundamental los
separa, al extremo de que no son en esencia adver-
sarios los afiliados honestos de ambos; su tendencia
retrograda y sus fanatismos, empapados en aguas de
rencor, les dán un significado perjudicial, inacepta-
ble en épocas normales; el dualismo político que
ellos representan es absurdo y ofrece peligros perma-
nentes de conflagración armada. En virtud de estas
verdades, han propuesto los esclarecidos apóstoles del
flamante dogma, la supresión de los antiguos bandos
y su reemplazo por una gran colectividad principista,
donde tengan cabida todos los hombres buenos, pien-
sen como quieran sobre el pasado, aliados en el afán
supremo de fundar la felicidad pública sobre las rui-
nas de los partidos cuya muerte se creyó alcanzar
por decreto. Nos libraremos muy bien de engolfar-
nos en el comentario analítico de ese precioso doctri-
narismo que, con toda probabilidad, en su misma belle-
za ideal lleva el secreto de su mala fortuna. Los hechos
con su ruda elocuencia proclaman, presentando argu-
mentos ilevantables, que esa tesis deslumbradora no
es la exacta. En efecto, pregonada ella con carácter
oficial en 1871, teniendo á su entero servicio á la
LA TIERRA CHARRÚA
269
prensa metropolitana, que un día alcanzó á ser toda
suya, favorecida en su desarrollo por el peso de la
tiranía y por el prestigio arrastrador innato á las más
brillantes propagandas —que no son, por lo común,
las más eficaces, — no pudo, sin embargo, imponerse
y debió al fin declararse vencida por boca de su pon-
tífice máximo el doctor don José Pedro Ramirez,
Durante treinta años han tocado á reunión los
apóstoles del nuevo credo, reácios al convencimiento
de su derrota. Indudablemente que son poco sinceros
quienes insisten, á la fecha, en negar la evidencia de
ese contraste, mucho más palpable ante el extraordi-
nario robustecimiento de los bandos viejos que, como
los grandes arboles, desafían firmes todas las incle-
mencias. La fuerza decorativa que tuvo el Partido
Constitucional y el sello de alta intelectualidad que le
prestaron valiosas incorporaciones universitarias, han
sido causa de que él haya sobrevivido en cierto modo
á su dispersión, amparado en su caída por el escudo
de erguidos talentos, de la misma manera que el re-
nombre de un guerrero, impresionando fantásticamen-
te al enemigo, suele dar lugar á una fácil retirada, en
las circunstancias más precarias. El fracaso de la co-
lectividad mencionada señala un ejemplo y es fuente
de abundantes enseñanzas. Leíamos meses atrás en un
artículo de Paul Groussac, que sabe atar el pensa-
miento á la pluma, este concepto, de intenso realis-
mo: «La incurable inferioridad sud-americana pro-
viene de la ruptura violenta con las tradiciones. »
270
LA TIERRA CHARRÚA
En esa frase, que tanto dice, encontramos el moti-
vo de la caída de los constitucionalistas. Impul-
sados por móviles plausibles de rápido adelanto,
ellos quisieron romper de golpe con el pasado, atri-
buyendo al mismo, á sus anarquías, á sus bastardas
herencias, á su culpa, todas las amarguras demo-
cráticas sufridas. Esto estaba muy lejos de ser cier-
to. Ni el capricho, ni lo improvisado, por blasonar
da que sea su alcurnia, gobiernan á los aconteci-
mientos. Quiera que no quiera, el hijo lleva disuelta
en su sangre la personalidad de su padre y si la
educación, domando instintos, puede reducir el pare-
cido entre la rama y el tronco ella no alcanza á bo-
rrar el sello de la raza, que á lo mejor, cuando se le
juzga extinguido, salta y reclama imperioso su dere-
cho con la fuerza de un gesto, de un arranque ó de
una semblanza instantánea. Pues ese es el caso de las
sociedades que tienen también rastro de su origen en
el pasado, factor colosal y enérgico á cuya influencia
nada ni nadie escapa. El partido constitucional, cre-
yéndose invencible, tendió línea de pelea franca á
nuestras leyendas, insultó las idolatrías, á menudo
torpes, de las masas campesinas, hizo tabla rasa de
los grandes afectos anónimos, renegó de los caudillos,
de su obra, de sus herederos, y el resultado final está
proclamando si tal procedimiento f ué cuerdo. ¿Cómo
no perecer si se afrontó la corriente á pecho descu-
bierto, sin aprovechar útiles recursos y con desprecio
de la experiencia?
LA TIERRA CHARRÚA
271
El constitucionalismo flageló, como decimos, sin
piedad á los próceres del país, á los predilectos de
la pasión popular, olvidando que á las muchedumbres
incultas no se las electriza con palabras retóricas que
no entienden. La inmensa mayoría de nuestros com-
patriotas, analfabetos, refractarios, ó alejados del
contacto de la bizarra propaganda, permanecieron
irreductibles, fieles á sus primitivos amores. Era ló-
gico esperarlo así. La evolución de las ideas en tér-
minos tan radicales pide un conjunto de elementos
depuradores que desgraciadamente aún hoy no posee-
mos. Ante todo, reclama un alto grado de preparación
de los espíritus.
Ciudadanos que no saben leer, y estos suman mi-
llares ; niños que no conocen el camino de la escue-
la; ancianos que se asustan del ferro-carril, que les re-
presenta energías endemoniadas; mujeres sumidas en
la ignorancia, que no saben siquiera enseñar á sus
hijos el retazo de una oración cristiana, todas esas
fracciones aliadas determinan la fisonomía de un pue-
blo muy distante aún de la perfección intelectual exi-
gida para arraigar las reformas políticas trascendenta-
les. Pero el constitucionalismo ni aún intentó romper
aquellas perjudiciales costras colectivas llevando con
la voz de sus apóstoles, á los rincones de la campaña,
el gérmen de los altruismos sostenidos.
De Montevideo no salieron sus adalides, entrega-
dos, por otra parte, á la enojosa tarea de fulminar
desde la prensa á los hombres de tradición, negán-
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LA TIERRA CHARRTJA
doles virtudes y desinterés por el hecho de no haber
abandonado ellos las viejas agrupaciones.
Mucho bien ha sembrado el partido constitucional,
muerto en flor, colaborando patrióticamente al des-
gaste de rudas y temibles pasiones. Sin duda no
guarda proporción el bulto de este beneficio con el
tiempo tomado para alcanzarlo.
En otro concepto, casi afirmamos que aquella afa-
mada colectividad con el fuego de sus ataques á los
bandos de antaño, ha llevado á resultados contrapro-
ducentes. La violencia de sus manifestaciones, arrasa-
doras del pasado, que es fusta y que es freno, provocó
estruendosas reacciones del tradicionalismo ofendido
empujado así á la más lamentables exageraciones.
Además, los atractivos teóricos del programa divul-
gado, consiguieron apartar de los partidos blanco y
colorado á muchos de sus hombres dirigentes y en-
tónces vimos á audaces oligarquías, gobernadas por
los mediocres, usurpando las más altas y delicadas
funciones del Estado en nombre de las viejas divisas.
El constitucionalismo, enamorado de lo perfecto,
llegó á prestar autoridad indiscutible á extremos ener-
vantes. Así, por ejemplo, se hizo carne en la opinión
que los partidos debían desaparecer y desde enton-
ces se renunció á toda actividad de política militante
por cuanto ella hubiera aprovechado á los partidos
combatidos, duramente excomulgados. Debilitados,
estos, é impotentes los redentores para dar á sus con-
cepciones colorido eficaz, en el orden de la realidad,
LA TIERRA CHARRÚA
273
nos encontramos en la más absoluta auarquía pública
frente al atentado triunfante.
Veinte años permanecimos en ese reposo, llorando
día tras día nuevas derrotas del ideal, pero aferrados
siempre á la tésis deslumbradora que en el terreno de
los hechos ni creaba ni dejaba crear. Pasamos largos
lustros discutiendo fórmulas de pureza, como si á los
despotismos se les venciera con recursos líricos.
En 1 890, por fin, el Partido Nacional cobra nuevos
bríos é inicia su campaña regeneradora que nos ha
deparado los beneficios principistas de esta correcta
actualidad. Las palabras, ya apuntadas, de Juan Car-
los Gómez califican acertadamente el absurdo de
aquel esfuerzo estéril de extinción fulminante de
sólidas tendencias: « Contra lo imposible, nadie es
fuerte. Los partidos existen y es preciso aceptarlos.
Séamos prácticos y aprovechemos en educarlos el
tiempo que perderíamos en la pretensión de supri-
mirlos. »
El jugo de esas ideas, que eran compartidas por otros
eminentes pensadores orientales, lo encontramos en
la carta magna del nacionalismo. Fundada por los
hombres del partido blanco y sobre el cuerpo de su
organismo esta agrupación ha respondido, por el ca-
rácter práctico de sus anhelos, á las exigencias de
nuestra evolución política.
El Partido Nacional, al darse su programa en el
año 1872,1o encabezó con esta declaración, llena de
sabio equilibrio: « Ni condena, ni glorifica el pasá-
is
274
LA TIERRA CHARRÚA
do>. De manera, pues, que en lugar de romper violen-
tamente con la tradición la llamó á sí, le pidió su apo-
yo para marchar adelante con firme acierto. Com-
prendiendo que el imperio estricto de los principios
reclamaba aun, para ser cierto, la fatiga de muchas
jornadas, no tuvo inconveniente en esperar y pene-
trado de que la mejor manera de combatir á la
tradición — en cuj a inutilidad presente todos estamos
de acuerdo — consiste en admitirla para alejarla
mediante la reflexión y el convencimiento, que des-
gastan con fuerza incontrastable las pasiones más
airadas, hizo espacio en sus filas generosas á todas
las opiniones y á todas las jactancias retrospectivas.
¿ Acaso, en el fondo, no revela una noble since-
ridad esa adhesión tenaz de las fracciones á los
soldados de alta estirpe ? Poseen apariencias respe-
tables de puro entusiasmo esos cariños sin menguan-
te. Por lo demás, ¿ es suya la responsabilidad de
semejantes idolati’ías cuando las masas políticas no
conocen otros horizontes cívicos y cuando en vez
de abrirlos á sus ojos, ansiosos de luz, solo nos preo-
cupamos de dividir para reinar engañando sin ambages
á los hombres buenos ?
La fórmula conciliatoria del nacionalismo, que
encarna un inmenso adelanto , pero un adelanto prác-
tico, bajo las exterioridades más moderadas, es la
llamada á resolver nuestro problema partidario.
No poco progreso señala el rechazo de la vieja
denominación y el arraigo adquirido por la toleran-
LA. TIERRA CHARRÚA
275
cia. Desde hace dos lustros, después de un intérvelo
largo, durante el cual los constitucionales tomaron
para sí todo el escenario, la causa nacionalista actúa
de manera cada día más eficiente sobre la opinión
pública imparcial. Empezaron sus primeros afiliados
por darle Carta Orgánica fundando su gobierno interno
y vigorizando así Sus energías de colectividad. Ense-
guida su juventud, congregada en memorables asam-
bleas, secundó efizcazmente el creciente esfuerzo,
inaugurando centros de propaganda activa que pronto
rendirían ópimos frutos.
En consecuencia, á ese Partido Nacional, que
algunos adversarios titulan retrógado, cabe el honor
de haber iniciado el despertar democrático de la pa-
tria, mediante sus acertados esfuerzos organizadores.
Más tarde, nuestro credo libró, desde la prensa,
magníficas batallas en pró de la moralidad descono-
cida, ratificando su triunfo con la sanción de las ar-
mas en siete meses de campaña libertadora en favor de
los propios y agenos derechos. No podemos apreciar en
detalle los sucesos, pero altivo en la guerra el Partido
Nacional supo ser desinteresado en la paz y no titu-
beó en llegar al sacrificio doloroso é injusto en su afan
de concurrir á la obra reparadora en que está empe-
ñada la presente administración con el beneplácito
del pueblo , hoy por fin soberano. El acuerdo electo-
ral suscrito días atrás, atestigua ese desprendimiento
y esa tranquilidad de conducta á que referimos.
Ejemplo de verdadero constitucionalismo se dá con-
276
LA TIEBRA CHARRÚA
curriendo á soluciones abnegadas cuando fuerza y
recursos sobrarían para atropellar por el camino del
medio . Sea todo por la patria y por la fraternidad de
sus hijos, que en este postulado se encierra el cimien-
to de las dichas venideras.
Tocados por el viril contagio, el partido colorado
y aún el pseudo-partido constitucional, se han lanzado
á su vez en la senda de provechosas agitaciones.
Calcando al extremo sus iniciativas sobre las inicia-
tivas nacionalistas, ellos se han dado también Cartas
Orgánicas, Directorios, Clubs, y esas Escuelas Ciuda-
danas proyectadas y planteadas con brillante éxito
por nuestros correligionarios. Todos estos enardeci-
mientos descubren síntomas de ventura.
Aunque todavía imperfecto é hiriente, el colora-
dismo del día, es grato reconocer que en sus filas
renovadas vá perdiendo éco el concepto infamante
para el adversario y que en la actualidad sus princi-
pales personalidades exhiben prestigios de pureza y
de patriotismo que antes no se encontraban allí. Tra-
yendo procedencia muy distinta, resulta evidente que
los partidos militantes se aproximan y que sus co-
rrientes populares buscan punto de encuentro en la
política de coparticipación que reclama imperiosa la
actualidad.
A esta altura de nuestro comentario y en calidad
de fecunda enseñanza, conviene recordar el proceso
de la política argentina antigua, pues él presenta pun-
tos de contacto con nuestros conflictos internos. Ya
LA TIERRA CHARRÚA
277
hemos visto que á Rozas lo crearon las intransigen-
cias unitarias al chocar con las intransigencias fede-
rales. Antecedente de esa época tristísima fué la
revolución hecha por Lavalle á Dorrego, pagando
tributo á idénticas demasías. Probablemente la larga
dominación del tirano tuvo su base en la discordia
permanente de sus adversarios, de uno ó de otro
criterio, que ni aún en la derrota sabrían contener sus
ódios para estrecharse la mano.
Para quebrarla, la clarovidencia de los políticos
orientales impone la jefatura superior del general Ur-
quiza, porfiadamente resistida por muchos. El triunfo
campal de Caseros, la amarga experiencia recogida en
la desgracia, parecían prenda de aproximación de las
causas divergentes. Pero así no fué. En lustros de ca-
tástrofe los argentinos, rebeldes entonces como nosotros
ahora á la cordura, no habían aprendido á olvidar y á
perdonarse mútuos y grandes errores. El cisma abierto
por el rencor entre provincianos y porteños se ahondó
en la victoria y bajo la presión fanática del doctor Va-
lentín Alsina; Buenos Aires hizo la famosa revolución
del Once de Septiembre, por la que rompía sus vincu-
laciones con los demás territorios de la Confederación.
El localismo hacía, sin rodeos, el sacrificio de la patria
y la sangrienta batalla de Cepeda castigó sus excesos
provocando con la victoria de las provincias el no
menos temible exceso federal. En Pavón lava la
causa unitaria el anterior desastre y su desenfreno
promete nuevas revanchas y calamidades. Pero en
278
LA TIERRA CHARRÚA
estas peligrosas circunstancias adquiere perfil histó-
rico superior el ilustre general Mitre, sobreponién-
dose á las pasiones iracundas y á sus propias exalta-
ciones de bando. El pertenecía al número de los
elementos ultra-porteños habiendo servido con entu-
siasmo febril en los ejércitos locales. Pero cuando el
éxito de las armas pone en sus manos los destinos
comunes, Mitre rechaza las imposiciones exclusivistas
del centralismo y renuncia á ser el primer hijo de
Buenos Aires para convertirse en hijo predilecto de
la República Argentina, al lado de Urquiza que había
dicho, con acento profético : « la geografía, la histo-
ria, los pactos vinculan á Buenos Aires al resto de la
nación. M ella puede vivir sin sus hermanas ni sus
hermanas sin ella, — pues en la bandera argentina
hay espacio para más de catorce estrellas pero no
puede eclipsarse una sola. » El general Mitre toca el
punto más eminente de su carrera política en este ins-
tante supremo de su vida, que lo exhibe como gran
patriota y hombre de Estado. Penetrado él de que la
unión de todas las provincias era indispensable, con-
vencido de los males inmensos engendrados por las
pasiones extremas, no vaciló en enagenarse transito-
riamente las simpatías de sus correligionarios, gober-
nando á su país con espíritu ecuánime y siendo puente
entre las tendencias enfurecidas. A la sombra de esa
política generosa, que ni fué unitaria, ni fué federal,
pero sí de rumbos decididamente nacionales, ha sur-
gido el edificio de la grandeza vecina. Las fracciones
LA TIERRA CHARRÚA
279
morigeradas cambiaron de carácter y perdieron su
índole tradicional optando por nuevos rumbos y de-
nominándose crudos, aquí, y cocidos, allá. Muy pronto
se alcanzaron los beneficios de la evolución presiden-
cial, en el seno de los bandos. Dice á ese respecto el
historiador Pelliza : « No sin asombro se vió en esta
nueva organización de los partidos, que numerosos
ciudadanos vinculados á la política del general Ur-
quiza, antes de la batalla Cepeda, se agrupaban ahora
en torno del jefe autonomista, y otros, que habían fi-
gurado en primera línea entre los sostenedores de los
propósitos separatistas del doctor don Valentín Al-
sina, se incorporaban resueltamente al federalismo
del vencedor de la confederación.» (1) Una transac-
ción, pues, un justo medio, vino á resolver gravísima»
dificultades de gobierno, borrando por el hecho y con
el correr suave de los años el cauce de tremendos
odios.
Este ejemplo mucho debe hablar á los ciudadanos
inteligentes y de noble corazón. Aquí tampoco per-
mite el progreso de las ideas y el vuelo de las aspira-
ciones colectivas que un partido absorba las funcio-
nes de la administración. El país es de todos y se pro-
clama unatésis exacta sosteniendo que en lo sucesivo
nuestros gobiernos deberán ser el emblema de la
alianza pacífica y leal de las agrupaciones, pues ya
no resulta pregonar como un ideal la política blanc^
ó colorada pura. El sistema de coparticipación con-
( 1 ) Mariano A. Pelliza. — Historia de la Organización Nacional, pág 395
280
LA TIERRA CHARRÚA
vencional, bajo el cual hoy vivimos, irá perdiendo sus
apariencias irregulares con el curso del tiempo hasta
ponernos en presencia de situaciones absolutamente
firmes y normales.
^ La juventud del país rendirá buenos servicios á la
causa de todos persistiendo en limar asperezas y
acentuando su tarea de popularizar el culto de los
principios, extirpando por ende el culto de anticuadas
divisas y acontecimientos. A fin de apresurar ese
progreso vale la pena señalar ciertas manifestaciones
contradictorias con aquella hermosa cousigna purifi-
cadera.
-.- En efecto, la ignorancia de muchos en asuntos
históricos los conduce á la expresión de visibles
falsedades retrospectivas, creyendo, por otra parte,
valentía incurrir en ridiculas aberraciones de crite-
rio. Así, existe en esta capital un club denominado
«15 de Abril de 1897 » que, á pesar de titularse
nacionalista, presenta en sus estatutos el siguiente
dislate: « Art. 2.° : El Club 15 de Abril de 1897 del
Partido Nacional que tiene su origen en los tiempos
heróicos de nuestra nacionalidad y que tuvo por sus
primeros jefes y fundadores á los brigadieres generales
Manuel Oribe y Juan Antonio Lavalleja, lejos de
renunciar á sus gloriosas tradiciones, las evoca, ve-
nera y glorifica . » Si bien son estos detalles sin
importancia, es útil exhibirlos al desnudo para que
ellos desaparezcan de una vez. Igualmente absurdas
han sido las ceremonias religiosas preparadas por
LA TIERRA CHARRÚA
281
algunos partidarios desocupados en homenaje á Ori-
be y á Rivera. Semejantes ocurrencias han caído en
el más absoluto vacío, lo que prueba acabadamente
que la opinión gana dia pordía en sensatez.
Frente á la aberración apuntada de un centró
político blanco, corresponde levantar la de un centro
colorado — Club « Vida Nueva » — que á pesar de
tener en su presidencia á un ciudadano de talento
refinado y á pesar de anunciarse como un núcleo de
intención muy adelantada contiene en sus Estatutos
este inciso : « Contribuir á asegurar definitivamente
el predominio del partido colorado, cuyas tradiciones
acepta con orgullo, defiende y glorifica. »
¡ Qué plétora de ideas rancias y de propósitos hugo-
notes ! Se habla de una vicia nueva y se pregonan
tales antiguallas!
¿No es imperdonable que elementos de calidad
intelectual sobresaliente condensen su anhelo purifica-
doren «asegurar definitivamente el gobierno del parti-
do colorado, » cuando todos sabemos que una de las
virtudes milagrosas de la democracia estriba precisa-
mente en la rotación de las agrupaciones, hoy en el
mando mañana derrotadas; cuando nadie ignora que
la altura es fuente de inmensas corrupciones, que
concluyen por atacar la fibra de las colectividades
más viriles, siendo entonces su descenso transitorio in-
falible remedio de salud; cuando todos, sin discrepan-
cia, reconocen que el origen de nuestros males políti-
cos, militares y administrativos lo encontramos en la
282
LA TIERRA CHARRÚA
perpetuación exclusiva é irrefrenada de un bando du-
rante una vida?
El partido colorado se ha mantenido treinta y cinco
años en la cumbre. Tanta ó más culpa que él por
habernos brindado en ese larguísimo lapso de tiempo
calamidades é ignominias sin cuento, que han dejado
rastro indeleble en nuestra historia, — es imputable á
los partidos opositores que, á pesar de poseer recursos
incontrastables, no acertaron á interpretar con una
fórmula de amplia defensiva las aspiraciones co-
munes.
La prueba de lo mucho que pueden las resistencias
adversarias, cuando bien encaminadas, la tenemos en
el hecho evidente de que esa misma agrupación, que
nos abocara á grandes catástrofes nacionales, ha sabido
reaccionar y gobierna en condiciones realmente hon-
rosas desde el día memorable en que el pueblo como
Lázaro resucitó para marchar al conjuro divinal del
patriotismo eficiente. A pesar de sus actuales y her-
mosas rehabilitaciones el partido colorado deberá fa-
talmente descender por instantes del mando supremo,
para dar espacio al otro partido que con él comparte
el patrimonio de las simpatías ciudadanas. Asi será
en homenaje á las leyes inmutables de la astronomía
política que también obedece á una lógica de hierro.
Como orientales, es patriótico desear que este suceso
se produzca á su debido tiempo, como fruto de una
madura elaboración y dentro de las agitaciones pací-
ficas, sin sobresaltos, sin conflictos, sin peligros.
LÁ TIERRA CHARRÚA
283
sin esos voceríos desesperados encaminados á rom-
per los cimientos, que ya son graníticos, de una
preciosa estabilidad institucional. Como nacionalis-
tas, no nos acaba de seducir esa perspectiva de
triunfo en el comicio libre. Desde la llanura he-
mos impuesto nuestros ideales, que tienen hoy có-
modo alvéolo en la Casa de Gobierno, y en ca-
rácter opositor ejercemos un control decisivo sobre
el desarrollo de los acontecimientos. Nuestra condi-
ción cívica es á la fecha irreprochable. Protejidos
por el mismo escudo, firmes, estrechamente hermana-
dos, ninguna anarquía nos devora, disfrutamos de los
placeres severos del bien, apuntalándolo, sin sentir
en nuestro organismo las punzadas enervantes y ten-
tadoras del mal. En el poder, ¿no se comprometería
la fuerza de nuestra unión que garante la felicidad del
país? « Saber esperar es el gran secreto del éxito»,
ha dicho De Maistre. Esperemos. No hay que olvidar
que la abnegación decorosa señala el punto más alto
en que puede brillar el . patriotismo. Ese ha sido el
gran argumento que nos ha inclinado á todos los bue-
nos ante el Acuerdo Electoral recién pactado. Siga-
mos, pues, adelante por la misma senda, aliados como
hasta ahora á la opinión pública viril y persuadidos
siempre de que el triunfo más glorioso á que podemos
aspirar en nuestra carrera política lo señala la ambi-
ción nobilísima de labrar la prosperidad de la patria
desde el llano ó desde la montaña!
P ara respunder en un todo á las exigencias avan-
284
LA TIERRA CHARRÚA
aradas de la época, el Partido Nacional, una vez que
estos días de fecunda inquietud pasen, debe prestar
atención máxima al problema trascendental de su
mejoramiento interno. Al efecto, es necesario que su
juventud ahonde el surco de las ideas bonancibles,
que ya ha llegado la hora de que se impongan defini-
tivamente después de una penosa gestación de cin-
cuenta años. Sin ofenderla, porque ella es sana y tiene
explicable punto de arranque, se impone combatir á
la tradición, ya muerta, convenciendo á las muchedum-
bres de que en las cunas y no en los sepulcros anida
el porvenir. La lealtad nos exige que justifiquemos
mediante propagandas nuevas la denominación en-
vidiable que nos hemos dado. ¿No nos decimos Par-
tido Nacional? Pues con ese concepto dilatado y ro-
busto no armoniza el culto de cosas caducas y menos
aún el elogio ó la censura de nuestros grandes hom-
bres en virtud de frívolas diferencias de divisa. Los
que somos verdaderos nacionalistas pensamos que
la colectividad á que estamos afiliados no es el partido
blanco ni es el partido colorado. Fundada sobre las
ruinas de una de esas fracciones, hace treinta años,
ella encarna vigorosas aspiraciones de presente, des-
ligadas en absoluto de las miserables rencillas histó-
ricas del pasado. Los que somos verdaderos naciona-
listas entendemos que nuestra causa, cerniéndose sobre
detestables exclusivismos, no disputa á la patria el
lote de sus leyendas y en ese concepto digno dividi-
mos el homenaje de nuestro respeto entre todos los
LA TIERRA CHARRÚA 285
hombres superiores que sin distinción de bando nos
dieron libertad, llámense ellos Rivera ú Oribe, Suarez
6 Berro, Leandro Gómez ó Cesar Diaz. En conse-
cuencia, los altísimos ideales contenidos en el Progra-
ma de 1872 requieren confirmación ampliatoria y so-
lemne. Nuestro gran interés de colectividad mo-
derna reclama esfuerzos renovados en favor del
progreso de la masa partidaria que un deber im-
perioso manda educar. Una Convención, expre-
samente convocada á ese fin, sería la llamada á
dictarnos una carta programática definitiva y sesu-
da en cuyos párrafos, á la vez de concederse espacio
á los anhelos de concordia y de olvido corrientes^
se decretarían rumbos científicos de actuación po-
lítica, concretando nuestro criterio de comunidad
sobre las cuestiones vitales aduaneras, municipales,
eleccionarias y sociales que interesan fundamental al
país. Por ahí se entra en la gran vía, que á los nuevos
ciudadanos es indispensable traerlos á las filas ofre-
ciéndoles algo más jugoso y levantado que nécias dis-
crepancias de criterio sobre asuntos archivados y frios.
Cada edad tiene sus atributos y sus placeres; pues al
país, que ha salido de una infancia singularmente acci-
dentada, ya no se le satisface golpeando el parche en
honor de toscas idolatrías, como en otrora. El Partido
Nacional, que tanto lleva ganado en el concepto público
con la generosidad de sus procederes, está obligado
á no defraudar las esperanzas regeneradoras de la ma-
sa imparcial y para ello importa mucho adaptarse á las
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LA. TIERRA CHARRÚA
exigencias prácticas de la época. Corresponde definir
fronteras: que el coloradismo continúe enamorado de
nuestra Pompeya histórica y absorto en la empresa de
conquistarse á los muertos mientras el Partido Na-
cional, renunciando á los trofeos tradicionalistas, des-
pliega al viento su bandera impersonal y clava sus
prestigios atléticos en el corazón de las generaciones
que vienen. Asi el triunfo será nuestro; pero, ante
todo, se impone confirmar la sinceridad de los propó-
sitos altruistas que perseguimos apreciando con juicio
recto los extravíos de tiempos dolorosos, que siempre
importará desahogo innoble la justificación de hechos
inicuos. En vez de santificar atentados aceptemos el
recuerdo de Francisco Lavaudeira, de Teófilo Gil, de
Pantaleón Pérez, de Arturo Ramos Suárez, de Maído-
nado, de Imas, de Márquez, de Gradín, deRafaelPons,
de Diego Lamas y de la pléyade de luchadores de la
causa de las instituciones, que es la nacional, caídos
en holocausto á los principios, de 1872 en adelante.
Entre los citados figuran miembros que fueron de uno
ó de otro partido, pero indiscutibles en mérito de su
sacrificio. Ninguno de ellos levanta odios y eso es lo
que se busca.
Para que el cultivo de estos hermosos afanes de
futuro aparezca más garantido en sus resultados, exis-
te la necesidad imperiosa de afirmar la moralización
del ejército. Hasta la cruzada de 1897 fué aquel un
elemento funesto y perturbador de todas las energías
democráticas. No quiere esto decir que ya no lo sea,
LA TIERRA CHARRÚA
287
pues todavía votan, á la voz de mando, los cabos y
sargentos de los cuerpos de línea; pero nadie desco-
noce los inmensos progresos realizados en esta mate-
ria. Ninguna dependencia oficial llegó á mayor grado
de corrupción que el ejército de la República, que en
brazos del motín y de las pasiones más siniestras, vino
á convertirse en una guardia pretoriana. Pero tam-
bién es cierto que ninguna institución del Estado
ha sufrido más radicales y beneficiosas transfor-
maciones. La Escuela Militar ha sido una ver-
dadera fragua de la que han salido, bien tem-
plados, oficiales pundonorosos, capaces y correctos.
Incorporados á los distintos batallones, ellos obra-
ron en su seno una profunda reforma y á la fecha ya
ha perdido su justificada razón de ser la hostilidad
pública á la milicia, en cuanto la representa esa legión
de soldados académicos. Mucho hay que andar aún.
Todavía el ejército no ha perdido su carácter esencial-
mente político; todavía los servidores de la nación,
que no deben tener, de acuerdo con las ordenanzas,
otro partido que el partido de las instituciones, se
permiten, en general, ser furiosamente colorados ; to-
davía los soldados van á las urnas á disputar el triun-
fo electoral á los ciudadanos conscientes, todo esto con
el beneplácito y por orden de sus jefes. Lunares que
mucho contribuirá á borrar, en un sentido, un caudal
de mayor ilustración y cordura entre los hombres de
espada, y, en otro, un poco de eso mismo, redondeado
por una ley sana y radical, que prohiba la inscripción
288
LA TIERRA CHARRÚA
de los guardias civiles, marineros, cabos y sargentos.
Nuestra milicia, para ser propiamente tal, deberá ad-
quirir el carácter serio y patriótico á que referimos. Su
misión se reduce á garantir la paz pública y la estabi-
lidad gubernativa. De ahí para adelante todo le está
vedado. El día, ya cercano, en que los ciudadanos pue-
dan agitarse sin tener enemigos en los soldados, y
caigan las divisas de los kepíes, y la opinión de los
jefes de cuerpo no pese para nada en las deliberacio-
nes políticas, y la tropa vaya á ocupar el puesto de
vigilancia que le corresponde en campamentos fron-
terizos, en vez de estorbar el tránsito en las calles de
la capital, ese día pondremos sello definitivo á nues-
tros destinos superiores.
Que mientras tanto la enseñanza primaria siga dis-
persando las tinieblas en el fondo de las comarcas, á
fin de cimentar sobre base consciente la fuerza de
nuestras conquistas democráticas y de que se unifique
en un gran latido local el conglomerado de las aspi-
raciones populares, aún divergentes y mismo contra-
dictorias. La estadística proclama que hay en el país
274.418 infelices, mayores de seis años, que no saben
leer ni escribir! Tengámoslo presente. También se
requiere fomentar los hábitos de labor en nuestra
raza, inclinada, por tendencia y por antecedentes, al
placer de las perezas turbulentas. El período de los
choques armados, como regla de conducta, está ce-
rrado y los horizontes que piden nuestros ensue-
ños de grandeza nacional no los encontramos cier-
LA TIERRA CHARRÚA
289
tamente por el lado de la guerra. Repetimos aquí
las palabras con que terminábamos la crónica de
la revolución libertadora de 1897 : « Trabajemos
todos. Trabaje el maestro de escuela que rompe ig-
norancias y abre corazones en el dominio paradi-
síaco de nuestras campañas; trabaje el joven titu-
lado que recibió en regalo de su país, por intermedio
de la Universidad, esmerada educación; trabaje el
pensador dictando leyes sesudas; trabaje el industrial
para su beneficio y para el ageno; trabaje el propa-
gandista consagrando con la práctica sus austeras
doctrinas; trabajen los que tienen cerebro para pen-
sar, brazos para mover y responsabilidades que sal-
var; seámos todos obreros y ya dirá el porvenir si re-
sultamos felices ó nó. »
Procediendo así, dedicando al esfuerzo provechoso
nuestras actividades, prepararemos el bienestar pri-
vado del cual el bienestar público es un simple reflejo.
País diminuto en tamaño material, el nuestro está,
sin embargo, solicitado por grandes venturas, que cua-
jarán si alcanzamos á comprender y á cumplir los de-
beres impuestos á los miembros de las sociedades or-
ganizadas. De otro modo, divididos, anarquizados?
jamás dejaremos de ser crisálida y de agitarnos en un
desgraciado ensayo de mejoramiento.
Embarcados en este comentario brotan en nuestro
cerebro reminiscencias sábias de ese gran libro de
Edmundo Demolins sobre los anglo -sajones, boro que
es un himno glorioso elevado al espíritu recio de
19
290
LA TIERRA CHARRÚA
aquella raza insuperable. Don Santiago de Alba puso
á la edición española de esta obra una magnífica por-
tada en forma de prólogo. En el cuerpo de ese valien-
te escrito, abundante en amargas verdades, encontra-
mos este párrafo: «Los vencedores de Cavitc y de
Santiago de Cuba, los que en un momento han des-
trozado nuestra escuadra, rendido nuestro ejército y
sojuzgado nuestras colonias, no han sido Dewev,
Sampson ni Shafter. Lucha no de barcos contra bar-
cos, ni de hombres contra hombres, sino de un mundo
expirante contra un mundo naciente, la vida y el pro-
greso han triunfado por la fuerza misma de las co-
sas. La Escuela yanqui, racional, humana, floreciente,
es la que ha vencido á la Escuela de España, primiti-
va, rutinaria y falsa. ¡Tenía que suceder! ¡A la es-
cuela, españoles; á «arar hondo» en la inculta corteza
de nuestra tradición; á machacar con brío sobre el
yunque de nuestras preocupaciones, hasta que el es-
fuerzo de nuestro robusto brazo atranque chispas
donde hoy es todo oscuridad!. . . ¡Ala Escuela! Ahí
está nuestro único realizable, digno y humanitario
desquite!» (1)
Hijos netos de esa desventurada España, que una
vez pudo pagarse de que el sol no se ponía en sus
dominios, aquellos juiciosos consejos nos alcanzan en
absoluto!
Acreditemos inteligencia colectiva aprovechando
(L) Edmnndo Demolías, Kn qué consiste la superioridad dé los anglo-sa -
jones, pá£. xxxi.
LA TIERRA CHARRÚA
291
útiles enseñanzas que si llegan retardadas para la
infeliz Metrópoli sacrificada, nos vienen en cambio á
punto, cuando vamos á entrar en la senda de las gran-
des prosperidades y evoluciones.
Ya piden punto final estas páginas, desarrolladas
sin pretensiones eruditas que ni alentamos ni tendrían,
por otra parte, razón justa de ser. Al empezarlas,
lo hicimos movidos por el propósito sincero de cri-
ticar, con la mayor imparcialidad posible, las intempe-
rancias políticas dominantes. Al concluir la tranquila
jornada nos sentimos contentos pues se nos ocurre que
ninguna pasión ofuscadora empañó nuestro criterio
en la delicada peregrinación realizada al través de
heroísmos y de catástrofes.
Antes, sostuvimos que la virtud no era patrimonio
ni de los blancos ni de los colorados; que unos y
otros han cometido gravísimos errores; que unos y
otros sirvieron de pedestal á esclarecidos sucesos; que
incurren en mayúscula zoncera quienes se atribuyen
el galardón de nuestra historia.
Ahora, después de aquilatar la profunda verdad de-
esos asertos, solo nos resta insistir en observaciones
deslizadas en los orígenes de estas líneas expontáneas.
La tierra oriental está muy por encima de todos
los partidos y estos no poseen el derecho de compro-
meter su grandeza acumulando piedras de rencor en
su ruta del presente. No le disputemos al pais el cul-
to de sus héroes invocando títulos usurarios. No en-
venenemos el corazón de sus niños con esencias de
292
LA TIERRA CHARRÚA
fratricidio. No vivamos en eterna pugna de fanatis-
mos. ^ No hagamos arm a de las _ innobles mentiras tra-
| dicionales. No insultemos su pasado glorioso, que eso'
¡"vale tanto como arrojar fango dentro de una preciosa
i cuna. No interrumpamos con palabras de profanación
¡el sueño de sus gallardos caudillos !
Factores en una nueva v fecunda era, el deber de
este momento histórico, que tiene pañales de alborada,
pide, reclama, manda, formar reunidos frente al por-
venir, aliados en el supremo afán de consolidar la fe-
licidad común y el honor cívico de los orientales.
Que la juventud nacional sepa entender el inmenso
clamor de fraternidad que parte de todas nuestras
fronteras; que los partidos apresuren su purificación;
que sus adictos avancen en cultura para identificarse
en ideales sin confundir su composición de lugar; que
el advenimiento de la tolerancia sincera y sin presio-
nes molestas sea un hecho definitivo. Para llegar á
ese puerto de dicha ofrecen segara brújula estas pa-
labras mágicas que debieran labrarse á fuego en la
memoria de todos: PAZ, EDUCACIÓN, OLVIDO.
¡ Paso á los principios, que ya llegan !
¡Salve á la patria!
índice;
La patria y los partidos .... . . 7
Artigas y Lavalleja . . .... 27
Oribe, Rivera y la Defensa . 73
Quinteros, Paysandú, La Florida . . . . 136
La intervención brasilera de 1865 y la guerra del
Paraguay * . . 223
Los nuevos horizontes . . . . . . 256